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Carta a Rafael Sabatini

Querido y leído Rafael Sabatini:

Durante una época, cuando tenía unos catorce años, disfruté mucho de tus libros. Ya antes había visto películas clásicas hechas sobre tus novelas, grandes películas como Scaramouche o El capitán Blood. Luego vi otras, El halcón del mar o El cisne negro. Aquello era cine de aventuras puro, muy bien hecho, trepidante. Cómo no recordar a Stewart Granger, Errol Flynn y Tyrone Power.

Sólo estos nombres ya nos remiten al cine con mayúsculas, cine con letras de oro me atrevería a decir. Pero las novelas creo que las descubrí más tarde, ya digo, en esa época de los catorce, quince años, y las disfruté mucho.

Si Scaramouche en el cine lucía esplendoroso con Stewart Granger, Eleanor Parker, Janet Leigh y Mel Ferrer, que era un malo espectacular, la novela gozaba de una prosa magnífica, una narración digna de los maestros. Leí en esa época otras novelas tuyas, gracias a un tío mío muy sabio, novelas como El favorito o La espada del islam, y me parecieron todas muy entretenidas y muy bien escritas.

De hecho pienso que yo aprendí mucho de ellas, de ti, como escritor, y que eso que aprendí se puede notar, o lo noto yo, en mis propias novelas, sobre todo en las históricas. O quizá eso es lo que quiero creer; me gustaría que fuera así.

Hay cosas que aprendemos sin darnos cuenta y que luego tienen una gran importancia en nosotros. Quizá sobre todo es lo que aprendemos disfrutando, pasándolo bien. Yo he oído muchas veces que para ser bueno en alguna actividad ésta te tiene que gustar. Quizá ésa es la manera de meterle a esa actividad mucho más tiempo, todo el que haga falta, y aprender, como digo, sin darte cuenta, jugando.

Creo que esto es lo que me ha pasado a mí con este tipo de libros, con la elegante narración de autores como tú, o como Anthony Hope, o Stevenson, o Dumas, por citar sólo algunos nombres queridos y admirados.

Ahora me han regalado Scaramouche, editada por Zenda-Edhasa, con espléndido y original prólogo de Arturo Pérez-Reverte (carta de Lucas Corso, de El club Dumas, incluida), brillante portada de Augusto Ferrer-Dalmau, y todo ese momento limítrofe entre mi infancia y mi adolescencia, o simplemente la infancia y la primera juventud, ha regresado a mis días.

Qué gran novela, qué gran película, qué gran historia. Precisamente el día 1 de enero de este año quise verla como película de Año Nuevo y la disfruté mucho. Recuerdo que llamé a Arturo Pérez-Reverte para desearle Feliz Año y le dije que la estaba viendo —de hecho tenía el video en pausa en ese momento—, y celebró mucho la película, por supuesto: “Además, es divertidísima”, dijo. Y es verdad.

Es trepidante. Tan trepidante es la película como elegante es la escritura de la novela, insisto, perfectamente documentada, perfectamente insertada la Historia en la historia. Igual ocurre en la película de George Sidney, claro. Quizá no nos demos cuenta si la vemos por primera vez —yo la he visto muchas veces—, pero esta historia nos está contando y explicando la Revolución Francesa a grandes rasgos, sobre todo los inicios. Y lo hace de una forma difícil de superar.

Es una novela de aventuras, un “folletín de aventuras”, como dice Boris Balkan, en El club Dumas, pero también en mi opinión es una estupenda novela histórica.

Y viendo ayer la película de 1952 me daba cuenta de que todo gira alrededor de la espada. No sólo de la Revolución francesa. Empieza con unos duelos del marqués de Meung (marqués de La Tour d’Azyr en la novela), y se puede decir que acaba con un gran duelo, y con la aparición de un gran personaje…

Sí, he visto muchas veces esta película pero creo que no la había comprendido nunca tan bien como ahora, acaso porque ya pensaba escribir esta carta, y eso ha hecho que me fijara especialmente en los detalles.

Es como si tú, Rafael Sabatini, aparte de entretenernos de forma sublime —también los artífices de la película—, quisieras destacar la importancia que tiene la fuerza, la espada en este caso, en el proceso histórico. Todo gira aquí alrededor de la espada, y si Andrés Moreau quiere progresar en sus ambiciones tiene que aprender esgrima.

Ya sabe hablar, tiene elocuencia, y aprenderá sin mucho esfuerzo a destacar en el teatro, pero debe convertirse en un consumado espadachín si quiere vencer a su enemigo. La palabra no es suficiente, tiene que aprender a luchar, a manejar la espada.

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Raoul
Raoul
5 meses hace

El halcón del mar de Michael Curtiz, protagonizada por Errol Flynn y producida por la Warner en los años cuarenta, toma el título de la novela de Sabatini pero no tiene nada que ver con ésta. Sí es una adaptación la magnífica película del mismo título que en los tiempos del cine mudo produjo y dirigió Frank Lloyd. La película de George Sidney, una de las cumbres del cine norteamericano de los años cincuenta, en realidad es una versión muy libre de la obra maestra de Sabatini, mucho más rigurosa en el aspecto histórico.