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Cartas a Mateo (II)

Cartas a Mateo (II)

En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación.

—Fernando Pessoa, Libro del desasosiego

Querido Mateo,

En previsión de que, a lo largo de este monólogo epistolar, veas que algunas de mis cartas se encuentran aquejadas de una cierta nostalgia, o bien que en ellas tu padre muestra una lamentable tendencia a enrollarse (esta palabra me huele a anacronismo, pero me arriesgaré), para equilibrar algo la balanza, aunque sea por adelantado, hoy voy a hablarte sobre un tema ligero, y además en el tono más ligero posible. Tal vez te haga dudar la cita elegida, con el peso de unos cien años de antigüedad y el brillo genial de su apellido. Pero no dejes que eso te intimide: tan sólo quería poner de manifiesto que ni Pessoa, con su talento y lucidez incomparables, ni nadie en su sano juicio, podrían llegar a imaginar la precisión quirúrgica con la que una frase de su vida de hoy describe la realidad actual en nuestro país (y no me quiero imaginar la que aún haya de venir…). Si aceptamos, claro, que lo que las televisiones emiten refleja al menos en parte la situación existente. Lo que no es poco aceptar y daría para varias cartas, o para un libro de texto.

"Yo no soy crítico de televisión, ni antropólogo o sociólogo, así que disculpa, hijo, si mi análisis te resulta algo superficial"

Yo no soy crítico de televisión, ni antropólogo o sociólogo, así que disculpa, hijo, si mi análisis te resulta algo superficial, sobremesa tras una comida navideña. Tal vez, precisamente, por carecer de conocimientos específicos en la materia, me asombra la ingente cantidad de horas de programación dedicadas al desfile de groserías de diverso calibre, al cotilleo o al escarnio más rastreros, al pasatiempo basado en la agitación y exhibición de problemas, reales o inventados, más o menos personales, delante de millones de personas.

No me es fácil entender cómo se ha llegado a este punto. Creo que, poco a poco, los programas o revistas más o menos habituales, con el nivel de amarillismo al que la gente estaba acostumbrada (la boda del torero, el escándalo del futbolista…), fueron dando paso a otro planteamiento en el que ya no hace falta un famoso al que seguir, luego perseguir y, en la versión más actualizada, el 5G del cotilleo, despellejar. En el laboratorio de alguno de estos emporios mediáticos surgió la chispa que alumbra la alquimia definitiva, el cambio de paradigma según el cual se obtiene el mismo resultado por medio de unos perfectos desconocidos, a los que se puede aislar en una casa durante tres meses, enviar a una isla desierta (vestidos o desnudos) a que se busquen la vida o, simplemente, sentar calentitos en un plató para que se griten e insulten. Se añaden unas gotas de campaña machacona en redes sociales para hacerse eco del contenido de la televisión, o viceversa, y el cóctel está servido.

Lo peor, me temo, es que no son los únicos. Cada día es más frecuente encontrar a personajes de diversos ámbitos, como periodistas, o actores, que han generado una “línea de negocio” paralela por esta vía: vender la imagen en tanto que persona, y ya no en base a la actividad profesional. Y, así, te encuentras en las omnipresentes redes sociales a conspicuas presentadoras de informativos que, ataviadas con una escueta ropa de deporte, te explican que acaban de terminar su clase de yoga y que en breve van a bañar a su hijo (quiero pensar que de corta edad). Al actor que, bien peinado y cuidadosamente disfrazado con ropa campestre, nos regala una muy espontánea imagen suya cultivando lechugas, puede que nabos, en algún huerto urbano. O hidropónico.

"Produce escalofríos ver a tantos jóvenes aspirando sólo a una butaca en el plató donde insultarse a gritos"

Los hunos y los otros, en suma, proyectando la misma imagen de hermosa apariencia pero carente de contenido, arrojando la misma semilla venenosa que cae sobre el terreno de mentes adolescentes, o ya no tan jóvenes, adecuadamente abonado por el fallido sistema educativo, la sociedad de consumo, y un largo etcétera que podemos ir revisando en futuras ocasiones, Mateo, si es que te sigue quedando algo de paciencia para ello.

Seguro que estás pensando en un par de argumentos en contra de lo que comento. En primer lugar, que la mera existencia de este tipo de contenido no me obliga a consumirlo, y que puedo no consultar determinada red social, cambiar de canal en cualquier momento o, casi mejor, apagar la televisión y ponerme a leer un libro. O a hacer ganchillo, como tu bisabuela Emerenciana. En segundo lugar, más importante aún, estaría el hecho de que, lógicamente, no es responsabilidad de quien decide programar este tipo de contenidos que exista al otro lado de las pantallas una masa crítica suficiente de espectadores, una mayoría absoluta de personas que deciden, en teoría de manera voluntaria, consumir todos estos productos y formatos.

Ambos argumentos podrían debatirse, imagino, pero esa parte a mí me resulta más o menos indiferente. Lo que me preocupa no es que unos personajes decidan emprender ese tipo de actividad como forma de vida y que cobren lo que puedan por ello. No me incomoda que las productoras o las cadenas de televisión implicadas se forren por el camino a costa de unos juguetes que no han de tardar en romperse. Lo que me aterra es pensar cómo de mal, cómo de supurante, tiene que estar una sociedad donde este tipo de entretenimiento es la primera elección. Me da pánico constatar que el sistema educativo puede haber finalmente tocado fondo, demolido por años de improvisación e incompetencia. Produce escalofríos ver a tantos jóvenes aspirando sólo a una butaca en el plató donde insultarse a gritos, incapaces ya de hacerlo por escrito aunque quisieran.

"Y no creas que es el mío un miedo existencial, o humanista, porque tiene razones muy concretas"

Y no creas que es el mío un miedo existencial, o humanista, porque tiene razones muy concretas. Ya estoy dando por hecho que estas generaciones difícilmente podrán producir algo de provecho que sirva para sufragar mi potencial pensión, del mismo modo en que yo contribuyo a las de mis padres y abuelos, que sí trabajaron como leones. Pero lo que no querría dar por hecho, Mateo, es lo que te vayas a encontrar en esas aulas donde deberías tener acceso a una formación que te permita convertirte en una persona buena y respetuosa, más allá del nivel intelectual que llegues a adquirir, en el día a día donde deberemos tener, no cien, sino mil ojos para detectar y tratar de contener el daño que tanta basura orbitando alrededor pueda causar a tu joven cabeza. En un mundo donde la única aspiración sea convertirse en estrella de una constelación vacía, en llegar a ser un rutilante modelo de la nada.

Supongo que empezaremos por darte libros, y por tener confianza en ellos. Y en ti, querido Mateo.

Muchos besos,

******

PD: Para que veas que lo de los libros va en serio, déjame añadir que acabo de comprar, a modo de herencia para ti, una colección de los clásicos de Grecia y Roma: ciento cincuenta ejemplares, ubicados junto a la serie completa de Astérix, que lleva ya algún tiempo esperándote. La ironía de todo esto, Mateo, la contradicción en la que incurre tu padre (y no va a ser la última, me temo) es que la modesta estantería para los nuevos volúmenes la compré por internet, en una multinacional llamada IKEA, y que tanto los libros clásicos como los de Astérix han sido adquiridos por medio del teléfono móvil, en algo que ahora llaman Wallapop…

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