César Vallejo, una llama en las tinieblas

“Desde el momento que el lenguaje de Vallejo no es lujo sino disputada necesidad, el poeta-lector no se detiene allí, no es encandilado. Ya que cada poema es un campo de batalla, es preciso ir más allá, buscar el fondo humano, encontrar al hombre, y entonces sí, apoyar su actitud, participar en su emoción, asistirlo en su compromiso, sufrir con su sufrimiento”.

Conviene recordar algunos datos: Trilce fue escrito en la cárcel de Trujillo, y podemos apreciar el sufrimiento del poeta ante ese momento trágico de su vida. Y otro dato interesante: España, aparta de mí ese cáliz fue un libro impreso en 1939 por los propios soldados de la República.

De Los heraldos negros destaco, entre muchos, el poema “Sauce”, donde vemos la tristeza que estuvo presente en la vida del poeta peruano. Las imágenes son muy potentes, porque César Vallejo hace de la poesía un lienzo que recrea el instante preciso de la creación:

“Lirismo de invierno, rumor de crespones,

cuando ya se acerca la pronta partida;

agoreras voces de tristes canciones

que en la tarde rezan una despedida”.

Nos recuerda al Rubén Darío de “Lo fatal”, perteneciente a Prosas profanas, pero no solo por el uso de la poesía rimada, sino por el fondo, la pena, el dolor, la sensación de hallar en la vida un sinsentido. Caminamos hacia la muerte irremisiblemente.

Y es una constante en su poesía: el dolor, ese espacio donde late el hombre sufriente y que llama al silencio. Nos recuerda también al Miguel Hernández de Cancionero y romancero de ausencias, cuando escribe a Josefina Manresa, en la cárcel. Y los poemas de Trilce son ecos de un pensamiento que clama por salir y el erotismo latente, encerrado el poeta evoca el amor y el sexo a su amada:

“Pienso en tu sexo.

Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,

ante el hijar maduro del día.

Palpo el botón de dicha, está en sazón.

Y muere un sentimiento antiguo

degenerando en seso”.

Poesía que vuela, donde el paisaje del encierro colma el deseo, figura de una mujer a la que ama, en el “hijar maduro del día”. César Vallejo impresiona, tanto es su poder de evocación que todo late a su alrededor, convierte al acto de escribir en un paisaje de luz, en llama entre las sombras.

Y en España, aparte de mí de ese cáliz, el poeta peruano alaba al republicano, convierte su poesía en otro sentido, el de la lucha, como en aquella Hora de España, donde cabían las voces de Arturo Serrano Plaja, Juan Gil-Albert y otros muchos. Es César Vallejo entonces un eco de la lucha armada, en defensa de los valores progresistas que se vieron amenazados con el golpe de Estado de los militares en 1936. Dice en “Himno a los voluntarios de la República”:

“Voluntario de España, miliciano

de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,

cuando marcha a matar con su agonía

mundial, no sé verdaderamente

qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo

lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo

a mi pecho que acabe, al bien que venga,

y quiero desgraciarme;”.

Poema que cambia totalmente el ritmo de sus versos anteriores, sin punto y seguido, con algunos puntos y aparte, son como fogonazos de metralla en plena guerra, porque no solo escribe sobre la Guerra Civil española, sino que dispara versos, se hacen paisaje desolado. Hay muerte en las entrañas, pero también valor, heroicidad, compromiso.

Y el surrealismo de Poemas humanos, escritos entre 1931 a 1937, donde Vallejo escribe como si se dejara llevar por la escritura automática, onírica, siguiendo a André Breton. Por ello, el poeta peruano deja en espejismo el lenguaje, clama con las palabras en el océano de los versos sin rima. Comento unos de “Hasta el día en que vuelva, de esta piedra”:

“Hasta el día en que vuelva, de esta piedra

nacerá mi talón definitivo,

con su juego de crímenes, su yedra,

su obstinación dramática, su olivo”.

He escogido el menos surrealista, pero en él vemos las metáforas de ese ser que es fantasma del tiempo. Las palabras tienen eco: talón definitivo, yedra, olivo.

La poesía de César Vallejo explota ante nosotros, nos hace ver el dolor del ser humano, como le ocurrió y, de nuevo, lo comparo, al gran Miguel Hernández.

Y acompañan al libro, tan completo, unos estudios magníficos, que esclarecen el universo del poeta. Como sería muy extenso detenerme en todos, he elegido el de Ana Luisa Ríos González, cuando dice en su estudio titulado: “La presencia de la mujer y la interculturalidad en la poesía de César Vallejo”:

“Luego, en el poema “Capitulación”, se configura la imagen femenina con desbordante sensualidad. Desaparece la musa idealizada para dar paso a una mujer con deseo y poder, la cual irrumpe con una fuerza inaudita que desconcierta al sujeto poético, a quien rescata del delicado gesto de un beso, lo reanima y sacude emocionalmente”.

Y es verdad que late en Vallejo el amor sensual, el deseo erótico, en la senda de Pablo Neruda o en la mirada de Miguel Hernández a su amada Maruja Mallo.

Libro magnífico, que completa una mirada a las muchas que ya se han estudiado, acerca de un poeta complejo, cuyos principales temas fueron el amor, el fracaso, la muerte y la esperanza, cuando llegó la guerra en España.

“Me moriré en París un día de aguacero”, es una forma bella de terminar este artículo. César Vallejo, como Darío, sabía que el hombre estaba condenado, desde su propio nacimiento y, por ende, dejó los versos dolientes que ha recogido con tanto tino y tanto esmero la Real Academia Española al publicar su Poesía completa.

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Autor: César Vallejo. Título: Poesía reunida. Editorial: RAE y ASALE. Venta: Todos tus libros.