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El baloncesto es tan literario como las alcachofas

Don Stephen, quizá tras aparcar la nave nodriza. Foto de perfil de @StephenCurry30

Don Stephen, quizá tras aparcar la nave nodriza. Foto de perfil de @StephenCurry30.

Todo, por qué no, puede ser literario, ya que todo puede cobrar vida o tener sentido en una narración o en un poema. No en vano el diccionario académico suelta que literario es algo “perteneciente o relativo a la literatura” y se queda tan campante. Pero el baloncesto es tan literario como las alcachofas. Es decir, puede ser tan literario como cualquier otra cosa, pero hasta ahora apenas lo ha sido.

He equiparado al baloncesto con la alcachofa, en vez de con la horchata, la chatarra o el pacharán, por dos motivos.

Uno. Por el siguiente párrafo:

«Las palabras que se dicen los amantes durante su primer orgasmo son las que presidirán en el futuro toda su comunicación sexual. Son momentos de absoluta improvisación, en los cuales los amantes se rebautizan o rebautizan las partes de su cuerpo. Los nuevos nombres regresarán siempre durante el acto para constituir el códice que utilizarán en la cama. Estas palabras son inocentes y muchas veces poéticas con relación a lo que designan. A veces son también disparatadas. Nadie está libre de decirle a su mujer la noche de su primera posesión: «Alcachofa». Y se fregó porque desde entonces, al poseerla, tendrá siempre que decirle «Alcachofa». El día que no se lo diga, la habrá dejado de querer».

"Nadie está libre de decirle a su mujer la noche de su primera posesión: 'Alcachofa'. Y se fregó porque desde entonces, al poseerla, tendrá siempre que decirle 'Alcachofa'. El día que no se lo diga, la habrá dejado de querer."

Ya ves: hasta la alcachofa puede dar juego. En la mesa y en la cama. Y en un libro. El párrafo anterior procede, cómo no, de Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro.

Dos. Porque alcachofa suena a chof, como los triples cantados por Guille Giménez. Y porque este periodista en Twitter se define como narrador. Hace bien: el dúo que forma con Antoni Daimiel narra la NBA de maravilla; como escribió Rubén Amón, son los verdaderos Splash Brothers. La senda que abrió Ramón Trecet, por donde han transitado o transitan Andrés Montes, Santiago Segurola, Vicente Salaner, el palomero Iturriaga, Piti Hurtado, Gonzalo Vázquez, Amaya Valdemoro, Guillermo Ortiz, José Ajero o Andrés Monje, sigue bien cubierta.

Pero el baloncesto, como el coronel de García Márquez, apenas ha tenido quien le escriba obras literarias. Abundan los narradores deportivos, sí, pero escasean los escritores, la literatura. Tirando de memoria, no recuerdo ninguna novela memorable. Y al buscar “literatura baloncesto”, el gran hermano Google ofrece en 0,42 segundos nada menos que 924.000 resultados, aunque tampoco encuentro nada que me apetezca leer. Mencionan novelas donde las canchas son meros pretextos de tramas criminales, y poco más.

Hablar de fútbol, ahora, o de novelas futboleras, no procede porque el deporte rey ganaría por goleada —incluso yo he escrito una, negra y merengue—. Así que tiempo muerto.

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