Inicio > Actualidad > Entrevistas > Andrea Marcolongo: “Escribir un libro es como correr un maratón”

Andrea Marcolongo: “Escribir un libro es como correr un maratón”

Andrea Marcolongo: “Escribir un libro es como correr un maratón”

El muro no está en el kilómetro treinta y cinco, ni en el treinta y tres y tampoco en el treinta. El muro comienza a levantarse, ladrillo a ladrillo, legua a legua, desde el momento en el que haces clic en el botón de pagar la inscripción del maratón. A partir de ese momento, comienza un sufrimiento innecesario y que tú has decidido llevar a cabo sin más contraprestación que una fea medalla que cuesta poco más de dos euros. El muro existe de verdad, y eres tú mismo. No vas a ganar la carrera y seguramente tampoco vas a hacer un buen tiempo por más fotos que subas a tu Instagram. Correr un maratón siendo un aficionado, un popular, es regodearte en la derrota durante cuarenta dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros. Pero, aunque parezca increíble, después de las necrosis en las fibras musculares y de renegar durante la mayor parte de la carrera de tu decisión de correrla, a los pocos días de haberla terminado, seguro que estás pensando en cuál será el próximo desafío. No sé qué tendrá esta droga que al final siempre acabamos recayendo. Andrea Marcolongo también la probó y contó su experiencia en un libro, El arte de correr (Taurus); y como no podía ser de otra forma, conocidos sus antecedentes —La medida de los héroes, La lengua de los dioses—, lo llevó a su terreno, el de la cultura clásica.

Hablamos con Andrea Marcolongo de la soledad del escritor de fondo; acerca de la filosofía que encierra hacer deporte; y sobre la forma más perfecta de huir, correr sin mirar atrás.

*****

—Toda persona que enfrenta un maratón se hace una gran pregunta: por qué corre. ¿Usted la ha conseguido contestar?

"Quería saber por qué los corredores nos imponemos este sacrificio, esta tortura"

—Esa es la pregunta que me hacía —y que me hago— cada vez que salía —que salgo— a correr por las calles de París. Y esa es la razón por la cual decidí escribir este libro. Quería saber por qué los corredores nos imponemos este sacrificio, esta tortura. Salir a correr es cansado, necesitas mucho tiempo, energía y determinación. Necesitaba entender primero por qué corro yo y luego por qué lo hacen los demás. No tengo una respuesta definitiva. Hay algo de paradoja: nunca me siento tan viva como cuando estoy corriendo y tan mortal al mismo tiempo.

—En un momento del libro, dice que corre por el miedo a envejecer. 

—Los niños pequeños no corren; en realidad, lo hacen siempre, pero para jugar. Ningún niño de ocho, nueve o diez años diría: “Voy a salir a correr un rato”. El correr en los niños está relacionado con el hecho de jugar. Y si miramos los datos de los corredores que se inscriben en los maratones por el mundo, no tienen dieciocho años. Son todos más mayores: treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta años y más. Dejamos de jugar y empezamos a correr cuando sentimos que la juventud se nos está escapando.

—Alan Sillitoe nos regaló uno de los títulos más bellos de la literatura y que mejor reflejan lo que es este deporte: La soledad del corredor de fondo. ¿Usted disfruta con esa soledad?

"Al final de una carrera, el juez eres tú mismo"

—Sí. Más que corredora, soy escritora, y conozco muy bien esa soledad. El escritor no escribe junto a alguien; lo hace solo. Tengo mucho tiempo de soledad, de introspección. Y correr es más o menos lo mismo. Puedes también correr con amigos o grupos de corredores, pero al final estás solo, solo con tus piernas, solo con tu cabeza; es lo contrario de un deporte de equipo. Al final de una carrera, el juez eres tú mismo.

—Vamos con esos clásicos que cuajan su obra. Filostrato pensaba que la gimnasia no era sólo una actividad física, sino también intelectual. 

—Ese es otro tema muy importante para mí. Escribí este libro para reconectar la dimensión intelectual con la dimensión física del deporte. Hoy en día estamos obsesionados con el hecho de estar en forma, pero la parte intelectual del deporte me parece que se nos escapa un poco. En el mundo antiguo, el deporte era verdaderamente un ejercicio intelectual, que se hacía con las piernas, pero tenía un valor cívico. Pensemos en los Juegos Olímpicos del mundo clásico: no era simplemente un espectáculo, sino un acontecimiento de toda la comunidad. Yo siempre he estado del lado intelectual; para mí el descubrimiento del ejercicio físico ha sido una revolución. Hay mucha filosofía en el hecho de hacer deporte.

—¿Por qué esa estructura que mezcla el memoir sobre su experiencia de correr el primer maratón y la relación de la cultura clásica con el deporte?

"Escribir es una inversión de muchísimo tiempo, de muchísima energía para conseguir un resultado que no está asegurado"

Al final, este libro es un doble maratón; escribir cualquier libro ya es un maratón. Hace diez o quince años leí el libro de Murakami De qué hablo cuando hablo de correr, en el que cuenta esa relación entre escritura y maratón. Cuando decidí escribir este libro, me di cuenta de que escribir es un maratón: lleva mucho tiempo, mucho esfuerzo, mucha disciplina. Un libro no se escribe en un día ni en una semana. Hay que levantarse cada mañana, sentarse frente al ordenador. Y ni siquiera sabes si los lectores van a leerlo, van a quererlo. Puede ser que no sirva para nada. Escribir es una inversión de muchísimo tiempo, de muchísima energía para conseguir un resultado que no está asegurado. Y correr es un poco lo mismo: salimos muchas veces para preparar un maratón y no sabemos cómo va a ser el final de esa historia.

—Del libro de Murakami me quedo con esas páginas llenas de amargura del corredor que es consciente de que nunca va a poder hacerlo más rápido que unos años antes. Hay muchísima frustración en el hecho de correr.

—Sí. Muchísima. Un amigo me dijo que “correr es como casarse: el placer empieza cuando se acaba” (Risas). Hay muchos días que no tengo ganas de salir a correr, y al terminar me siento mucho mejor; hay una sensación de bienestar al finalizar el ejercicio. Pero sí que hay mucha frustración. Hoy en día, con la IA, podemos encontrar la manera de parecer más listos, más inteligentes y más competentes. Con la inteligencia artificial podemos encontrar la manera de engañar a los demás. Pero a nuestro cuerpo no podemos engañarlo, porque tiene unos límites: yo nunca podré correr un maratón en tres horas. El deporte nos enseña que hay límites físicos, a pesar de todas esas técnicas de marketing del no limits. Correr nos aporta una enseñanza muy importante: la aceptación de la frustración.

—Hemos hablado de dos libros fundamentales para corredores, el de Sillitoe y el de Murakami; me queda un tercero: Correr, de Jean Echenoz. 

"Correr es huir, por supuesto, pero también es volver. No hay que olvidarse de esto: huimos de algo y volvemos a otro lugar"

—Este libro me encantó. Lo leí justo cuando estaba escribiendo el mío. Correr es huir, por supuesto, pero también es volver. No hay que olvidarse de esto: huimos de algo y volvemos a otro lugar. Esto es también muy interesante. En el caso del protagonista del libro, Emil Zátopek, él huía del comunismo. Nosotros, en la actualidad, huimos de la frustración, del hecho de vivir una vida cada vez más estresada. Hay un valor político en las carreras. Lo vemos en la historia del maratón: el corredor griego Filípides corría para llevar un mensaje durante la guerra contra los persas. No sé cuántos corredores somos, no tengo los datos, miles de personas, cientos de miles de personas; si un día todos los corredores de Europa consiguiéramos reunirnos, sería una gran revolución política. Los millones de corredores de todos los continentes podemos cambiar el mundo.

—Por cierto, comenta al principio del libro que ni títulos de griego ni medallas de carreras. No tiene problemas en definirse como una diletante.

—Hoy vivimos en un mundo de expertos. Yo no soy experta en nada. No soy una especialista en maratón; no puedo dar consejos a nadie. Me parece muy poco griega esa arrogancia de decir “soy especialista en esto o en lo otro”. Me gusta dejar cosas incompletas, inacabadas, porque eso hace que tenga ganas de aprender más. Eso es muy importante para mí.

—Vuelvo a Filostrato. ¿Por qué en ciertos sectores se considera el deporte como un antagonista de la cultura?

"Jugar al tenis es fantástico, pero no tiene ese componente espiritual"

—Esa es una pregunta difícil. Esto es algo bastante moderno, contemporáneo. Hasta el siglo XIX había una relación muy fuerte entre deporte y religión con las festividades populares. Antes, lo más parecido a los maratones eran las rutas de peregrinación, como el Camino de Santiago. Esta era una forma de honrar a Dios y también de hacer ejercicio con las piernas; un ejercicio muy espiritual. Y esto conecta con los maratones. Jugar al tenis es fantástico, pero no tiene ese componente espiritual. De hecho, cualquier corredor, incluso uno de diez mil metros, también siente que hay algo que está pasando en su espíritu.

—Llevamos ya 30 kilómetros corriendo, llega el temido muro. Pero antes ya hemos sufrido lo nuestro, al entrenar: cuando tienes que convencerte de salir, aunque no tengas ganas, a pesar de que sea más sencillo quedarte en la cama o ir a desayunar chocolate con churros.

—Mi técnica actual es que ya no me hago preguntas (Risas). Ya no hablo conmigo misma, no me digo nada; intento cortar mi diálogo interior, porque si no, no saldría nunca a correr. Esto es algo que me llama mucho la atención: no es fácil elegir, cada día, lo más difícil, lo más cansado. Sobre todo cuando podemos estar sentados en el sofá viendo una serie de Netflix. Me llama la atención que, en una época en la que no nos involucramos en la política, ni siquiera en la pareja, o lo hacemos lo mínimo posible, sin embargo invertimos tiempo, dinero y esfuerzo en hacer un deporte. Preparar un maratón implica muchos meses de sacrificio y de mucha fuerza de voluntad. Me encanta explorar hasta qué punto puede llevar una disciplina al ser humano, que es el ser menos disciplinado del mundo. Y además en una sociedad en la que la disciplina no es un valor de moda.

—Llega el momento de alcanzar la sabiduría. Hay un momento del maratón en el que te das cuenta de que la cabeza es más importante que las piernas.

—Claro. Pero eso es algo que me pasa siempre. Ayer salí a hacer una carrerita, y los primeros cinco minutos mi cabeza me dice que hay que volver a casa, que hace frío… Las piernas más o menos andan solas, pero, como ocurre en cualquier actividad humana, es el cerebro el que nos condiciona, mucho más que cualquier factor externo. Esto es algo más filosófico: ese diálogo interior nos impide hacer lo poco que podemos con lo poco que tenemos.

—Terminamos. Quizás correr un maratón se pueda reducir al afán por derrotarse a uno mismo. 

"Yo adoro todo lo que es difícil, complejo. Y no me gusta nada lo que resulta fácil"

—Sí (Piensa). De todas formas, es muy bonito llevar a cabo algo: correr un maratón o terminar un libro. Yo adoro todo lo que es difícil, complejo. Y no me gusta nada lo que resulta fácil. Lo importante es poder decir: “Mira, lo he conseguido”. Este es el placer más grande para cualquier adulto, pero es algo que empieza desde que eres un niño. Tengo una niña de dos años, y cada día necesita un juguete que la desafíe un poquito más. Siempre me ha gustado el hecho de confrontar los problemas. No quiero generalizar, pero esto es algo muy poco moderno: ahora todo tiene que ser lo más fácil posible. Cuando escribí mi primer libro —lo hice en Italia, con veintinueve años— sobre el griego antiguo —La lengua de los dioses (Taurus)—, no esperaba nada, no me planteé ningún objetivo. Fue una obra compleja; escribirlo no fue sencillo. No intenté engañar al lector; el griego antiguo no es un idioma fácil. El libro tuvo mucho éxito y hubo lectores que me dijeron algo que me gustó mucho: “No me interesa el griego antiguo, pero llegué hasta el final del libro porque es difícil”.

4.5/5 (2 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios