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Chesterton sigue creciendo en su 150 aniversario

Chesterton sigue creciendo en su 150 aniversario

La obra de G. K. Chesterton sigue creciendo al cumplirse 150 años de su nacimiento como demuestra una colección de artículos que publicó en 1911 —de tanta actualidad que algunos parecen escritos esta semana— y el hecho de que media docena de editoriales españolas sigan publicando su obra y traduciendo inéditos en español.

Cosas que los hombres odian con razón es el título bajo el que la editorial Encuentro ha agrupado los artículos o ensayos breves que Chesterton publicó en 1911 en el semanario londinense The Illustrated London News, traducidos por primera vez al español por María Isabel Abradelo y Monserrat Gutiérrez, y que dan muestra de la actualidad de los razonamientos del polemista inglés.

Este es el sexto volumen que han publicado, a razón de uno por año durante seis consecutivos, la editorial Encuentro y el Club Chesterton de la Universidad San Pablo CEU de la que fue la más longeva colaboración del escritor inglés en la prensa, la que mantuvo entre 1905 y 1936 en el mencionado semanario londinense.

Esta titánica tarea editorial de rescatar todos aquellos artículos la justifican sus editores —Pablo Gutiérrez Carreras y María Isabel Abradelo—no sólo en los valores literarios de Chesterton, sino en su talento como polemista y en una de sus principales cualidades, el sentido común, que como demuestran estos artículos permanece inmune al paso del tiempo.

Fanáticos y revoluciones

La actualidad de Chesterton, quien publicó más de 4.000 artículos, se demuestra tanto cuando analiza asuntos culturales, sociales o políticos, como cuando aborda las diferencias entre los partidos conservadores y reformistas y escribe: «El reformador se vuelve conservador al llegar al poder; tan pronto como puede hacer algo, desea no hacer nada».

Sobre lo que hoy se denomina polarización, advirtió : «La esencia de un fanático es que puede hablar por sí mismo, nunca por nadie más»; mientras que, como si augurara la corrección política con un siglo de antelación, advierte: «La maldición de la revolución es que a menudo uno cambia las palabras, pero no cambia las cosas».

De un político que se atrevió a criticar la disciplina de partido a la hora de votar en el Parlamento reseñó: «El otro día dijo en la Cámara de los Comunes que como votaba, no directamente por convicción, sino indirectamente por su disciplina de partido, era en la práctica una asamblea corrupta».

En un artículo definió la cárcel como «un sitio al que se manda a cualquier tipo de personas, siempre que tengan poco dinero», y en otro emplea a fondo su humor con especialidades académicas que siguen suscitando polémicas un siglo después.

«A pesar de que los pedagogos lo han estropeado todo, los chicos siguen siendo chicos. No hay que excluir la posibilidad de que cuando los sociólogos lo hayan estropeado todo, los hombres sigan siendo hombres«.

Contra los periódicos

Parecía entender Chesterton que la crítica bien entendida empezaba por uno mismo y no libró de sus invectivas a su propio medio de vida, o sea a la prensa: «Los periódicos llevan la penitencia del pecado de su ciega adoración a la velocidad. Van tan rápido que no se enteran de nada, y tienen que decidirse tan rápido que acaban sin decidirse por nada».

Tampoco parecen haber envejecido sus observaciones sobre los distintos regímenes políticos: «La libertad es tradicional y conservadora, recuerda sus historias y a sus héroes. Sin embargo, la tiranía es siempre joven y aparentemente inocente, y nos pide que olvidemos el pasado«.

Aunque las apreciaciones más actuales parecen ser las que se refieren directamente a la política que, leyendo a Chesterton, resultan iguales ahora a las de hace 113 años: «A nadie le sorprende la coincidencia única de que los tories acusen a los radicales de mentirosos y corruptos exactamente al mismo tiempo que los radicales pillan a los tories en un acto de corrupción y engaño».

Tal vez la vigencia de estos artículos y de las sentencias y razonamientos que contienen —y que hicieron afirmar a Borges aquello de que no había una página de Chesterton que no deparara una sorpresa— se deba a la visión de la naturaleza humana del escritor, como cuando en el artículo titulado «Perseguir a los pequeños delincuentes» se pregunta: «¿Por qué algunos hombres públicos están en sus despachos y por qué otros no están en la cárcel?»

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