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La leyenda de un bravo

La leyenda de un bravo

En estos tiempos de incertidumbre y confusión, dominados por la mediocridad que impone el discurso de la demagogia, hablar de un héroe que se ajusta a la imagen arquetípica de «persona ilustre y famosa por sus hazañas o virtudes», segunda acepción del término que recoge el diccionario de la RAE, puede ser interpretado por algunos como un acto alevoso que oculta perversas intenciones contra la doctrina del pensamiento único imperante. Si el amparo que nos brinda la historiografía sitúa al aludido en pleno siglo XVI, época que bajo el prisma de la corrección política de nuestros días estuvo dominada por unos señores pérfidos y engolados henchidos de matar indios y quemar herejes, y encima se nos presenta como español sin reservas, le pueden llamar de todo menos bonito.

En medio de esta decadencia cultural, en la que no se vislumbra el fondo, la lectura reflexiva y liberada de prejuicios que nos proporciona un buen libro se ha convertido en un ejercicio de nuestra más íntima libertad, aquella de la que siempre hemos gozado y que nunca nos podrán arrebatar, en un acto de rebeldía que cuestiona todo lo establecido desde el púlpito de las sacrosantas redes sociales, oráculo de las masas y tumba de carreras políticas. Esta convicción, tan buena o mala como las de los demás, me ha llevado a aceptar, de buen grado y placenteramente, el reto al que nos invita el escritor Jesús de las Heras en su última obra, Julián Romero el de las hazañas, título que no deja lugar a dudas y que para más señas se centra en la biografía de un héroe español, categoría que causa pasmo y repelús en los bien pensantes de turno. Y además, por si todo esto fuera poco peligroso, nos encontramos ante un gran libro.

"Por afectividad emocional, o simplemente por llevar la contraria, siempre he sentido una especial simpatía por los personajes marginales, que no perdedores, e injustamente desconocidos"

Su autor, curtido en las aulas y en las redacciones, frentes de guerra inspiradores de buenas historias, es un reconocido artesano del oficio escribidor, como se ha encargado de demostrar con largueza en sus anteriores obras, que abarcan géneros literarios que van desde el ensayo hasta la novela, sin olvidar su labor periodística. En este trabajo recupera del olvido la figura bizarra de un personaje pródigo en gestas, para contarnos su periplo vital como soldado en los ejércitos al servicio de diferentes reyes durante el siglo XVI.

Por afectividad emocional, o simplemente por llevar la contraria, siempre he sentido una especial simpatía por los personajes marginales, que no perdedores, e injustamente desconocidos, que no por ello menos insignes, que han quedado relegados a una nota a pie de página en los márgenes de la Historia. Julián Romero de Ibarrola, personaje que nos ocupa, vivió y luchó en una de las épocas más apasionantes de nuestro pasado, razón que explicaría el ostracismo al que ha quedado relegado. A lo largo de ese siglo, que asombró al mundo por muchos motivos, la pléyade de grandes personajes y los hechos que protagonizaron es abrumadora, sin ofrecer demasiadas oportunidades para que los actores secundarios pudieran destacar.

Conquense de nacimiento, y piamontés por razón de muerte, con apenas quince años nuestro protagonista partió de Torrejoncillo de Huete, su localidad natal, para servir como mochilero y mozo de tambor en las filas del contingente español que se embarcó en la que fue conocida como Jornada de Túnez. Muchacho de carácter poco común, aquella decisión, desconocemos si meditada o propia de la inconsciencia y sed de aventuras de la juventud, marcó la senda de un destino que le condujo a participar en una serie de hechos de armas que forjaron su temple y dieron forma a la leyenda de un bravo.

"En 1572, y mientras dirigía una encamisada contra la localidad belga de Mons, fue alcanzado gravemente en un brazo que desde entonces quedó inútil"

Experimentado capitán de los Tercios, adquirió fama cuando en 1546 se enfrentó a Antonio Mora, mercenario español al servicio de Francisco I de Francia, ante la expectación de toda la corte francesa congregada en Fontainebleau, en un duelo del que saldría victorioso y que sería recordado por mucho tiempo. Bajo las órdenes del maestre de campo Pedro de Gamboa, luchó en los ejércitos de Enrique VIII que derrotaron a los escoceses en la cruenta batalla de Pinkie Cleugh. En reconocimiento a sus méritos, el monarca inglés le recompensó con el título de Sir y le concedió el honor de combatir bajo su propia bandera.

En los años siguientes, la figura de Julián Romero acumuló elogios por su honor, lealtad y valentía en los campos de batalla de media Europa, al mismo tiempo que perdía partes de su anatomía. En la Batalla de San Quintín fue herido en una pierna y quedó cojo. En 1572, y mientras dirigía una encamisada contra la localidad belga de Mons, fue alcanzado gravemente en un brazo que desde entonces quedó inútil. Su última mutilación la sufrió en el transcurso de su participación en el asedio a la ciudad de Haarleem, donde perdió un ojo. Al margen de todos estos sacrificios, que podríamos calificar de personales en el sentido más estricto de la palabra, la participación de Julián Romero en significativos combates que tuvieron como escenario los paisajes de Flandes resultó decisiva por su forma de luchar y organizar a las tropas bajo su mando.

"En los tiempos turbulentos que le tocó vivir, Julián Romero encarnó el heroísmo y la crueldad que conviven en la guerra"

Su única derrota, provocada por la incompetencia de otros, se produjo en 1537 y en el mar, cuando en contra de su juiciosa opinión se le encomendó el mando de una armada que debía acudir en apoyo de las tropas imperiales sitiadas en Midelburgo, capital de Zelanda. A lo largo de la vida militar del que acabaría siendo ascendido a maestre de campo, nombrado comendador de la Orden de Santiago y miembro del Consejo de Flandes, y que también mereció el elogio de la pluma de Lope de Vega, que llegó a dedicarle el argumento de una comedia, tampoco faltaron algunos episodios que ensombrecieron su gloria, como el que en 1576 protagonizaron las tropas bajo su mando que asolaron Amberes.

En los tiempos turbulentos que le tocó vivir, Julián Romero encarnó el heroísmo y la crueldad que conviven en la guerra. En este sentido, es un craso error despotricar contra su memoria usando el manido argumento de enjuiciarla desde el punto de vista moral de nuestros días, tiempo que tampoco se caracteriza precisamente por ser ejemplar. Desde el encomiable revisionismo histórico que se merece, su figura es presentada como ejemplo de las oportunidades de ascenso social que la carrera militar ofrecía en el siglo XVI a aquellos que no pertenecían a la nobleza, detalle destacable que el propio Jesús de las Heras pone de manifiesto en las páginas de un libro que nos puede ayudar a comprender mejor el contexto social, político y militar de una época.

Gracias a una rigurosa labor de documentación y a un estilo vigoroso de prosa cuidada, el autor de esta lúcida biografía nos invita a seguir los pasos del personaje en un viaje que nos transporta vívidamente hasta el siglo XVI y en el que no deja de admirarnos y sorprendernos con cada capítulo. Como amante de la buena literatura y la historia sin complejos, reconozco que he disfrutado con su lectura. Tal vez ahora, y aprovechando la efeméride del quinto centenario del nacimiento de Julián Romero, alguien también se atreva a dedicar al héroe un documental, una serie, puede que hasta una película. La placa ya la tiene, dando nombre a una calle en el casco viejo de Cuenca. El monumento y el homenaje público son mucho pedir, pero ahora que le conozco bien gracias a la intercesión de Jesús de las Heras, estoy seguro que él no los hubiera querido.

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Autor: Jesús de las Heras. Título: Julián Romero el de las hazañas. Editorial: EDAF. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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