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Así nos vieron

Después de hacer algunas incursiones investigadoras en el tema de la circulación de libros e ideas entre España y Francia a finales del siglo XVIII, gracias a las cartas escritas entre un botánico español y un librero parisino, y que constituyeron un auténtico correo de la Ilustración, a través del cual entraron un número considerable de libros prohibidos franceses en nuestro país, entre ellos l’Encyclopédie, era el momento de estudiar el efecto inverso. ¿Cómo nos vieron a los españoles en la Europa del siglo XVIII?

O mejor dicho, ¿cómo nos leyeron? Hasta ahora contábamos con estudios literarios y artísticos acerca de la visión de España allende los Pirineos, pero nos faltaba una aproximación más bibliográfica, que nos llevara a descender a la calle, a las librerías de París y Londres, al apasionante mundo de las subastas de libros, caso de Christie’s y Sotheby’s, y a las grandes bibliotecas privadas, para rastrear la huella de los libros españoles que se compraron y vendieron en la Francia de los Luises y en la Inglaterra georgiana.

"El punto de partida nos podría hacer pensar que los libros españoles, por cercanía geográfica y dinástica, fueron más leídos en Francia que en Inglaterra, por entonces potencia enemiga"

Y todo ello con el objeto de reconstruir la Imagen de España en la Europa de la Ilustración, al efecto de confirmar o desmentir estereotipos que aún hoy día se mantienen, y que precisamente coinciden con una crisis de identidad en nuestro país, que ha favorecido el que las publicaciones sobre la llamada «leyenda negra» se sucedan en las librerías, con mayor o menor fortuna.

El punto de partida nos podría hacer pensar que los libros españoles, por cercanía geográfica y dinástica, fueron más leídos en Francia que en Inglaterra, por entonces potencia enemiga, pero la realidad demostró una situación cuanto menos curiosa. Y es que Francia prefirió vender libros del enemigo, es decir ingleses, o italianos en su caso, que españoles. Mientras, Inglaterra encontró en Cervantes y en el Quijote una de sus principales fuentes de inspiración literarias. Más aún, tal fue su deseo de dar a conocer la obra del genial manchego, que editaron su primera biografía conocida en Londres en 1738, así como la primera edición comentada de su universal obra.

El libro español allende los Pirineos: París y Londres

Una calurosa acogida que no esconde que el libro español fuera un objeto de consumo y lectura minoritario tanto en Francia como en Inglaterra. Una realidad de la que se hicieron eco los libreros de París y Londres, y que explica la notable especialización en torno a un grupo reducido de libreros que en el caso francés se agruparon en torno a la célebre rive gauche, en el actual Barrio Latino. En Londres, por su parte, el Strand aglutinó a los cuatro o cinco libreros que asumieron el reto de comprar y vender libros españoles, no sin antes seleccionar minuciosamente los autores y obras para evitar pérdidas en un negocio ya de por sí frágil.

Y para ello, y en lo que al libro español se refiere, contaron con dos fuentes que les facilitaron las cosas, el Quijote y la Bibliografía Hispana de Nicolás Antonio. La obra cervantina fue para los libreros un “libro libresco”, en el que extraer abundantes noticias de libros españoles, entre ellos los de la biblioteca del propio hidalgo castellano, una nómina de unos trescientos libros aproximadamente. Por su parte, la bibliografía del sevillano les permitió acceder a un volumen considerable y bien ordenado de autores y obras españolas, con la ventaja añadida de que estaba escrita en latín, más accesible para ellos que el español. Fuentes a las que unieron las inestimables informaciones que les llegaron vía oral de diplomáticos, mercaderes, viajeros y, cómo no, de los periódicos, que se podían leer en los frecuentados cafés, y que incluían reseñas de libros, algunos de ellos españoles.

"A medida que avanzó el siglo XVIII, los bibliófilos franceses continuaron su apego por el libro español del barroco, mientras que los ingleses ampliaron su interés al mundo de los incunables españoles"

De esta manera, los libreros Antoine Claude Briasson, De Bure, y Louis Théophile Barrois en París, y los Benjamin White, Payne y Samuel Baker, en Londres, concentraron la atención de curiosos y bibliófilos interesados en el libro español. Especialmente de estos últimos, algunos de los cuales, en el caso de los ingleses, contaron con agentes apostados en las principales plazas editoriales europeas, especialmente en Holanda, al acecho de las piezas más codiciadas. Y es que los coleccionistas compartieron idéntica ansiedad por hacerse con el llamado ejemplar ideal, la pieza más rara, con las mejores encuadernaciones, un papel soberbio y una bella tipografía.

Y de ello dan rendida cuenta las bibliotecas francesas e inglesas más importantes del momento, como la del duque de La Vallière, una de las más grandes de su tiempo, con más de treinta mil ejemplares; la de Voltaire, Montesquieu, las colecciones de William Beckford, Sunderland, Stanley, y Hans Sloane, con más de setecientos libros españoles, que pasaron a la British Library; o la de Thomas Grenville, con una de las ediciones princeps del Quijote, y con el único ejemplar, de los tres conocidos actualmente, del Tirant lo Blanch (1490). Todas ellas, salvo excepciones, mostraron ya una inclinación hacia un tipo de libro español que sería el predominante en toda la centuria, a saber, la de los siglos XVI y XVII.

A medida que avanzó el siglo XVIII, los bibliófilos franceses continuaron su apego por el libro español del barroco, mientras que los ingleses ampliaron su interés al mundo de los incunables españoles que, aunque caros, constituían el principal objeto de deseo de los coleccionistas de finales de siglo y comienzos del Romanticismo. Y fruto de ello es una de las bibliotecas más grandes jamás formada en Inglaterra, la de Richard Heber, al que el bibliógrafo Gallardo calificó como el bibliófilo más grande de todos los tiempos, después de Fernando Colón. La cantidad inmensa de libros que recopiló, entre 200.000 y 300.000 libros, y casi dos mil manuscritos, fue de tal calibre que necesitó ocho casas para poder albergarlos en diferentes ciudades europeas, principalmente en Londres. Y la subasta de la misma en 1835 no fue menos espectacular, necesitando de trece volúmenes para su Catálogo. Pues bien, entre sus ejemplares se hallaban incunables casi únicos, como el citado Tirant lo Blanch, la Crónica de España (1487) de Diego de Valera, o la primera edición del Amadís de Gaula (1519) por citar algunas extraordinarias ediciones.

Las rutas del libro entre España y Europa en el siglo XVIII

Si importante es saber quiénes vendían y poseían libros españoles, no menos relevante es conocer cómo llegaron a París y Londres. Los llamados «circuitos del libro» implicaron a numerosos individuos, conocidos unos más, desconocidos otros. Intermediarios del libro que agruparon a un número heterogéneo de personas, que englobaba a transportistas, vendedores ambulantes, agentes, viajeros, libreros, y diplomáticos, e incluso bellas y cultivadas damas, como Lady Holland. Detengámonos en dos de ellos, los Embajadores, que como en la actualidad, y a través de valijas diplomáticas, hicieron posible la llegada de un número considerable de libros españoles a sus países de origen, en este caso a Inglaterra. Es el caso de Lord Grantham, embajador de Inglaterra en Madrid entre 1771 y 1779, que, a través de una minuciosa red de contactos, que tenía en la librería de Gabriel de Sancha, a la sazón amigo de los libreros londinenses White y Payne, su principal centro de operaciones, hizo llegar abundantes cajas de libros españoles a una amplia red de contactos, que incluía notables intelectuales de la capital, así como de las Universidades de Oxford y Cambridge, entre otros lugares. Su inclinación por la cultura española fue tal que importantes intelectuales españoles, caso de Antonio Ponz, Gregorio Mayans o Francisco Pérez Bayer, utilizaron su mediación para dar a conocer sus libros en Inglaterra.

"Pero si algún lugar refleja la pasión por la cultura española, ese fue sin ninguna duda Holland House, la casa londinense de los Holland, cuya biblioteca de fondo español fue la segunda más importante del país después de la British Library"

Similar hispanofilia sentía Lady Holland por España, a donde había viajada en sendas ocasiones, acompañada por Lord Holland, y de la que nos dejó un diario titulado Spanish Journal of Spain, que quedó manuscrito. Allí, Elizabeth tuvo la oportunidad de entablar amistad con importantes personajes, caso de los Duques del Infantado, y seguramente con el que fuera su tutor, el botánico Cavanilles, del que hará de intermediaria, como así lo atestiguan algunas cartas, en el envío de libros y de especies botánicas al Presidente de la Sociedad Linneana de Londres, James Edward Smith.

Pero si algún lugar refleja la pasión por la cultura española, ese fue sin ninguna duda Holland House, la casa londinense de los Holland, cuya biblioteca de fondo español fue la segunda más importante del país después de la British Library. Centro de tertulias del partido whig, fue sobre todo el alberge intelectual y físico de los liberales españoles que huían del absolutismo fernandino. Allí, los Jovellanos, Moratín o Blanco White, a la sazón tutor de los hijos de los Holland, encontraron apoyo moral e intelectual a su causa. No en vano, Lord Holland aportó sus mejores conocimientos para establecer en España un modelo político similar al inglés, que intentó que fuera recogido en la Constitución de 1812. Un amor a España que se constató en el primer y más riguroso estudio realizado sobre Lope de Vega en 1806, del que contaba con más de quinientas comedias en su biblioteca; así como en sus traducciones de Calderón, o en su trabajo inédito sobre Cervantes y su tiempo. Temas sobre los que seguramente discutió en el llamado Club Hispanicus, que fundó en 1780 en Londres, y que fue el lugar de encuentro de todos los apasionados por la cultura española.

Y la pregunta se vuelve ociosa. ¿Qué libros españoles podíamos encontrar en los estantes de Holland House, y en las principales bibliotecas privadas de París y Londres? ¿Qué autores y obras españolas se pusieron a la venta en las subastas y librerías de ambas ciudades?

El canon literario español a ojos de los europeos

Paradójicamente, cuando en España reinaba un rey cuanto menos ilustrado, Carlos III, y unos ministros que realizaron importantes reformas económicas y sociales, Europa nos dio la espalda bibliográficamente hablando. El mundo del libro inglés y francés demostró escaso interés por el libro español, y cuando lo hizo, se circunscribió a una etapa concreta, los siglos XVI y XVII, obviando, a veces de manera intencionada, todo lo producido en el siglo XVIII.

"Los europeos encontraron la modernidad en nuestros clásicos del Siglo de Oro, mientras que nuestros pretendidamente modernos, el siglo XVIII, fueron para ellos los antiguos o silenciados"

El Siglo de Oro dominó la escena editorial de ambos países, encabezado por el Quijote de Cervantes, que eclipsó sin lugar a dudas al resto de autores y obras. Y entre éstas se encontraban las de Lope de Vega, Gracián, Calderón y Quevedo, como las más importantes. Entre las obras históricas canónicas figuraban las Historias de América de Antonio de Herrera o Antonio de Solís, y especialmente la Historia de España del jesuita Mariana, cuyas teorías políticas subversivas del regicidio fueron de enorme ayuda para personajes como Montesquieu o Robespierre, entre otros. Los diccionarios y gramáticas también gozaron de buena venta, en especial los del lexicógrafo Francisco Sobrino. Y entre las obras religiosas, la Biblia Políglota Complutense era corriente encontrarla en las principales bibliotecas inglesas del momento. Temáticamente hablando, los temas más recurrentes fueron sin lugar a dudas la literatura de caballerías, la picaresca y el género pastoril.

Una visión que nos lleva al tradicional debate entre antiguos y modernos. Los europeos encontraron la modernidad en nuestros clásicos del Siglo de Oro, mientras que nuestros pretendidamente modernos, el siglo XVIII, fueron para ellos los antiguos o silenciados. Y ello tenía varias explicaciones, pero la más notable, y la que nos restó mayor visibilidad, fue la ausencia considerable de obras de filosofía que en último lugar eran las que interesaban allende los Pirineos, y que ponían en cuestión los cimientos políticos y religiosos establecidos. Por el contrario, en la España del siglo XVIII predominaron las obras históricas, literarias, y la recuperación de los humanistas de los siglos XVI y XVII, que no hicieron sino perpetuar la imagen de un país anclado en su Siglo de Oro.

El libro español fue para los europeos un libro de entretenimiento, de evasión, un pocket book, dado el formato, pero no así fue un libro de conocimiento ni de formación, algo de lo que se quejaban amargamente intelectuales como Boyer d’Argens, que, a través de uno de sus personajes, Jacob Brito, señalaba la imagen desoladora de un país, España, con bibliotecas repletas de teólogos, poetas y novelas, en lugar de Newton, Descartes, Gassendi, Locke, Bayle, Mallebranche, &c.

"La leyenda negra no fue solo un cliché vertido por algunos países europeos, sino que España contribuyó a alimentarla"

Y es que el mundo del libro inglés y francés encontró en el Siglo de Oro la quintaesencia de la cultura española, su modernidad, pero también su marco de crítica social y cultural, magistralmente reflejada en la serie de Alatriste de Arturo Pérez-Reverte. Una España de caballeros sin honra, curas, corruptos, pícaros y contrabandistas, que impedían ver la imagen de una España que se abría paso, no sin altibajos, a la modernidad. Una modernidad que encontraba importantes obstáculos, entre ellos la Inquisición. Y es que Europa no podía entender que un país que quisiera ser moderno mantuviera instituciones como el Santo Oficio, que no solo provocó pérdidas humanas imperdonables, sino que, y lo que es más grave, mutiló el librepensamiento, llevando al peor escenario posible de cualquier intelectual, a la autocensura.

Y es aquí cuando nos toca hacer la tan necesaria autocrítica. La leyenda negra no fue solo un cliché vertido por algunos países europeos, sino que España contribuyó a alimentarla. Y ello fue debido a diversos factores. El primero de ellos, la falta de internacionalización del mundo del libro español del siglo XVIII, algo que hizo que nuestros libreros fueran más importadores que exportadores de libros, lo que al final nos restó visibilidad y nos generó una enorme dependencia de las prensas europeas. A los bibliopolas españoles les faltó viajar, estar en las principales Ferias del Libro de Frankfurt y Leipzig, cartearse con los principales libreros europeos, y visitar las plazas de París, Londres, La Haya o Amsterdam, uno de los principales centros editoriales del momento.

"Y es que el número de ediciones, traducciones y adaptaciones de la obra cervantina fue mucho mayor en Francia e Inglaterra que en España"

Algo que explica que Francia prefiriera vender libros del enemigo inglés antes que españoles. Y cuando lo hizo fue a lo seguro, ofreciendo una nómina casi calcada a la que Jaucourt utilizó para hablar de España en la edición princeps de la Encyclopédie, a saber Cervantes, Mariana, Solís y Gracián fundamentalmente.

Y es que el número de ediciones, traducciones y adaptaciones de la obra cervantina fue mucho mayor en Francia e Inglaterra que en España. Y lo más chocante es que mientras aquí nos rasgábamos las vestiduras defendiendo a capa y espada al genio de las letras españolas, en Londres se publicaba su primera biografía. Una biografía escrita, lo que es más paradójico aún, por un intelectual español, Gregorio Mayans, que tuvo que envainarse las acusaciones de antiespañol de su propio país, a través de un importante periódico, cuando fue el ilustrado que más hizo por difundir la imagen de España en la Europa del siglo XVIII. Un menosprecio de lo propio y lo que es peor, indiferencia, que explican que la biblioteca de Mayans y el que fuera su maestro, Manuel Martí, más conocido como Deán de Alicante, que poseía una de las colecciones más extraordinarias del momento, con más de cuatro mil libros, y numerosos incunables, se acabara vendiendo en Londres, no sin antes quemar sus manuscritos personales, muchos de los cuales le habían servido para editar una de las grandes obras de la Bibliografía española, la Bibliotheca Hispana de Nicolás Antonio, para evitar que se convirtieran en “envoltorios de incienso, o como papel en los servicios”.

Tristes episodios que formaron parte de los claroscuros de nuestra Ilustración, a la que le faltó el coraje suficiente para adaptarse a los gustos de los lectores europeos, saliendo del encorsetamiento editorial tradicional, en definitiva de la ortodoxia, para subirse al tren de la modernidad.

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­­­­­­­­­­­­­­­­­­­Autor: Nicolás Bas Martín. Título: Spanish Books in the Europe of the Enlightenment (Paris and London). A View from Abroad. Editorial: Brill. Venta: Amazon.

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