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Ana María Lajusticia, la gurú del magnesio

Ana María Lajusticia, la gurú del magnesio

Ana María Lajusticia falleció el jueves 7 de noviembre de 2024, a los 100 años. Su equipo lo anunciaba, a través del siguiente comunicado: “En este día, lamentamos profundamente el fallecimiento de Ana María Lajusticia a la edad de 100 años. Despedimos con amor y profunda admiración a esta excepcional científica, pionera en introducir el magnesio como complemento clave en la alimentación. Mujer inquieta y valiente que, con honestidad y enorme entrega, se comprometió a cumplir su propósito de promocionar un estilo de vida saludable y accesible para todos, compartiendo lo aprendido a través de su propia vivencia personal”.

De este modo, gran parte de la sociedad española quedaba en shock tras el fallecimiento de la química. No cabe duda de que, como investigadora y empresaria, pasará a la historia de la medicina por sus descubrimientos y consejos en el campo de la nutrición. Como era de esperar, tras su muerte se movilizaron decenas de medios y seguidores, y los fans de su marca compartieron mensajes de despedida en redes sociales. Pero retrocedamos en el tiempo y en el devenir de una existencia dedicada a la ciencia, y a la lucha de una mujer en un mundo eminentemente masculino.

"Ana María estaba convencida de que ella valía para estudiar y de que solo hincando codos saldría de la precariedad. De este modo, ganó una beca para continuar su formación universitaria"

Ana María Lajusticia Bergasa nació en Bilbao, el 26 de julio de 1924. Su padre, Jesús Lajusticia Alonso, era ingeniero y su madre, Delfina Bergasa Goyenechea, ama de casa. Tuvo otras dos hermanas más. Su infancia feliz se vio truncada por la Guerra Civil. Tras el fallecimiento de su padre, en 1937, durante su destino en Tenerife, Ana María, que entonces tenía 13 años, se obsesionó con convertirse en una buenísima estudiante y contribuir de este modo a la precaria economía familiar, de la que había tomado las riendas un tío materno. Su madre nunca cobró pensión de viudedad, y Ana María y sus hermanas fueron internadas en el Colegio de Huérfanos de Madrid, donde se alimentaban con lo poco que había en posguerra. Ana María estaba convencida de que ella valía para estudiar y de que solo hincando codos saldría de la precariedad. De este modo, ganó una beca para continuar su formación universitaria. Fue en ese momento cuando decidió seguir el consejo de su abuela, Felicidad Goyenechea: “Si estudias Ciencias, solo puedes ser profesora; si estudias Químicas puedes ser profesora y trabajar en la industria”.

Dicho y hecho. En 1941 se incorporó a la carrera de Ciencias Químicas en la Universidad Complutense de Madrid, formando parte de las primeras promociones de mujeres químicas de España. “En clase éramos nueve chicas, de casi doscientos alumnos”, explicaba la flamante bioquímica. Siete años después, con 24, se licenció con ocho matrículas de honor. Su éxito académico hizo que se la conociera como “Ana Mari, la de las matrículas”.

Bien poco tardó “Ana Mari” en ser nombrada jefa de los Laboratorios Minersa, fabricantes de ácido clorhídrico, en Lejona (Vizcaya). Y al año siguiente, en 1948, realizó un stage en las minas de Osor (Gerona), como supervisora de la extracción de la flotación de la fluorita. Dada su competencia, le ofrecieron la dirección de los laboratorios de la empresa y se fue a vivir a Gerona. En aquella época compaginaba su trabajo de laboratorio con sus clases de Ciencias Naturales y Física en un instituto. Ella misma aseguraba que, para preparar las clases, estudiaba mucho más de lo que le exigía el temario que había de impartir a sus alumnos. Quienes la conocieron aseguran que nunca, en toda su vida, aparcó los libros.

Fue entonces cuando conoció a Manuel Feliu de Cendra, miembro de una conocida saga familiar agrícola catalana, con quien contrajo matrimonio. Desde el minuto uno, Manuel apoyó a Ana María en su misión de promover un estilo de vida saludable y accesible para todos. Pero la salud de la joven bioquímica comenzó a hacer aguas y, a pesar de dar a luz y criar a seis hijos, cuatro chicas y dos chicos, los perniciosos efectos de la pobre alimentación de su juventud le pasaron factura. Apenas superados los treinta años, padecía una artrosis galopante y el rostro se le cubrió de forúnculos. Por todo ello, se vio obligada a vivir encorsetada en una faja de varillas. Ella misma aseguraba: “Sufro desde los dedos de los pies hasta la tapa de la cabeza”. Pero aún faltaba por llegar lo peor. Debido a los terribles dolores que padecía, era tratada con cortisona, lo que le provocó, a los cuarenta y tres años, una diabetes de tipo 2 que en absoluto auguraba la longevidad extraordinaria de Ana María.

"A medida que descubría los beneficios del magnesio, decidió seguir formándose. Un año después de comprobar el efecto en su piel, acudió a un simposio en honor a Severo Ochoa, premio Nobel de Fisiología y Medicina"

Pero todo cambió al caer en sus manos un libro del jesuita Ignacio Puig, Virtudes curativas del magnesio. “Cayó aquel libro en mis manos, lo leí y comprendí que el magnesio iba bien para tantas cosas que pensé: esto es una tomadura de pelo”. Sin embargo, en aquellas páginas aparecía la solución a un problema con el que había luchado durante muchos años: los forúnculos de la cara. Visitó a los mejores médicos de Barcelona y de Bilbao y nadie supo darle una solución efectiva. Tras comenzar con el magnesio, los forúnculos desaparecieron en cuestión de un mes.

De repente, comenzó a identificar el problema relacionándolo con su deficiente alimentación en el pasado, aunque, en honor a la verdad, en el presente tampoco era mucho mejor: consumía verduras pobres en magnesio, se excedía con los hidratos de carbono y apenas probaba la carne y el pescado. Cambió su dieta y milagrosamente comenzó a recuperar su salud. Ella misma lo recordaba: “Desaparecieron las palpitaciones, las taquicardias, los calambres musculares, el dolor de cabeza, ¡me despertaba en forma!”.

A medida que descubría los beneficios del magnesio, decidió seguir formándose. Un año después de comprobar el efecto en su piel, acudió a un simposio en honor a Severo Ochoa, premio Nobel de Fisiología y Medicina, “y me fijé que mencionaba constantemente el magnesio como pieza clave en la formación de las proteínas”. Un año después, viajó sola a Montreal, empeñada en participar en otra convención mundial sobre el tema.

"A los cincuenta y dos años el cuerpo de Ana María había dado tal cambio que dejó de usar el corsé al que estuvo encadenada veintiún años. La atonía muscular se solventó gracias al magnesio"

Además de los analgésicos, antirreumáticos y antiinflamatorios, decidió trasformar drásticamente su dieta: “Cambié el pan blanco por el integral, introduje las proteínas, tomaba orejones de albaricoque, avellanas y almendras. De este modo y sin ser muy consciente de ello, aumenté la cantidad de magnesio. Además, en aquella época tenía pasión por el chocolate y tomaba uno muy oscuro, endulzado con ciclamato, con lo que iba aumentando el magnesio, dado que el cacao es uno de los alimentos más ricos en este mineral”.

A los cincuenta y dos años el cuerpo de Ana María había dado tal cambio que dejó de usar el corsé al que estuvo encadenada veintiún años. La atonía muscular se solventó gracias al magnesio: “Entendí que la degeneración de mis cartílagos tenía que ver con la falta de colágeno y que el organismo necesita tres elementos para funcionar correctamente: proteína, vitamina C y magnesio. Me dediqué a investigar las razones de mi mejoría y me convertí en una especie de apóstol del magnesio”, explicaba la científica.

Como era de esperar, más pronto que tarde le salieron detractores: “Me llamaron indocumentada, irresponsable e incluso bruja”, contaba en una entrevista. Pero ella siguió adelante y recuperada de sus dolencias, sin colesterol ni diabetes, publicó libros que serían auténticos best sellers: La alimentación equilibrada en la vida moderna y El magnesio, clave para la salud, que se tradujo a siete idiomas. Otras exitosas publicaciones fueron La artrosis y su solución, Dietas a la carta, Los problemas del adulto, Alimentación y rendimiento intelectual, Colesterol y triglicéridos, Vencer la osteoporosis, La respuesta está en el colágeno y, el último, en 2014, El magnesio en el deporte.

Eran finales de los setenta y su vida matrimonial comenzó a resentirse hasta que se hizo irreconciliable, por lo que ambos esposos decidieron separarse amistosamente. Poco después, Ana María se trasladó a Barcelona con sus hijos. Según ella misma ha contado, le costó mucho encontrar trabajo. Tenía cuarenta y nueve años y seis hijos: “Durante ocho meses, me levantaba, cogía el periódico y buscaba trabajo”. Tras algunas experiencias como dependienta en establecimientos relacionados con la nutrición y mediante un préstamo bancario abrió su propia herboristería, en la calle Laforja, 63, desde donde lanzó la marca de complementos alimenticios con su propio nombre, para que su experiencia acreditara la eficacia de sus productos. En la actualidad, la empresa familiar Distribuciones Feliu, S.L. promueve y distribuye sus productos, en los que Ana María se implicó en su formulación hasta los últimos años de su vida.

"Hoy su marca, que no ha sufrido crisis alguna, va tan bien que factura más de once millones de euros al año, y a los mandos del negocio ya está la tercera generación"

Fue en esa misma época en la que acudió como invitada a un debate, en un programa de culto de la época, “La clave”, que presentaba José Luis Balbín, donde el famoso médico y nutricionista Francisco Grande Covián la desacreditó hasta hundirla. Pero ella creía en su fórmula y siguió publicando libros y fabricando complementos alimenticios, porque sus argumentos de defensa estaban muy claros: “Los que me critican tienen significativos intereses creados por los laboratorios, porque no les interesa que se resuelva algo tan complicado con un producto tan barato. Tal vez pase años en la oscuridad, pero el tiempo me dará la razón”. Hoy su marca, que no ha sufrido crisis alguna, va tan bien que factura más de once millones de euros al año, y a los mandos del negocio ya está la tercera generación.

Pero, cuando ya parecía haber dejado atrás una existencia de lucha titánica, la vida le arrebató a dos de sus seis hijos. El primero falleció en un accidente de tráfico y la segunda, Conxita Feliu Lajusticia, se suicidó una noche, tan solo unas horas antes de que la policía acudiera a expulsarla de su hogar después de meses de áspero litigio con su hermano mayor, Manel Feliu Lajusticia, el hereu, que además de ser accionista de la empresa de su madre, tiene otros intereses en el sector farmacéutico.

A las dos de la madrugada, Conxita cogió el móvil y escribió un mensaje en el grupo de Whatsapp del que formaba parte la práctica totalidad del centenar de vecinos de Estanyol, una aldea en el municipio de Bescanó, en el interior de Girona. “Solo me queda despedirme y deciros que ha sido un placer convivir con todos vosotros. Mucha suerte y felicidades para todos”. Este era el penúltimo paso de su plan antes de perder su casa, Can Cendra, la masía levantada en 1601, según costa en la piedra que hay a la entrada, y que figura incluida en el Inventario del Patrimonio Arquitectónico de Cataluña. Previamente, Conxita había pintarrajeado las paredes de la casa para transmitir varios mensajes que removieran la conciencia de su hermano: “Felicidades campeón ¡¡¡¡Chapeau!!! Ya tienes una casa más y una hermana menos. Has ganado, ¡Bravo!”, escribió con pintura roja.

Según parece, Conxita, que no parecía gozar del aprecio materno ni de su fortuna, estaba arruinada desde que hacía varios años fracasara el salón de banquetes que montó con un socio y que dejó en la estacada a trece parejas de novios. En 2012, se trasladó a Can Cendra para cuidar de su padre, Manel Feliu, que había sufrido un ictus y vivía solo. Cuando murió su progenitor, ella alegó que antes de fallecer le había firmado un documento que respaldaba su decisión de que su hija siguiera viviendo en aquella casa. Pero le embargaron el inmueble por no pagar las deudas y el hombre que se hizo con él en la subasta se lo revendió a su hermano. La familia, según algunos medios de comunicación, le ofreció mudarse a un piso, pero ella lo rechazó.

"Hoy es la tercera generación de la familia la que está al frente del negocio, que cuenta con una sólida estructura y un organigrama afianzado"

Los hermanos entraron en litigio, hasta que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña falló a favor de Manel. Este pidió ejecutar la sentencia y ella, que sobrevivía con ayuda de los servicios sociales del ayuntamiento de Estanyol, pidió una prórroga que le fue concedida, no así una segunda demora. La noche anterior al desahucio llenó su coche de bombonas de butano, cerró las puertas, abrió el gas y se acomodó en el asiento. Los encargados de ejecutar la sentencia se la encontraron muerta a la mañana siguiente.

En cualquier caso, no fue el único drama en la familia de los Feliu Lajusticia. Los hermanos eran primos de Maria Ángels Feliu, la farmacéutica de Olot que padeció un largo secuestro, 492 días, en 1992. Curiosamente, la misma Conxita siempre creyó que su prima estaba viva y su colaboración fue crucial en la liberación final de la farmacéutica.

Hoy es la tercera generación de la familia la que está al frente del negocio, que cuenta con una sólida estructura y un organigrama afianzado. Los planes de expansión se han mantenido en todo momento sin alteraciones bajo la dirección general de Anna Solé, persona de confianza de Ana María durante más de tres décadas, y su hijo Manel Feliu Lajusticia, fundador y presidente de Distribuciones Feliu, S.L. Del mismo modo, la nieta de la fundadora, Lara Feliu, como responsable de marketing de la empresa, puso en marcha la serie de videos Simplemente Ana María, que pueden visionarse en Youtube, donde nieta y abuela charlan acerca de la vida familiar y sus recuerdos. Por ejemplo, la propia Lara cuenta que siendo pequeña su abuela le daba una cucharada de magnesio cuando iba a visitarla.

Porque Lara decidió convertir a su abuela en youtuber a los noventa y cuatro años. Y, sin más ni más, montaron un canal que grababan ellas mismas con tutoriales y charlas de sobremesa que hoy suman más de 700.000 seguidores y 300 vídeos. “Estábamos solas, pero yo le decía: abuela, te está viendo mucha gente. Y ella, que no mujer, si aquí solo estamos tú y yo”, explicaba Lara.

Lo que ocurrió después fue inesperado. Ana María Lajusticia se convirtió en referente multigeneracional. Una abuela que hablaba de articulaciones, pero también de empoderamiento y de coherencia. Una científica que lo apostó todo por la suplementación cuando ni se hablaba de wellness. Una pionera sin saberlo.

"Ana María Lajusticia siempre se consideró apolítica y apostató de la religión, porque decía que los curas predicaban que la enfermedad era un castigo divino"

Cuando llegó el Covid, coincidente con su deterioro físico, Ana María dejó de grabar. Dijo: “Ya no tengo más que contar. Lo he contado todo”. Y, en medio de ese silencio, comenzó otra fase: la del legado. Su nieta Lara, ahora embajadora del negocio familiar, tuvo claro que la marca no podía convertirse en una más. “Si perdemos la voz de mi abuela, perdemos el alma de todo esto”, explicaba. Pero su voz estaba grabada. En esos vídeos caseros que comenzaron como una solución para no exponerla al cansancio y que se convirtieron en una biblioteca del conocimiento. También estaba en los correos que llegaban a diario y en las cartas que se guardaban en cajas. En definitiva, en los testimonios de personas que encontraron alivio en sus productos. “Cambiar vidas suena muy fuerte, pero cuando alguien te dice que le has ayudado a dormir o a volver a caminar… eso engancha”, confiesa Lara.

Ana María Lajusticia siempre se consideró apolítica y apostató de la religión, porque decía que los curas predicaban que la enfermedad era un castigo divino. Le gustaban la historia, las ciencias naturales y la geología, y estaba convencida de que la revolución del magnesio estaba por llegar, puesto que, en los albores del siglo XXI, la gente se preocupaba más por su belleza que por su salud. Su propósito vital siempre fue “mejorar la calidad de vida de las personas, creando productos accesibles y honestos”, y hasta sus últimos días mantuvo viva la ilusión de ser recordada como alguien que intentó que la gente tuviera buena salud y fuera feliz.

Y así, desde el respeto y la admiración, hoy quiero contribuir a su recuerdo.

¡Descanse en paz, Ana María Lajusticia!

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