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Aprende a escribir con… Eduard Márquez

Foto de portada: Jordi Márquez.

Solo hay una forma de escribir una novela realmente salvaje: alejarse del mundanal ruido. Lo dijo el tristemente desaparecido Enrique de Hériz en un artículo («Pamplinas», El Periódico de Cataluña, 18 de enero de 2013) sobre la pérdida de acceso a los recursos editoriales que muchos escritores estaban sufriendo por culpa de la crisis económica: “Pero hay que estar muy ciego para no ver que este, precisamente este, es el momento que la condenada Historia nos brinda para escribir la mejor novela de nuestra carrera. La novela salvaje. La que a lo mejor no nos atrevíamos a escribir cuando, aunque lo negáramos, la comodidad de publicar se superponía a la aventura de crear”.

Aquel artículo impresionó a Eduard Márquez, quien por aquel entonces ya había decidido que no quería seguir escribiendo como lo había hecho hasta el momento. El autor catalán había llegado a la conclusión de que se odiaría a sí mismo si un día se levantaba y descubría que se había convertido en uno de esos narradores que sacan una novela al año y que ganan tantos lectores a golpe de título como calidad pierden sus textos. Su última novela había salido publicada dos años antes, en 2011, y ahora necesitaba tiempo para hacer borrón y cuenta nueva. Quería cambiar de rumbo. Abandonar el camino que su narrativa había tomado e iniciar una andadura por senderos desconocidos.

"Se podría decir que las circunstancias le habían devuelto a la casilla de salida: no sabía qué camino tomar en el terreno de la escritura, no sabía si las editoriales le harían caso, no sabía si llegaría a final de mes"

Por desgracia —pero en cierta manera también por suerte— la recesión le había desprofesionalizado, es decir, había hecho que ya no pudiera vivir de los royalties, adelantos y traducciones, obligándole a aceptar trabajos alimenticios y a dedicar su tiempo a algo tan odioso como pueda ser conseguir dinero. Era, por tanto, un escritor sumido en una doble crisis: creativa y económica. Se podría decir que las circunstancias le habían devuelto a la casilla de salida: no sabía qué camino tomar en el terreno de la escritura, no sabía si las editoriales le harían caso, no sabía si llegaría a final de mes. Lo mismo que un escritor primerizo, un autor fracasado, un letraherido de toda la vida. Y eso, precisamente eso, era lo que ponía todo un universo de posibilidades a sus pies.

Foto: Lourdes Aguirre y David Ruano.

Lo primero que hizo fue ponerse a estudiar. Se pasó cuatro años leyendo todo tipo de libros y autores, buscando nuevas formas de narrar, analizando la estructura de las ficciones que caían —a menudo de un modo azaroso— en sus manos… Y pasó lo que suele pasar cuando uno se pone a leer de un modo desprejuiciado: que descubrió que los clásicos son los mejores. Así fue como Eduard Márquez quiso dejar la narrativa más bien experimental que venía cultivando hasta la fecha y lanzarse a escribir una novela al más puro estilo Charles Dickens: muchos personajes, mucha ficción, muchos diálogos. Volver, en definitiva, al siglo XIX.

"Llevaba más de un lustro sin publicar y había caído en un bloqueo creativo. Se sentía derrotado, se veía a sí mismo como una persona infecta, se daba hasta un poco de asco"

Se puso manos a la obra. Escribiría la gran novela sobre la Transición en Barcelona. Entrevistó a testimonios, rebuscó en archivos, recorrió calles. Y después de una investigación de lo más rigurosa, se sentó ante el ordenador. Estaba eufórico; al fin un libro gordo entre manos. Pero a los cuatro años —repito: a los cuatro años— se dio cuenta de que la novela no funcionaba, de que había un problema de verosimilitud, de que la ficción ahogaba a la realidad, y tiró el manuscrito a la basura y se puso a estudiar de nuevo.

Leyó a otros autores, profundizó en géneros nuevos, buscó soluciones teóricas. Hizo varios intentos: la metaliteratura, la no ficción, la novela híbrida… Y nada. Por supuesto, entró en una época oscura. Llevaba más de un lustro sin publicar y había caído en un bloqueo creativo. Se sentía derrotado, se veía a sí mismo como una persona infecta, se daba hasta un poco de asco. El “caso Eduard Márquez” se hizo famoso en Barcelona, y la Fundació Romea le invitó a subir al escenario para hablar de su bloqueo. La gente aplaudió estruendosamente a alguien que reconocía estar en un pozo.

Foto: Jordi Márquez.

Y entonces el autor recordó el artículo de Enrique de Hériz, aquel texto en el que invitaba a sus colegas a mandarlo todo al garete y a refugiarse en el rincón más oscuro del alma. A escribir, al fin y al cabo, desde la parte salvaje de sus cuerpos. Márquez decidió hacer caso a su amigo y probó suerte con una estructura de lo más absurda: una novela sin narrador. Y funcionó. Se titula 1969.

Eduard Márquez escribió su “novela salvaje” porque no tenía nada que perder. Sus libros ya no se vendían, los críticos ya no prestaban atención a su trabajo, los lectores ya se habían olvidado de él. Era el momento de liarse la manta a la cabeza y dejar rienda suelta, pero suelta de verdad, a la imaginación. El momento de olvidar “la comodidad de publicar” y de levantar un libro que, ventas al margen, te permita ir a la tumba sabiendo que, al menos una vez en la vida, tuviste los cojones bien puestos.

***

La última novela de Eduard Márquez es 1969 (Navona / L’Altra).

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