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Bambalinas en la tortura animal

Bambalinas en la tortura animal

Cierto país que disfruta bombardeando el estado que tiene invadido, allá por Oriente Próximo, inaugura la primera fábrica industrial de carne artificial. Proclaman que este método no causa sufrimiento animal, que contamina menos, que es una fuente de proteína de origen animal sostenible… Reventaré la burbuja: la producción de carne sintética aún necesita sacrificar animales, aunque a menor escala. La producción industrial de este alimento supone una mayor emisión de dióxido de carbono; ergo, otro enunciado falso. En consecuencia, no sé de dónde se obtiene la definición de «sostenibilidad» que se le aplica. Quizás representa lo mismo que el término “orgánico”, ya saben, esto que aplicamos liberalmente porque pocos se paran a mirar lo que hay detrás. Y en parte de eso quiero hablar en esta columna: de la necesidad que tenemos de no mirar lo que hay detrás. Por indiferencia o por instinto de conservación. Entre tanto, la llegada de la carne producida por cultivo celular está asegurada. La mano tendida a quienes creen que pueden comer animales y disminuir la huella de carbono viene en camino. Tengan paciencia.

"Otro de esos telones que preferimos que sea grueso y silencioso es el de la experimentación animal"

Otro de esos telones que preferimos que sea grueso y silencioso es el de la experimentación animal, un tema largo y peliagudo este, al que dedicaré más adelante una columna propia. En España tenemos el reciente escándalo con la empresa esta “biomédica” con base en la Comunidad de Madrid. La filtración de un vídeo en el que se veía la tortura de monos, perros, conejos y cerdos saltó a las redes sociales, y de pronto ya estábamos escandalizados, como si estas barbaridades, que en ciencia se llaman «experimentos», no llevaran sucediendo desde antes de la instauración de la ciencia moderna. Como si sus cremas faciales, sus medicamentos, o las vacunas frente al COVID que se meten pal cuerpo cual caramelos no hubieran pasado por un proceso en el que la tortura, el sufrimiento y el maltrato animal es un requisito imprescindible. El gobierno central, especialista en hacerse el tonto, quiso fingir que no sabía de estas cosas, quiso llevarse a los animales. No me digan que no somos afortunados de tener a un superhéroe de cómic de segunda haciendo que gobierna. Pero claro, a todo superhéroe… le hace falta un villano. Así que la señora esa, a la que siguen votando a pesar de que cada día da más miedo, lo impidió. Y ahora estamos todos indignados, porque las autoridades osan decirnos a la cara que los monstruos existen, que nuestros sentimientos son solo eso, nuestros, que allá fuera, más allá del mundo bien, hay muerte, y sufrimiento, e indiferencia. Pero bueno, pero qué cosas más duras. Ahora a ver quién duerme. ¿Y antes de eso? Nadie reparó antes en el escaso número de veterinarios que tiene Madrid para investigar estos centros, así como los refugios de animales e instalaciones ganaderas. Y hago un pequeño inciso para recordarles que hay un lugar, allá por donde los murcianos corren libres, que ya se ha recuperado de las oleadas de indignación que levantó el magnífico programa de Salvados. Ahora las críticas yacen en el pozo, y nunca mejor dicho. La indignación es un sentimiento, y hoy día pasan rápido. De ahí que pocos se pregunten por qué es más barata una loción testada en animales frente a una que no ha sido testada. Consumimos cualquier nueva porquería que nos venden, con propiedades nunca antes vistas —scam—, y nos creemos que esos productos no han pasado por una fase en la que a distintos animales se les hace respirar, tragar, se les frota la piel, someten las mucosas y los ojos al efecto del nuevo producto. ¿Ustedes se creen que cuando un champú avisa de los riesgos de entrar en contacto con los ojos es porque alguno de los que buscan el sol por la madrugada se quiso hidratar las pupilas? Al margen de la sonada ausencia de un comité ético en la empresa no nombrada, debo decir que estos suelen ser una panda de bufones que se lavan la espalda entre ellos. Los comités éticos, como los inspectores veterinarios, son una charada. Pero al igual que nos creemos que la ley nos hace iguales, deberíamos tener de aquellos para mantener la farsa. Eso sí, al final del día, un experimento con animales es eso: una prueba en la que se somete a un organismo a situaciones controladas, que puede causarles malestar y sufrimiento, y que termina con la muerte del animal —esto último, les aviso, es ley—. El caso de la Comunidad de Madrid debería servir para que el público abriera los ojos frente a los costes de vivir con las comodidades modernas y una ingente diversidad de productos. Pero no solo no lo hará, sino que seguiremos presos por siempre de los aprovechados y los de piel fina. Hazlo bien o no lo hagas, que dan ganas de decir.

"Creo que es necesario aceptar que ni somos tantos los que condenamos el maltrato animal, ni los que lo hacemos somos tan buenos"

Con las redes sociales no solo parecen haber proliferado aquellos de género tonto. También se multiplican los que cazan, pescan y en general torturan animales sin otro objetivo que llamar la atención. Sus vídeos se pueden encontrar en cualquier plataforma, que los ampara y promociona. Pero lo alarmante es el número de visualizaciones y de interacciones que generan. Esta semana, un vídeo en el que se muele a un carnero a palos hasta la muerte, grabado por un menor, acumula miles de visualizaciones. El individuo sale impune, y el menor… ¿es que nadie piensa en los niños? Creo que es necesario aceptar que ni somos tantos los que condenamos el maltrato animal, ni los que lo hacemos somos tan buenos. Porque si estas plataformas de sanguijuelas virtuales fueran castigadas con un bloqueo total por permitir la difusión de salvajadas, la cosa cambiaría. No dejaría de haber un superávit de torturadores, pero perderían lo que hoy día se ha convertido en un aliciente sobredimensionado para su actividad. Pero a nadie se le ocurre abandonar YouTube, Twitter, Instagram o Facebook por dar voz a unos sujetos diseñados para el aborto. Usamos las plataformas para quejarnos, para balar como los borregos tarados que somos, confiados en que nuestra voz tiene un valor que, asumámoslo, no ha tenido nunca.

"Para los animales no hay una salida de nuestra crueldad. Están vivos, pero los usamos como a un pañuelo viejo"

Como seres humanos, no ya como animales, usamos el medio y sus recursos como nos place. Hemos pasado de utilizarlos para sobrevivir a hacerlo para nuestro ocio. Perdemos lo que algunos llaman instintos y desarrollamos patologías del comportamiento que se normalizan por su abundancia. Nuestro día a día consiste en construir una realidad artificial, imposible en un planeta Tierra que estuviera libre de nuestro yugo. Y son muy pocas las personas que se liberan de esta dinámica de muerte y desperdicio. Pero conservamos la creencia inocente, hipócrita, insultante, de que existen el bien y el mal. Mientras, todo lo que poseemos y nos rodea es una lucha constante contra la nada, que llenamos de las formas más absurdas mientras servimos de engranajes para esta civilización humana. Para los animales no hay una salida de nuestra crueldad. Están vivos, pero los usamos como a un pañuelo viejo. Y si bien esto no es excusa para dejar de luchar por ellos, es necesario que, a los que nos importa esto, entendamos que la base misma sobre la que se asientan nuestras vidas se tambalea, de tan alta y frágil como es la pila de huesos sobre la que las edificamos. Lo contrario es hipocresía. Por tanto, lo contrario no merece ni ser escuchado.

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