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Benito Olmo: “Soy alguien muy feliz que ha convertido su pasión en su profesión”

Benito Olmo: “Soy alguien muy feliz que ha convertido su pasión en su profesión”

Escribir, como apuntó José Ángel Valente, no es hacer, sino aposentarse, estar. Uno de los últimos nombres que se ha aposentado en las letras españolas por escribir novela negra de aroma clásico es Benito Olmo (Cádiz, 1980), un expolicía portuario que acaba de publicar en Suma de Letras una nueva entrega de las aventuras del inspector Manuel Bianquetti: La tragedia del girasol. Este novelista que colecciona zapatillas deportivas entiende que la vida es verbo: escribir, reír, conversar, disfrutar… Con sus ojos pequeños, acentuados tal vez por la curiosidad, donde hay minúsculas arrugas en torno a los párpados, y el entusiasmo más sobado que las cuentas del rosario de Rouco Varela, relata los pormenores de la promoción de su nuevo libro. Menos mal que tiene la suerte de que su trabajo le guste mucho. Este retrato se hizo con la arrogancia del sol matutino que entraba por la puerta de un balcón frente al mar. Una luminosidad potenciada por las paredes blancas y un suelo de madera claro. ¿O quizá fuese por la mirada de este hombre en rebeldía contra el tedio de las letras provincianas? Unos perros ladran en la calle con furia, como si compitiesen entre sí. «Soy alguien muy feliz que ha convertido su pasión en su profesión», repite por enésima vez frente a la Alameda de Apocada, donde las gaviotas surcan el cielo y la bruma se disipa sobre las aguas del Atlántico.

—¿Qué nos vamos a encontrar en su nueva novela, La tragedia del girasol? Y, por favor, no repita el texto de la contracubierta.

—Se trata de una novela negra ambientada en Cádiz en la que se mezclan un asesinato, una trama de tráfico de drogas y la búsqueda de una prostituta desaparecida. Está protagonizada por un investigador con muy mala suerte y una marcada tendencia a meterse donde no le llaman: el inspector Bianquetti, al que concebí en La maniobra de la tortuga, aunque se trata de una novela independiente de aquella.

—Manuel Bianquetti es un inspector de policía con más de dos metros de altura. ¿De dónde surge este personaje fascinante?

—Quería crear un personaje de saga, con suficiente gasolina en el depósito como para disponer de su propia serie de novelas. Tuve que hacerlo peculiar para que conectara con los lectores y me diera material que pudiera expandir en otras aventuras. De ahí su físico descomunal, su eterno malhumor, sus rasgos aterradores y su sentido de la justicia, que pocas veces se corresponde con la justicia que dictan las leyes. Más bien se trata de un sentimiento primario, elemental, un «quien la hace la paga» que le lleva a complicarse la vida mucho más de lo que le gustaría.

La maniobra de la tortuga y La tragedia del girasol empiezan las dos con escenas donde aparecen prostitutas…

—Yo también me he fijado en ese detalle y te juro que no es intencionado. Que cada cual saque su lectura.

"En el caso de La maniobra de la tortuga escogí mi ciudad porque tenía muchas ganas de mostrar un Cádiz real, alejado de estereotipos"

—¿Por qué razón escoge Cádiz como punto de partida de sus tramas?

En el caso de La maniobra de la tortuga escogí mi ciudad porque tenía muchas ganas de mostrar un Cádiz real, alejado de estereotipos y de esa imagen de felicidad y luz que venden de cara al exterior. Los que vivimos aquí sabemos que no todo es luz en Cádiz. Aquí hay muchas sombras, en forma de desempleo, corrupción, delincuencia, etcétera. Quería mostrar todo eso y, de paso, divertirme al convertir lugares que conozco bien en escenarios de persecuciones, tiroteos…

—También para La tragedia del girasol.

Cádiz tiene mucho potencial como punto de partida de cualquier trama. Además, me encanta la cotidianidad. Cualquier lugar es susceptible de convertirse en escenario de una novela negra. Me encanta jugar con eso que en cine llaman «lugares impropios».

—Como por ejemplo…

La cafetería de IKEA, el paseo marítimo, la barriada del Río San Pedro… lugares anodinos que he convertido en telón de fondo de algunas escenas de La maniobra de la tortuga y de La tragedia del girasol.

—¿La cafetería de IKEA?

Unos tipos citan allí a Bianquetti, y no puedo contar mucho más. Solo que me hizo mucha gracia visitar IKEA y tratar de ponerme en la piel de mi personaje.

—¿Suele visitar los lugares en los que se desarrolla la acción de sus novelas?

Lo intento en la medida de lo posible. Recorrer un lugar a pie te da una perspectiva que no te la da el Google Earth ni las guías de viaje. Hablo de las sensaciones, los olores, la gente. Estoy convencido de que las descripciones son mucho más honestas cuando escribes sobre algo que conoces de primera mano.

"En mis novelas aparecen tipos muy respetados a los que la honradez se les presupone, pero que en las distancias cortas son unos auténticos hijos de puta"

—¿Contiene su nueva novela algún mensaje político?

—Hay quien me dice que contiene un mensaje social, aunque yo me limito a contar las cosas como las veo. En mis novelas aparecen tipos muy respetados a los que la honradez se les presupone, pero que en las distancias cortas son unos auténticos hijos de puta. También aparecen individuos desheredados, con plaza en propiedad en el último escalón de la sociedad, pero que se rigen por unos principios de coraje y nobleza que los hacen mucho más honrados que los primeros. Adivina cuáles nutren nuestro sistema de instituciones penitenciarias y cuáles se dedican a delinquir por sistema con total impunidad.

—Y ya que habla de delinquir. ¿Cómo consiguió convencer a Suma de Letras para publicar con ellos tras dos experiencias con autopublicación?

Recalé en Suma de Letras después de quedar finalista en el I Premio de Novela La Trama / Aragón Negro. Me llegó una oferta de Ediciones B para publicar aquella novela, pero las condiciones me parecieron bastante leoninas, así que consulté a mi buen amigo César Pérez Gellida. Él me presentó a los editores de Suma de Letras, que aceptaron mejorar la oferta que me había hecho Ediciones B y me acogieron como autor.

—Publicar en un grupo editorial como Penguin Random House tiene que ser un gustazo, ¿no?

El cambio fue demoledor, porque al ser una editorial grande todo son facilidades. Ten en cuenta que yo venía de la autoedición, donde tenía que acometer el trabajo del editor, del corrector, del distribuidor, del comercial… Al llegar a Suma de Letras y encontrarme con que había departamentos completos que se encargaban de cada una de aquellas funciones me sentí como Alicia en el País de las Maravillas. Al principio era muy tímido, casi no quería molestar. Estaba abrumado por ver a tanta gente trabajando en mi novela. Porque La maniobra de la tortuga dejó de ser un proyecto exclusivamente mío para convertirse en la razón de ser de un puñado de profesionales que se volcaron para que la novela llegase a las librerías en las mejores condiciones posibles.

—¿Siente presión?

Sentí algo de presión, lo reconozco, pero no por los profesionales que estaban detrás de la edición del libro, sino porque era la primera vez que me enfrentaba al mercado nacional. La colosal infraestructura y el poder de distribución de Suma de Letras me permitía llegar a un número de lectores inmenso, con lo cual los ojos que se fijaban en mis novelas eran mucho más severos y exigentes que cuando me autoeditaba.

"Los últimos tiempos han sido un caldo de cultivo excelente para que germinara una novela negra veraz, honesta y muy realista"

—¿Por qué se vive en España un boom de la novela negra?

Creo que el auge de la novela negra es inherente a la situación política y social que hemos vivido durante los últimos años, porque el género negro refleja mejor que ningún otro el mundo en el que nos movemos. Ya sabes que el hardboiled americano surgió en Estados Unidos durante los años 30, en la época de la Gran Depresión. Fueron años de recesión, crisis, corrupción, desempleo, delincuencia… No hay que ser muy espabilado para darse cuenta del paralelismo. Los últimos tiempos han sido un caldo de cultivo excelente para que germinara una novela negra veraz, honesta y muy realista.

—¿Alguna idea en la cabeza desde hace tiempo?

Sí, pero aún no estoy preparado para contarla, y mucho menos para escribirla. Lo dejamos para otra entrevista, si te parece bien.

—¿Qué ocurre en el tiempo que media entre el final de una novela y el principio de la siguiente?

Poca cosa. En la recta final de una novela suelo estar pensando en la siguiente, así que encadeno proyectos con bastante facilidad.

—¿Y cuándo descansa?

Cuando me lo pide el cuerpo, lo que no suele coincidir con la escritura de una u otra novela. Hay veces que mi cerebro se satura, me dice «hasta aquí» y tengo que tomarme unos días de desconexión en los que no escribo absolutamente nada. Suele pasarme cada tres o cuatro meses.

—¿Quiénes son sus autores favoritos?

Andreu Martín, Lorenzo Silva y César Pérez Gellida. A César me encanta recomendarlo, porque nunca falla. También recomiendo leer a Claudio Cerdán, que no es muy conocido todavía pero cualquier día le darán el Nadal o el Planeta y terminará de despegar, porque es un autor enorme. Y a Óscar Lobato, José Ramón Gómez Cabezas, Susana Martín Gijón, Alexis Ravelo y Daniel Fopiani, que además es paisano mío. Que no se me olvide recomendar a Dolores Redondo, si es que queda alguien que no la haya leído. Me lo pasé en grande con su Trilogía del Baztán.

—Dolores Redondo ganó además el Premio Planeta 2016.

Con Dolores me pasa que cualquier reconocimiento que le den me parece merecidísimo. Además de una gran escritora es una persona fantástica. ¿Te conté lo que hizo cuando nos conocimos?

—Sí, pero cuéntelo para los lectores de Zenda.

Nos presentaron en la Feria del libro de Madrid. Yo aún no había aterrizado en Suma de Letras y estaba promocionando una novela que había autoeditado. Pues bien, no sólo fue muy amable conmigo, sino que además me llevó a dar una vuelta por la feria para presentarme a un montón de libreros. Caseta a caseta, le contaba a los libreros quién era yo y les pedía que me echaran un cable cuando saliera mi nueva novela. ¿Te imaginas lo que significó eso para mí?

"A veces tienes la suerte de encontrar a personas excepcionales, como Dolores Redondo, Fernando Marías o Juan Gómez-Jurado, que no dudan en echarle una mano a todo aquel que se lo pide"

—Un gran gesto por parte de Dolores Redondo.

Así es. Habitualmente suele haber mucha desconfianza hacia todo aquel que llega de nuevas. Sin embargo, a veces tienes la suerte de encontrar a personas excepcionales, como Dolores Redondo, Fernando Marías o Juan Gómez-Jurado, que no dudan en echarle una mano a todo aquel que se lo pide.

—Por cierto, ¿cómo convive con la vanidad?

Yo no uso de eso. Odiaría convertirme en el tipo de escritor que se cree mejor que los demás por el simple hecho de escribir. Solo soy un currante.

—¿Ha pensado escribir alguna novela que no sea negra?

—No lo descarto. Me divierte escribir, me lo paso en grande construyendo tramas y dando vida a personajes como Bianquetti. ¿Por qué ponerme límites? Soy escritor en sentido amplio. He escrito relatos, canciones, guiones y reportajes. Si coloco detrás de la palabra «escritor» la etiqueta «de novela negra», estaré traicionando todo lo que he hecho antes y condicionando todo lo que haré en el futuro. Prefiero que sean los lectores quienes decidan la clase de escritor que soy.

—¿Qué nacen antes, las historias o sus personajes?

En mi caso, las historias y los personajes surgen de manera indistinta. Me gusta tomar diferentes tramas y personajes, que en principio no tienen nada que ver unos con otros, y enlazarlos, a ver si encajan de alguna manera. Esta fórmula suele funcionar, aunque te obliga a exprimir al máximo tu imaginación para no dejar ningún cabo sin atar.

—¿Cómo es la labor documental de sus libros?

Ardua y muy necesaria. Los lectores no merecen menos. Entre mis contactos tengo a varios agentes de policía, una abogada, un criminólogo y un médico. No se conocen entre ellos, pero leen mis manuscritos y me asesoran sin rechistar.

—¿Su trabajo como policía portuario le ha hecho conocer mejor el lado oscuro de la vida?

No tanto como eso, pero sí que me ha colocado en situaciones bastante comprometidas de las que he procurado aprender para después reflejarlas en mis novelas.

"Como policía portuario me he visto obligado a lidiar con un tipo de «cliente» muy peculiar, que es aquel que no soporta la autoridad, venga de donde venga"

—¿Algún ejemplo?

—Pues como policía portuario me he visto obligado a lidiar con un tipo de «cliente» muy peculiar, que es aquel que no soporta la autoridad, venga de donde venga. Esos que creen que las leyes no están hechas para ellos. En este saco caben personas de toda condición, desde el expresidiario que no tiene nada que perder hasta el magnate acostumbrado a que nadie le lleve la contraria. Suele ser más fácil tratar con los primeros que con los segundos.

—¿Qué opina de la mezcla de géneros y estilos dentro de la novela negra? ¿Enriquecimiento o intrusismo?

El mestizaje es positivo, y además creo que necesario. Enriquece el género. Por ejemplo, David Llorente hace cosas muy chulas en sus novelas. Y hace poco Lorenzo Silva creó a un personaje, la detective Sonia Ruiz, para que otros escritores desarrollaran sus propias novelas con ella como protagonista. El último ha sido Claudio Cerdán. Se puede innovar, se pueden hacer cosas originales que redundan en la buena salud del género.

—Así que no hay intrusismo.

Estoy viendo dónde quieres llegar y al final me vas a liar.

—Vale, se lo pregunto sin cortapisas. ¿Qué opina de esas novelas negras que, en realidad, no son tan negras?

Odio las novelas edulcoradas. En la actualidad existe una gran demanda de novela negra por parte de los lectores. A esto se le une la existencia de un montón de editores ansiosos por hacer caja. La consecuencia es que se está publicando mucha novela negra de muy baja calidad, aunque lo que de verdad me saca de quicio es que se promocionen novelas que, sin pertenecer al género negro, se nos venden como tal. Sobre todo cuando las publica algún famosete.

—Es decir, que sí que hay intrusismo.

Yo no lo llamaría intrusismo, sino más bien oportunismo. Son simples maniobras comerciales. Eso sí, muy poco elegantes, así que no me afecta demasiado, lo que no quita que se me revuelvan las tripas cada vez que veo a esos autores en algunos festivales de novela negra.

—¿Qué opina de eso que llaman «domestic noir»?

No tengo ni idea de lo que es eso. No paro de escucharlo, pero todavía no he llegado a descifrar de qué se trata. ¿Noir doméstico? ¿Domesticado? Más bien me parece una mamarrachada que algún iluminado del departamento de marketing de alguna editorial se inventó alguna vez para bautizar como Noir alguna novela que no llega ni a gris. Como he dicho antes, no son más que maniobras comerciales. Por suerte, los lectores son mucho más inteligentes de lo que piensan algunos editores y se dan cuenta perfectamente de cuándo les intentan vender una moto que no anda.

—La última palabra la tiene el lector.

Y ojo, que los lectores de novela negra son mucho más exigentes y desconfiados que los de cualquier otro género. Son lectores que, desde la primera página, intuyen que se va a cometer un crimen, van a desconfiar de los sospechosos más evidentes, recelan de todas las pistas que les vas dejando… Cada vez es más difícil sorprenderles.

—¿Se considera ese tipo de lector?

Soy muy exigente como lector. Demasiado, a veces. Por eso termino menos de la mitad de los libros que empiezo. No me gustan los libros mal escritos, ni que las tramas se solucionen por arte de magia o por felices casualidades. Detesto cuando un autor se saca un conejo de la chistera y se lo planta al lector, en plan «aquí lo tienes, ya está todo resuelto». Me siento estafado cuando me gasto quince o veinte euros en una novela y resulta estar mal redactada, mal construida o mal rematada. Por eso intento no caer en esos errores cuando escribo mis novelas.

—Es fácil encontrarse con novelas mal redactadas y mal terminadas, ¿no cree?

Cada vez más. De eso tienen mucha culpa las editoriales que, para contrarrestar el descenso de las ventas, tratan de abaratar costes prescindiendo de los correctores y los editores de mesa. Un grave error que perjudica a los lectores en primera instancia, y después a la editorial y a los propios autores. Es un desastre.

"El manuscrito original de La tragedia del girasol tenía casi 600 páginas, y después de quitar todo lo accesorio se ha quedado en 400 páginas"

—¿Corrige mucho el manuscrito antes de enviarlo a la imprenta?

¡Por supuesto! Corrijo y reescribo mucho. Es un paso fundamental para convertir un manuscrito en una novela decente. Las prisas no son buenas en este oficio. Para que te hagas una idea, el manuscrito original de La tragedia del girasol tenía casi 600 páginas, y después de quitar todo lo accesorio y eliminar todo aquello que pudiera distraer al lector de la trama principal se ha quedado en 400 páginas.

—Su presencia se está convirtiendo en habitual en los festivales de novela negra.

Suelo ir donde me inviten. Cualquier excusa es buena para reunirse en torno a los libros y disfrutar junto a compañeros y lectores.

—¿Hay algún autor al que haya conocido y le haya decepcionado como persona? ¿O que le haya causado el efecto contrario?

A mí es muy difícil decepcionarme. Lo que sí me ha sucedido es que me he encontrado con autores que me han sorprendido por su sencillez y calidad humana. Como Víctor del Árbol, sin ir más lejos. Un escritor cojonudo, ganador de un Premio Nadal y con fama internacional. Lo menos que se le puede pedir a alguien con tanto éxito es que sea fácil de odiar, pero Víctor es tan encantador y generoso que resulta imposible que te caiga mal.

—¿Y César Pérez Gellida?

Parafraseando a Óscar Lobato en una entrevista que le hiciste en ¡A los libros!, te diré que tener como amigo a César es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida. Suelo consultarle casi cada paso que doy en este mundillo. Es uno de los primeros en leer los manuscritos de mis novelas y es tan exigente y minucioso que pocas veces me dice algo positivo de ellos. Las críticas son necesarias para mejorar y dar el máximo en cada párrafo, y él lo sabe, así que es muy despiadado. Al margen de esto, con César me sucede como con Dolores Redondo: cualquier reconocimiento que le den me parece más que merecido, porque es un escritor formidable.

—¿Cómo marcha la adaptación cinematográfica de La maniobra de la tortuga?

De maravilla. La adaptación va lanzada y empezaremos a rodar en unos meses. Está siendo una experiencia muy interesante y estoy aprendiendo mucho de todo el proceso. Además, la adaptación va a dar a conocer la novela a mucha gente que no suele acercarse a las librerías pero sí acude a las salas de cine, así que espero ganar lectores.

—Se maneja muy bien en las redes sociales. ¿Es imprescindible formar parte de ellas en estos momentos para conseguir visibilidad?

Las redes sociales forman parte de nuestro día a día, nos guste o no. Son una herramienta fabulosa para darse a conocer e interactuar con los lectores y con otros escritores aunque, como toda herramienta, hay que usarla con moderación y mucha cabeza. Hemos pasado del «no te creas todo lo que ves por la tele» al «no te creas todo lo que lees en las redes sociales».

—¿Alguna recomendación para quien esté intentando abrirse camino en el mundo literario?

Que lea mucho, que escriba hasta que la extenuación y, sobre todo, que se divierta.

—¿Qué opinión tiene de los agentes literarios?

Todavía ninguna. Sé que existen, sé cuál es su función y desde hace unos meses incluso tengo agente, pero aún es pronto para tener algo parecido a una opinión. Vuelve a preguntarme dentro de unos meses.

—¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?

Me levanto sobre las seis y me pongo a escribir. En mi caso, las primeras horas del día son las más productivas. A media mañana, hago un parón para descansar y me voy al gimnasio o a jugar al baloncesto. Tantas horas frente al ordenador me dejan la espalda hecha unos zorros, así que me tomo el deporte como una obligación. Después preparo la comida y tras el almuerzo vuelvo a aporrear el teclado, ya sea para finiquitar un capítulo o para documentarme. A media tarde ya no doy para más, así que paro y me pongo a leer, o salgo a dar una vuelta o veo alguna serie.

—¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

—Leo una o dos horas al día. He descubierto que todos esos tiempos muertos que antes pasaba haciendo el idiota con el móvil son momentos estupendos para dedicárselos a la lectura.

—¿Cómo tiene la imaginación?

Imparable. No paro de pensar en tramas, en nuevas aventuras para Bianquetti e incluso tengo una idea para una serie de televisión.

—¡Una serie de televisión! ¿Nos puede contar algo?

—No. Que trae mala suerte contar los proyectos antes de que sean una realidad.

—¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

Como se puede deducir por mi respuesta anterior, la de no contar nunca mis proyectos hasta que están terminados.

—¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

La honestidad y el buen humor.

—¿A qué le tiene miedo?

—Me aterra ese tipo de impunidad de la que sólo disfrutan los poderosos. Me da pavor. ¿Cómo es aquello que dicen? Todos somos iguales ante la ley, pero algunos somos más iguales que otros. Pues eso.

—¿Quién es Benito Olmo?

—Un tipo que ha convertido su pasión en su profesión. En definitiva, alguien muy feliz.

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