Ángel Guinda fue, además de coautor del Himno de Aragón, uno de los poetas más importantes de la comunidad homónima. Olifante publica una edición conmemorativa de uno de sus poemarios más importantes, con motivo de los 50 años de España en libertad. Se añaden prólogos de Nicolás Sesma y Luis Felipe Alegre.
En Zenda reproducimos un poema de El almendro amargo (Olifante), de Ángel Guinda.
***
TRONCO
¡No soy de este país que llamo Extraña!
¡No soy mío tampoco!
Me estoy haciendo dos hombres:
uno el que bebe y mata y nunca muere,
y otro aquel que vive la muerte que le dan.
España es una taberna de lujo
que tiene reservado el derecho de admisión:
de la que siempre son echados los borrachos,
que cantan y se tambalean
como la tierra, el mar y las estrellas.
España es una olla a presión, ruedo solar,
una mano de sangre encarnizada.
Nunca quise llamarla por su nombre,
y si lo escribo ahora es con el odio
y la venganza de la poesía.
España es una montera caída boca arriba,
un tatuaje de sangre, hiel y luz;
torre del nepotismo y los favores
pagados por debajo de la mesa,
baraja con las espadas en alto:
reyes bajo palio, copas rotas,
oros en las casas de los ricos,
bastos en la hoguera de los pobres.
Quien no ha comido hambre alguna vez
no sabe del sabor que tiene el pan;
quien no ha bebido sed nunca podría
embriagarse con agua, ignora
que el único placer sin precio aquí
está en el sexo consigo mismo.
Yo no daré mi vida por España;
sí por una palabra, una cópula a muerte,
una botella del mejor vino de la peor uva
pisada por los pies más oprimidos.
Porque un país que mata a sus poetas
no merece vivir. ¡España!
Nunca veas en la luz un don del cielo,
ni mires la sombra como castigo de los infiernos;
no hagas de los vientos látigos de resquemor,
arroja tu orgullo al mar, tu envidia, tu pereza.
Piensa en la nada construida
sobre tus campos abandonados;
piensa, que el pensamiento mortifica;
y sufre hasta la convulsión del limo
y la pureza del relámpago:
porque un país que envejece a sus jóvenes
no merece vivir.
Cuando me miro
–desencajado por tan negro fuego de alcohol–
y no me reconozco, a ti te veo.
En la frente llevo terremotos,
tambores con dolor de trueno;
en mis manos estrangulo el temblor
de las copas vacías con mi rostro, náufrago,
solo en su fondo
que una grúa no podría sacar.
España es una fachada del sol
sin restaurar y mal vendida,
un castillo en el aire con murallas de agua,
olivo con raíces en el cielo.
Hablar en esta Entraña es un monólogo:
porque un país que censura a sus creadores
tonsurado está de destrucción.
Un día don Quijote saldrá de Sancho Panza,
y su conciencia será un tribunal severo y justo.
Para vivir aquí hay que estar ebrio,
estatua, tumba, marioneta, páramo;
para vivir aquí hay que ser humo,
¡para nacer aquí hay que morirse!
Roja es mi sangre como el vino tinto,
si me corto las venas y me bebo
tendré vértigos y volveré a ver doble;
esto es España: un delirio a solas.
España es la gran ruleta ibérica,
catedral del azar en la que todo
se juega a impulso de arrebato.
Quien maneja el engaño con astucia
burla el peligro de estar vivo.
España es una corazonada
que nubla la razón y estalla el grito,
cuida su roña como oro en puño
segura de que el futuro ya pasó;
un vodevil con procesión de luto.
Lanzo mi rabia contra esta Espadaña
de campanas con cabezas por badajo:
porque un país que desprecia a sus cómicos
sólo se ensaya para la tragedia.
España, acércame ese cáliz
que guarda la sangre en llamas del sol:
quiero arrojártela a los ojos
más que una blasfemia de amor, que es violencia.
Pero no, no era un cáliz
sino una corola en espiral de espinas;
y no era un cáliz, no, ni una corola:
es esta copa en la que estoy bebiendo,
con cruel lucidez embriagadora,
toda la muerte de la madrugada.
Cuando aprieto mis sienes con los puños
me supuran fuego los oídos;
cuando mis párpados grapo a dentelladas,
–solo y a oscuras en mi habitación–
invoco a Belcebú, y la garrafa del sufrimiento
vierto sobre la misa en la que apoyo mis codos
consagrados al mal, hermoso
más que un mapa de la gran Patraña.
Existe Dios si Dios es cada uno
y uno nace a morir en vida.
Por eso mato todo cuanto nazco.
No creo en nada que no se destruya
en su propia creación efímera.
España es un dado caído de canto sobre el horizonte.
Llueve; siempre estuvo nubeando
en mi país, esquela pentagonal.
Porque un país que incendia sus pulmones
bocanadas de féretros respira.
Ya me callo, ya en lo hondo
esculpo el hacha de lengua incandescente
a puñetazos de odio enamorado.
¡España!: leche de almendra amarga,
fiel desayuno de mis nochedías.
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Autor: Ángel Guinda. Título: El almendro amargo. Editorial: Olifante. Venta: Todos tus libros.
BIO
Ángel Guinda (Zaragoza, 1948-Madrid, 2022) fue autor de los poemarios Vida ávida, El almendro amargo, Canto corporal, Conocimiento del medio, La llegada del mal tiempo, Biografía de la muerte, La voz de la mirada, Toda la luz del mundo, Claro interior, Poemas para los demás, Materia del amor, Espectral, Caja de lava (Rigor vitae), Catedral de la Noche, Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones y Aparición y otras desapariciones (recogidos en el volumen Vida ávida. Poesía reunida 1970-2022, Olifante, 2025), de la poética Arquitextura, de los manifiestos Poesía y subversión, Y poesía ni contracultura, Poesía útil, Poesía violenta, Defensa de la dignidad poética y Emocionantismo y de los ensayos El mundo del poeta. El poeta en el mundo y Leopoldo María Panero. El peligro de vivir de nuevo. Libro de huellas recoge sus aforismos. Introductor en España de la poesía de Cecco Angiolieri, Teixeira de Pascoaes y Augusto dos Anjos, tradujo también a Àlex Susanna, Florbela Espanca, Ana Cristina Cesar y José Manuel Capêlo. Asimismo, tradujo a Paul Éluard bajo el seudónimo de Isabel Castet.



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