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Alicia Aza: «La poesía, como el arte, es un encuentro con la libertad»

Alicia Aza. Foto: Jeosm

Como el gran Fonollosa, Alicia Aza (Madrid, 1966) se siente cómoda en el endecasílabo blanco. Así se expresa en su cuarto poemario, Arquitectura del silencio (Valparaíso Ediciones), un libro amargo y doliente, pero no cenizo: sus versos no son de polvo que vuela; aún sale humo del suelo, las brasas todavía queman. Auschwitz, Tiananmén, Jerusalén o Madrid, entre otros, son los escenarios sobre los que se conjuga una mirada reflexiva y serena sobre la barbarie y el horror en pretérito imperfecto, pero también en presente: siempre habrá miedos, vértigos y gente mala. Zenda conversa con la autora en una fría tarde de diciembre, mientras la ciclogénesis explosiva Ana, que en Madrid no pasó de petardo, se fuga de la capital del Reino de España.

Alicia Aza. Foto: Jeosm

P: Señora Aza, ¿es el hombre un lobo para el hombre o un buen salvaje pervertido por sus semejantes?

R: En el fondo, creo que es un lobo. Pero creo que hay de todo. Aquí, lo que estoy poniendo de relieve es: ¿qué estamos haciendo? Es una llamada de atención porque, verdaderamente, es como si la Humanidad no tuviera memoria. Yo creo que en la vida te encuentras con gente mala, cuya maldad está en el gen, pero también con gente buena. Es la experiencia vital que uno tiene. También pienso a veces que es lo que uno proyecta: cuando tú no estás bien contigo mismo, proyectas una negatividad y atraes una negatividad. La reflexión es: ¿qué es lo que prima ahí? ¿Qué porcentaje hay de lobo o de personas buenas?

P: Es abogada en ejercicio. ¿Se humaniza mejor desde el derecho o desde la poesía?

R: Desde la poesía. El derecho lo que impone son normas para establecer un orden, regular la convivencia entre todos nosotros y con las instituciones. La poesía es otra cosa. El derecho regula y prohíbe. La poesía te da mayor libertad, te permite reflexionar.

P: ¿La poesía nos hará libres?

R: De alguna manera sí. Para mí, la poesía, como el arte, es un encuentro con la libertad.

"Hay palabras que pueden herir, matar, generar mucho dolor, y otras que reconfortan, sanan heridas. La palabra es muy importante, es la forma en la que nos comunicamos."

P: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”, reza el Evangelio de Juan. ¿Hasta qué punto la palabra nos hace dioses y/o demonios?

R: Creo que la palabra puede tener muchos significados y muchas consecuencias. Hay palabras que pueden herir, matar, generar mucho dolor, y otras que reconfortan, sanan heridas. La palabra es muy importante, es la forma en la que nos comunicamos. Lo primero que se usó para comunicarse entre humanos fue la música, y luego vino la palabra. Con la palabra avanzamos. En sentido literal y metafórico.

P: En su último poemario, el silencio construye muros “y sólo la palabra los derriba”.

R: Claro. Ahí me estoy refiriendo a la falta de diálogo, que es lo que hemos visto ahora en el tema de Cataluña. Al final, en cualquier relación entre personas, estados, gobiernos, etcétera, si lo que se impone es el silencio, se va levantando un muro, creando un distanciamiento, que es difícil de tumbar.

P: También “la lengua es sospechosa del desgarro”.

R: Es un guiño que hago al poema “Fuga de la muerte” de Paul Celan recogido en el verso anterior. Me estoy refiriendo al alemán, al idioma. Esa es mi intención; luego, un verso puede funcionar como quiera.

P: “Hoy todo es un souvenir de lo ocurrido, / un click en Instagram o un me gusta / pero nada detiene a la memoria”. ¿No cree que, precisamente por esta urgencia digital de lo instantáneo, la memoria corre más peligro que nunca?

R: Hoy todo es un click en Instagram: toda esa necesidad de inmediatez y de falta de observación con serenidad… (Piensa) Esos versos están en el capítulo de Vietnam, cuando visito los túneles en Saigón. Ese viaje me dejó totalmente conmovida: cómo pudieron sobrevivir ahí en esos túneles subterráneos, como hormigueros… Mientras, veía cómo la gente iba haciendo fotos para subirlas a Facebook, a Instagram, pero nadie se paraba a reflexionar. Todo eso hace que no tengamos tiempo para reflexionar y la memoria, en el fondo, exige una reflexión.

"Contemplé la idea del miedo cuando estábamos viviendo los atentados de DAESH en Niza. Claro, hay países que no han vivido el terrorismo. Pero yo, desde mi adolescencia, viví el terrorismo."

P: Continuando por la memoria: uno de sus poemas versa sobre la transición y sobre ETA. ¿Se está manipulando u olvidando ese relato de un modo consciente?

R: Yo creo que no, o quiero pensar que no. Simplemente, los acontecimientos históricos van a una deriva tan traumática para la sociedad que nos llena de miedo, y otra vez por lo mismo: una noticia tapa a otra. Tienen que ser los escritores, los poetas o los artistas quienes llamen la atención para que la gente se pare a pensar de dónde venimos. Con este libro, nunca tuve desde el inicio la intención de escribir sobre ello, pero mientras lo trabajaba, me surgió esa necesidad. Contemplé la idea del miedo cuando estábamos viviendo los atentados de DAESH en Niza. Claro, hay países que no han vivido el terrorismo. Pero yo, desde mi adolescencia, viví el terrorismo. No te digo ya la gente del País Vasco. El atentado de Hipercor en Barcelona, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la imagen de la salida del zulo de Ortega Lara… me dejaron traumatizada. Nos acostumbramos a vivir con miedo.  Esto era terrorismo nacional; ahora es internacional. Y a mis hijos también los veo así: viven con miedo.

Alicia Aza. Foto: Jeosm

P: ¿Y respecto a la transición?

R: Franco muere en el año 75. Yo, en ese momento, tengo nueve años. Nunca me ha interesado la política, pero siempre he tenido la intuición para darme cuenta de los acontecimientos que iban a cambiar el mundo. Con nueve años, te decía, guardé la portada del ABC con la muerte de Franco. Creo que, entre todos, colaboramos para crear un país libre. Yo no sé hasta qué punto se está minusvalorando esto. La Constitución tiene cosas buenas, malas, habría que reformar alguno de sus capítulos… pero en aquel momento se vio la oportunidad, y yo me siento muy satisfecha de haber crecido en democracia, y de que mis hijos también.

P: ¿Cuál es la metáfora de los muertos sin jardín?

R: El tema de los cementerios siempre me ha parecido un horror, especialmente en Madrid. El cementerio de la Almudena es torturante. Cuando muere mi abuela, a la cual yo estaba muy unida, se entierran sus restos en un cementerio que me parecía un jardín lleno de flores. Cuando visito Auschwitz, asocio eso: la cantidad de gente que murió allí y no tuvo jardín. (Piensa) Muertos sin jardín: al final, es esa imagen sórdida de los cementerios, y no te digo ya de las cámaras de gas, las fosas comunes y todo eso. Las imágenes son muy potentes, pero obedecen a ideas muy sencillas. Tú, cuando estás enterrando a un ser querido, te gusta que sea en un lugar bonito. Cuando viajo por Centroeuropa, especialmente en Austria, los cementerios me gustan: hay flores, verde… me gustan.

P: “Es el fin de Occidente y de su gloria”. ¿Vivimos los últimos días de Pompeya?

R: Sí. Ese verso obedece a la caída de las Torres Gemelas. Ver aquello en televisión fue traumático. Creo que es el fin de una época más que de un imperio: tampoco creo que Occidente haya sido un imperio. Pero sí me llegan aires frescos de que el resurgir está en Asia. Por otro lado, me llegan noticias de la involución que se está viviendo en China.

"Hoy, todo el mundo está pendiente del WhatsApp, Facebook o Twitter. Yo la primera: antes era una gran lectora, y cada vez leo menos, salvo en verano."

P: ¿Se ha vaciado el occidental de sí mismo, “o quizá sólo somos un espectro”?

R: Creo que sí. Lo que he echado de menos en todos estos años de crisis económica es la mirada del intelectual. La gente tiene miedo y no se arriesga. La gente no es independiente porque tiene miedo de opinar. Y creo que esto nos ha vaciado. No reflexionamos. Vivimos muy rápido y no tenemos tiempo, y eso hace que nos vaciemos. Para tú llenarte espiritual e intelectualmente necesitas un tiempo, una dedicación, un sosiego: en lecturas, en escuchar música, en hacer deporte o estar en contacto con la naturaleza. Pero hoy, todo el mundo está pendiente del WhatsApp, Facebook o Twitter. Yo la primera: antes era una gran lectora, y cada vez leo menos, salvo en verano. ¿Por qué? Porque estoy mirando el Facebook. Esto de la tecnología nos tiene a todos subyugados.

Alicia Aza. Foto: Jeosm

P: En Arquitectura del silencio también hay un rechazo a las religiones que tienen una bandera, “cinturones y látigos que matan, / autos de fe que expulsan para siempre, / ejércitos que ganan territorios / y piensan en el más allá infinito”.

R: Sí. Creo que todas las religiones pecan de eso. Hasta el budismo, a la que no entiendo como religión, sino como planteamiento filosófico: con el tema de Birmania, ya hay grupos budistas que se han enfrentado. Yo aprendí que la religión tiene que proyectar la caridad con el otro, y no esa necesidad obsesiva de imponerse por encima de todo, usando la guerra, el terror, los asesinatos… No soy creyente, no soy religiosa y estoy totalmente en contra de todas las religiones. No he conocido ninguna que me haya convencido.

P: ¿Cuántas posibilidades de vencer tienen los bárbaros?

R: Muchas. Estamos siendo ya perjudicados, aunque sea sólo en la manera de viajar. Ya los viajes son incómodos: te subes en un avión o en un tren muerto de miedo. Al final, yo creo que el mal acaba triunfando. Por otro lado, esto lo reflejo en el último capítulo del libro: en la isla de Rodas tuve la ocasión de conocer a una persona que había estado en Auschwitz. Me dejó muy conmovida: era un hombre de una cierta edad que transmitía una paz, una esperanza, y esa sonrisa con la que me miró… Al final de la conversación, en una sinagoga, me enseñó el brazo donde tenía el número. Esas son las imágenes de la vida que se te quedan grabadas y dan lecciones. Eso es, al final, la esperanza: de todo se puede salir.

P: Y, para terminar, ¿qué sueñan los héroes mientras duermen?

R: Me gusta siempre terminar mis libros o los poemas con una pregunta que yo misma me hago. Todos los seres humanos somos iguales: vemos el Sol, la Luna, nacemos igual… y todos soñamos. ¿Qué sueñan ellos? Ahí lo dejo.

Jesús F. Úbeda y Alicia Aza. Foto: Jeosm

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