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Carta a Agustín Sánchez Vidal

Querido Agustín:

No acierto con el impulso para empezar esta carta. El otro día, el domingo, hablé contigo por teléfono y quizá me quedé con ganas de contarte más cosas, de recuperar en el papel, como ahora, el mundo del pasado, de hace años, cuando tuve más relación contigo debido a la escritura de mi ensayo La guerra de las galaxias, el mito renovado, en el que tú estuviste presente como lo pudiera estar, tal vez, un director de tesis en una tesis doctoral. Al fin y al cabo tus intervenciones me recuerdan a las que tuvo el profesor J. Ignacio Díez cuando escribía mi tesis sobre Francisco Umbral, actualmente publicada en libro como Francisco Umbral, entre la novela y la memoria. Recuerdo que lo primero que me dijiste fue, aparte de los ánimos para escribir el libro, lo siguiente: “Tienes que reflejar la importancia que tienen estas películas para tu generación”. Lo segundo, creo yo, fue la recomendación de que leyera a Joseph Campbell, mitólogo cuyos libros tanto ayudaron a George Lucas a hacer sus películas.

Recuerdo que también me diste un artículo tuyo, “La especie simbólica”, maravilloso, que cité en mi libro.

Ahora, para escribir esta carta, aparte de recordar nuestra conversación de ayer, de recordar aquellos años del pasado (por ejemplo un reportaje sobre Indiana Jones en el que te cité y otro sobre La guerra de las galaxias, ambos en Expansión, en el que también te cité), he hojeado libros tuyos que tengo en casa, libros que de diferentes maneras me hacen feliz, y comprendo lo amplio de tus intereses, de tu mirada, de tu amenidad, de tu saber. Creo que me dijiste en una ocasión que hiciste el bachillerato de ciencias y de letras, los dos, y eso se nota. Dentro del arte parece interesarte todo, la escritura, la pintura, el cine, la canción… Tienes libros sobre Dalí, Buñuel, Miguel Hernández, Simon y Garfunkel… sobre casi todo, de mucha calidad, muy bien escritos y muy amenos.

Yo te conocí gracias a La llave maestra, novela que tardaste diez años en escribir, me dijiste. También me dijiste que un libro como ése sólo se escribe una vez en la vida. Creo que lo dejaste parado y que volviste a él porque te animó a ello Carlos Saura, porque le gustaba mucho a él. Es un libro apasionante, y muy completo, un libro en el que se aprende mucho pasándolo bien. Pero eso ocurre, me parece, con todos tus libros, también hablando contigo.

Yo he aprendido mucho de ti, y te conozco, calculo, desde hace 19 años, y lo curioso es que sólo nos hemos visto una vez en la vida. Fue en la presentación para los medios de La llave maestra, con Carlos Saura, a la que yo acudí invitado por Ángeles Aguilera, que entonces era profesora mía de un curso maravilloso de edición que hice en la Universidad Autónoma, curso dirigido por Eduardo Becerra.

Ahora que lo pienso, querido Agustín, no sé cuánta vida tendré por delante, pero es claro que ya tengo mucha vida por detrás. Decía Camilo José Cela que el escritor sólo sabía cuál era su capital literario cuando se ponía a escribir, porque de otra manera no se veía. Pues algo similar ocurre con la vida en general. Si no miramos hacia atrás, si no lo contamos (“Vivir para contarla”, decía y vivía, escribía, Gabriel García Márquez) no sabes lo que has vivido, tampoco las personas fantásticas con las que te has relacionado, el tesoro de la existencia en suma.

Pienso ahora que lo que más se puede aprender de alguien como tú, al margen de la obra, o con ella, al margen de tu bondad, que considero muy presente en tu vida, es tu actitud frente a la vida. Al final los maestros nos transmiten energía (recuerdo que Umbral llamaba a Cela “profesor de energía”, expresión al parecer nietzscheana), y actitud, mucho más que conocimientos, incluso mucho más que buenos ratos leyendo sus libros o escuchando sus palabras.

La actitud frente a la vida es esencial. Dada la actitud se dan las aptitudes, recuerdo que decía bastante Umbral. Yo lo creo.

Eres catedrático de Cine, y sabes muchísimo de cine, pero también sabes muchísimo de literatura, y de arte en general. Carlos Saura, en aquella presentación de La llave maestra a la que he aludido, dijo de ti que eras un “sabio”, y esto podría parece una expresión apresurada, vacía, o un cumplido de cara al público, algo que hoy yo puedo recordar muy bien. Pero no, Carlos Saura, que era tu amigo, pero que te conocía muy bien, decía la verdad, y pienso que los sabios tienen que ser buenos, porque si no son buenos pueden ser otras cosas, listos por ejemplo, pero tú eras buena persona y además eras sabio, eres sabio, por tu curiosidad, por tu actitud, también por tu bondad.

Creo que el sabio, más que saber, quiere saber, conocer, y se afana en ello, y afanándose en ello, en ese proceso, disfruta muchísimo. Creo que lo realmente divertido es aprender, mucho más que saber, por supuesto. De hecho, ahora que lo pienso, se podría decir que el sabio no es el que sabe, el sabio es el que está aprendiendo, el que siempre está aprendiendo, y sí, también el que siempre está aportando a los demás con lo que sabe, con lo que aprende. Y yo creo que el sabio no se ufana de lo que sabe o de lo que es, porque sabe que él carece de importancia ante el milagro del mundo, de los seres y de las cosas, del aprendizaje, del enseñar también. Pero yo pienso que el sabio enseña un poco sin querer, y sin darse mucha importancia, insisto. El tú es más importante que el yo.

Disfruto mucho de esta relación peculiar que tenemos. Tú en Zaragoza y yo en Madrid, cada uno en su  mundo pero en el mismo mundo. Ya digo que sólo nos hemos visto una vez en nuestras vidas, pero yo te considero un gran amigo, y creo que tú también me tienes aprecio.

No te veo, pero de vez en cuando te escribo o te llamo por teléfono. Y desde luego disfruto mucho de tus libros, por ejemplo de Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin, que intuyo que le tienes un cariño especial (“me dio mucho trabajo ese libro”, me dijiste), o de tu Historia del cine, que se lee tan bien y tanto contenido tiene, o el muy próximo en el tiempo La vida secreta de los cuadros. Todo nace de tu gran conocimiento, de esa sabiduría que es tu forma de vivir, de leer, de estudiar, de escribir. Además, en mi opinión eres un gran escritor, porque sabes transmitir mucho, llevar al lector de forma sencilla, con hondura, con las palabras exactas y amenas. Dices mucho y lo dices bien, sabes en qué género te mueves en cada ocasión, en el del ensayo, en la novela, en el artículo… Manejas muy bien las estrategias literarias. Me da la impresión de que fuiste —o eres—, aunque estés jubilado, un gran profesor y tienes fama —yo lo he oído— de ser un estupendo conferenciante. En alguna ocasión me diste algunas recomendaciones prácticas sobre cómo dar una conferencia; me dijiste, por ejemplo, si no recuerdo mal, que pronunciar una conferencia era como tocar el piano: ir tocando el piano y ver qué cosas funcionan mejor o peor en el público. Es un consejo magnífico, pero ahora recapacito y llego a la conclusión de que hay que saber mucho, no ser un conferenciante novato, para ponerlo en práctica.

Has sido amigo de muchos artistas, como Buñuel y como el citado Carlos Saura. Has escrito sobre Dalí, no sólo en El enigma sin fin en su relación con Lorca y Buñuel, sino en otras obras. En Internet he visto incluso que escribiste sobre los Beatles, y tu libro sobre Simon y Garfunkel me suscita una gran curiosidad.

Ayer me dijiste por teléfono que cuando escribías tus artículos de prensa les dedicabas dos mañanas, y que los cuidabas mucho. Arturo Pérez-Reverte me contó en una ocasión que le dedicaba un día entero, el viernes, si no me falla la memoria, a sus artículos del XL Semanal. Yo lo comprendo muy bien, porque entre que decido el tema, me documento sobre él, reflexiono y lo escribo, que es lo que estoy haciendo ahora —esta carta es una carta pero también es un artículo—, me lleva varios días. Luego además tengo que pasar el texto al ordenador, porque la primera versión la hago a mano, y corregirla, revisarla, pulirla.

En fin, que es algo que se hace al margen de cualquier otra recompensa posible, simplemente, y en primer lugar, por el placer de hacerlo, el placer de la escritura, el arte por el arte, aproximadamente. Lo que venga después, si es bueno el texto, bienvenido sea, pero si no nos apasionara no escribiríamos. Por lo menos eso nos pasa a muchos, y creo que eso te pasa a ti, querido Agustín.

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