En la novela Victoire, la madre de mi madre (Impedimenta, 2025), la escritora Maryse Condé regresa a la isla caribeña de Guadalupe para reconstruir la vida de su abuela. La autora encuentra una caja de música, con la que su abuela, siendo niña, se dormía. Al girar la manivela —dice Condé— sonaba una débil melodía: «El amor es un pájaro rebelde», la habanera de Carmen, la ópera de Bizet.
El nacimiento de un mito
La ópera Carmen se estrenó el 3 de marzo de 1875 en el Teatro de la Opéra-Comique de París, en cumplimiento del encargo del teatro a Georges Bizet de componer una ópera. En el proceso de decisión sobre qué obra hacer, los libretistas Henri Meilhac y Ludovic Halévy ofrecieron a Bizet una adaptación de Carmen, una novela corta de Prosper Mérimée, publicada por entregas en La Revue de Deux Mondes en 1845 y como libro en 1847. Se centraron en el tercer capítulo: don José, un militar navarro en capilla, cuenta al narrador de la novela su relación con Carmen, una gitana a la que conoció mientras montaba guardia en la Fábrica de Tabacos de Sevilla, donde ella trabajaba como cigarrera. Por celos, don José acaba matando a Carmen.
El buen ojo de los libretistas en la elección del pasaje y la gran capacidad teatral y musical de Bizet convirtieron una historia que transcurre en Andalucía en una historia universal, en la que se conjugan tres elementos intemporales: amor, muerte y libertad («¡Jamás Carmen cederá! ¡Libre nació y libre morirá!»). Y aún un cuarto: la fatalidad, en su acepción de destino: Carmen sabe que don José la va a matar y no hace nada por evitarlo. Así lo canta mientras le echan las cartas:
«¡Diamantes, espadas… muerte!
¡Lo veo claro… primero, yo misma,
después él… para ambos, la muerte!».
Tres meses después del estreno de Carmen, Bizet moría, a los treinta y seis años. La ópera se estrenó en octubre en Viena. Fue un éxito y nació el mito.
El demonio y el ángel
Una Opéra-Comique era una obra cantada en francés, dirigida a la burguesía y a la que asistían incluso familias, en la que los diferentes números se entrelazaban con diálogos hablados. Era la alternativa a la llamada Grand Opéra, cuyos temas giraban en torno a temas históricos.
Carmen no fue un personaje del agrado de ese público. La crítica después del estreno se mostró casi unánime en dos cosas: en glosar la extraordinaria capacidad teatral mostrada por Bizet y en satanizar a la cigarrera. Veían en ella a una mujer inmoral, dueña de una gran sensualidad, que hacía apología de la libertad. Carmen estaba muy alejada de los códigos sociales imperantes en una época en la que las mujeres seguían siendo una propiedad. «Y es que te amo menos que antes. / ¡Quiero ser libre y hacer lo que me plazca!», canta Carmen a don José. Bizet había introducido, para mas inri, un coro de cigarreras que aparecían en escena fumando.
El crítico de La Revue de Deux Mondes, la misma que había publicado la nouvelle de Mérimée, mientras se refería a don José como «el pobre y desdichado José», reprobaba el lenguaje de Carmen y actos como que se «enamore de un soldado en el primer acto e idolatre a un toreo en el tercero (…), y así sucesivamente». La calificaba de «criatura inculta, una fiera salvaje, a la que no le falta franqueza ni coraje». Un personaje como este —argumentaba el crítico— está muy bien para una novela de «un escritor del talento y la fuerza de Merimée», pero no sobre un escenario. Y concluía: «Figuras como estas, vistas de frente, solo inspiran repulsión». Frente a este «demonio», el critico se congratulaba por la presencia en escena de «un ángel, la piadosa y sensible Micaela».
Micaela
«Ya es bastante con que haya un muerto en escena», se cuenta que dijo el director del Teatro de la Opéra-Comique cuando le propusieron el argumento de la ópera. Así que impuso a los libretistas la creación de un personaje que equilibrara a Carmen, que fuera su némesis: Micaela. El amor romántico frente al amor pasional. Micaela aparece —para regocijo del referido crítico— «con una rama de olivo en la mano y el romance en sus labios, para recordar a un hijo [don José], desertor de todas las virtudes, a su madre moribunda».
Además de no existir en la novela, Micaela es un personaje secundario en la ópera, pero está cantado por una soprano, tesitura vocal habitual de las heroínas protagonistas. Carmen la canta una mezzosoprano, la voz de los personajes adultos en las óperas y, en algún caso, las malas.
La misoginia de Mérimée
Merimée era un escritor muy culto, gran conocedor de España y un misógino. En el inicio de la primera entrega de Carmen en La Revue de Deux Mondes, Mérimée puso una cita —escrita en griego— del poeta Páladas de Alejandría: «Toda mujer es como la hiel; pero tiene dos buenos momentos, uno en la cama y otro cuando muere». Una cita que, curiosamente, no suele aparecer en las traducciones españolas. La primera fue en 1891, después de que Carmen se hubiera estrenado en España en forma de zarzuela cuatro años antes.
El caso es que Prosper Mérimée presentó a Carmen como una femme fatale que arrastra a don José a su perdición. El narrador de la novela (un arqueólogo francés) la describe como una mujer con «ojos de lobo», de mirada «voluptuosa y fiera», que se contoneaba como «una yegua del potrero de Córdoba» y que respondía a los piropos atrevidos, mirando por el rabillo del ojo, «con los brazos en jarras, descarada». Y pone en boca de don José estas palabras: «Llevaba una falda encarnada, muy corta, que dejaban ver unas medias de seda blanca con más de un agujero, y unos monísimos zapatos de tafilete rojos atados con cintas de color de fuego. En mi región, una mujer con semejante vestimenta hubiera hecho santiguarse a todo el mundo».
Bizet matizó la Carmen de Mérimée. Mientras que en la novela «la señorita Carmencita» hablaba por boca del narrador, en la ópera canta en primera persona: desde el principio, no esconde quién es y qué quiere, y es ella misma la que muestra en escena los diferentes estados de ánimo por los que va pasando.
La habanera («El amor es un pájaro rebelde»), escrita por el propio Bizet, es el aria con la que Carmen aparece en escena. Sale del lugar en el que trabaja, tras una pelea. Es un momento musical y teatral inolvidable y una declaración de principios en toda regla: «El amor es un gitanillo ⁄ que nunca conoció ley alguna. / Si tú no me amas, yo te amo, / y si yo te amo, ¡ten cuidado!…». Y se enamora de don José, que la detiene y deserta tras dejarla escapar.
La idea de que Carmen es una femme fatale ha imperado durante prácticamente un siglo, hasta que la mezzosoprano madrileña Teresa Berganza cantó Carmen por primera vez y puso en tela de juicio esa manera de mirar al personaje.
Carmen, una mujer de todos los tiempos
Es antológica la grabación de aquel debut. Fue en el Festival de Edimburgo de 1977. Don José era Plácido Domingo y la orquesta la dirigía Claudio Abbado. La interpretación de Teresa Berganza rompió con la imagen estereotipada de Carmen y definió para siempre el personaje. «El público que va a ver Carmen —decía la mezzosoprano— no entiende el personaje. Carmen no es una víctima ni una mala prostituta. Es un espíritu libre, una mujer liberada». En el programa de mano de Carmen que se representó en la Ópera de París en 1980 se citan estas palabras de Teresa Berganza: «Carmen es siempre la misma, inmutable y coherente. Despojándola de todas las apariencias de una cultura o nación especificas, Carmen se convierte en una mujer de todos los tiempos y todas las épocas».
Hoy, una estatua de Carmen preside un lateral de la escalinata situada en el vestíbulo del parisino Teatro de la Ópera-Comique. A su lado está Manon (Lescaut), la heroína de la ópera homónima de Jules Massenet, estrenada en este teatro en 1884, con libreto de uno de los autores de Carmen, Henri Meilhac.
Entre diciembre de 2025 y la primera semana de enero de 2026, el Teatro Real de Madrid ha programado dieciséis funciones de Carmen. La orquesta está dirigida por la coreana Eun Sun Kim. Carmen es la mezzosoprano rusa de voz aterciopelada, Aigul Akhmetshina.



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