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Carlos Aimeur exhuma un guión inédito de Blasco Ibáñez

Carlos Aimeur exhuma un guión inédito de Blasco Ibáñez

En la trastienda del diccionario hay palabras de uso minoritario, como serendipia, que significa el hallazgo fortuito de algo valioso que no se está buscado. Pese a la riqueza de nuestro idioma, no existe un término antagónico o simétrico que exprese el encuentro de algo que se ha buscado afanosamente, aunque en su ausencia se pueden utilizar exclamaciones tipo eureka, albricias o simplemente ¡¡coño!!

Una de esas usó el periodista investigador valenciano Carlos Aimeur, que prepara su tesis sobre los inicios de Vicente Blasco Ibáñez, cuando tras dos años de intensa búsqueda de un guión inédito del escritor, cuya existencia conocía por referencias, lo tuvo por fin en sus manos. Se trata de Le romansier (El novelista), escrito en francés, en noviembre de 1916, con una Olivetti de dos colores, cuyo argumento describe la historia de un escritor inspirado en Arthur Conan Doyle que pierde a su hijo en la Primera Guerra Mundial. Un relato profundamente antibelicista, pues Blasco, a diferencia de los escritores británicos y aunque apoyaba a los Aliados, denostaba la guerra como un horror repugnante.

"El novelista es un relato propagandístico, con una enorme carga visual"

Tras investigar en el legado de Sempere, editor de Blasco, y otros fondos de las bibliotecas valencianas, Aimeur logró su objetivo gracias al guionista y escritor Joan Carles Ventura, sobrino del periodista Rafa Ventura, fallecido hace un par de años, que conservaba ese tesoro junto a otras rarezas, como un lujoso folleto publicitario de Sangre y arena de 1917 y notas autógrafas del escritor. Cómo llegó ese material a Rafa Ventura es un misterio, pero Aimeur está decidido a desempolvarlo y darle buen uso con el apoyo del Ayuntamiento de Valencia, que le acaba de conceder una beca de seis mil euros. «El objetivo de mi investigación es difundir documentos que estaban olvidados y descubrir otros a los que no se les había prestado atención y que considero esenciales para entender a Blasco», dice Aimeur. «Mi meta es transmitir lo que encuentre y contextualizarlo en su vida. Con la beca daremos a conocer un guion inédito y con la tesis, que estoy en ella, otros muchos más textos inéditos, incluyendo borradores de relatos, cartas y documentos, que contribuirán a completar el puzzle de Blasco. Hay muchas piezas sueltas que todavía faltan por salir a la luz. Cuantas más hallemos mejor podremos entender a una personalidad a la que, haciendo uso del viejo adagio, se le ha oído mucho pero no se le ha escuchado nada».

El novelista es un relato propagandístico, «con una enorme carga visual», explica Aimeur. «Narrativamente recuerda a los cuentos de O. Henry, con su final sorpresivo y seco. Es una forma de narrar más anglosajona que patria. Es evidente que se creó pensado en ser llevado al cine. El guion, por su parte, es más largo, está escrito con un lenguaje más técnico, y sorprende porque demuestra una cierta pericia en los usos narrativos del nuevo arte, tanto formales como de fondo. Ese hecho, junto a que se trata de un texto redactado directamente en francés, lo hacen singular. En este sentido, he encontrado unas misivas manuscritas inéditas, también en francés, que evidencian, una vez más, la importancia que tenía para Blasco todo lo relacionado con Francia y con París. Como buen masón, su alma se sentía más próxima a la Francia republicana que a la España monárquica. Tener eso en cuenta es fundamental a la hora de aproximarse a un personaje tan poliédrico».

"Su cine y su personalidad está muy próxima a la de cineastas como el Ridley Scott de los últimos veinte años"

Blasco vivió entre la devoción incondicional de sus muchos seguidores y el desprecio de los escritores de la Generación de 98, que no le perdonaron su triunfo internacional. Su memoria fluctúa del menosprecio al olvido. Aimeur, que además de periodista es profesor de Lengua y Literatura de Secundaria y autor de un par de novelas, rompe una lanza por el autor de La barraca. «En València es imposible substraerse a la figura de Blasco Ibáñez. Yo mismo vivía en una calle llamada así en su honor. Sinceramente, creo que es una personalidad que no se le ha tratado como se merece. Con todo, su dimensión y trascendencia es tal que no se ha podido soslayar su relevancia. Con Blasco ocurre un fenómeno muy curioso: la mala fama sobre su calidad literaria, que se fomentó especialmente durante el franquismo, y que continuó, por otros motivos, tras la Transición, ha hecho que sea una figura a la que gratuitamente se le ataca por los motivos más peregrinos; mucha gente le desprecia sin haber leído nada de él, sin tener un análisis serio de su obra. Como respuesta, hay una cierta admiración acrítica por otra parte de la sociedad, que no admite ningún pero a la figura del escritor y que, en muchos casos, dicen identificarse con su forma de ser pero que, normalmente, tienen una imagen de Blasco falsa, en la que vuelcan sus opiniones y no las de Blasco. Y entre unos y otros, uno siempre tiene la sensación de que, hasta hace bien poco, no se le había retratado fidedignamente. Y que, pese a las aportaciones recientes, la gente conoce más al otro Blasco, a la imagen, al icono que tiene cada uno, que a la persona real; la cual, por cierto, me parece mucho más apasionante e interesante».

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) fue uno de los escritores españoles más vinculados al cine de su tiempo. En España y en Estados Unidos se produjeron con gran éxito películas sobre sus obras, tanto en el periodo mudo como en el sonoro: The Four Horsemen of the Apocalypse (Los cuatro jinetes del apocalipsis, Rex Ingram, 1921) y Blood and Sand (Sangre y arena, Fred Niblo, 1922), protagonizadas por la mayor estrella de la época, Rodolfo Valentino.

Si Blasco viviera hoy, teniendo en cuenta su talante y ambición, «estaría inmerso en grandes superproducciones, le gustarían los cineastas que manejan centenares de millones de dólares, y querría a los mejores actores», comenta Aimeur. «Su cine y su personalidad están muy próximos a los de cineastas como el Ridley Scott de los últimos veinte años, algunas películas de Amenábar o los franceses Jean-Jacques Annaud y Jean-Paul Rappeneau, ese cine de grandes presupuestos y que versa sobre cuestiones relevantes del alma humana, con un sentido muy lúdico de la narración. Con Blasco como cineasta no nos hubiéramos aburrido», concluye Carlos Aimeur.

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