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Cecilia con el guante de boxeo en la portada de su primer elepé

Cecilia con el guante de boxeo en la portada de su primer elepé

Ese medio siglo que hay que remontar para volver a la línea del tiempo de Cecilia, truncada prematuramente en una carretera de Zamora el dos de agosto de 1976, para los adolescentes de entonces —yo fui uno de ellos— supone una analepsis, un flashback de medio siglo que incluye —como quien dice— nuestra vida entera. Entonces, cuando “Dama, dama”, “Fui”, “Mi querida España” y el ramito de violetas, recién despertábamos de la niñez. Ya que estamos con las canciones de aquellos días, recordémonos como los protagonistas de “Palabras de amor”, de Serrat; hoy, en el mejor de los casos, ya estamos en el sosiego y la mansedumbre de la vejez. Los boomers ya no somos babies; ahora estamos en la edad senil y tan campantes. A mí, que la edad del pavo me duró hasta los 50 años, me costó mucho más trabajo hacerme adulto que viejo.

Pero es tanto el tiempo a remontar para volver a mediados de los años 70 que parece procedente apuntar que Cecilia, antes que de ayer, es una chica de anteayer. Su prematura desaparición, sin llegar a envejecer, empero la fatalidad, hizo de ella una imagen mítica, en la que, particularmente —no sé si al resto de los paisanos de mi cohorte demográfica también les sucederá—, me gusta reconocer a esas chicas de entonces que fueron los primeros jalones de mi educación sentimental, En efecto, aquellas que olían a pachuli y anudaban en sus pulseras piedras de Mauritania; aquellas del torpe aliño indumentario —pilar de mis nostalgias, que nunca he de cansarme de evocar— eran como Cecilia en aquella foto de Francisco Ontañón que la mostraba con el guante de boxeo en la portada de su primer elepé, aquel titulado con su nombre.

"Bilingüe y cosmopolita, Cecilia aportó a la canción de autor española, además de esa agudeza de sus versos, inusitada en aquel panorama, una impronta anglosajona"

Aquella Cecilia era como las chicas de mi adolescencia, las del principio de mi educación sentimental. E incluso alguna de ellas, cuando no fumaban otras cosas en las que no me detendré —no le hará falta al buen entendedor— encendían los Celtas cortos como Cecilia en el vídeo —que decimos ahora; entonces, como mucho “filmación”— de “Dama, dama”. Como serán ya pocos quienes lo recuerden, los Celtas eran un tabaco negro, fuerte y sin emboquillar con el que nos iniciábamos los fumadores de doce o trece años.

Universal y castiza, como todos los grandes creadores, Cecilia fumaba Celtas, pero en aquella foto de Francisco Ontañón me recordaba a Barbara Hershey, una actriz-hippie californiana, por aquel entonces novia de David Carradine. Hija de un diplomático, a Cecilia la había educado una monja estadounidense que le hablaba en inglés. De modo que, pese a fumar un tabaco tan autóctono como los Celtas cortos, aquella chica era una mujer bilingüe, que en aquella carátula ha quedado como una representación meridiana de aquellas otras que inspiraron mis primeros suspiros, y mis primeros amores elegiacos cuando se iban para no volver a perderse por los caminos de Asia.

Bilingüe y cosmopolita, Cecilia aportó a la canción de autor española, además de esa agudeza de sus versos, inusitada en aquel panorama, una impronta anglosajona. Tanto era así que en aquel primer álbum versionaba a The Beatles —”Dear Prudence”, dedicada a Prudence Farrow por los de Liverpool—. Pero pocos atrevimientos son tan osados como el de la ignorancia y pocas edades tan dadas a los dogmatismos como la adolescencia.

"El tiempo no ha hecho otra cosa que honrar su memoria, las nuevas mezclas de sus canciones se suceden desde entonces, se han publicados sus poemas, en las mejores colecciones de poesía y en ediciones bilingües"

Ignorante y dogmático, como fui en mi pubertad, en su momento no presté a Cecilia la atención que merecía. Solo me interesaba el rock. De haberme abierto un poco hubiera descubierto que, antes de aquellas primeras canciones que la catapultaron a lo mejor de la banda sonora de la España de los años 70, había grabado una canción en inglés próxima al rock sinfónico: “Try Catch the Sun”.

Y luego estaba el guante de boxeo, que algunos imaginan alusivo a “The Boxer”, el gran éxito de Simon & Garfunkel, favoritos de Cecilia. Otros se inclinan por una referencia a la pegada de sus versos, infrecuente en aquellos días de la canción protesta. Por sus estrofas desfilaron aquellas señoras de entonces, que al pasar dejaban olor a Myrurgia y otros perfumes de la época. Pero también aquellas incipientes feministas dispuestas a quedarse solteras.

Muerta a los 27 años —esa edad tan dada al tránsito de los notables, bien por la fatalidad, bien por los excesos—, su desaparición fue sentida por toda aquella España que recién despertaba de su santa siesta. El tiempo no ha hecho otra cosa que honrar su memoria, las nuevas mezclas de sus canciones se suceden desde entonces, se han publicados sus poemas —españoles e ingleses—, en las mejores colecciones de poesía y en ediciones bilingües. Yo recuerdo que ya entonces —cuando por mi entrega al rock ignoraba cuanto no lo fuera— esos arreglos de Juan Carlos Calderón a las canciones de Cecilia, en los que preponderaban las cuerdas, me predisponían de un modo asombroso a imaginar cosas en el curso del tiempo. Hoy el recorrido es a la inversa y en esa foto de Francisco Ontañón, que nos muestra a Cecilia con el guante de boxeo, creo volver a ver a aquellas hippies por las que tanto suspiré cuando fueron a perderse por los caminos de Asia.

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