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Antonio Lucas: “Un poeta en una redacción es un ser bastante sospechoso”

Antonio Lucas: “Un poeta en una redacción es un ser bastante sospechoso”

El Mundo lanzaba hace semanas una nueva propuesta de periodismo cultural. A las páginas diarias de papel y la oferta de la revista El Cultural (que mantiene su encuentro con los lectores todos los viernes en los quioscos) se suma ahora La Esfera de Papel, un nuevo suplemento semanal de 20 páginas. “La clave de La Esfera es la de crear un proyecto ambicioso, un trabajo con la calidad de los mejores suplementos de cultura de la prensa europea”, explicaba  Francisco Rosell, director de El Mundo.

El peso de esa magnífica responsabilidad ha recaído sobre tres grandes profesionales de la letra impresa, rigurosos y entusiastas, Antonio Lucas, Manuel Llorente y Luis Alemany.

Zenda se ha sentado a tomar el primer café de una fría mañana madrileña con Antonio Lucas, responsable del equipo y director de La Esfera de Papel para que él mismo nos cuente todos los detalles sobre esta nueva criatura.

—¿Qué es para Antonio Lucas, hoy, la Cultura?

"La cultura es aquello que te enseña a saber decir “no” en un momento en que es tan importante saber decirlo"

—Pues para mí es lo que debe ser para mucha gente, para muchos cómplices de la cultura: aquello que nos impulsa; ese motor de explosión que nos da más posibilidad de mirada; que nos abre la percepción de las cosas. Cultura es aquello que te blinda; que te permite ser un ciudadano mejor abrochado, mejor contorneado; aquello que te enseña a saber decir “no” en un momento en que es tan importante saber decirlo, no solo por la negatividad de las cosas, sino porque uno tiene que estar blindado frente a tanta falsedad; frente a tanta intemperie como hay ahora mismo en la calle. La cultura es todo aquello que nos va alimentando, es un “voy contigo”; es una escuela de tolerancia, aquello que completa el mundo; que completa lo que tenemos de seres  destemplados en el mundo; aquello que nos da calor. La Cultura es un chubesqui, es una estufa; es la protección. Y cuando sales de nuevo al frío, la Cultura es una forma de andar por la vida con mejor suela.

(El periodista se detiene porque la bebida encargada (un Bitter Kas) aparece sobre la bandeja de uno de los míticos camareros del lugar, que lo saluda con la entrañable confianza de quien ha visto crecer a este niño correteando, cada tarde por entre las mesas de mármol del Gijón. El padre de Antonio, José Lucas, afamado pintor y asiduo tertuliano, convirtió este café durante buena parte de la infancia del periodista en aula improvisada de extraescolares. Aquí, el niño Antonio terminó contagiándose sin remedio del virus de las palabras que se prolongaban sin solución de continuidad desde el descafeinado con leche de media tarde hasta el whisky con hielo de las tantas de la noche. A la sombra afable de Alfonso el cerillero, aquel ambiente tertuliano y decadente del Gijón fue calando en la prosa infantil de las redacciones de colegio de Antoñito, fundiéndose con el bullicio canalla, la conversación castiza y la cultura, cuyo concepto dibuja ahora para mí, sin apenas dificultad, 30 años después mientras Jeosm atrapa el sol de la mañana con su cámara)

—¿Y todo eso cómo se traduce en un proyecto en papel?

"Que quien termine de leer La Esfera haya hecho un recorrido circular por esa especie de circunferencia que también es la cultura"

—En un proyecto de periódico se traduce en mil cosas que uno quisiera realmente articular y que a veces se convierten en una Odisea. Claro, lo que uno piensa de la cultura no es lo que luego puede dejarse fijado en 16 o 19 páginas, por espacio, por aciertos y desaciertos, y sobre todo por aprendizaje de cosas nuevas que tienes que poner en marcha en el número siguiente. En La Esfera de Papel lo que intentamos es hacer un suplemento muy abierto, muy plural, donde no entren exactamente las críticas, sino una especie de híbrido raro entre crónica y crítica incluyendo unas entrevistas que puedan, aunque suene obvio, seducir al lector. Buscamos que todo ese material puesto en las páginas de cada número tengan un hilván, una armonía. Que uno termine leyendo el suplemento haciendo un breve viaje en parábola desde la literatura hasta las series de televisión y que por en medio encuentre el pensamiento, la poesía, el arte, el cine, el teatro, la danza. Es decir, que quien termine de leer La Esfera haya hecho un pequeño recorrido circular por esa especie de circunferencia que también es la cultura: una gran circunferencia llena de puntos de fuga.

—Como si de la construcción de un relato se tratara, cuéntanos cómo han sido el planteamiento y el nudo (porque el desenlace tardará aún bastante en llegar) de esta Esfera de Papel.

"Queríamos que esas 19 páginas se poblasen con relatos capaces de contar a nuestros lectores, de manera sosegada, la cultura del presente"

El planteamiento comienza hace un año, más o menos, en el momento en que el director de El Mundo, Paco Rosell, me lanza la propuesta de idear un suplemento cultural propio que de alguna manera complementase El Cultural que ya teníamos. Nos pusimos manos a la obra desarrollando una serie de ideas que eran básicamente para descartarlas, quedándonos con la esencia. Se nos ocurrió recuperar un viejo nombre, La Esfera de los Libros, hoy identificada con una editorial vinculada al periódico, pero que en origen fue un suplemento cultural que llevó Miguel Munárriz, entre otros. Al nombre de cabecera le añadimos “papel” por razones evidentes: por ser la plataforma donde se incluye y distribuye diariamente la cultura en el mundo. Una vez decidido el nombre, ya solo nos quedaba lanzarnos sin paracaídas, porque esto nace como un suplemento cultural con muy poca gente, en realidad los que ya estábamos por ahí haciendo la parte de Cultura del diario. Pocos, sí, pero con mucha ilusión, directos al rock and roll y a volvernos locos en reuniones cargadas de ocurrencias disparatadísimas, dando vueltas y más vueltas hasta marearnos mucho como derviches borrachos de ideas. Al principio pensamos unas páginas hechas a base de muchas secciones, pero nos dimos cuenta enseguida de que así solo sería un contenedor de artículos, y nosotros queríamos algo diferente. Así que cuando teníamos acabado el primer diseño, lo tiramos todo y arrancamos de cero un mes más, planteando un suplemento más calmado, con reportajes e historias largas, que invitasen a un domingo lector. Queríamos que esas 19 páginas se poblasen con relatos capaces de contar a nuestros lectores, de manera sosegada, la cultura del presente.

—Así llegamos al nudo de La Esfera…

—Sí, el nudo… (El instinto del periodista busca veloz aquello que pueda cuadrar en su relato de orador con algo parecido al ecuador de la estructura; un hilo anudado con la saliva de las ideas, que Lucas sigue hilvanando con destreza de sastre inglés). El nudo sería la vocación de mantenernos mucho tiempo; de crecer (en todo, en paginación, en colaboradores, en lectores, en información) y que La Esfera tenga cada vez más calambre, que suponga un espacio de encuentro para muchos creadores que no tienen visibilidad constante en los medios. Sí, creo que ese es el reto. Mira —continúa— uno de los vicios de los periodistas culturales es dejarnos llevar por el carril de lo que ya está, como si hubiera una cierta pereza en todos nosotros a la hora de detectar novedades sobre un mismo tema que suele venir de fábrica tan protegido, tan clasificado, que ya no asombra ni incentiva la curiosidad. Creo que es casi una obligación moral generar lugares (como La Esfera, o como Zenda) donde pueda desarrollarse con más frescura la cultura de los laterales, que es donde se genera la efervescencia, el flow.

—¿Cómo se hace (insisto pobremente, aún embelesada por el ritmo magnético, casi versificador, de las respuestas) un suplemento cultural?

"Un suplementeo cultural se hace como un cocido, mezclando todos los ingredientes a fuego lento y deseando que salga bien"

—Pues como se hace un cocido, mezclando todos los ingredientes a fuego lento y deseando que salga bien (risas). Se hace de manera muy ordenada. Las ideas, todo lo que hemos dicho antes, se suelta en las reuniones de trabajo que invariablemente tenemos con el equipo cada lunes a las 5 de la tarde (la sección de cultura y los tres que  hacemos El Cultural: Llorente, Alemany y yo). Cada uno con sus calendarios y sus papeles va dispensando ideas. De ahí se cogen, descartan o funden. También hay una agenda editorial con exposiciones, danza, teatro, eventos… porque intentamos que haya secciones ceñidas a la actualidad (demandada y necesaria, claro),  combinadas con algo más flotante, sin tiempo ni forma, como caprichos de apuestas por una nueva manera de contar la cultura.

—¿Qué prefiere Antonio Lucas: la actualidad o el capricho?

—El capricho, pero del presente más que de la actualidad. Esto es como un verso de Álvaro García que a mí me gusta mucho: “Deja la actualidad, que se hace sola y ven al presente, que te necesita”. La actualidad es como un alpiste del que uno come y tal, pero lo que nos hace  contemporáneos no es la actualidad, es el presente; lo que nos vincula los unos a los otros es nuestro presente sucesivo. Actualidad no es ni más ni menos que el argumento que tiene el día para justificarse. Nosotros necesitamos un presente para fijarnos.

—¿Dónde se queda el poeta cuando el periodista Antonio Lucas entra en la redacción?

—Bueno, sospecho que está ahí, conmigo, lo que pasa es que asoma poco. Tú sabes que en una redacción de periódico cuando te dicen en la máquina del café “poeta” no es precisamente un piropo (risas). Un poeta en una redacción es un ser bastante sospechoso. Pero bueno, uno es lo que es, y lo es a tiempo completo. Lo que no hago es ponerme a hacer versos, porque además el clima de un periódico es tóxico, es kryptonita para la poesía. Pero te diré que a veces sí que tiro de ella; la poesía me ayuda a la hora de enfocar ciertos temas porque afina mucho sobre la parte oscura de lo que tenemos delante. Te regala perspectivas nuevas.

—Cuando los tres mosqueteros se sientan cada lunes a pensar en La Esfera, ¿dónde colocan al lector?

"El lector está en todas partes; es nuestra brújula"

—El lector está en todas partes. Es nuestra brújula. El riel donde nosotros nos movemos a la hora de diseñar el contenido es siempre el lector. Saber que hay lectores que juzgan, que tienen criterio y saben asomarse a la ventana de un suplemento cultural para abrirla o cerrarla y no asomarse jamás es nuestro incentivo para ser mejores. El lector es el complemento de todo periodista. La dificultad estriba en mantener el difícil equilibrio entre gusto, opinión, calidad y tiranía.

—Tal y como está el panorama, ¿es más fácil encontrar la libertad de prensa en la cultura?

—Sí, es más fácil. Frente a otras secciones del periódico, ésta tiene una cierta flexibilidad. Un director de periódico acepta en un momento determinado que haya un titular algo más “despeinado” en cultura, que jamás podría aceptarse en economía (donde todo es tan atildado, tan engominado, tan de cuello duro). Yo creo que en cultura gozamos con frecuencia de esa apertura; de ese “poco miedo” a que te echen atrás una página o un titular. De momento.

—¿De momento…?

—Bueno, es que todo esto se está convirtiendo en un territorio de patrullas: las redes sociales, los periódicos, todos buscando el flanco débil de aquel a quien vigilan; imponiendo sin complejos la censura previa a toda opinión… Vivimos un momento histérico y desagradable, muy poco democrático, donde cada vez se estrecha más la posibilidad de decir algo abiertamente; donde expresar lo que piensas es un auténtico riesgo (a veces me parece que más arriesgado que mentir, robar o estafar, cuyos mecanismos están más fuertes que nunca); donde aquel que se atreve a desarticular mentiras se queda extraordinariamente solo. Ese, nos guste o no, es nuestro panorama actual y en él las páginas de cultura se alzan como lugares donde uno todavía puede plantarse o soltar un exabrupto porque milagrosamente la cultura sigue teniendo esa parte que blanquea en cierto modo todo lo que de otra manera no se podría decir.

(Antonio guarda silencio y sonríe, casi tímido, como recobrando el aliento después de un ascenso empinado. Miramos al exterior, atraídos por el ajetreo urbano que la conversación sin prisas, casi sin tiempo, ha convertido esta mañana en una especie de murmullo ajeno a nosotros. La rotunda, segurísima voz del periodista ha sido hoy una especie de hoz castrante de Cronos que, pasmado y rugiendo dolorido, ha descargado su furia sobre los pobres viandantes del otro lado del viejo ventanal del Gijón. En silencio los vemos acelerar y afanarse en una carrera casi cómica por llegar puntuales a esos lugares que no suelen parecerse a la vida).

—¿Cuál es el proyecto cultural con el que Antonio Lucas sueña?

"La cultura sigue teniendo esa parte que blanquea en cierto modo todo lo que de otra manera no se podría decir"

—Pues sería un suplemento como La Esfera, pero con 32 páginas, 50 colaboradores, sin límites a la hora de poder sacar temas y con dos millones de lectores (calculando así, en plan modesto) que se sienten a leerlo tanto en digital como en papel. Y si nos ponemos, puedo ser muy ambicioso al soñar: sueño con que los suplementos de papel no caigan; sueño con que los espacios para la cultura no se sigan esquilmando en los periódicos, sueño con que las pequeñas librerías sigan teniendo su público y sea creciente, sueño con que de repente a la gente le interese discutir (y no pelear) por una idea; sueño con que la poesía esté arriba y no sea ese lugar donde tanta gente se encuentra extraña, sino que se entienda como lo que es: esa especie de nutriente natural que (como la glucosa o el agua) el hombre necesita para vivir. Y sueño con que si todo eso se cumpliese, fuésemos capaces de parir una sociedad muchísimo más afianzada en su concepto de convivencia. Un sociedad con más sex appeal.

(Pues eso. Que dan ganas de soñar a tu lado, Antonio). 

Vida de este santo (una semblanza)

Ungido en su nombre por dos santos, Antonio Lucas rechaza pronto la bendición heredada del lienzo a la sombra del éxito de las viejas glorias de vanguardia y café, huyendo al infierno de las palabras, donde las posibilidades de crecer se alzan secretamente en tentativas de joven matador valiente que prueba a enfrentarse a la bestia solo, en el silencio modesto del tentadero del verso. Apadrinado por Rilke y Rimbaud, descubre con sorpresa que el traje de luces que aún no lleva le brilla en cada palabra y decide crecer aferrado al poder de su verbo inquieto. Pero su formación canalla de tertulias castizas tira del adolescente que se encarama en la rebeldía de lo moderno, ataviado con una indumentaria (del foulard a los calcetines) clásicamente pictórica, con la que cree rechazar aquel pasado decadente. La redacción del periódico se transforma en su nuevo café Gijón, donde su adiestramiento le conduce directamente al éxito. Dotado con una imperiosa voz de rapsoda, Antonio Lucas ha logrado convertirse, a golpe de lecturas y tesón, en un joculator del mester, moldeando con fiereza periodística el presente que luego, a solas, con esa misma voz seductora  esclaviza y transforma, exprimiéndole hasta la última gota de poesía.

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