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Alas rotas, de David Aleman

Alas rotas, de David Aleman

Marcos Ro es un hombre con un objetivo en la vida: llegar a ser líder de audiencia con su programa de sucesos. Para conseguirlo hará todo lo que sea necesario: manipular a los directivos de la cadena de televisión, engañar a la audiencia e, incluso, trepar a costa de su mujer, presentadora de la competencia. Zenda ofrece un adelanto de la novela del presentador de televisión y escritor David Aleman, Alas rotas

1

FIN

El coche de producción llegó puntual a la gran mansión familiar. Diana apuraba un zumo de naranja mientras devoraba la prensa. Todos los periódicos habían salido con la misma noticia. El famoso presentador Marcos Ro ocupaba todas las portadas. Ese día no se hablaría de otra cosa. Era paradójico que una estrella de la televisión acostumbrada a contar sucesos pasara a protagonizar uno de ellos.

Se quedó mirando a su hija fijamente. La pequeña estaba jugando con el iPad, ajena a todo. Pensó que debía tener una larga charla con ella, pero sería en otro momento. Antes tenía que resolver unas cuantas cosas. Jamás se imaginó que le fuera a costar tanto reunirse con el director general de la Policía. Todos los meses se veían al menos dos veces, pero ese día era diferente. Ese día la información que tenían que intercambiarse era la más importante de su vida.

El chófer le abrió la puerta del Mercedes negro. Al entrar en el vehículo, prefirió mirar al suelo antes de tener que cruzar su mirada con la de su empleado. De esa forma evitaba gestos de indiferencia disfrazados de condolencia.

De camino al trabajo, a Diana se le agolpaban los recuerdos, las sensaciones y los sentimientos. Una mezcla de tristeza, pena y alegría. Iba a ser una jornada muy larga. Recordó el día que conoció a Marcos. Fue curioso pensar que la televisión les unió y también les separó. Se habían querido mucho. Se habían apoyado de tal forma que el éxito de uno no hubiera sido posible sin la ayuda del otro. Hubo un momento en que fueron invencibles. Dos personas con tanta afinidad que parecían una sola. Les gustaba lo mismo, tenían las mismas ambiciones, los mismos planes de futuro. Cuando uno de los dos avanzaba, tiraba del otro y los dos ganaban. Fueron progresando a la vez, hasta llegar a un éxito que jamás imaginaron. Lo que nunca pudo recordar fue el momento en que todo eso cambió. La vibración más imperceptible es capaz de provocar la bifurcación del camino, creando con el paso de los años dos vidas totalmente alejadas. Nunca adivinó cuál fue esa vibración. El castillo de sueños que construyeron se derrumbó y ninguno de los dos fue capaz de desescombrarlo. Siempre quedaron añicos de reproches, envidias y traiciones.

Se había prometido no soltar ni una sola lágrima, pero los esfuerzos no fueron suficientes. Al fin y al cabo, fue el hombre de su vida. Le dio lo que más quería en el mundo, su hija. Y si había llegado tan lejos, y si en algún momento había sido feliz, fue gracias a él. La mezcla de sentimientos, nostalgia y melancolía se quedó en el coche. Nada más pisar la acera, parecía otra. Dejó la persona para convertirse en la estrella. Levantó la cabeza, miró al frente y se metió en la piel de la prestigiosa presentadora que era.

En cuanto entró en los estudios, se le dibujó una media sonrisa en su cara. Estaba decidida. Lo tenía claro. Ese día volvería a ser la reina, daría un golpe en la mesa y recuperaría el terreno perdido. El golpe de efecto sería espectacular. Se sentó delante de las cámaras aparentando tranquilidad. Los focos que la alumbraban le transmitían un calor que no sentía. Por el pinganillo escuchaba la cuenta atrás.

—3, 2, 1… Dentro cabecera.

Oía la sintonía de su programa a la vez que su corazón desbocado. Cuando por el rabillo del ojo vio que estaba en imagen, comenzó a hablar.

—Buenas noches, esta mañana han asesinado a mi marido. Esto es Diana en directo. ¡Comenzamos!

2

MARCOS

20 de noviembre de 1975.

—«Españoles, Franco ha muerto».

Ese día saltaron muchas lágrimas. Unas de tristeza y otras de alegría. La muerte del dictador ponía fin a un ciclo y donde muchos veían una oportunidad, otros veían el miedo. Las lágrimas de Catalina y Esteban eran bien diferentes. Eran de felicidad absoluta. Poco les importaba la llegada o no de un nuevo régimen político. Ese día lo único que existía en su mundo era la llegada de su primer hijo. Llevaban años esperándolo pero no acababan de poner la guinda a un pastel que habían elaborado ambos a base de mucho amor, esfuerzo y sacrificio. Era una pareja feliz, habían conseguido formar un hogar y solo les faltaba la alegría de un bebé. Cuando nació Marcos, el matrimonio estaba pletórico. Desde el primer momento que le vieron la cara supieron que harían todo lo posible para que no le faltara de nada. Les daba igual el rumbo que siguiera España. El mundo que realmente les importaba estaba cerca del Retiro, en una casa comprada diez años atrás, a la que llegaban ahora con una nueva vida.

Marcos vivió siempre entre algodones. Sus padres le colmaban de todo tipo de caprichos. Aunque la economía no les daba para grandes lujos, nunca les faltó de nada. Acudía a diario a un prestigioso colegio cercano a su casa. No fue un estudiante brillante pero tampoco tuvo excesivos problemas. Lo dejaba todo para el último día, que era cuando se pegaba la panzada a estudiar. El aprobado para él era más que suficiente. Un alambre muy fino por el que caminaba que le hizo tropezar unas cuantas veces. Los suspensos no les sentaban nada bien a sus padres, que veían cómo su hijo desaprovechaba su talento y su inteligencia y aprovechaba al máximo su vagancia.

Tenía un cuerpo atlético. Pasaba muchas horas haciendo deporte. Se había inscrito en el equipo de fútbol del colegio y todas las tardes se quedaba después de la clase a entrenar. Se le daban bien los deportes, y era muy bueno jugando al fútbol. Tanto es así que llegó a jugar con los juveniles del Real Madrid. Esteban estaba feliz. Acompañó a su hijo a todos los entrenamientos y estaba seguro de que le harían la ficha. Finalmente no fue así. Le dijeron que tenía un gran potencial pero que debería seguir mejorando en su equipo del colegio. Fue una gran decepción para los dos. Ambos ya se imaginaban acudiendo a la Ciudad Deportiva para jugar partidos oficiales los fines de semana. Marcos se siguió esforzando en su equipo de toda la vida porque le dijeron que había veces que el Madrid enviaba a sus ojeadores a ver los partidos de fútbol de aquellos jugadores que habían entrenado con el equipo blanco para observar su evolución. Eso nunca sucedió. A Marcos jamás le volvieron a llamar. La única relación que tuvo con el Madrid desde ese momento era cuando acudía con su padre al Santiago Bernabeu para ver a Hugo Sánchez, su gran ídolo de la infancia. Poco a poco fue perdiendo el interés de practicar un deporte, que sabía que no le iba a reportar nada en el futuro.

 

Marcos también tenía un gran físico. Eso le hizo muy popular en el colegio. Cuando era pequeño, algunos familiares decían que era tan guapo que parecía una niña. En la adolescencia ya nadie dudaba de su género, aunque seguía siendo tremendamente atractivo. Raro era el fin de semana que no saliera con alguna chica. La efervescencia de sus hormonas se imponía a las neuronas del buen gusto. Le daba igual ocho que ochenta. A su madre, Catalina, no le gustaba tanta promiscuidad y muchas veces discutió con él sobre este tema.

—Deberías hacerte valer más. Eres capaz de enrollarte con el palo de una escoba si tiene falda.

—Mamá, soy joven y tengo la suerte de que gusto a las chicas. ¿Por qué tengo que privarme? Estoy disfrutando. No creo que haya nada malo en ello.

Desde el punto de vista de un chaval joven, no había nada que objetar, pero su madre quería lanzarle un mensaje de vida.

—Mira, Marcos, todas las cosas exclusivas que existen en el mundo tienen un alto precio y son pocas las personas que pueden acceder a ellas, ya sea porque son muy caras o porque son difíciles de conseguir. Si tú estás al alcance de todo el mundo, nunca serás exclusivo. Utiliza tu talento, tu físico y tu cabeza. ¡Hazte valer! —exclamó Catalina.

Marcos entendió el mensaje a su manera. Se dio cuenta de que su madre tenía razón y que podía sacarle mucho partido a su atractivo. Había una asignatura que se le atragantaba y pensó que era el momento de utilizar su talento, su físico y… no se acordaba muy bien de cómo acababa el consejo de su madre, pero le dio igual, tenía claro cuál iba a ser su objetivo desde ese momento: la profesora de inglés.

Los idiomas nunca habían sido su fuerte. La mayoría de las veces prefería quedarse con algunos amigos en el Retiro que acudir a clase de inglés. Lo único que le gustaba de esa asignatura era Fabiola. Una chica joven, recién salida de la universidad, con muy mal genio pero con un tipazo que volvía locos a sus alumnos. De cara no era muy allá, pero era rubia, delgada, alta, y los pantalones vaqueros le quedaban fenomenal. Suficiente para todos esos chavales que acababan de descubrir que no les hacía falta nadie para pasar un buen rato en la intimidad. Solo bastaba con algo poco de imaginación.

Marcos quiso ir un poco más allá. Quiso hacer realidad sus fantasías. Hasta el momento no se le había resistido ninguna de sus compañeras. Algunas eran de cursos superiores con dos o tres años más que él, otras incluso tenían novio. Daba igual, todas se rendían a sus encantos. Cuanto más difícil parecía la chica, más le gustaba a Marcos. Se jactaba entre sus amigos de haberse acostado con Danae, la chica más popular del colegio. Danae era una mala estudiante que había repetido dos veces, pero con un físico espectacular. No solo era guapa sino que además tenía unos pechos enormes. Le gustaba vestir con poca tela; minifalda y top cuando hacía buen tiempo, y minifalda, top y cazadora cuando hacía frío. Eso hizo que tuviera fama de irse con el primero que le decía «ole». Lo cierto es que le gustaba provocar y después dar calabazas a todo el que se le acercaba. Con Marcos hizo una excepción. Un viernes, después de tomar un par de copas, Marcos la acompañó a su casa y en el portal consiguió quitarle el top.

Pensó que el siguiente paso era seducir a su profesora de inglés y tal vez así aprobar en junio la asignatura. Había oído historias de otros alumnos que habían hecho algo similar con otras profesoras. Había quien aseguraba que un antiguo alumno había sido expulsado y la maestra en cuestión denunciada. Probablemente se trataba de leyendas urbanas, historias que nunca existieron y que se habían ido trasmitiendo de boca en boca desde que algún chaval se lo inventó aunque nunca tuviera el valor de intentarlo.

A medida que pasaban los años, Marcos estaba más seguro de sí mismo y no tuvo ninguna duda de que ese curso sacaría sobresaliente en inglés a pesar de no tener ni idea de lo que era el genitivo sajón.

Quedaban pocos meses para acabar COU y presentarse a la selectividad. Iba aprobando todas las asignaturas pero la lengua extranjera seguía siendo su talón de Aquiles. Ese día, inglés tocaba a primera hora. Fabiola llegó, como siempre, cuando todos los alumnos estaban sentados. Desfilaba como una modelo ante la mirada lasciva de algunos e inocente de otros. Marcos pensó que lo hacía aposta para exhibirse. También pensó que nunca antes se había planteado esa teoría. Pero ese día era especial. Ese día comenzaba la operación «aprobar inglés» y cualquier movimiento que hiciera Fabiola a Marcos le parecía una provocación. Era su forma de convencerse de que le resultaría fácil ligarse nada más y nada menos que a la profesora de inglés.

No desperdició ni un minuto. La primera vez que Fabiola cruzó la mirada con él, Marcos no apartó la vista y le dedicó una sonrisa. Fabiola no le dio la más mínima importancia. Sabía que Marcos no hacía ni caso en sus clases, que siempre pensaba en sus cosas en lugar de atender. La mayoría de las veces que le preguntaba por algo que estaba explicando, no sabía qué responder porque ni siquiera la había escuchado. Cuando le vio sonreír, creyó que se habría acordado de algo gracioso.

—Señor Rodríguez, nos puede contar a todos qué es eso tan gracioso por lo que no puede dejar de sonreír.

Oh, oh. Esa reacción no era nada buena, pensó Marcos. Siempre le habían dicho que tenía una sonrisa perfecta. Era la primera vez que alguien se enfadaba después de esbozar su plato fuerte.

—No me trate de usted, señorita, llevamos prácticamente un año juntos. Creo que hay confianza suficiente para que me llame por mi nombre.

Pensó que lo primero que tenía que hacer era romper la barrera del tratamiento formal. Volvió a sonreír.

—Señor Rodríguez, no se le ocurra volver a decirme cómo le tengo que llamar. Es cierto que llevamos casi un año en esta clase, pero no tenemos ninguna confianza, entre otras cosas, porque usted está siempre en la inopia mientras yo doy las clases. Así que deje de pensar en eso que le hace tanta gracia y atienda.

Marcos se dio cuenta de que era muy difícil ligar a primera hora de la mañana. Esa misma sonrisa por la tarde no hubiera fallado.

Una de las características de Marcos era su tozudez. Cuando se le metía algo en la cabeza no paraba hasta conseguirlo. Este reto de seducir a su profesora le entusiasmaba. Ya no lo hacía por aprobar la asignatura. Era una cuestión de orgullo, de saber cuánto valía. Siguiendo el consejo de su madre, iba a ser exclusivo. Seguramente no había muchos alumnos que tuvieran a su profesora al alcance.

Esperó al viernes de esa misma semana. Ese día, la clase de inglés era a última hora de la tarde. A esas horas el cuerpo ya tiene ganas de fin de semana. Marcos pensó que Fabiola estaría más receptiva.

Igual que hizo en el primer intento, en cuanto la mirada de Fabiola colisionó frontalmente con la suya, Marcos sonrió. Pero esta vez midió sus movimientos. Bajó la cabeza para tener que mirar de abajo arriba. Mintió al poner un gesto tímido y ruborizado. Dibujó media sonrisa sin llegar a abrir los labios y levantó las cejas casi de forma imperceptible. Fabiola retiró su mirada. Se dio cuenta de que esa sonrisa no era de un alumno despistado. Esa sonrisa se la había dedicado a ella con toda la intención, aunque no sabía exactamente cuál era. El caso es que la descolocó, incluso se llegó a poner nerviosa. Dejó pasar un tiempo prudencial y volvió a mirar a Marcos mientras recordaba casi como un robot las WH Questions. Algo le golpeó en el estómago cuando vio al muchacho mirándola fijamente con una nueva sonrisa. Esta vez no era tímida, era de frente. Era una sonrisa amplia, semiabierta. Un gesto que trasmitía felicidad, ilusión. La sonrisa infantil de un alumno, pero, a su vez, la de un hombre que la devoraba con la mirada. Las mariposas revolotearon más fuerte en su tripa cuando pensó que esa sonrisa… era preciosa.

Cuando llegó a su casa, no podía quitarse de la cabeza lo que había ocurrido esa tarde. No se explicaba cómo había sido posible. Habían sido dos cruces de miradas. La primera, fugaz pero suficiente para ponerla en alerta. La segunda, más larga, fue la que le rompió los esquemas. Tenía la seguridad de que nunca antes un alumno había seducido de esa forma a su profesora. Tenía una sensación de euforia y de ilusión que se sobreponía a la de responsabilidad y al miedo de saber que eso no era correcto. Pero le dio igual, sabía perfectamente cuál había sido siempre su objetivo: ser feliz. Y en ese momento, la mirada de ese alumno había conseguido que se sintiera viva.

Cuando esa noche se metió en la cama, abrazó a su marido y lo besó. Cogió sus manos y las colocó debajo de su camiseta, a la altura de sus pechos. Fabiola cerró los ojos e imaginó que quien le acariciaba ahora la zona pélvica era su alumno con la sonrisa perfecta. Esa noche hicieron el amor los tres. En la cama, los que se movían al compás eran Fabiola y su marido, pero fue Marcos, con su sonrisa, quien le provocó el orgasmo.

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Autor: David Aleman. Título: Alas rotas. Editorial: La esfera de libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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