Hoy ya es tarde, pero hacer reír al viejo Groucho fue la mejor carta de presentación para un cómico. Woody Allen (Nueva York, 1935) no sólo lo consiguió, sino que ha acabado pareciéndose con el tiempo a lo más cercano que alguien pudiera estar de aquel genio del absurdo, clásicos ambos, dado que hoy sus legados —uno concluso, otro en tránsito— están más vivos que nunca. Después de la tríada Cómo acabar de una vez con la cultura (1974), Sin plumas (1976) y Perfiles (1980), llegaron un cuarto de siglo más tarde los dieciocho cuentos de Pura anarquía (2007), los diecinueve de Gravedad cero (2022) y la polémica autobiografía A propósito de nada (2020). Ahora, a sus casi noventa años (los cumplirá el 30 de este mes de noviembre), se deja caer con su primera novela, ¿Qué pasa con Baum? Los lectores no anglófonos nos perdemos el juego de palabras del título, donde la fonética del apellido del protagonista Baum se asemeja conscientemente a la de bomb, con lo que el travieso Allen viene a decir también Qué pasa con la bomba. Y en efecto, Asher Baum es la bomba, en todos los sentidos, un escritor judío de mediana edad, hipocondríaco y ansioso, que entra en disputa artística con su hijastro y con su hasta entonces encantadora tercera mujer. La sacudida que provoca persiste más allá del cierre de la novela y su onda expansiva se acerca a la que produjeron algunos de los más logrados personajes del director de Manhattan, empezando por sus inolvidables alter egos. La paronomasia del título de esta novela inaugural encaja perfectamente con el estilo de comedia neurótica y obsesiva a la que nos tiene acostumbrados Woody Allen desde sus inicios como cineasta.
Asher Baum pasa por ser un urbanita de libro. Para él la civilización debe conjugarse con la visita a museos, librerías y tiendas de discos, disfrutar de salas de cine y restaurantes, todo ello aderezado con las melodías y literatura imaginadas por Vernon Duke, Rodger & Hart, Gershwin, Cole Porter o Irving Berlin, mientras pasea por las calles magnéticas de una Nueva York en constante metamorfosis que su creador también ha ayudado a construir, o al menos a reconocer. En el fondo no es más que un escritor chiflado simpático adicto al asfalto a quien le resulta más fácil provocar la reflexión que la emoción. Pero que nadie se llame a engaño y confunda lo sombrío con lo profundo. Baum diría que nunca hay que subestimar la alegría que transmiten la melodía y el ritmo. El tipo, bizarro como lo son los mejores personajes de Allen, no puede sino caernos bien, del modo en que nos caen esos ladrones de las películas a los que nunca quieres que atrape la policía. Que les salga bien el robo, que les funcione el plan de huida, que se salgan, al fin, con la suya. Y mira que es torpe a veces, y otras un completo malentendido a quien no se le perdona que utilice la sátira para romper con un exceso de trascendencia, como cuando lo vapulearon por tomarse el Holocausto a la ligera. Como si a estas alturas no se conociera la fórmula personalizada por Woody Allen de lo que define a la comedia, que no es otra cosa que la tragedia pasada por el tamiz del tiempo.
¿Y qué es lo que pasa con Baum? Pues que el tipo está tan dejado de la mano de todos, tan solo en su soledad, tan existencialista él sin llegar a ser camusiano (“tanto esfuerzo con la piedra para qué”), que únicamente le queda el bendito recurso de hablar consigo mismo entre ataques de pánico y alaridos hipocondríacos. Así Baum dice a Baum tal cosa, cual cosa, cualquier cosa, con tal de no sentir que todos lo detestan. A lo mejor no es para tanto, y sólo es que es un pesado de cuidado cuyo propósito en esta vida no es otro que “ordenar el caos y la amarga verdad que nublaba cada amanecer de la especie humana”. En medio de todo ello, la vida en familia de Baum con Connie Lister y Thane, el hijo de ésta que, valga su suerte, también escribe y, valga su desgracia, escribe con más éxito y firmeza que su padrastro, aunque en eso hay gato encerrado. Entre hostilidades y decepciones, el narrador de la novela ve cómo su tercer matrimonio empieza a irse al garete, aunque todavía tiene tiempo para echarle un vistazo a la hermosa novia de Thane, el “artista genuino” que comparte la vida con el escritor caído en el malditismo.
Como no podía faltar el apunte psicoanalítico, la cosa va de Edipos (Thane) y Yocastas (Connie), mientras se dejan caer perlas a propósito de lo divino y lo humano marca de la casa Allen: que si “el matrimonio es la muerte de la esperanza (…) en los que “los ahora nunca resultaban tan agradables como los entonces”; que si abogar por la misantropía permite que la gente no le decepcione a uno; que si “el placer que obtienes en una relación es equivalente al dolor sufrido cuando te abandonan”; que si la ficción es más real que la realidad, más capaz de aproximarse al alma y explicar la puñetera verdad de lo que nos rodea; en fin, que si el universo se expande, como ya nos recordó en Días de radio, y que tal vez nos acabe tragando un agujero negro. Woody Allen al cien por cien, tanto que acaba haciendo confesar a Baum que su comportamiento es irracional y que su relato es poco fiable, lo que no quita para que sigamos pensando como lectores que nuestro escritor destronado tiene un hijastro insufrible, una mujer que lo es otro tanto y un hermano (Josh) tan cínico en lo personal como ortodoxo en lo religioso, mientras los imbéciles campan por sus respetos para confirmar que no todo tiene explicación en este mundo, pues “todo carece de sentido.” Un clásico ya del novelista que tiene en su haber medio centenar de películas y la osadía intacta desde los tiempos de Toma el dinero y corre.
A bolígrafo y tumbado en decúbito dorsal, que es como mejor gusta Allen de escribir, ¿Qué pasa con Baum? se ajusta con naturalidad a las formas narrativas que le son propias a estas alturas al afinado rey del disparate, el chiflado por el que haríamos ver que vendemos el alma para compartir una copa todos los jueves en el bar del Hotel Carlyle. Maneja el diálogo con rigor, destreza y frescura, toca temas candentes (las cancelaciones, el movimiento MeToo, los nazis —los nazis siempre están de actualidad—, el plagio, la comercialización del arte o el misterio de la atracción humana en todas sus facetas, tal vez el tema más serio con el que trabaja Allen tras los de la existencia y la muerte). Conoce los resortes del ritmo narrativo, puebla de sabiduría cada una de las escenas con las que trata de apresar al lector, a quien le concede la gracia horaciana de deleitarle en el entretenimiento mientras muestra, como de pasada, con profunda ligereza, los resortes de la vida y las peripecias de los corazones inquietos. Woody Allen regresa una vez más, con urdimbres cinematográficas —la novela iba para película, ya lo adelantamos—, pero en esta ocasión desde el estreno novelesco, a ese lugar ya indiscutible que lo hace un clásico. Con los altibajos que quieran, pero un grande en eso que convenimos llamar el retrato del espíritu humano. Como Hamlet, también él trata de descansar en la razón y moverse con pasión. El secreto parece estar en tomarse la vida con humor a fin de contrarrestar las absurdidades que plagan el universo. En cuanto a los críticos, de nuevo escritores frustrados, seguimos teniendo nuestro lugar de privilegio en la planta quinta del Infierno, junto a los carteristas de metro y los mendigos agresivos. Qué buenos ratos se echa uno con libros como éste. Woody nunca se fue, pero siempre regresa con alguna sorpresa. La aparición de Baum ha sido de las buenas.
—————————————
Autor: Woody Allen. Título: ¿Qué pasa con Baum? Traducción: Manuel de la Fuente Soler. Editorial: Alianza Editorial. Venta: Todos tus libros.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: