Mónica Picorel nos entrega con Fui un árbol en un balcón minúsculo (Editorial Baile del sol, 2025), un poemario ajeno al ruido y a las modas. Un libro que invita a algo más que a una lectura, tratándose en realidad de una incursión en territorio incógnito. Una propuesta que se sitúa en la estirpe de la poesía de la esencialidad, aquella que entiende el poema no como un acto de trasmisión verbal, sino como un espacio de conocimiento y de revelación. Picorel no pone el acento en lo autobiográfico, buscando más bien la disolución del yo para que algo más se manifieste y se exprese.
En esa búsqueda de sentido, el gesto fundacional del libro es el de la desposesión. Picorel lo formula lúcida, como principio rector: “El milagro sucede en la disolución del yo”. Nos habla de milagro, pero ese vaciamiento no consiste en una impostura mística. Despojados de nuestras adhesiones y certezas, abrimos la entrada de una realidad más extensa y compleja, una verdad que solo se revela en la ausencia, cuando el ser accede a volverse plural y permeable.
“Mi don es ser
aunque no sea la misma y sea todas y ninguna
aunque huela como huelen algunas casas que se vacían a escondidas.”
La identidad se convierte en rastro, en olfato, en transparencia conquistada.
Es un sacrificio necesario, el precio a pagar para defender la verdad más difícil de asumir por la voz estridente del ego: que la mirada debe abandonar la confortable estructura de cuanto nos afirma: “el nido que se abandona / para defender el peso del aire”. Sólo en lo inmaterial se captan esos fugaces momentos de percepción pura, aquellos que están más allá del oficio poético.
La mirada de Picorel es ontológica, va a la raíz y no se demorará jamás en anécdotas ni escenas costumbristas, busca revelar la intensidad sacramental de la materia: “volvías a casa / entre tus manos un majal / la plata del mundo aún palpitante”. Esa “plata del mundo” es la vida desnuda de adornos, el pulso que la mirada depurada reconoce. La conciencia se sabe en un estado de tránsito perpetuo, con el cuerpo contingente, como un objeto frágil, esclavo de su condición circunstancial: “este rostro que es rama vacía / extinto pájaro.”
Hay muchos otros momentos de similar sobriedad en el libro, destellos de estoicismo, como la forma en que sintetiza la confrontación con la muerte, que no aparece como concepto o metáfora, sino como hecho desnudo:
“afinando la maquinaria de aquello que somos:
muerte
no idea de muerte
solo muerte.”
Afín a poéticas como la de José Ángel Valente, la autora se sitúa en el territorio donde el lenguaje se confronta con su límite. Así, se enfrenta también a la mentira de la permanencia cuando afirma que “todo lo que dura más que un día miente”
Exige la poesía una ética anclada únicamente en el instante, una ética de lo que está destinado a consumarse, una aceptación radical de la finitud que culmina en una entrega simbólica a la llama. Es a la vez elección espiritual y gesto de integridad, de concisión estética:
“Cómo no ponernos a disposición de la llama
al cuidado de lo que arde
de los restos de lo ardido
si veníamos envueltas en carne y sangre.”
El fuego es aludido aquí en su principio alquímico, como la herramienta que reduce la materia a su esencia y revela la verdad. Lo crucial es que la revelación no es un premio, sino la corrección de un error perceptivo. La luz irrumpe no por un acierto, sino en el momento exacto en que el deseo y la búsqueda se equivocan: “Se equivoca de hambre el hambriento: / entra la luz”. El alumbramiento se da en la anulación del propósito (el hambre), cuando el yo ha abandonado su voluntad de dominio para volverse pura receptividad.
La escritura de Mónica Picorel alcanza una síntesis de extrema depuración, en versos que encarnan esa transparencia conquistada tras la desposesión:
“mostrada como el canto fresco
de una nueva nada.”
Dicha “nada” no remite a un vacío nihilista, sino a la plenitud absoluta, a la claridad que emerge después de que el lenguaje ha renunciado a representar. Es el punto en que el verso, por un instante, coincide con la esencia real del mundo.
Fui un árbol en un balcón minúsculo es uno de esos pocos libros que de tanto en tanto surgen y nos devuelven la esperanza respecto a la poesía que se produce actualmente en nuestro país. Una poesía que desde el total despojamiento, contiene un mundo completo, iluminado por la “perfecta luz en la antesala de la noche”.
Una luz que en la sensibilidad de la autora adquiere una intensidad incandescente. Mónica Picorel no escribe poesía para exhibirse en peripecias biográficas, sino para perfilar y fijar en el poema esa luz que atraviesa su voz.
Un riguroso deslumbramiento que restituye a la poesía su condición de acto esencial.
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Autora: Mónica Picorel. Título: Fui un árbol en un balcón minúsculo. Editorial: Baile del Sol. Venta: Todos tus libros.


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