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Dolores O’Riordan en la gloria de Dios

Conocí a Dolores O’Riordan. Es decir, asistí a la rueda de prensa en la que The Cranberries presentaron a los medios madrileños To the Faithful Departed (1996), su tercer álbum de estudio. Desde que en 1990 llegó a la banda de los hermanos Hogan en sustitución de Niall Quinn, primer vocalista de la formación, aquella joven cuyos lamentos habrían de convertirla en una de las voces más dotadas del rock alternativo, del postpunk, postgrunge y otras cuantas cosas relativas a la música de los años 90, me impresionó desde el primer momento. Recuerdo que iba a preguntarle quiénes eran los fieles difuntos aludidos en el título del álbum, cuando ella, por propia iniciativa, se puso a contarnos el motivo de tener un nombre tan español siendo irlandesa. Nos habló entonces de una advocación mariana: los Siete Dolores de la Virgen.

La España del 96 ya no era aquel país que otrora se jactaba de ser el más mariano del mundo. Aquella explicación no pedida me dio a entender que aquella lideresa del rock de los 90 creyó estar en la vieja España. Miré a los otros periodistas y observé que para algunos aquellas palabras les estaban resultando intempestivas. Yo también soy ateo. Pero me gusta serlo en un entorno católico. Salvando todas las distancias que sea menester salvar, me pasa como a Oriana Fallaci, George Santayana o Gustavo Bueno. Aquellas alusiones en inglés a la Virgen de los Dolores fueron a recordarme que, como madrileño que soy, nacido en el mes de agosto de hace 65 años, mi madre —toda una señora del nacionalcatolicismo, que de joven iba a misa con mantilla llegado el caso— nada más nacer me ofreció a la Virgen de la Paloma. Y fue así, entre advocaciones marianas, como Dolores O’Riordan me dejó fascinado.

"The Cranberries nunca me hubieran gustado de no ser por Dolores O’Riordan. Esos lamentos de sus canciones, en los que hacía honor a su nombre, aún me conmueven de parte a parte"

En los años 90, para mí el rock seguía siendo una entrega. Como la Revolución para quienes tenían la siempre abominable conciencia política, materia prima de los mejores negocios y los peores engaños, muchos de los cuales aún padecemos. Otra forma de ese opio del pueblo que era la religión según los marxistas. Habiendo sido freak hippie urbano— obnubilado por el rock progresivo en los primeros 70, tras la catarsis punk del 77, que a España llegó, convenientemente atenuada vía Nueva Ola, descubrí el rock & roll seminal por el furor de Chuck Berry —a quien sí tuve el honor de estrechar la mano en la inauguración en Madrid del Hard Rock Café—, Buddy Holly, Gene Vincent y Jerry Lee Lewis. Fue así como pasé de ser un freak a convertirme en un rocker. Pero el amor al rock, como el don poético, es un fulgor juvenil. En los años 90 perseveraba en mi entrega a él. Pero, de cara al paisanaje, ejercía menos. Radiohead eran mis favoritos de entonces. Como al común de los mortales, la banda de Thom Yorke me ganó con “Creep”. Esta canción de Pablo Honey (1993), cruda y potente, desde la primera audición me llevó de la alienación al desasosiego.

“No hay que cortarse. Me gusta todo”, decía mi amigo el Hippie de Carabanchel en aquellos bares inolvidables que, nada más cruzar el Manzanares, abrieron en La Latina en aquellos años: El Lamento del Lagarto, El Elefante Gwyn, La Taberna del Blues… Aún le echo de menos. ¡Vaya si estaba en lo cierto! Pero The Cranberries nunca me hubieran gustado de no ser por Dolores O’Riordan. Esos lamentos de sus canciones, en los que hacía honor a su nombre, aún me conmueven de parte a parte.

"A buen seguro que toda esa espiritualidad halló una válvula de escape en las letras que escribía y en los lamentos con que subrayaba el dramatismo de sus canciones"

Tan católica como parecía en aquella presentación de To the Faithful Departed, Dolores visitaba a Juan Pablo II tanto o más que la lideresa de nuestras alegres comadres de lo público a Francisco. Cantó el “Ave Maria” de Schubert junto a Luciano Pavarotti a favor de los niños de Bosnia e incluso participó en la banda sonora de La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004), una visión del quinto, sexto y séptimo de los dolores de María. Pero de un radical del tradicionalismo católico que dejó impresionados a los pecadores. En fin, que salvo esa fisura que fue el divorcio de su marido —separación que Roma no admite—, la fe de Dolores O’Riordan no tenía fisuras por más que fuera una de las grandes lideresas de las postrimerías del rock del los 90. De hecho, uno de los pocos placeres que le deparó su infancia, casi tan desdichada como la de esos irlandeses de la gran hambruna que provocó la crisis de la patata (1845-1852), fue ir a misa. Como católica que era, iba a la iglesia en busca de paz y de consuelo. Pero, amén de en la palabra de Dios, encontraba solaz, y si cabe aún mayor, en los coros que exaltaban el Verbo.

A buen seguro que toda esa espiritualidad halló una válvula de escape en las letras que escribía y en los lamentos con que subrayaba el dramatismo de sus canciones. Ya en el primer álbum, Everybody Else Is Doing It, So Why Can’t We? (1992), que particularmente escuché tarde, luego de descubrirla a ella en aquella rueda de prensa de las advocaciones marianas, escuché por primera vez el primero de sus temas lamento: “Dreams”. Más de lo mismo, aunque ligeramente menos intenso, en ese mismo álbum, llegó “Linger”. “Zombie”, la canción que les catapultó a las ventas millonarias, al triunfó en el mundo entero, se incluyó en el segundo, No Need to Argue (1994). Aquel tercer lamento, sobre la situación en Irlanda del Norte —donde la política y la religión se confunden como en ningún otro lugar del mundo— fue el ascenso al paraíso terreno.

Sin embargo, empero la fe y el éxito, Dolores O’Riordan a menudo se derrumbaba. Supimos de su trastorno bipolar en aquella ocasión que, borracha como una cuba, agredió en un vuelo a una azafata. Y al final, el día de su muerte, en el Hilton de Londres, aquel 11 de enero de 2018, cuando, también ebria, se ahogó en la bañera.

Yo la tengo en lo más alto porque me recordó la fe de mi madre y a todas aquellas chicas con nombres de vírgenes que, estando yo soltero, me llevaban al cielo con una mirada. Y, puesto que Dolores O’Riordan creía en Dios, ¡que Dios la tenga en su gloria!

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Lord Beniito
Lord Beniito
12 ddís hace

Gracias por esta remembranza con más respeto a la figura de Dolores. Lo que había leído siempre me dejaba llorando, por cómo hacían referencia a su trágica muerte. Pero en esta nota veo un caballero intentando darle un giro de tuerca más armonioso.