Susana Vallejo quedó finalista del Premio Edebé 2024 con una novela juvenil protagonizada por un joven grumete que huyó de su padrastro y encontró un mundo fascinante más allá de su aldea. Una historia, además, que nos acerca a la cultura fenicia, a los orígenes de la escritura y al poder de la ficción.
En Zenda reproducimos el arranque de Por siempre (Edebé), de Susana Vallejo.
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SIGLO VIII a. de C.
En algún lugar de lo que ahora conocemos como Grecia
El dulce olor de la muerte caracolea por la estancia. Un hombre, que delira entre sueños, calla cuan do Anná coloca paños húmedos sobre su piel ardiente. Grita cada vez que le limpia las heridas infectadas.
Cuando le suelta la mano, se acerca al ventanuco y contempla la luz sonrosada de la aurora. Su silueta, perfilada en dorados y naranjas, se encoge. Los dioses saben que el destino del mundo descansa sobre sus hombros. Y ella, también.
El pasado, como el olor a muerte, planea a su alrededor, envolviéndola como un sudario.
«No me olvides», murmura una voz muy ronca en su cabeza.
La mujer suspira cansada.
—Vivirás por siempre —dice en voz alta al hombre moribundo, al mundo entero, a los dioses y a todas las personas del futuro que nunca conocerá, pero que sabe que estarán allá, leyendo sus palabras—. Yo hablaré por ti y contaré tu historia.
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23 años antes
Todo comenzó allí, en una pequeña aldea, cuyo nombre a nadie importa. Si cierro los ojos, aún puedo ver el horno, mi cabaña y las de nuestros vecinos desparramándose sobre la colina; la playa, el pequeño muelle y el perfil de las rocas del acantilado tan semejante al de una mujer. Nieve trota a mi lado, es un cachorro aún, oigo sus ladridos. Casi puedo sentir el olor del pan y el de la tierra húmeda.
Era un poblacho miserable, pero yo no era consciente de ello. No podía compararlo con nada más.
Aquel parecía un día como cualquier otro, pero el Destino urdía sus propios planes y lo que hasta ese momento había sido mi vida estaba a punto de convertirse en un relato totalmente diferente. Yo no tenía ningún deseo de dejar mi aldea, no soñaba con aventuras, nunca quise convertirme en un héroe. Tan solo deseaba que volviera el aedo, el poeta que contaba historias por los pueblos, y que mi tío dejara de pegarnos, a mi madre y a mí.
—¿A qué esperas, gandul? —Me golpeó con fuerza—. ¡Corre a llevar la comida a los comerciantes!
Mi tío, que también resultaba ser mi padrastro, era calvo, gordo, fuerte como una encina y más duro que un 9 canto de río. Cuando murió mi padre, él ocupó su lugar. Pero su corazón solo albergaba odio hacia nosotros.
Llené una cesta hasta arriba con tortas de pan que aún humeaban y me dirigí hacia las mesas en las que se encontraban los comerciantes. Entre todos ellos, destacaba uno muy alto, de espaldas anchas y barba gris. Se había levantado y gesticulaba exageradamente.
—Dos días permanecimos allá dentro escondidos. ¡Dos días! —Nunca antes había oído una voz tan ron ca como la suya—. Lo más difícil fue permanecer en silencio y estarnos quietos. A mí se me dormía prime ro un brazo, luego una pierna, después el otro brazo… Apenas teníamos espacio para movernos. Imaginaos, allí, todos parados y en silencio. ¡No podíamos ni tirarnos un pedo!
Los hombres que le escuchaban celebraron la gracia con risotadas. Aproveché el momento para dejar la cesta del pan sobre la mesa.
—Muchacho, ya solo falta que nos traigas un poco más de vino y que esos pescados que está preparando tu madre lleguen cuanto antes. Entonces puede que tengamos fuerzas suficientes como para continuar es cuchando los cuentos de Matán y proseguir mañana nuestro camino —bromeó un hombre, delgado y alto, mientras echaba mano a una de las tortas de pan.
—No son cuentos, Silio. Son la verdad. Así es como sucedió y así os lo estoy contando…
—¡Sigue con la historia, Matán! —rogó otro de los hombres.
—Pues ahí estábamos, hacinados como esas ovejas que traemos desde Arabia, pero mucho más quietos y más callados, claro… —Gesticuló exageradamente—. ¿Sabéis? Tuvimos que hacer nuestras necesidades en un odre que nos íbamos pasando los unos a los otros.
—¡Menudos héroes!
—Los auténticos héroes suelen hacer cosas muy poco heroicas. —Matán rio con sonoras carcajadas—. Pero valió la pena. —Dio un largo trago a su jarra de arcilla, ahora repleta de cerveza—. Y así fue como tomamos la ciudad.
Yo debía de tener la boca abierta. Conocía al grupo de comerciantes, porque solía pasar cada pocos meses por nuestra aldea. La historia que acababa de contar el tal Matán se parecía sospechosamente a la que cantaba el poeta sobre la conquista de Troya. Es taba claro que la había copiado, pero estaba tan llena de detalles que parecía real.
—No me creo ni una sola palabra de lo que cuentas —intervino Silio—, pero me gustan mucho tus histo rias. —Chocó su jarra con la de Matán.
—¡Pues es toda la verdad! Todas mis historias nacen de lo que realmente ocurrió. Y tengo una prueba que lo demuestra. ¿Veis esta cicatriz? —Se arremangó la tela de su túnica y les enseñó un repliegue blancuzco dibujado en el muslo—. En la ciudad se defendieron con saña. Esto me lo hizo un hombre con un puñal. Cometí un error. Le di por muerto, pero escondía un cuchillo… Y cada día, cada maldito día, lo recuerdo. Bueno, sobre todo, cuando va a llover. Ja, ja, ja… Yo no podía apartar la mirada de la amplia mar ca que cruzaba el muslo de Matán. Él se dio cuenta de que lo observaba.
[…]
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Autora: Susana Vallejo. Título: Por siempre. Editorial: Edebé. Venta: Todos tus libros.


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