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«Cazafantasmas: Más Allá» explota la mentira de los 80 (y triunfa haciéndolo)

«Cazafantasmas: Más Allá» explota la mentira de los 80 (y triunfa haciéndolo)

La nueva Cazafantasmas es una película que consigue solucionar sus problemas con razonable éxito. Por un lado, recuperar una franquicia de los ochenta venerada por señores que ya vamos peinando canas, pero reivindicada ahora —tras una severa bronca en taquilla en forma de entrega femenina— casi como un negocio familiar de los Reitman (Ivan cede la silla de director a su hijo Jason, responsable de Up In the Air y Juno). Todo eso mientras trata de impulsarla, claro, hacia nuevos y prometedores derroteros futuros, los mismos que no pudo lograr la infravalorada película de Paul Feig hace cinco años: montar una franquicia de películas a medida que el negocio se expande en forma de nuevas oficinas “fantasmales”.

Estas circunstancias se reflejan en la propia película, que propone un viaje nostálgico por el pasado, puro fan service a base de homenajes por doquier, ocultos o evidentes, pero que a la vez mira al futuro trazando una suave curva desde la comedia improvisatoria más o menos descarnada hacia el cine de aventuras familiar (por el protagonismo juvenil, ese indisimulado toque Amblin que tanto le funcionó a Stranger Things) en un ambiente rural “rockwelliano” pero, a la vez, deprimido y decadente, adecuado a las coordenadas que el siglo XXI tiene ya bien asimiladas. Ya saben, los 80 como nuevos 50; ese podría ser el título de esta y otras recuperaciones nostálgicas.

"Cazafantasmas: Mas Allá consigue salir airosa, no sin ciertos problemas, erigiéndose a sí misma como un eficaz simulacro muy propio de nuestros tiempos"

Pero como decimos, Cazafantasmas: Mas Allá consigue salir airosa, no sin ciertos problemas, erigiéndose a sí misma como un eficaz simulacro muy propio de nuestros tiempos. La película no engaña y ya desde el principio comienza con unas notas musicales muy similares a las compuestas por Elmer Bernstein en la primera película para, a continuación, proponer una emotiva variación musical de los mismos, con las únicas adiciones dramáticas de un arpa, que tanto recuerda a otro icono familiar como es John Williams. Haters gonna hate, lovers gonna love.

Y, como la nostalgia es un hilo conductor importante del filme, a continuación procede a lo que quizá todos esperábamos, y más en la creación de una empresa sobrenatural que presume de haber reunido a la vieja guardia de los cazafantasmas: la definitiva mistificación del cazafantasmas desaparecido, Harold Ramis, que en el prólogo Reitman visualiza de una manera eficaz y evocadora, ayudado por un imaginario sobrenatural bebedor de la película de 1984, pero ciertamente chulo e inquietante, en un punto de partida obligado (Ramis murió en 2014) pero al mismo tiempo merecido. El cómico, figura fundamental de la comedia de los ochenta, trascendió su faceta de actor con la de guionista (él mismo centró el guión de Dan Aykroyd hasta la película que conocimos) y dio el salto a la silla de director facturando éxitos como Atrapado en el tiempo, Mis dobles, mi mujer y yo y Una terapia peligrosa, entre otras. Su muerte fue un trauma que reverbera en la película de Reitman y, hasta cierto endemoniado punto, también la estimula, la explota.

La sutileza, en efecto, no es una virtud de esta Cazafantasmas: Mas Allá, pero es que tampoco lo era de las dos películas originales, la primera un éxito sin paliativos y la segunda en sí misma un intento fallido de repetirlo, por mucho que la secuela albergara una capacidad de crear momentos imaginativos incluso superior. El propio Dan Aykroyd verbaliza en esta Más Allá la razón de que ambas películas encajasen como una pieza de puzzle en el clima de su época, con Cazafantasmas erigiéndose como el relato de la creación de un negocio en pleno optimismo Reagan y Cazafantasmas 2 la lucha desesperada contra el fracaso, por mantener ese imposible, efímero pabellón ideológico, cultural y económico de los ochenta. Lo de los ochenta como sueño ya empezaba a asomar la patita incluso antes de que llegaran los noventa.

"El alegre materialismo ochentero de Cazafantasmas nos presentó a los espíritus no como reverberaciones trágicas del pasado sino como incordios que había que purgar"

En este panorama se encuadra en 2021 la reivindicación del personaje de Egon Spengler, ese cazafantasmas empollón del fallecido Ramis. Aposentar la película en símbolos populares del pasado, tratar de revivir una franquicia muerta, tiene más sentido que nunca en una saga que jamás trató a los muertos con el respeto amenazante de la tradición gótica americana de un Edgar Allan Poe. El alegre materialismo ochentero de Cazafantasmas nos presentó a los espíritus no como reverberaciones trágicas del pasado sino como incordios que había que purgar, criaturas sueltas en medio de un proceso de desratización de una Nueva York todavía de capa caída que la pujanza económica de los 80 (y el boom de los efectos especiales de esa época) estaban a punto de impulsar. Expurgado el antiguo romanticismo del fantasma y sustituido por otro contenido (que hoy también es nostalgia), no puede haber pecado alguno en revivir a los muertos como lo hace Cazafantasmas: Más Allá, tardía cuarta entrega de una saga cuyo atractivo precisamente fue desmitificar al fantasma y obviar lo divino en pos de las promesas materiales del capitalismo.

Mas Allá parte de esto pero trata de añadir otro espíritu (¡ja!) en pos del entretenimiento. Bien es cierto que para hacerlo la película de Reitman debe acceder al público, y lo hace entrando a saco con los motivos y escenas de la saga anterior. Una serie de objetos, gags e imágenes en su momento fueron con toda seguridad improvisados por sus máximos responsables pero nosotros mismos los hemos convertido en mitología intocable. El Maestro de las Llaves, la Guardiana de la Puerta, el muñequito de los Marshmallows… Lo hace, eso sí, esforzándose en aportar no otra óptica, pero al menos sí otra perspectiva, en este caso infantil, que sirva a la nueva generación para acceder a la película y a los mayores para recordar su propia mirada inocente a las películas de los ochenta.

"Pero si la película tiene vida propia es, sin embargo, gracias a la calidad que aportan intérpretes como Paul Rudd, Carrie Coon y el absoluto descubrimiento que es McKenna Grace"

La trama, muy apoyada en el motivo de una casa fantasma que parece extraída directamente de un cuadro de Hopper, se consume con la alegría de un fan, y esa es precisamente la carta que Cazafantasmas: Más Allá quería jugar. Pero si la película tiene vida propia es, sin embargo, gracias a la calidad que aportan intérpretes como Paul Rudd, Carrie Coon y el absoluto descubrimiento que es McKenna Grace, una niña capaz de insuflar humor y confianza a la mezcla de inocencia y cálculo de la película y, de paso, recordarnos que en algún momento existió una serie de dibujos donde el tupé de Egon Spengler miraba aún más hacia el cielo.

Grace rellena todos los huecos que deja la dirección de Reitman, sirve de sostén hasta que éste plantea sus secuencias culminantes (como la del Walmart y Paul Rudd, donde la película muestra ya sus fauces) y nos conduce hacia un desenlace plagado de apariciones especiales dosificadas de una manera un poco torpe, pero donde la película juega definitivamente la “carta Spielberg”, es decir, la puramente emotiva. Es aquí donde quizá echamos de menos a un realizador más ducho en la necrofilia como, por ejemplo, ese Brad Silberling que años ha facturó la infravalorada Casper, pero es que a su padre Ivan Reitman nunca le pedimos tanta sensibilidad. De modo que cuando acaba Cazafantasmas: Más Allá, película que efectivamente ha sido un éxito en USA y seguramente dará lugar a continuaciones, todos estamos contentos y dispuestos a cantar: ¿A quién vas a llamar?

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