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Anna Manso, La peor madre del mundo

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Anna Manso, La peor madre del mundo

Escritora de literatura infantil y juvenil, guionista de series y programas de televisión, y madre de tres hijos. Así podría describirse en apenas dos líneas a Anna Manso, la autora de La peor madre del mundo, un manual que intenta quitar los complejos a todos los progenitores que se presten.

En una entrevista con Efe, Manso rememora que la obra nace en cierta forma de las columnas que escribe desde hace nueve años en el diario Ara, donde cuenta sus «miserias» con sus hijos, con mucho sentido del humor, porque cree que es la «mejor manera de vivir los desastres propios». Asevera que su nuevo libro, publicado por Arpa, va dirigido a todas las familias que «en principio tienen una preocupación sobre cómo criar a los hijos, sin que sean muy importantes las condiciones económicas o sociales». «Mi libro es para cuando los progenitores se dicen a sí mismos que lo están haciendo fatal». A su juicio, aunque pueda parecer lo contrario, por lo que muchos publican en las redes sociales o por lo que se aparenta en la puerta de los colegios o en una tarde de parque, «los padres y madres imperfectos no estamos solos, somos una mayoría silenciosa». Manso destaca que ya el título de la obra es una provocación con la que conseguir «un efecto de huida del sentimiento de culpa, porque todos queremos ser los mejores padres y madres y demasiadas veces nos sentimos fatal porque parece que todo lo hacemos mal».

A lo largo de diez lecciones, fruto de su experiencia personal, la escritora aconseja cómo ir sorteando el día a día con los más pequeños de la casa y desdramatiza mucho de lo que ocurre, desde un mal día en el colegio a un no querer comer verdura, o las largas vacaciones de verano.

«Lanzo un grito de alerta, porque nos estamos volviendo locos, la exigencia nos está matando. Vamos con una autoexigencia muy bestia con nuestros hijos, porque queremos que sea todo maravilloso de la muerte, pero la mayoría somos imperfectos y tenemos que contárnoslo», apunta convencida. Precisa que ha acabado armando un cursillo de «disperfección», una palabra que se ha inventado y que cree «es el único camino que se puede recorrer, igual que para aprender hay que caer en el error». La autora barcelonesa indica que, como escritora, le gusta mucho «sanar, hacer reír a través del lenguaje y por ello utilizo ahora esta palabra, con un punto de glamour«.

Lo primero que pide a sus lectores es que se encasqueten unas sencillas gafas 3D, de esas que en ocasiones se ofrecen en las salas de cine para determinadas películas, porque «son el símbolo para mirar la vida a través del sentido del humor, porque cuando uno lleva estas gafas fuera de allí todo se ve raro, ridículo, y lo que parecía muy grave lo parece mucho menos». Anna Manso propugna una vuelta «al sentido común, al empoderamiento, a hacer lo que uno crea que tiene que hacer y reírse mucho de uno mismo».

En este punto, argumenta que ello no significa «frivolizar, sino tomarse las cosas con cierta distancia y relativizando, porque si bien es verdad que la habitación de un adolescente de normal es un espanto, tampoco pasa nada si tardan más de 24 horas en arreglarla y una hora en volverla a desarreglar. Si al salir a la calle ahora me cayera una lavadora encima lo que me gustaría que dijeran mi familia y mis amigos es que fui una mujer que quiso a sus hijos, más que fui una mujer muy ordenada».

Un consejo que ofrece a los progenitores es que cuiden cómo dicen las palabras a sus hijos, porque «ello siempre influye en el resultado. Todos deberíamos hacer un curso sobre el método Stanislavski«, en referencia al sistema de formación de actores. Otro punto importante del libro se refiere a la palabra «culpa», que Manso pide se borre del cerebro de todos sus lectores, y remarca, por ejemplo, que este verano «en un año tan difícil como el que estamos viviendo, cada miembro de la familia consiga estar unos días con otras personas».

Para las semanas de vacaciones aconseja que «cada uno haga lo que le dé la gana, porque han sido meses muy duros y durante el confinamiento, a todas horas juntos, ya hemos hecho lo suficiente de monitores, cocineros o guardaespaldas, y ahora sería bonito poder estar unos días separados, sin culpas».

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