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Andreu Martín: “Si hoy fuera joven, no me haría escritor”

Andreu Martín: “Si hoy fuera joven, no me haría escritor”

Andreu Martín regresa a las librerías con una novela, Dinero para los muertos (Alrevés) —Diners per als morts (Crims.cat), en su edición catalana—, ambientada en una ciudad en la que, según le dijeron una vez, nunca pasa nada: Castellón. Pero claro, tan pronto como este veterano de la novela negra puso un pie en la citada capital de provincia los crímenes empezaron a sucederse. En este caso, la historia la protagoniza un periodista de investigación en cuyo ordenador encuentran, tras su muerte, una novela en la que se cuentan demasiadas verdades sobre los habitantes de la ciudad. Levantar las alfombras del Castellón más delictivo valió a Andreu Martín el Premio Letras del Mediterráneo 2024.

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—Normalmente ambientas tus novelas en Barcelona. De hecho, no se puede pensar en la novela negra barcelonesa sin que tu obra aparezca por doquier. ¿Por qué has puesto en esta ocasión la mirada sobre Castellón?

—En realidad, la primera versión de esta novela estaba ambientada en Barcelona. La escribí en 1997, pero algo fallaba, algo no encajaba, y acabé metiéndola en un cajón. Hasta que un amigo de Castellón, el también escritor de novela negra, además de agente de policía, Pere Cervantes, me dijo en una conversación informal que él vivía en una ciudad en la que no pasaba nunca nada. Al oír aquello se me ocurrió que sería interesante ambientar una de mis novelas en un lugar donde nunca pasa nada. Y viajé a Castellón, me adentré en sus calles y me empapé de su ambiente. De regreso a casa, releí la novela abandonada en 1997 y, de repente, todo encajó. Si cambiaba Barcelona por Castellón, el argumento funcionaba perfectamente.

—Al lector le parecerá raro que hayas abandonado esa Barcelona negra que, en realidad, ayudaste a construir.

"Tengo que reconocer que yo no soy militante de Barcelona"

—Tengo que reconocer que yo no soy militante de Barcelona. Muchas veces me presentan como representante de la novela negra ambientada en la capital catalana, pero la verdad es que mis ficciones transcurren en sus calles simple y llanamente porque nací aquí, porque conozco los rincones oscuros de su entramado y porque la quiero lo suficiente como para poder faltarle al respeto. Pero si hubiera nacido en otra ciudad, pues habría ambientado mis narraciones en esa otra ciudad. Que yo sepa, los crímenes se dan en todas partes.

—Lo que no puedes negar es que la historia de la novela negra —barcelonesa o no— transcurre en paralelo a tu obra. ¿Te atreverías a indicar los momentos claves del género?

—La novela negra contemporánea nació cuando Manuel Vázquez Montalbán escribió Tatuaje, novela con la que abrió las puertas a todos los escritores de ese género que veníamos detrás. Hasta entonces, los referentes eran Manuel de Pedrolo y Jaume Fuster, pero fue Manolo quien desató la locura. De repente, a todo el mundo le entraron las prisas, incluso a Gabriel García Márquez, que escribió Crónica de una muerte anunciada, y a Camilo José Cela, con Mazurca para dos muertos. Muchos escritores que ni siquiera creían en la novela policíaca, acabaron haciéndola.  Sin embargo, llegaron los 90 y la moda decayó; muchas colecciones desaparecieron del mercado. Y entonces llegó la resurrección. Paco Camarasa abrió su librería Negra y Criminal y los barceloneses descubrimos que había un templo dedicado a la novela policíaca. En paralelo, surgieron Henning Mankell y después Stieg Larsson. Ellos fueron los encargados de poner el género negro en primera línea de combate.

—¿Qué papel desempeñaste en cada uno de esos momentos?

"Cuando la novela negra se puso de moda yo me incorporé al movimiento y me puse a escribir como loco"

—Cuando la novela negra se puso de moda yo me incorporé al movimiento y me puse a escribir como loco. Y luego, cuando llegaron los 90 y el género decayó, seguí defendiéndolo. Mis colegas abandonaron el tema y se buscaron la vida por otras partes. Pero yo continué con mis crímenes, mis detectives y todo lo demás. Fue en esa época de decadencia cuando surgió el sentimiento de inferioridad que todavía hoy se detecta en los representantes del género negro. Se consideraba que la novela policíaca era una cosa simplona, de lectura fácil, algo poco intelectual, y los escritores que la practicaban empezaron a creérselo. Reinaba una actitud francamente despectiva hacia lo policiaco. Pero solo en España: no ocurrió nada similar en Francia, ni en Italia, ni en Alemania. Sin embargo, como suele ocurrir cuando se ataca a un colectivo, hubo un contraataque. Los escritores de novela negra levantaron la barbilla y empezaron a decir que ellos practicaban la mejor de todas las narrativas posibles, que sus obras eran las únicas que hacían pensar realmente a los lectores, que sus ficciones hablaban de los problemas reales de la sociedad… En mi opinión, todos aquellos argumentos no hacían más que demostrar que realmente teníamos un complejo. Por suerte, Mankell y Larsson normalizaron el género y consiguieron que las librerías le dedicaran un espacio.

—Ahora se ha metido de por medio el true crime…

—Mira, yo he escrito dos true crimes: Bellísimas personas y Corpus delicti. Y las dos veces salí convencido de que no debía seguir por ese camino. Por un motivo: el respeto que toda víctima merece. Yo no puedo hablar de true crime con el desparpajo con el que lo hacen los norteamericanos, que escriben libros o producen documentales en los que se muestra el rostro y se dan los nombres y apellidos de víctimas, familiares y conocidos. Me parece un descaro, puro morbo. Además, hay una diferencia sustancial entre un escritor de ficción y un escritor de true crime: el primero trata de convertir una historia en un paradigma que sirva para comprender la humanidad entera, mientras que el segundo quiere dar carácter universal a algo meramente circunstancial. Por decirlo de un modo sencillo: un escritor de true crime quiere que, en un accidente de carretera, todos saquemos la cabeza por la ventanilla para ver un poco de sangre. No me gusta.

—Últimamente ha habido muchas polémicas con el true crime y los propios editores han frenado un poco.

"Él decía que ya había cumplido con la sociedad y se quejaba de que mi libro resucitara un tema por el que ya había pagado"

—¡Normal! Si en mi familia ocurriera una desgracia, no querría que nos convirtieran en una atracción de feria. Cuando escribí Bellísimas personas me puse en contacto con el culpable, que en aquel momento cumplía pena en la cárcel. Mantuve una correspondencia fluida con él y reconozco que sus cartas me hicieron reflexionar. Él decía que ya había cumplido con la sociedad y se quejaba de que mi libro resucitara un tema por el que ya había pagado. Aquel conflicto de intereses me hizo pensar mucho y, al final, cambié la estructura de la novela. También comprendí que, al empezar a escribir un libro, ya estás haciendo ficción. Aunque digas que te has basado en hechos reales, estás ficcionando, lo cual te da otro motivo para desconfiar del género.

—El último Análisis del Mercado del Libro publicado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), con datos del 2023, afirma que la novela negra ha caído en ventas un 0,5 por ciento. Aun así, sigue representando el 20 por ciento del mercado de ficción. ¿Hay riesgo de saturación del género negro?

—Esos datos no tienen importancia. Siempre hay subidas y bajadas, es algo normal en el mercado. El género negro está pasando un buen momento, y no hay más.

—Manuel de Pedrolo y Jaume Fuster estaban convencidos de que la novela negra era un instrumento ideal para atraer a los lectores hacia la literatura en catalán. Esta idea de proteger los idiomas minoritarios a través de la literatura popular es muy interesante.

"Me dijo que la novela no estaba mal, pero que mi catalán era espantoso. Por eso volví al castellano, al menos durante una temporada"

—Conmigo consiguieron llevarme al catalán. Yo había sido educado en castellano, porque el franquismo así lo había impuesto, y cuando descubrí la colección de novela negra La Cua de Palla, dirigida por Manuel de Pedrolo, decidí que quería publicar ahí. Por eso escribí mi primera novela en catalán, o al menos en algo parecido al catalán. Recuerdo que, como no tenía ni idea de cómo funcionaba el mundillo cultural, busqué el nombre de Manuel de Pedrolo en las Páginas Blancas. En vez de dirigirme a Edicions 62, que era la editorial que publicaba la colección, me planté en su domicilio particular. Cuando abrió la puerta, puso los ojos como platos. Pero cogió mi manuscrito, lo leyó y me citó de nuevo en su casa. Me dijo que la novela no estaba mal, pero que mi catalán era espantoso. Por eso volví al castellano, al menos durante una temporada. Porque después Jaume Fuster, con quien yo había cantado y bailado en un musical, me retó a regresar al catalán.

—Perdón: ¿acabas de decir que Jaume Fuster y tú fuisteis actores en un musical?

—Sí, sí. Estuvimos en un grupo de teatro independiente que actuaba en parroquias, centros cívicos y espacios de ese tipo. De hecho, así es como entré en contacto con Mario Gas, que me pidió que protagonizara una de sus obras. Le dije que no porque no quería abandonar los estudios.

—Y también fuiste guionista de cómics. Primero escribiste guiones para Pulgarcito, Mortadelo y Filemón y El Víbora, y más adelante para El Jueves, Cambio 16 y Penthouse, entre otras revistas.

—Siempre he dicho que mi forma de escribir nació durante mi época como guionista de cómics. Es más, Jaume Ribera y yo nos conocimos mientras ambos ejercíamos como guionistas en Bruguera y después creamos juntos la serie del detective Flanagan.

—Yo había leído que tu afición a la novela negra venía de la lectura de Enid Blyton y de las visitas de tu tío Manolo, que era agente de policía.

"Pero no se puede olvidar que, ya de pequeño, yo jugaba a ser narrador. Me gustaba mucho contar a mis amigos las historias que leía en otros libros o que me inventaba"

—Pero no se puede olvidar que, ya de pequeño, yo jugaba a ser narrador. Me gustaba mucho contar a mis amigos las historias que leía en otros libros o que me inventaba. Digamos que yo era el cuentacuentos de mi pandilla. Además, mi padre era amigo de un acomodador de un cine al que me dejaba entrar cuando echaban películas no aptas para menores. Así es como pude ver Las novias de Drácula (Terence Fischer, 1960), cuyas escenas yo describía después a mis amigos. Aquella película me dio unos éxitos de audiencia formidables. En la actualidad, antes de sentarme a escribir, quedo con mi editor y le cuento el argumento de mi siguiente novela. Si le gusta, me pongo a redactarla. Nos lo pasamos muy bien discutiendo la estructura y esas cosas.

—Se puede decir que siempre has sido escritor.

—En realidad, no era mi intención. De hecho, ni siquiera se me pasaba por la cabeza. Además, mi padre siempre me dijo que yo no podría ser escritor porque no tenía padrinos. Y era verdad. En mi familia no teníamos ninguna conexión con el mundo literario. Por eso cuando me matriculé en la universidad, no lo hice ni en periodismo, ni en filología, sino en psicología. Pero entonces llegó el servicio militar, que hice en Ibiza, y me puse a escribir guiones para pagarme un apartamento frente al mar, comer a diario en un restaurante e ir a la discoteca con los amigos. Luego, al terminar la mili, y viendo que ganaba dinero con los guiones, seguí por ese camino. Y hasta hoy.

—He leído que has querido jubilarte varias veces, pero que las ideas para nuevas novelas te lo impiden.

—Hay ideas por todas partes, solo hay que estirar la mano y cogerlas. De todas formas, nunca he usado la palabra “jubilación” para referirme a la escritura, sino a la industria editorial. Reconozco que me gustaría mandarla a hacer gárgaras.

—¿Por qué?

—Las editoriales han cambiado mucho. Yo pude hacerme escritor porque, en aquel entonces, las editoriales jugaban a favor de los autores, a favor de la literatura, a favor de la cultura. Pero hoy no es así. Ha habido un golpe de estado en el mundo editorial y ahora sus mandamases solo buscan el dinero. Quieren ganar dinero a cualquier precio. Entre todos están hundiendo la literatura. Antes eran los editores quienes decían qué debía leer la sociedad; ahora lo hacen los comerciales. Si un comercial dice que una novela no venderá, pues no la publican. Así están las cosas. Por eso digo que, si hoy fuera joven, no me haría escritor.

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