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Aníbal Gómez: «Encuentro una conexión entre Lorca y Stephen King»

Aníbal Gómez: «Encuentro una conexión entre Lorca y Stephen King»

Cuando se enamora de un libro o de una película, Aníbal Gómez (Villanueva de la Jara, 1979) recurre a ellos con frecuencia, entendiéndolos, cuenta a Zenda, “como un manual de vida”. Desde niño chico quiso ser actor y estudió en la Escuela Superior de Arte Dramático de Valencia. El público patrio lo descubrió —lo descubrimos— en Muchachada Nui, interpretando, por ejemplo, a La Típica Mamarracha que no Para de Hablar o al Hitler del Tridente Catacrocker. También acompañó a los chanantes en Museo Coconut y en Retorno a Lilifor. Ha participado en películas como Las brujas de Zugarramurdi o Torrente 5 y en series como Justo antes de Cristo o El vecino. Músico –amén de representar a Aníbal Calor en Ojete Calor, ha formado parte de grupos como Rusty Warriors y, en solitario, tiene un proyecto llamado Ruido Paraíso–, colaborador en Vodafone Yu y copresentador del late night de Orange TV Los felices veinte –de hecho, le entrevistamos en el plató de este programa–, conversamos con el conquense sobre su trayectoria, sobre el humor manchego y sobre sus filias literarias.

—Señor Gómez, defíname Los felices veinte.

"Huimos de esos gags de guionista que escribe chistes que ni a él le hacen reír"

Los felices veinte es un anti late night lleno de acciones subversivas internas para acabar con la salud de Nacho Vigalondo. Nos reímos mucho, pero también lo pasamos mal porque trabajamos nuestras emociones con mucha honestidad. La única pauta que seguimos es la de no hacer la comedia tal y como se supone que hay que hacerla cuando estás en televisión. Huimos de esos gags de guionista que escribe chistes que ni a él le hacen reír.

—En el programa, ¿ha dado o ha recibido más hostias que Vigalondo?

—Físicamente, le he dado yo más hostias a Vigalondo; psicológicamente, es mutuo. Hay una relación tóxica recíproca bastante igualada. Y cada vez más fortalecida.

—No ponen al entrevistado a bailar o a hacer el pino: usan su palabra como materia prima.

—Sí. Nuestra idea fue: “Vamos a intentar que el invitado esté cómodo, que esté como viendo una obra de teatro, desde la primera fila, con la tranquilidad de que no se le va a exponer a lo que nosotros nos exponemos”. Es verdad que, en algún programa, no ha sido así. Nacho usó a Ricardo Gómez como escudo humano en un programa. Es algo que no puede volver a pasar.

—¿Alguna vez se imaginó haciendo algo así?

—La verdad es que sí. He tenido la suerte de participar en programas de televisión y en series de las que yo, como espectador, hubiera sido seguidor, empezando por Muchachada Nui y terminando por Los felices veinte. Estoy muy mal acostumbrado. Cuando tenga que hacer un formato exento de surrealismo me voy a sentir raro.

—Cuando era un crío, ¿qué quería ser de mayor?

"Durante dos o tres días dije que quería ser científico porque me regalaron el Quimicefa, pero no duró"

—Siempre decía que actor. O cantante. Durante dos o tres días dije que quería ser científico porque me regalaron el Quimicefa, pero no duró. Me planteo qué mueve a un niño por dentro para querer dedicarse a profesiones de escenario. Hacer cosas para que te miren, buscar la risa, el aplauso. Tiene que haber algo de inseguridad y aceptación disfrazada de egocentrismo, porque si no, tú me dirás. Cuando escucho el topicazo de “quiero ser actor porque quiero vivir muchas vidas distintas” no me lo termino de creer. A lo mejor es algo que pueden decir Gary Oldman y pocos más. La profesión del actor es otra cosa distinta a lo que aprendí en Arte Dramático. Es como lo que hablábamos antes. Te enseñaban cosas que se supone que tienes que aprender en una academia de interpretación pero que estaban bien lejos de la realidad actoral a la que luego te enfrentabas.

 

—¿Recuerda cuál fue el primer chiste que le hizo gracia?

—No me hacen mucha gracia los chistes. Recuerdo reírme con caídas, viendo películas de Charles Chaplin, por ejemplo. Lo que más gracia me hace siempre es la caída de una persona. Rara vez me río a carcajadas en el cine o viendo un programa de televisión. Me puede hacer gracia… pero una risa de carcajadas, sólo cuando una persona se desestabiliza y se cae.

—José Mota me dijo que la llanura de nuestra tierra da al manchego “una vista larga y un paso corto, y así hace del humor una cosa un tanto especial”. ¿Suscribe? ¿El humor de Castilla-La Mancha tiene pedigrí?

—El costumbrismo castellano-manchego tiene pedigrí. Creo que casi todo lo que sale de La Mancha tiene una marca de la casa.

—Denominación de origen.

"A los castellano-manchegos, las costumbres de nuestros pueblos nos acompañan aunque estemos a cientos de kilómetros"

—Efectivamente. Por lo menos, en nuestra profesión se aprecia mucho. Muchachada, lo de José Mota, Pedro Almodóvar…, en todo hay un folklore especial. A los castellano-manchegos, las costumbres de nuestros pueblos nos acompañan aunque estemos a cientos de kilómetros. Venir de estos sitios condiciona no sólo el acento, sino también nuestra sorna, nuestro humor negro y absurdo que parece impregnarlo todo.

—Si yo le digo “Muchachada Nui”, usted me dice…

Joaquín Reyes. Fíjate que respuesta tan poco original. Pero es que Joaquín ha sido siempre uno de mis referentes además de ser muy amigo mío. Yo no me dije “bueno, voy a pasar por aquí para poder llegar a hacer otra cosa”, porque a mí el programa me pareció una meta. A día de hoy, me sigue pareciendo igual de interesante y atemporal.

—La tropa de mi generación, en el mejor de los sentidos, lleva marcadas a fuego tanto La hora chanante como Muchachada.

—Para mí, ya te digo, es un orgullo. Hace unos días estuvo aquí una invitada y decía: “Aníbal, tú has sido capaz de interpretar a Hitler y a la madre de Whitney Houston”. Y yo pensaba: “Es muy fuerte. No es que lo haya hecho en distintos programas: esto convivió en el mismo formato”.

—Y si le digo “Ojete Calor”…

—Son dos personajes, Carlos Ojete y Aníbal Calor, representados por Carlos Areces y por mí.

—¿Cómo componen Carlos Ojete y Aníbal Calor una canción? ¿De dónde vienen las subnomusas?

—Ojete Calor es un grupo de contrastes. Se les ve en la ropa pero también en la actitud y en la temática. Les chiflan los problemas de la adolescencia y la gente impulsiva.

—Le diré que “Política”, la primera canción que escuché de Ojete Calor, era “reivindicativa”: “Zetapé, PP, Estatut. / UGT, Ujete Calor”.

"Ojete Calor siempre aborda los temas desde el punto de vista de alguien que está desconectadísimo de todo"

—Porque Ojete Calor siempre aborda los temas desde el punto de vista de alguien que está desconectadísimo de todo. “Política” es un ejemplo. O sea, ¿cómo hacer una canción política? Pues nombrando palabras políticas. No hay más lecturas. No hay doble sentido.

—Le reconozco que me he enterado de la existencia de su proyecto en solitario, Ruido Paraíso, mientras preparaba esta entrevista. Me ha gustado mucho Gran Atlas. Y “Milagro”, con La Bien Querida, es un temón.

—Gracias. Ruido Paraíso nació como desahogo creativo. Al cabo de los años fui acumulando un montón de canciones que no tenían cabida en otros proyectos musicales como Ojete Calor o Rusty Warriors. Aunque es un proyecto en solitario, ponerle “Aníbal Gómez” al producto me parecía aburrido. Y Ruido Paraíso me pareció acertado: mucha melodía pop con barroquismo y ruido de fondo. Con La Bien Querida empecé la casa por el tejado: le propuse hacer el dueto, le gustó mucho la canción, la cantó conmigo y luego nos hicimos amigos.

—Además, usted también es escritor. Suyos son los libros El alucinante mundo de Rafaella Mozzarella: 3 historias para empezar una saga y Estoy regular. ¿Qué me puede contar sobre ellos?

"Quería un toque transgresor, algo que pudiera gustar a un adulto y que a un niño de 14 años no le pareciese un rollo"

—Sucedió una cosa bastante curiosa. En la misma semana, contactaron conmigo desde dos editoriales distintas para ofrecerme la posibilidad de que escribiese un libro. Yo pensé: “¿Qué he hecho últimamente para que dos editoriales se fijen en mí? ¿Serán las gafas nuevas que me he comprado?”. A las dos les dije que sí. Pensé: “Ya me administraré el tiempo como sea, pero tengo que aprovechar la oportunidad, porque igual no me veo en otra”. Si me hubiesen llamado al mismo tiempo de otros tres sitios más también me hubiese comprometido. Lo guay es que eran amores distintos. Por un lado, Fun Readers quería un libro enfocado al lector adolescente, época muy dada al abandono del hábito de la lectura. Quería un toque transgresor, algo que pudiera gustar a un adulto y que a un niño de 14 años no le pareciese un rollo. Luego hice de mi capa un sayo y escribí lo que a mí como lector me hubiese gustado leer. Y les pareció bien.

—En Amazon, un tipo dice sobre El alucinante mundo de Rafaella Mozzarella: “Aunque el libro mola mogollón, no es un cuento infantil”.

—Claro. En una presentación, una madre me preguntó: “¿Esto se lo puedo leer a mi hija, que tiene seis años?”.  Y le dije: “Pues, a ver: léelo tú primero y decides”. Nosotros, de pequeños, veíamos La bola de cristal. Bueno, yo también veía Viernes 13.

—Fíjese cómo, en ese sentido, han cambiado las cosas, y me da que no a mejor.

—Yo creo que los niños no son tontos. El niño, desde su universo… (Piensa) El niño puede leer Rafaella Mozzarella y, si hay alguna referencia que no está en su sintonía o alguna broma subida de tono, pues ni se molesta en procesarla: ya lo hará. Yo, de pequeño, devoraba programas de televisión y películas, y no todas iban destinadas al público infantil, pero yo me quedaba con lo que en ese momento me encajaba. Las personas no podemos vivir en una burbuja.

—¿Le gusta escribir?

"Incluso en mi segundo libro, que inicialmente solo iba a contener dibujos, terminé metiendo texto"

—Me encanta. Ahora estoy escribiendo guion. Incluso en mi segundo libro, que inicialmente solo iba a contener dibujos, terminé metiendo texto. Con Rafaella Mozzarella tuve claro que me apetecía escribir los cuentos, pero no hacer los dibujos. Jaime Villanueva, que es un amigo dibujante, se encargó de esa labor. Pero en Estoy regular sí quería dar salida al Aníbal dibujante, que es un Aníbal que no sabe dibujar, claramente. Por eso digo que mi libro es hiperrealismo, porque es lo más alejado que puede haber, y me hacía gracia jugar con esa definición. El libro está lleno de dibujos de personajes trufados con nimias reflexiones sobre mi vida.

—¿Y le gusta leer?

—Soy un lector compulsivo por épocas. O sea, puedo estar meses sin parar de leer y puedo estar cuatro meses sin tocar un libro. No sé si me lo marca el ritmo de vida que lleve en ese momento o que, a veces, me desencante alguna novela. Me pasa también con algunas series: cuando ves algo que no te atrapa, tardas luego en reconciliarte con ese género. Y, gustándome mucho ver cine, oír música, escribir o leer libros, no todas las cosas las hago con la misma frecuencia siempre. Quizás ver películas sea lo único que hago con una frecuencia regular.

—¿Algún libro que alimentara alguna de sus vocaciones?

—La casa de Bernarda Alba. Me gustan también mucho los de Tom Spanbauer, como El hombre que se enamoró de la Luna o Ahora es el momento, que es un libro que me impactó mucho. Pero La casa de Bernarda Alba me ha acompañado a lo largo de toda la vida. Es una obra de teatro maravillosa que funciona igual de bien como lectura. La leí en el colegio, en el instituto, en la carrera volví a trabajar sobre ella, y en mi época de profesor de teatro acabé dirigiéndola. Es alucinante cómo todavía sigue vigente. Cuando me enamoro de algo, cuando algo me apasiona, me acompaña siempre. Me pasa también con mis películas favoritas. Acudo una y otra vez y siempre encuentro satisfacción. Es como un manual de vida al que siempre recurres.

—Por curiosidad, ¿cuál sería ese manual cinematográfico a lo Bernarda Alba al que no deja de acudir?

—El resplandor. Puedo volver a ella sin parar. A muchas adaptaciones de Stephen King. Misery también. Death Proof de Tarantino me alucina. Las películas de Pesadilla en Elm Street, sobre todo, la tercera y la cuarta, me flipaban de pequeño.

—Celebro lo de Stephen King. Es uno de mis escritores favoritos.

"Sí, las historias de personajes encerrados me gustan. Alien: el octavo pasajero también me vuelve loco y juega en esa liga"

—¡Qué bien! Ahora estoy leyendo La sangre manda, y antes leí Después. Igual me llamas loco pero encuentro una conexión entre Lorca y Stephen King. La opresión, por ejemplo: en Bernarda Alba vemos a unos personajes encerrados en una casa con una madre que las va a tener ocho años sin salir, de luto riguroso. En El resplandor también están encerrados, y aunque no hay una fanática religiosa dictadora hay un fantasma en forma de hotel que engloba a su vez muchos fantasmas. Sí, las historias de personajes encerrados me gustan. Alien: el octavo pasajero también me vuelve loco y juega en esa liga.

—Entonces, a la pregunta de “¿algún escritor al que adore?”, ¿respondería Stephen King?

—Sí. Y García Lorca. Pero Delibes me chifla también. El camino es maravilloso.

—¿Alguno al que no soporte?

"No me gusta la literatura mitológica con esos personajes que se dan muchísima importancia porque son capaces de cambiar la vida de millones de persona"

—Al contrario que con el cine, cuando no me gusta un libro, ya no le he dado otra oportunidad al autor. Mi mente lo hace de manera autómata: cuando algo me gusta mucho, me centro en eso, y lo que no me gusta, tiendo a olvidarlo. De verdad, no sabría decirte cuál es el último libro que no me gustó nada. (Piensa) Mira, ya está: no me gusta la literatura mitológica con esos personajes que se dan muchísima importancia porque son capaces de cambiar la vida de millones de personas, esas historias épicas de traiciones y reinados y oráculos. Son historias recargadísimas, yo creo que pensadas para que luego haya más muñecos de merchandasing. También me pasa con el cine actual con exceso de efectos especiales: hay tanto fondo barroco, que me empacho y no me emociona nada.

—¿Se ha enamorado de algún personaje literario?

—Del ya citado personaje de Bernarda Alba. De Las criadas de Genet. Del niño de Intemperie de Jesús Carrasco. Luego, me encanta el protagonista de El hombre que se enamoró de la Luna, y el protagonista de 22/11/63, la novela de Stephen King sobre el tipo que quiere evitar el asesinato de Kennedy.

—Y, para acabar, ¿ha querido asesinar a alguno?

—Estaba pensando en villanos, pero es que los villanos son los que más molan. A Annie Wilkes de Misery le coges mucha manía y disfrutas cuando le estampan la máquina de escribir en la jeta, pero te ha regalado unos momentos previos maravillosos. Entonces… (Piensa) A Harry Potter. No lo soporto.

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