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Bosch y George Floyd en el Jardín de las delicias

Bosch y George Floyd en el Jardín de las delicias

Durante estos días de revueltas en EE.UU. me he preguntado qué haría en estas circunstancias el detective Harry Bosch. Michael Connelly ha paseado su creación por dos decenas de novelas negras, lo ha situado de secundario en algunas otras y el personaje tiene su propia serie de televisión protagonizada por un alucinante Titus Welliver. Su dureza solo es comparable con su compasión por las víctimas. Pasó su vida de orfanato en orfanato, fue a Vietnam, y hay un eco negro que no para de gritar en su interior.

En realidad, está claro lo que haría Bosch, un tipo incombustible, no particularmente querido en su departamento (en todos aquellos que ha ido recorriendo). Un sabueso tocapelotas cuya terraza tiene las mejores vistas de Los Ángeles. Desde ella, con un botellín en la mano y escuchando jazz, Hieronymus observaría ahora mismo una estampa digna de su tocayo El Bosco.

"Pillaje, violencia callejera, abuso policial, clasismo, racismo, manipulación mediática, apagones de Instagram y prepotencia presidencial"

En Estados Unidos la muerte de George Floyd ha provocado varias cosas, no solo manifestaciones pacíficas. Imágenes de auténtica locura. Pillaje, violencia callejera, abuso policial, clasismo, racismo, manipulación mediática, apagones de Instagram y prepotencia presidencial.

A los pocos días, un cierto aire de hilarante tristeza se instala, haciendo olvidar las raíces (profundas) del asunto. La culpa, de Twitter, que nos ofrece bocaditos de surrealismo de menos de un minuto y que abarcan los más variados géneros: thriller, drama, comedia y hasta western, con manifestantes robando caballos de la Policía, quizá influidos por la última entrega de John Wick. Un cóctel humano que no es nuevo para Bosch, que en La caja negra pilotó la investigación del asesinato de una fotógrafa en los disturbios angelinos tras la muerte de Rodney King en 1992. No, Bosch, que ya está en edad de jubilarse (trabaja a tiempo parcial y como investigador privado) no ignoraría esto y miraría de frente a un caos digno del legendario El jardín de las delicias.

Al fin y al cabo, el hosco y antipático detective, que ha sido puesto en la picota por su uso de la violencia y se ha enemistado con no pocos superiores, no puede vivir sin llenar su propio vacío con un inflexible sentido de la Justicia y una dedicación absoluta a su oficio que cada vez, por la edad y el contexto, le resulta más difícil de mantener. Pero Bosch duraría poco encerrado su casa, pagada por un estudio de cine que en algún momento decidió adaptar uno de sus casos en lo que en algún momento denominó una “película de mierda”. Se lanzaría a la cancha y a buen seguro encontraría un buen hueso que roer. Contendría disturbios, protegería inocentes, se sumaría a sus compañeros y probablemente encontraría algún hilo (profundamente personal, infinitamente justo) del que tirar.

"¿Se arrodillaría Bosch y se uniría a la marcha, como han hecho no pocos agentes?"

¿Se arrodillaría Bosch y se uniría a la marcha, como han hecho no pocos agentes? Me gustaría pensar que no, que lejos de gestos teatrales más o menos conmovedores se interpondría en su decisión la resolución de un caso urgente, como aquel de la estupenda novela La caja negra. En realidad, bajo una perspectiva moral, solo hay que mirar la cuenta de Twitter de su padre, Michael Connelly, para obtener la brújula moral del personaje en semejante caos.

Tópicas pero realistas, románticas pero desencantadas, las novelas de la saga Harry Bosch han tenido la inmensa suerte de traducirse al audiovisual en una serie igualmente convencional, pero sólida y honesta como ninguna, liderada por Titus Welliver en el personaje titular.

Bosch, incluso en esa casi vejez de Las dos caras de la verdad, la penúltima historia publicada en España (Noche sagrada se editó el pasado mes de febrero), sigue aún en plena forma y nos invita a pasear con él por Los Ángeles. Es un hombre que mantiene las distancias, pero me hace sentir seguro.

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