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Concurso de relatos #migeneración: 10 finalistas

Concurso de relatos #migeneración: 10 finalistas

Tan solo diez relatos, de entre los casi 1.000 presentados al concurso, han conseguido llegar hasta aquí. Estos son los finalistas que compiten por los premios del concurso de relatos #migeneración, patrocinado por Iberdrola y dotado con 2.000 euros en premios. El fallo del jurado, que está formado por Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Leandro Pérez Miguel, será anunciado el viernes 28 de noviembre. El primer premio está dotado con 1.000 €. El premio para los dos ganadores del segundo es de 500 €.

A continuación ofrecemos los 10 relatos que optan a los premios. En este enlace puedes consultar las bases del premio. Gracias a todos por participar.

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1

Título: El forito

Autor: Joaquín Álvarez Dorado

Llegué a la familia en la primavera de 1982. Vine a sustituir al viejo R8 blanco que acababa de poner punto y final a su carrera, con una hoja de servicios intachable colmada de kilómetros y ni una sola avería, por lo que las expectativas puestas en mí eran muy altas. Mi nombre oficial es Escort, Ford Escort, aunque pronto me adjudicaron un apodo. A mí me habría gustado el Bólido, o la Bala, pero me pusieron el Forito. También me pusieron una pegatina del Mundial de fútbol y un ambientador con forma de pino porque a madre no le gustaba el olor a nuevo.

En los primeros días no pararon de enseñarme a los vecinos, amigos y familia; y es que en aquella época comprarse un coche nuevo era todo un acontecimiento. Todos los domingos, salvo cuando hacía malo, me llevaban a la parcela y mientras madre preparaba el apaño para la paella, padre me pasaba la gamuza hasta dejarme reluciente como un jaspe. Por cierto, por aquel entonces era, como decía el abuelo, de color café con leche. Ahora luzco algo descafeinado.

A los pocos meses llegó mi primer viaje largo, del que recuerdo sobre todo el madrugón que nos dimos porque no tengo aire acondicionado y padre decía que era mejor salir temprano para evitar el calor. Lo que sí tenía (y aún me funciona) es un radiocasete en el que aquel verano se alternaron las cintas de Mecano y Cindy Lauper de la chica, la de los Rolling de padre y el Grandes Éxitos de Julio Iglesias que tanto le gustaba a madre. Al chico, como era pequeño, solo le dejaban poner de vez en cuando el casete de Los payasos de la tele, así que se entretenía con los tebeos de Zipi y Zape, sus favoritos.

Los Reyes Magos del 86, además del Monopoly, la granja de Playmobil y varias prendas de ropa, trajeron a Rocky, un pastor alemán listo como un zorro que me dejaba el maletero lleno de pelos y al que todavía echo de menos. ¡Cómo lloramos los cinco el día que le llevamos a que le durmieran, pobrecillo! Suerte que llovía y a mí no se me notaba.

Unos años más tarde, cuando padre enseñaba a conducir a los chavales en el campo, yo ayudaba como podía. Sobre todo con el pedal del embrague, que siempre lo he tenido un poco duro y era lo que más les costaba dominar. Los dos aprobaron a la primera, son unos fenómenos.

Y una década después llegó la boda de la chica. Jamás olvidaré la vergüenza que pasé cuando me decoraron con lazos y flores para llevarla desde casa hasta la iglesia; con lo pudoroso que soy para esas cosas. Eso sí, la muchacha iba guapísima, que hay que decirlo todo. Aunque para vergüenza, la que pasé cuando el chaval se echó novia y, claro, como no tenían dónde ponerse cariñosos, pues ya se pueden ustedes imaginar lo que me tocó presenciar. Mejor no les doy detalles.

Mucho más tarde llegaron los nietos, y me pusieron más pegatinas y las sillas para transportarlos de casa al colegio y del colegio a casa. Porque antaño, ya saben, ni sillas, ni cinturones, ni nada de nada. Pocas cosas pasaban.

Después de los nietos llegó otro miembro más a la familia: mi hermano pequeño. Pequeño en edad, pero no en tamaño. Un flamante BMW (el negocio de padre iba viento en popa) que me relegó al papel de segundo coche para desplazamientos cortos.

Desde hace unos años ya no me usan. Madre dice que me lleven a un desguace, que ocupo mucho sitio en el garaje, pero padre dice que ni hablar, que a lo mejor un día el BMW se estropea y tienen que echar mano de mí. Él sabe de sobra que, por mucho que lo intente, ya no voy a arrancar; estoy demasiado viejo. Pero cómo va a llevar a su Forito al desguace, con el cariño que me tiene…

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2

Título: Cincuenta

Autor: Mari Carmen Guzmán Martínez

Alicante, 4/6/1975

Querido Toni:

Por la presente te comunico que ya eres tío. Ha sido una niña.

La Carmen y la chiquilla están bien. Es moreneta como nosotros. Madre dice que se parece a ti. A ver si vienes pronto de permiso y la ves.

Tu hermano que te quiere, Manolín.

 

Sábado, 15/12/1984

Queridos Reyes Magos:

Me llamo Maricarmen, tengo 9 años y este año me gustaría que me trajeseis la Nancy Esquiadora o el tiovivo de las Barriguitas. Para mi hermano, dos Airgamboys y, si puede ser, también el Tragabolas. Y para mis padres: unos zapatos de tacón para mi madre y una colonia para mi padre.

Vamos a poner leche y galletas debajo del árbol, que está en la salita. Muchas gracias.

 

Martes, 16/7/1992

Hola Sara:

Te escribo desde mi pueblo el día de mi santo porque tengo un aburrimiento que me muero. Me vine el fin de semana para quedarme con mi abuela. Pero mis primos se han ido hoy a una cosa de convivencia o no sé qué y vuelven mañana. La Isa se ha ido a Los Urrutias con sus padres y la Ana está todo el día con Juanico, el de la pescadería. Que se enrollaron en la fiesta de fin de curso del instituto y ahora están todos los días pegados; qué pesados. A mí, Alejandro, ni me mira. Todo el día con la moto paseándose y pasando de mi cara.

Espero que tú te lo estés pasando mejor en Calpe. Yo me iré en agosto cuando le den las vacaciones a mi padre.

Bueno, chica, nos vemos a la vuelta.

PD: Qué ganas de empezar ya COU y pasar página al año siguiente, a ver si la gente va madurando o algo.

 

Domingo, 14/12/2003

Querida Clara:

Te deseo una Feliz Navidad y un Próspero Año 2004.

Un poco anticuado esto de escribir Christmas, jeje. Pero bueno, así aprovecho para mandarte la invitación a la boda… ¡Que me caso!

Todavía faltan meses, pero para que te vayas organizando, que luego se nos amontonan las cosas. Tienes que venir. He invitado a todas las de la resi, y a los del grupo del último año. Me ha costado localizar a algunos, pero creo que estáis todos.

Un abrazo.

 

Para: rayoveloz78@htmail.com

Cc/Cco, De: candycandy75@gmil.com

Asunto: primada cuarenta

Hola primi!!

Te mando correo a ti para que se lo pases a toda la tropa. De los de Valencia se encarga José Manuel, y de los de aquí, yo.

Madre mía, 40 tacos!!! Es que ni me lo creo. Menos mal que lo hago con Jose, porque si no, yo creo que ni lo hubiera celebrado.

Bueno, pues ya sabéis, a las 10:00 en lo de Chus. El autobús saldrá sobre y media, pero para que no haya sustos, mejor un poco antes. Lo de los peques está ya listo. Son los mismos que los de la comunión del primo Luis.

Gracias mil. Besitos

 

Miércoles, 26/2/2025

Querido diario:

Hace mucho tiempo que no escribo así, en papel.

Me siento algo ridícula y un poco rara. (Tonta en realidad).

He empezado a ir a una psicóloga hace un par de semanas y es la primera “tarea” que me ha puesto.

La verdad es que no sé muy bien qué escribir. Me dijo que era un ejercicio muy bueno para relajarme y poder entender lo que me pasa, que parece ser que es ansiedad y estrés. Mis amigas me han dicho que “bienvenida al club”. Pero, sinceramente, no me consuela. Yo he manejado bastante bien siempre todas estas historias. Pero se ve que entre la puta (perdón) menopausia o perimenopausia o lo que sea, los adolescentes que comparten piso conmigo (AKA mis hijos), mi marido que ahora de repente quiere vivir a tope, mi trabajo que mola, pero me está empezando a aburrir un poco y la maravillosa vida que tengo… pues que he petado, parece ser.

Igual sí que me siento un poquito mejor ahora. No sé.

Creo que seguiré escribiendo algo cada día. Igual me convierto en escritora a los cincuenta.

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3

Título: Manual de uso para una generación sin manual

Autor: Lucía Machiarena Silveira

Artículo 1: Despierta.

No importa la hora. El cansancio es una segunda piel y aun así sigues.

Aprendiste pronto que el futuro no era una promesa, sino un archivo en constante actualización. Nada es seguro, pero avanzas igual: pestaña por pestaña.

 

Artículo 2: Mantén abiertas más pestañas que certezas.

Te acostumbraste a estudiar con ruido, trabajar con prisa y descansar en fragmentos. La vida se volvió multitarea antes que supieras nombrarla. Has llegado a sentir que el silencio es un lujo, y la desconexión, un peligro.

 

Artículo 3: Interpreta el amor como un sistema de signos.

Quién escribe primero.

Quién deja el mensaje en azul.

Quién responde con un emoji que no sabes descifrar.

El corazón late distinto cuando la pantalla se ilumina. A veces duele más no recibir notificaciones que escuchar un adiós en voz alta.

 

Artículo 4: Guarda amistades como si fueran archivos delicados.

Algunas se quedan en versiones antiguas y las sigues queriendo tal cual. Otras se actualizan tanto que ya no reconoces el formato. Todas ocupan espacio: en la memoria, en el cuerpo, en ese rincón donde guardas lo que no te atreves a eliminar.

 

Artículo 7: No llores con la cámara encendida.

Esa es una de las normas invisibles de la adultez digital.

Te secas las lágrimas antes de volver a sonreír, como si la vida fuera una reunión en la que siempre debes estar “disponible” —aunque nadie te llame—.

 

Artículo 11: Aprende a perder.

Oportunidades, certezas, fotografías sin copia de seguridad. La vida te enseña a aceptar fallos del sistema sin manual de reparación. A veces duele; otras veces libera espacio.

 

Artículo 12: Sigue fingiendo que sabes lo que haces.

Por extraño que parezca, funciona.

No hay un manual oficial, pero todos simulan tenerlo y tú imitaste ese gesto hasta que se volvió costumbre.

 

Artículo 15: Comprende que la conexión no siempre es presencia.

Puedes estar rodeada y sentirte ausente.

Puedes estar sola y sentir que alguien piensa en ti del otro lado del mundo.

Tu generación creció entre dos formas de estar: en carne y en señal. A veces ninguna basta.

 

Artículo 18: Guarda memes como quien guarda postales.

Las risas rápidas también son historia. También sostienen algo de ti.

 

Artículo Final: Cierra los ojos.

Este manual no te dará instrucciones. Nunca las tuvo.

Tu generación nació en un mundo acelerado, atravesó crisis, pantallas, cambios bruscos, y aun así aprendió a reajustarse en pleno movimiento.

Has escrito tu manera de vivir mientras vivías.

Has improvisado, caído, vuelto a intentar —y aún así, sigues—.

 

Y si sigues funcionando no es porque tengas un manual, sino porque tú —igual que todos los tuyos— aprendiste a escribir uno —mientras el sistema seguía en marcha—.

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4

Título: Generación suspendida

Autor: Encarna Belotto Córdoba

Pertenecemos a una generación suspendida entre dos tiempos: los que escuchábamos música en un walkman y hoy llevamos un smartphone en el bolsillo. No pertenecemos por completo al pasado, pero tampoco del todo al futuro. Fuimos los últimos en aburrirnos y los primeros en conectarnos.

Mi infancia transcurrió en parques de hierro, de esos que hoy serían declarados zona de riesgo: columpios casi oxidados, toboganes que ardían bajo el sol de julio, suelos de tierra donde las rodillas aprendían a curtirse. Nadie nos vigilaba. No hacía falta. La calle enseñaba lo que la escuela olvidaba: a caer sin dramatismos, a pedir turno sin gritar, a resolver conflictos sin mediadores. Éramos felices sin ser conscientes de ello.

Los veranos tenían colores propios: amarillos y marrones. Los que no teníamos playa convertíamos las balsas del campo en mares improvisados. Allí aprendimos a nadar mientras imaginábamos océanos donde solo había agua quieta. No había fotos, no existían vídeos: solo la memoria, que entonces parecía suficiente para hacerlo eterno.

Cuando no se podía ir al campo, las siestas se transformaban en ceremonias clandestinas de grabación. Un dedo en el play, otro en el record, el oído tenso esperando ese microsegundo sagrado entre el final del locutor y los primeros acordes de Oasis, Nirvana, Los Piratas o Héroes del Silencio. Aquellas cintas eran pequeños tesoros. Las etiquetábamos con rotulador: “Mix Verano 96”, convencidos de que nunca olvidaríamos cada canción.

El colegio era un escenario peculiar: una cruz católica presidiendo la pizarra, el retrato del rey vigilando desde la pared, cuadernos de tapas duras forrados con fotos arrancadas de revistas. Entre dictados, problemas de cálculo y tablas de multiplicar, esperábamos la caída de la tarde. Cuando por fin llegaba el silencio, abría un libro. A veces uno nuevo del Círculo de Lectores; otras, lo que hubiera por casa: los cómics gastados de mi padre, El Señor de los Anillos, Los Pilares de la Tierra, algún tomo superviviente de Bruguera. No elegíamos: encontrábamos. Y ese azar construyó un gusto propio, imperfecto y sincero.

La vida tenía esa cualidad: limitada, sí, pero infinita en posibilidades. Para ver a tus amigos, ibas a buscarlos sin avisar. No todas las casas tenían teléfono fijo. Tocabas un timbre o golpeabas una persiana metálica. Si no estaban, esperabas. Si tardaban, inventabas un juego. El tiempo no corría; simplemente discurría, como una cinta que se rebobina con un bolígrafo y vuelve a empezar.

Éramos hijos del silencio, aunque no lo supiéramos. Del silencio después de comer, cuando solo sonaba el carrillón del abuelo marcando las horas. Del silencio de los veranos sin notificaciones. Del silencio compartido en los viajes largos, mirando por la ventana del coche y dejando que el paisaje cambiara sin prisa. Sin querer, aprendimos lo que hoy llaman atención plena: estar ahí, en ese instante, sin propósito más allá de vivirlo.

Entré en mi adolescencia de la mano de la llegada de internet, como quien cruza un umbral sin darse cuenta. Hasta entonces, el mundo era pequeño, manejable, hecho de calles conocidas y voces familiares. El sonido del módem irrumpió en la casa, interrumpiendo llamadas y conversaciones, como un insecto mecánico empeñado en conectar con otro planeta. Ya nada volvió a ser igual.

Cambiamos las cartas por notificaciones, las esperas por ansiedad, la pausa por distracción. El mundo se volvió rápido, brillante, un poco más frío. Las conversaciones se hicieron más cortas; los silencios, más incómodos. Dejamos de mirarnos a los ojos, de prestarnos atención cuando nos encontrábamos. Cambiamos las sonrisas reales por emoticonos, convencidos de que el futuro se configuraba en píxeles.

Somos un puente: un pie en la tierra vieja que nos formó, otro en el territorio incierto que nos corresponde habitar. Fuimos el último suspiro de un mundo sin pantallas y el primer aliento del que hoy nos envuelve con su vértigo.

Los nacidos en los ochenta sabemos lo que vale un silencio compartido, una mirada verdadera, una tarde sin plan. Llevamos tatuado el aprendizaje de la escasez, que nos enseñó a amar lo que había. Y también la intuición de que, aunque todo se acelere, lo esencial siempre llega despacio.

Y la nuestra —la de los hijos del asfalto caliente, de los veranos sin reloj, de las cintas que había que rebobinar con un bolígrafo— sigue sonando como una canción que ya nadie reproduce, pero que todos recordamos de memoria. Y al recordarla, volvemos a ser puente, presencia y un camino que aún sigue latiendo.

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5

Título: Generación

Autor: Martin Monreal

Esto es lo que pasó.

Cuando ella era chica creía que las pirámides eran un enigma, construido con entusiasmo por alienígenas bromistas. Hoy sabe que esos gigantescos bloques de piedra fueron elevados hasta su posición por un sistema hidráulico.

*

Cuando él era chico pegaba los boletos capicúa de los autobuses en un cuaderno escolar. Hoy sólo acerca su teléfono a una máquina y no hay color ni números que pueda guardar.

*

Ella tenía diez cuando vio la caída del muro. Romper paredes le pareció fascinante.

Recordaba cruzar con su madre al almacén. Admiraba las grandes latas de galletas que, desplegando sus escenas de campo en los estantes más altos, le parecían tan maravillosas como los íconos en las iglesias.

*

De pequeño su padre lo arrastraba a salas de teatro destartaladas para ver cine de reposición. La computadora que trama el asesinato de los astronautas, el caballero que juega ajedrez con la muerte, la voluptuosa vendedora de cigarros que casi asfixia al muchachito entre sus pechos, volvían a él en la noche.

*

Ella dejó atrás un novio y un marido. El marido la llamaba amenazante cada hora del día para saber dónde estaba. El novio murió en una moto, sin casco ni cabeza.

Recordaba siempre el palíndromo “Adán no cede con Eva y Yavé no cede con nada”, que mascullaba su abuela por los pasillos.

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Él estudió psicología. Descubrió, luego de atender a un puñado de pacientes, que no podía explicar por qué alguien hacía o dejaba de hacer algo. Se retiró casi ni bien empezó. Se hizo profesor de literatura.

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Ella estudió Física pero dejó cuando su madre cayó enferma.

La última vez que conversó con su ella le oyó decir, “El tiempo es una esfera. Todo existe en simultáneo. En algún punto estamos siempre vivas, compartiendo esta conversación”.

Consiguió trabajo en la secretaría de una universidad.

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Se conocieron en una fiesta de fin de año. Se casaron al tiempo, enamorados. Flotaron sobre la corriente de la relación, descubriendo, con placer y desconcierto, formas de combinar emociones, deseos y contradicciones. Viajaron y asistieron a reuniones, cumpleaños y conferencias juntos.

Se descubrieron una mañana, cinco años después, hablando de la edad y de tener un hijo. Sentían algo o alguien esperaba en el tiempo infinito de su soledad, soñando con abrir unos ojos aún sin forma.

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Cuando descubrieron que ella no podía quedar embarazada, ambos se sintieron culpables. En los años siguientes probaron diferentes métodos para lograrlo. Vivían con la sensación de ser criaturas con falla de fábrica, cuyo período de reclamo había ya vencido.

Un tenue desencanto se apoderó de ellos, una arenilla que caía y se asentaba en el fondo de sus días.

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Él tuvo un romance de una noche, con una colega que le caía antipática. El arrepentimiento lo carcomió por largo tiempo. A veces también se arrepentía de no haber tenido más que una amante.

Durante un año ella mantuvo un affaire con un joven adinerado, que conoció en un cumpleaños. Antes de cada encuentro sentía excitación y, luego, tristeza, como cuando un niño desembala un juego nuevo y luego las piezas no encajan.

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A ella le gustaba caminar por la ciudad, sentir el oleaje de los rayos del sol romper cálidos sobre su piel. Un día le llamó la atención una casona antigua. Era un establecimiento de ayuda para chicos sin hogar. Se hizo voluntaria y pasa la mayor parte del día allí.

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En los años siguientes se establecerá una rutina que los contentará. Ella trabajará en el orfanato. Él la buscará cada atardecer y se irán juntos al cine o a cenar. Nunca dejarán de hacer el amor.

Él dejará la universidad y pasará más tiempo solo en casa. Traducirá, para matar las horas, los largos volúmenes de memorias de Casanova. Tendrán un perro.

Hacia 2045 comprarán su primer robot. Será un modelo humanoide de ayuda doméstica. Tendrá el rostro liso y la voz intercambiable. Él optará por la voz femenina con el acento ligeramente ruso, y conversará con ella de literatura.

Ella preferirá el modo silencioso y nunca se quedará en la misma habitación mientras el aparato funcione.

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Una tarde el robot girará inesperadamente cuando ella pase y ese rostro inexpresivo le producirá espanto. “Disculpas”, sonará la voz femenina. Ella le dará un leve empujón y el robot rodará por la escalera, descomponiéndose en partes.

Ya abajo, inclinada sobre el pecho rajado, observará el corazón de silicona, palpitante y blanco.

*

Cada vez más él notará esa costumbre que tiene el silencio de acercarse por la espalda, hasta que nos percatamos de su presencia, de que lo ha impregnado todo.

Morirá en 2059. Habrá escuchado hablar de los avances en medicina, de las promesas de vida extendida —un folleto de Mercurial Living reposará, intacto, sobre su escritorio— pero no les habrá prestado demasiada atención. Su salud será, en general, envidiable. Esa tarde moverá con algún desgano un par de fichas sobre el tablero de ajedrez —un alfil negro y un caballo blanco— y caerá al piso fulminado por una apoplejía.

La última imagen que verá será la de ella, bañándose en un río en Córdoba, un mediodía de verano. Sostendrá entre sus manos a un niño sonriente, al hijo que nacía ahora en este último segundo de lucidez. Y será como si realmente hubiera existido. Quizá lo había hecho, en cierta forma, acompañándolos siempre en la sombra detrás de sus corazones. Y serán tres solamente, ellos y el agua fresca corriendo entre las manos, murmurando entre las piedras del mundo.

*

Meses después, al revisar unos cajones, ella descubrirá y leerá con deleite la traducción de Casanova. También encontrará el folleto de Mercurial Living, guardado por error entre las hojas del manuscrito.

A pesar de su edad, decidirá adoptar a uno de los huérfanos de la casona. Será una niña de cabellos castaños y ojos de río. Será una nueva aventura que comienza.

De ella no tenemos información ni fecha de su muerte.

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6

Título: Generación de la transición

Autor: Nuria Rodríguez Fernández

Nací en 1975, cuando Madrid olía a calamares recién hechos en los bares del barrio y a chocolate caliente en las cocinas. Desde la ventana del salón, el cielo se veía entero, y los patios eran pequeños mundos donde la infancia se jugaba sin permiso ni reloj, con rodillas raspadas y bocadillos de nocilla que sabían mejor que cualquier postre moderno.

Ese año, la ciudad parecía contener la respiración y, al mismo tiempo, despertaba de un largo letargo. Las calles empezaban a sentirse más libres, abiertas a los colores, a la música, a la risa que ya no necesitaba autorización.

La movida madrileña nos pilló con los zapatos recién estrenados: hombreras imposibles, vaqueros nevados y el pelo cardado desafiando la gravedad. Madrid era un videoclip sin cámaras. En casa, o en los bares donde los mayores hablaban bajito, se colaba la voz rota de Sabina, contando historias de calles que aún no entendíamos pero que sentíamos nuestras.

En la radio del salón sonaba Eros Ramazzotti, ese italiano que parecía cantarle a las primeras dudas del corazón. Más tarde, Alejandro Sanz, con su melancolía de barrio, acompañaba nuestros amores torpes de adolescencia. Y en la tele, el mundo explotaba en colores: Michael Jackson, con Thriller, nos dejaba intentando hacer el moonwalk en el patio; Madonna, con su rebeldía luminosa, nos enseñaba que la libertad también se baila. Entre disco y disco, los cómics de Mortadelo y Filemón, Mafalda o El Capitán Trueno se intercambiaban en el recreo como si fueran tesoros, mientras los libros de Los Cinco o de Los Hollister se colaban en mochilas y conversaciones, pequeños universos que nos enseñaban a imaginar más allá del barrio.

Éramos una generación anfibia: un pie en la niñez sin pantallas, otro en un futuro que empezaba a encenderse con luces de neón. Aprendimos a esperar sin móvil, a amar con cartas dobladas cuatro veces, a sobrevivir a modas que hoy hacen sonreír, pero que entonces nos hacían sentir invencibles.Caminábamos por un Madrid ochentero que ardía incluso en invierno: Sol con su rumor eterno, el Rastro mezclando vinilos con olor a cuero, Malasaña brillando como un secreto a voces. Mirábamos la ciudad desde terrazas y esquinas con la certeza de que lo que venía era nuestro.

Hoy, cuando suenan Eros, Sanz, Sabina o un golpe de Thriller, vuelvo a aquella chica que soñaba con romper el mundo con unas medias de rejilla y un pintalabios prestado. Porque mi generación —la del 75— no solo creció: puso música, aromas, libros, cómics y corazón a una ciudad que empezaba a respirar más libre.

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7

Título: El día que dejamos el chat abierto

Autor: Tania Ríos Arceo

La fiesta no parecía una fiesta. Era un piso con demasiada luz, música puesta como quien pone un salvapantallas y conversaciones que se cortaban cada vez que un móvil vibraba. Me quedé en la cocina: la luz blanca era honesta, y el vaso que tenía entre los dedos sabía a limón y a déjà vu.

Desde allí veía el inventario de nuestra edad: chaquetas apiladas todavía húmedas, plantas sobreviviendo por inercia, cuerpos que intentaban encontrar un compás común y lo perdían enseguida. Las risas aparecían tarde, como cuando el wifi va con retraso.

En el sofá, Clara escuchaba a un chico que explicaba con las manos como si diera instrucciones a un avión. Ella asentía, pero miraba hacia la ventana abierta. No había nada fuera: antenas, balcones apagados. Miraba igual. Como quien mira un sitio donde sabe que no va a pasar nada, solo para recordar que podría.

Álvaro jugaba con el cable del altavoz, enrollándolo con la precisión de quien lleva haciendo eso desde el instituto. Yo atendía al zumbido de la nevera, ese motor pequeño que mantiene las cosas frías cuando no sabemos hacer otra cosa.

El grupo de WhatsApp llevaba días funcionando sin nosotros: chorros de memes reciclados, llego en diez, fotos borrosas. Nadie borra nunca esos chats. Se quedan como habitaciones donde ya no entramos pero donde seguimos dejando algo nuestro.

Un chico con bufanda —la llevaba dentro de casa, gesto injustificable y, sin embargo, correcto— se acercó a pedirme si salía a fumar. Asentí aunque no fumo. En el balcón estrecho nos apoyamos frente al patio interior, donde una lavadora marcaba la hora con su tambor. Él dijo “está raro”. Yo dije “sí”. No nos miramos. Una notificación sonó en su bolsillo y no la revisó. Eso fue lo más íntimo de la noche.

Cuando volvimos, sonó una canción que conocíamos desde antes de saber todas las cosas que ahora sabemos. Clara vino hacia mí y me agarró la mano con una urgencia suave.

—¿Te acuerdas de cuando queríamos irnos a Berlín?

—Sí —dije. No comprobé si era cierto. Algunas cosas solo necesitan un “sí”.

Bailamos torpes, con la delicadeza de quien intenta no romper lo que todavía sostiene.

La noche se fue aflojando: frases más cortas, silencios con mejor puntería. Volví a mi vaso en la cocina. El chico de la bufanda entró a dejar una botella. Cruzamos miradas lo que dura la buena educación más un instante. En ese instante se abrió algo pequeño: no amor, no deseo, no reconocimiento. Una posibilidad. Eso bastó.

Salí sin avisar. La ciudad estaba en ese silencio eléctrico previo al amanecer. Caminé sin prisa. Saqué el móvil. El chat seguía abierto. Escribí ha sido bonito veros. Lo dejé un momento en pantalla y lo borré. No necesitaba darle forma.

En la otra acera, una panadería encendía las luces. Una mujer colocaba bandejas vacías con un ritmo firme, sin necesidad de épica. Hice una foto sin pensar. Abrí el chat y cambié el nombre: EL DÍA QUE DEJAMOS EL CHAT ABIERTO. Puse la foto de portada. No añadí nada más.

Guardé el móvil. Seguí caminando. El aire tenía frío. La ciudad empezaba su turno.

Cuando el cielo empezó a aclarar, vibró el teléfono en el bolsillo. No miré. Por primera vez en meses, no me corría prisa.

Había algo en marcha —más pequeño que un plan, más grande que la nada— y no necesitaba notificación.

Solo avanzar un poco. Aunque no supiera hacia dónde.

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8

Título: El baño

Autor: Inés Pizarro Díaz

El baño, sólo iluminado por la linterna del móvil, se amplía cuando me subo a la báscula. Se alarga y el suelo se separa de mis pies, dejándome al borde del vacío, con el pequeño aparato de metal como salvador. Pero el número que se estabiliza en el contador carga una guadaña con la que me hace perder el equilibrio y caer. Caer, caer y caer. Estoy sentada contra la pared y mi respiración es inconstante. Me abrazo las rodillas y apoyo la cabeza en ellas. En algún momento en estos últimos meses se me han acabado las lágrimas. Igual se han secado o se han perdido tan dentro de mí que no las puedo encontrar. Igual yo misma estoy perdida, acurrucada junto a mis lágrimas, esperando a que alguien pueda rescatarnos.

La luz del techo se enciende y, por unos segundos, dejo de ver. Quizás todo sería mejor así, sin ver mis defectos ni los atributos del resto. Quizás. Mi vida se resume en eso, en preguntarme cómo podría ser mejor, qué podría cambiar.

–¿Otra vez despierta tan pronto?

La figura de mi madre aparece en la puerta, con el pijama y una bata en la mano. Asiento y me levanto. Ella no me detiene y yo entro a mi habitación, dejando la puerta entreabierta. Abro el armario, lleno de ropa para un futuro, otro quizás. Cojo la sudadera de siempre, ancha y neutra, perfecta para que no te vean ni tú misma te puedas ver o reconocer. Perfecta para mí, aunque no sé si hay algo perfecto para mí. Cojo la mochila y salgo rápido de casa. Mi madre pregunta sobre mi desayuno y le miento. Es lo único que hago últimamente, mentir y no comer. Aunque ni siquiera consigo completar la última parte del todo; quizás hoy será el día.

En el instituto soy invisible. Simplemente un cuerpo desagradable que se mueve por los pasillos por obligación. No me miran. Mejor. Después de dos horas me voy, no entiendo por qué vengo, si lo único que hago es ser un bulto con un nombre en los papeles del instituto, pero no uno en la vida real. Me siento en un banco, lejos del instituto y de mi casa, y saco uno de los cigarrillos que le quité a mi padre el otro día. Con la primera calada, la ansiedad en mi pecho disminuye y el hambre se atenúa.

–Mamá, mamá, mira ese pájaro.

La niña cruza corriendo desde la zona del tobogán mientras grita eso. Su madre, sentada enfrente de mí, levanta la mirada y sonríe con ternura. El corazón me aprieta en el pecho y me pongo los cascos para no volver a escuchar a nadie. Ojalá pudiese quedarme así siempre.

Me termino el cigarrillo y saco otro. De algo tendré que morir, repito entre cada calada. Con algo de suerte será pronto, quizás hoy o mañana. Otro quizás que adorna mis días, destruyéndose cada mañana que me levanto. Termino y, como una autómata, vuelvo a casa por el camino largo.

Mi madre está sentada en el salón cuando vuelvo, leyendo una revista de las de cotilleos. Lleva días sin preguntarme cómo estoy, pero no puede perderse la boda del año. Levanta la mirada y arruga la nariz.

–¿Has estado fumando?

Me encojo de hombros. Cuando empiece a actuar como mi madre, tendrá una hija a cambio. Cierra la revista con fuerza, pensando que así causará un mayor impacto.

–Esta generación tuya, os creéis que…

He dejado de escuchar. Cuando termine de hablar me iré a mi habitación y no saldré esa noche, aprovechando que mi madre se ha enfadado. Repetiré la misma rutina todos los días, hasta que deje de funcionar en algún momento. Quizás será hoy.

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9

Título: Las Volcánicas

Autor: Andrea Núñez-Torrón Stock 

Nos pintábamos como puertas. Carmela, la Susi y yo. Sombras de neón, eyeliner fosforito, gloss pegajoso de baba de caracol. Nos autollamábamos Las Volcánicas. Queríamos ser Sailor Moon, Lara Croft, Britney Spears. Queríamos ser otras y éramos tan nosotras, bebiendo pepsis burbujeantes en mi patio de luces, encendiendo bengalas entre las pinzas de la ropa, riéndonos como gaviotas, soñando en alto, pintarrajeando las puertas de los baños del insti con iniciales secretas, monigotes guarros. Fue hace veinte años pero me acuerdo como si fuese ayer mismo: Carmela trasquilándose el flequillo con las tijeras de plástica, la Susi enseñándome a besar con lengua usando el dorso de la mano, las tres cantando Pobre diabla calle abajo con los mecheros encendidos, meneando el culo bajo los Dickies nuevos.

Teníamos un banco favorito, el de debajo del almendro. Cuando florecía nos hacíamos fotos con la cámara digital. La uve de victoria, los ojitos chinos. Vivíamos en una coordenada perfecta, en tres calles paralelas. Carmela me mandaba un zumbido por el Messenger y yo bajaba pitando, con las zapas lustrosas y la colonia de melocotón del Yves Rocher en las muñecas. Cogíamos a Susi en su portal, al lado de la plaza y estirábamos las tardes como chicles. Comiendo pipas con chulería, cantando nuestros himnos. What’s my age again?, Como Camarón.

Las Volcánicas firmábamos con compás los pupitres, hacíamos letras góticas en aquellas carpetas forradas con el skate de Avril y la mirada desafiante de Eminem. Años después mucha gente susurraba: ¿quiénes son esas? ¿Un grupo de música?

Sobrevivimos a todo durante estos años: a la teta que le quitaron a Susi, que después de eso quemó los apuntes de Hacienda y se metió a tatuadora. Se tatuó un pezón bien chulo y empezó a bañarse al amanecer, como una sirena. Sobrevivimos al novio chungo de Carmela, que la seguía esperando en el portal después de la ruptura, fumando un Chester detrás de otro como un fantasma lívido. Sobrevivimos a mis 20.000 trabajos chungos, divertidos, surrealistas, mal pagados. Paseadora de tres perros salchicha, chica Bacardi, canguro de un niño malcriado, charcutera, encargada de un locutorio destartalado, camarera de bingo, dependienta de una tienda de peces.

Parece mentira que hoy Susi cumpla cuarenta. Carmela no puede mandarme un zumbido porque ya no existe el Messenger, ni podemos subir las fotos de la juerga al Tuenti ni tenemos dieciséis y unos Dickies nuevos, pero seguimos las tradiciones a rajatabla, me pica al timbre de la casa de mis padres y bajo, dejo un beso en el vaho del espejo del ascensor, aparezco con el eyeliner bien brillante, el rastro de una colonia antigua. Ella llega media hora tarde porque su pequeño Ernesto tiene terrores nocturnos y ha tenido que leerle Babar diez veces seguidas. Giramos hacía la plaza. Susi está preciosa, se ha rapado la cabeza el mes pasado, los bíceps de eterna nadadora al aire. Pide una botella de espumoso, la noche de verano abierta como una mandarina para nosotras, el olor que sube de la playa, telúrico y sexy, a mar contento, las anécdotas repetidas como salmos, los ataques de risa incontenible. Las Volcánicas. Brindamos con espumoso y Susi saca unas bengalas y sonríe con su sonrisa de gata. “Por los putos viejos tiempos, mis chicas del patio de luces”.

**

10

Título: Barbería Curro

Autor: Lola Sanabria

Currito quería ser barbero. Ni se planteó otro oficio. Su ilusión de niño era afeitar a todo el pueblo. Le gustaba ver a su padre con la brocha embadurnando de espuma la cara de los clientes. Luego cogía la navaja e iba retirando la capa blanca, como de nata, desde el cuello hasta las patillas. Era cuando aprovechaba para hablar él solo, sin interrupciones, de lo que le interesaba. «Aquello que me dijiste del vareo de las aceitunas lo he estado pensando y no te doy la razón, Pedro, el mejor vareador es Santos». Y cuando el otro iba a replicar, le ordenaba que no se moviera o acabaría cortándole la nuez.

En cuanto Currito dejaba la escuela corría a la barbería. Clinc, clinc, sonaba la campanilla de la puerta donde, en grandes letras podía leerse: BARBERÍA CURRO. Y al lado, aquella especie de caramelo de plástico gigante blanco y con líneas rojas. Dentro, el olor del jabón, de los tónicos y de las colonias se mezclaban como hermanados en el objetivo común del rasurado y la higiene.

Su padre lo recibía con una sonrisa y un hueco en una mesita donde poder estudiar la lección del día siguiente y hacer la caligrafía en los cuadernos de dos rayas. Lo del estudio era un decir, pues no había posibilidad de concentrarse, ni ganas. Mucho menos cuando el clac, clac, de las tijeras, manejadas con maestría por el padre, iba dejando una alfombra, como si estuviera esquilando, a los pies del pastor que llevaba más de un mes sin visitar la barbería. En esas ocasiones, el padre le ordenaba que agarrase escoba y recogedor y barriera los pelos. A él no le gustaba mucho aquello, pero, como decía su padre: Se aprende empezando por lo más bajo.

En cuanto tuvo edad suficiente para dejar la escuela, Currito se incorporó como ayudante en la barbería. Atento a cómo cogía el maestro, que así se empeñaba su padre en que lo llamara delante de los clientes, las tijeras, la navaja, la brocha; sin perder ojo al manejo de los utensilios, a cómo anudaba al cuello el trozo de sábana, blanco con un toque de azulete, ribeteado por la máquina de coser de Josefina, mujer del barbero y madre del aprendiz.

En unos años, el hijo superó al padre en agilidad y coordinación de citas de clientes. Tanto tiempo para este, tanto para el otro, decidía y lo apuntaba todo en una libreta. El padre al principio alababa sus aportaciones y cabeceaba orgulloso cuando alguno le decía lo espabilado que era el chaval. Pero, que cada vez fueran más los que quisieran que los pelara o afeitara el chico degeneró en una rivalidad soterrada entre los dos.

«Hoy te afeito yo», anunciaba con rotundidad a su vecino. Y él, que no tenía prisa, que esperaría a que Currito acabara con Bernardo, el Trapero. «Tiene unas manos, tu chico…» se justificaba. Y el padre torcía el gesto y guardaba silencio, enfurruñado.

«Mañana no hace falta que vengas». «El martes te vas a por el pedido que hice al almacén de Herminia, en Aldeavero». «Hoy te quedas a ayudar a tu madre que anda delicada». El padre lo retiraba todo lo que podía de la barbería. Currito protestaba y él que chitón que para eso era el maestro y él el aprendiz.

Los clientes comenzaron a escasear. «Ya volveré otro día» se excusaban cuando asomaban la cabeza y no veían a Currito en la barbería. En el pueblo comenzaron a crecer las barbas. Lo raro comenzó a ser habitual. Las mujeres se quejaban de que los maridos las pinchaban en los carrillos cada vez que les daban un beso.

«Mira, Curro», le vino a decir Rosa, la mujer del boticario, «¿ves esto tan colorado en la cara?, pues tú tienes la culpa. Deja ya a tu chico al frente de la barbería o vas a lamentarlo». Y dicho esto, y sin pararse a réplica, dio un portazo en el establecimiento que rajó el cristal biselado que había sobrevivido años y años frente al sillón de barbero.

Pero Curro no estaba dispuesto a ceder. Siguió en sus trece, sin un alma que quisiera volver a ponerse en sus manos. Y el dinero dejó de entrar en la casa. «Madre, tendré que irme a trabajar fuera», anunció Currito el día en que el guiso tenía más caldo que carne.

Josefina tomó cartas en el asunto. No iba a dejar que su hijo se fuera a buscarse la vida por esos mundos teniendo un negocio que atender en el pueblo.

Habló con el marido para que entrara en razón. «¿Sabes por qué nadie quiere que lo afeites o peles?», le preguntó. Él iba a responder pero ella no lo dejó. «Porque estás mayor, Curro, y te tiemblan las manos. No querrás rebanar un gaznate y traer la desgracia a tu familia ¿verdad? Y además que tenemos que comer y en la casa no entran cuartos desde que echaste a un lado al chico. Te has hecho viejo. Como yo, que ya no puedo ir a lavar la ropa al río. Tenemos que comprar una lavadora, Curro, como esa de rodillo que tiene Paca, la vecina. Dedícate a otra cosa. O ayuda al hijo. Es hora de que pases el quehacer de la barbería…» Así estuvo hasta que él se levantó de la silla de la cocina y se fue al cuarto. Allí subió las manos a la claridad de la ventana y las estuvo observando. Y vio el temblor de sus dedos. Suspiró hondo. Cabeceó. Tragó una lágrima que intentaba escapar de su ojo rijoso. Y después, aceptó lo inevitable: hora de pasar el relevo, como hizo su padre.

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SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
21 ddís hace

“El forito” está bárbaro!!!!!!!!!!
Las épocas y sus modas, el crecimiento y la madurez; la pérdida. La movilidad social. Muy bueno!!!! Muy bueno!!!!

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
21 ddís hace

“El baño” es para leerlo en una Jornada Docente. En mi país, hace unos años, un Periodista formuló la pregunta que ronda en ese relato y un par de ficciones trataron el tema.
A veces, los pibes y las pibas no tienen cabida en sus casas y , tampoco, en la escuela.
¿Qué vamos a hacer al respecto?
Realmente,
¿Qué vamos a hacer?
Las buenas anécdotas no son para algunos.
Considero que nos ocupamos de tanto, que no solucionamos nada.

P. Sáenz
P. Sáenz
21 ddís hace

Enhorabuena a los seleccionados.

Ahora bien: siempre queda la duda de si llegan a ojear (que no ya leer) el manuscrito de uno, teniendo en cuenta que entre la fecha límite de entrega y la preselección apenas han transcurrido 48 horas.

Que no se usen seudónimos y que los nombres del jurado sean de público conocimiento tampoco ayuda a la credibilidad del concurso.

P. Sáenz
P. Sáenz
21 ddís hace
Responder a  zendalibros.com

Casi 1000 relatos, como dicen. Es de suponer que el grueso fue enviado cerca de la fecha límite, como suele ocurrir en estos concursos.

Gracias por la aclaración, aunque me mantenga suspicaz.

Un saludo.

Tamara
Tamara
21 ddís hace

Me alegro por los preseleccionados. Yo llevo intentando muchas veces ver mi nombre y mi relato y nunca lo consigo, pero hay que vencer a la frustración y seguir…

L. Atlántica
L. Atlántica
21 ddís hace
Responder a  Tamara

Yo igual, no juzgo el criterio del jurado pero cuando has qu2dado de finalista en otros concursos o ganado accesits te queda la duda de si al menos lo leen . Seguiré participa do porque es mi modo de compartir mi creatividad

Ana María Prodanov Calvo
Ana María Prodanov Calvo
21 ddís hace

Felicitaciones a los seleccionados y al jurado por la seleccion

Yanet
Yanet
21 ddís hace

“Enhorabuena a los finalistas del concurso #migeneración. Disfrutaré mucho de la lectura de sus relatos.

Como participante, quería hacer llegar una reflexión constructiva. Uno de los mayores desafíos al escribir fue ajustar mi historia al límite estricto de 1.000 caracteres, una tarea creativa compleja que asumí con rigor para respetar las bases.

Por ello, resulta desconcertante observar que algunos textos finalistas superan claramente este límite. Esto genera una duda legítima entre los participantes: ¿se aplica el mismo criterio de selección a todos? La equidad en el cumplimiento de las bases es fundamental para la confianza en cualquier certamen.

Espero que esta observación sirva para mejorar la transparencia en futuras ediciones. Un saludo.

Areoso
Areoso
21 ddís hace
Responder a  Yanet

La extensión máxima es de 1000 palabras, no caracteres.

Yanet
Yanet
20 ddís hace
Responder a  Areoso

“Rectifico mi comentario anterior: partí de una confusión personal entre ‘caracteres’ y ‘palabras’. Sobre esa base errónea (1.000 caracteres) construí y ajusté mi relato, de ahí mi extrañeza inicial. Una vez aclarado, comprendo perfectamente la selección. ¡Felicidades a los finalistas!”

Yanet
Yanet
20 ddís hace
Responder a  Areoso

“Rectifico mi comentario anterior: partí de una confusión personal entre ‘caracteres’ y ‘palabras’. Sobre esa base errónea construí y ajusté mi relato, de ahí mi extrañeza inicial.

Agradezco mucho a quienes me lo hicieron notar de forma amable, aclarándome el equívoco. Una vez comprendido el error, comprendo perfectamente la selección.

¡Felicidades a los finalistas y suerte en el fallo!”

Sergio R. Alarte
Sergio R. Alarte
21 ddís hace
Responder a  Yanet

Hola, el mínimo era en caracteres, el máximo 1000 palabras, al menos según leí yo… por que no te quedas con eso. Yo he participado también y tampoco he sido seleccionado, me quedo con que me ha animado a escribir después de tiempo sin hacerlo, al final el jurado tiene su criterio y es de respetar. Como yo disfrutaré (espero y creo) leyendo a las ganadoras. Mi enhorabuena.

Yanet
Yanet
20 ddís hace
Responder a  Sergio R. Alarte

Gracias “Muchas gracias por tu amable comentario y por compartir tu propia experiencia. Tienes toda la razón, lo bonito es que estos concursos nos animan a escribir y a ser parte de una comunidad.

¡Y justo eso es lo que haré! Me quedo con el aprendizaje y con las ganas de seguir intentándolo. Como bien dices, recién comienzo en este mundo de la escritura y los concursos, y con cada ‘no’ se aprende un poco más. Disfrutemos de la lectura de los ganadores.

¡Mucha suerte para la próxima para los dos!

Jesús Francisco
Jesús Francisco
21 ddís hace

Viendo la temática de los tres últimos concursos de relatos: mi generación, septiembre y conexiones me doy cuenta de por qué los relatos son cada vez más difíciles de digerir.

Laura Nasif
Laura Nasif
21 ddís hace

Hola, eso me llamó la atención. Me ceñí estrictamente a las bases y veo que no se tomaron en cuenta.
También veo que hay predominancia de escritores españoles, quizás solo sea representativo a la proporcion de extranjeros que nos presentamos.
Por definición: relato no es cuento, también creo que algunos de los trabajos seleccionados no se adaptan a la categoría con extrictez.
Bueno, a seguirla luchando de mi parte.
Gracias por darnos está posibilidad. Saludos

Laura Nasif
Laura Nasif
20 ddís hace
Responder a  zendalibros.com

Gracias por tu respuesta, pero yo no hablé de caracteres en ningún momento. He contado las palabras y más de uno exceden las 1000. Gracias igual

Jesús Francisco
Jesús Francisco
21 ddís hace

No sé, prueben con algún thriller, aventuras o anécdotas inolvidables.

Tamara
Tamara
21 ddís hace

Me encantan los relatos 4, 5 y 10.
He leído por algún comentario que se superan los límites de 1000 caracteres, pero lo que tengo entendido es que son 1000 palabras.
Por si alguien le apetece, añado uno de los míos, envíe dos, para que lo lean.

Título: Regreso al futuro

La libertad la aprendemos a medida que la democracia recién restaurada avanza. La televisión es exclusivamente pública y está dividida en La 1 y La 2; uno de los programas que más veo es ‘La bola de Cristal’. No entenderé su significado transgresor hasta que se produzcan los primeros acercamientos de paz fuera de España, buscando negociar con el terror, heredado de la dictadura que se extenderá muchos años después, para vencerlo.
Si algún día tengo sobrinas, compartiré con ellas canciones y vídeos de lo que un día fue para mí un absoluto mito como Alaska. Tanto es así, que me disfrazaré de ella en algún carnaval.
Me hubiera encantado que mi barrio fuera como ‘Barrio Sésamo’ y vivir ‘Una historia interminable’ subida en Fújur, superando todas las pruebas de ‘Dentro del laberinto’.
Mi generación llegará a ver cómo España invita al globo terráqueo a una cita para recuperar su presencia en el mundo con la celebración de unos Juegos Olímpicos y una Exposición Universal, que coincidirán el mismo año.
Los viajes por España con ‘Mediterráneo’, ‘Hoy puede ser un gran día’, ‘Esos locos bajitos’ y tantas del mejor poeta lírico, suenan en el equipo extraíble del coche, junto a otras muchas canciones de grandes cantautores como Sabina, apilándose en cintas en la guantera a la espera de ser elegidas, mientras, vemos por la ventanilla a España cambiar.
El juego de palmas al grito de ‘Don Federico mató a su mujer’, parece corriente, nadie cuestiona la violencia hacia la mujer ni el asesinato al que alude.
El lenguaje es perverso, machista y tolera un trato injusto y discriminatorio para el que harán falta muchos años de sensibilización y educación en igualdad para conseguir cambios.
‘Mujer contra mujer’ habla del amor secreto entre mujeres. En este momento el matrimonio entre personas del mismo sexo no existe y no será posible hasta cinco años después de cruzar la frontera del siglo XXI.
La comunicación se limita a una línea de teléfono fijo en casa y no es posible hablar con alguien siempre que quieres. Se puede buscar una de las muchas cabinas telefónicas repartidas por toda la geografía, confiando en que al llamar, la persona se encuentre en ese lugar.
El día en que ETA asesine a Miguel Ángel Blanco tendré 16 años y España entera se vestirá de silencio y dolor.
El tic tac de tantos relojes dominando los salones, puede testimoniar tardes de paciencia aprendida y disfrutadas en el parchís mientras unos dados tirados, inocentes y azarosos, determinan el resultado de un tiempo pausado.
Jugar al Un, dos, tres, ¡escondite inglés!, desafía el equilibrio, la coordinación y la tolerancia a la frustración; moverse puede tener hasta gracia y, el volver atrás, convertirse en una oportunidad de disfrutar ‘Retorno al pasado’.
Jugar a encontrar la pieza igual a la que he levantado entre muchas, ayuda a trabajar el recuerdo de dónde están y qué piezas son las que se descubren al ponerlas bocarriba. Irán variando los pares de tarjetas a lo largo del tiempo, pero siempre será y seguirá llamándose el Memory.
Crecemos con la cultura que muestra el cine norteamericano, esto sin embargo no cambiará mucho en generaciones posteriores. ‘Lady Halcón’ o ‘La princesa prometida’ descubrirán un amor romántico, no del todo real, pues aun con cierta crítica velada se mantienen en la idealización del amor eterno y el amor que puede con todo. Aún así, son bellísimas y con una música que me lleva de la mano a otra dimensión.
Ser intrépida será una cualidad que me permitirá a lo largo de mi vida vivir cosas que de otra manera no seré capaz de experimentar, pero también conoceré el miedo. Mi héroe de aventuras en la gran pantalla siempre fue Indiana Jones , y las peripecias fantásticas de ‘Willow’, uno de mis mejores recuerdos del cine.
El cine, como decía aquella canción del poliédrico Aute: “más cine por favor”, será casi como una segunda casa. Cine matinal, vespertino, hacer tiempo entre sesiones para ver una segunda película en la decadente cafetería del Alphaville, que un día desaparecerá y será reemplazado por el Golem, pero sin su maravillosa sala de cine convertida en cafetería.
Me gustan las tradiciones, e ir al cine con mi familia en Nochebuena por la tarde es un placer. Recuerdo recorrer la Gran Vía de Madrid, vacía, y refugiarnos en las salas del cine Azul, Rex o el Capitol.
Las noches de Nochevieja frente al televisor reventados de risa con Martes y Trece, son lo mejor de la última noche del año a la que despedimos desternillados.
Si hay un libro que va a definir lo que será mi personalidad, es ‘Oliver Button es una nena’ de Tomie dePaola. Perseguir los sueños, la autorrealización y aceptación, el respeto por las diferencias. Me encanta leerlo y quiero ser como él.
También acompañaré y seguiré a ‘Teo’ en todas sus aventuras, lecturas educativas escritas bajo el seudónimo de Violeta Denou. Aprenderé a ver el mundo de otra manera sin saberlo a través de la ficción creada por Elena Fortún en ‘Celia’, disfrutaré de las investigaciones de Agatha Christie, y me enamoraré del detective Sherlock Holmes y su colega Watson, así como de Irene Adler, creados por Arthur Conan Doyle, a los que siempre consideré reales.
Tener una peonza y conseguir que gire y gire sin desmayarse es uno de los pasatiempos que más me gusta. Una vez conseguí que estuviera años dando vueltas, tantos, que se convirtió en una máquina del tiempo capaz de llevarme a la década de 1980 y poder contar en presente esta experiencia tan hechizante como lo fue el viaje que hace Dorothy durante el remolino que arrastra su casa en Kansas, trasladándola al Reino de Oz.
Esta increíble historia me ha permitido alterar el pretérito que de mí depende, y mejorar desde el pasado el futuro que sé que tendré.
Si mis cálculos son correctos, este relato viajando a la velocidad de la fibra óptica llegará en noviembre de 2025.

Ana
Ana
21 ddís hace

Enhorabuena a todos los seleccionados, algunos son realmente buenos 🙂
La convocatoria decía “Queremos leer relatos sobre los retos, las vivencias, la música, la literatura y la cultura de tu generación” Y la pregunta que os hago a tod@s es ¿Cuántos de los relatos seleccionados responden a esta petición?
Mi deseo es que el relato ganador sea de los que si lo hacen.

María Rosa Rodríguez
María Rosa Rodríguez
20 ddís hace

Muy bonitos los finalistas. Quería informarme porque es la primera vez que participo, si los que ya no han sido seleccionados, pueden ser publicados.
Entiendo que sí, pero por si acaso! y a ver si la próxima vez tengo más suerte o estoy mejor inspirada 🙂 Enhorabuena a los seleccionados!!

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
20 ddís hace

Hay en varios de los relatos
ese aire de locura que tuvimos cuando fuimos adolescentes. Esa ausencia de miedo mezclado con esa necesidad de querer conocer. Los que pertenecemos al último cuarto del siglo xx tenemos vivida una vida muy sana.
Vinilo / casetes (sumado el bolígrafo para decidir la porción de cinta, como dice una de las narraciones) .
Somos de la Era del Videoclip , como se recuerda en otro.
Las revistas para chicos estaban plagadas de info-.
Las novelas que nos acompañaron en el descubrimiento de los cambios que sucederían en nuestro cuerpo. El querer pintarnos para demostrar que ya somos grandes.
Hay mucho recuerdo VIVO.
Hay muchos detalles que nos son compartidos.
Hoy se perdieron muchas cosas.
Creo que nuestra Historia FUE y SEGUIRÁ SIENDO RICA. Eso depende de nosotros.
Tenemos mucho para contar porque vivimos mucho.
No somos muy grandes.
Ya no somos chicos.
Lo que estamos transitando es un tanto deslucido.
Lo que estamos transitando es muy pretensioso.
Me gusta que nos encontremos.
Es evidente que no queremos perder algunas cosas. ¡Lo celebro!

Gael
Gael
20 ddís hace

Me encanta el número 7. Deja un sabor profundo y refleja bien la sensación de pérdida de esa generación.

Enhorabuena a todos los seleccionados.

Marisa Gracia Cárcamo
Marisa Gracia Cárcamo
20 ddís hace

En realidad,la mayoría de los seleccionados no son relatos. Me gustaría leer lo que no ha llegado hasta el final. Copio el mío, que se ha quedado en el.csmino:

DAVID vs GOLIAT
Soy profesora de Lengua castellana y literatura jubilada desde hace un año. De adolescente deseaba ser escritora, aunque jamás se lo dije a nadie. Disfrutaba mucho de la lectura. Lo ideal para mí era llegar a pertenecer al Parnaso, codearme con aquellos genios que lo habitan, ser una más entre ellos.

Claro que no sucedió de esta manera. Seguramente, por falta de talento. Además, me rondaban muchas dudas: ¿Seré capaz de escribir y ganarme la vida así?, ¿qué penalidades económicas tendré que sufrir?, ¿cuánto tardaré en lograrlo? Demasiadas preguntas con respuestas negativas.

Venció mi sentido práctico y estudié Filología. Me dediqué, en cierta manera a la literatura, conviviendo con ella, disfrutando de mi mundo soñado a través de su enseñanza. Durante 39 años, jamás me faltó el aliento cercano de mis autores preferidos y otros que descubría en los libros de texto que utilizábamos. En ellos, se incluían fragmentos de obras teatrales y novelas o poemas de escritores que muchas veces ni siquiera conocía. Me alegraba, porque así seguía ampliando los conocimientos que tenía. De esa manera, permanecí conectada a mi Edén, durante mi vida profesional.

Una vez jubilada, decidí que era el momento de dedicarme a disfrutar de lo que, por falta de tiempo o cansancio y apatía…, había abandonado. Me dije: Ahora serás la escritora que vive en ti y que no dejaste salir a la luz.

Me puse a ello. ¿Cómo? Lo primero que pensé fue: Tú que te has dedicado a enseñar, que te has hartado de corregir y de aconsejar a tantos, debes ponerte en manos de alguien experto para que te oriente y, así, desvelar si eres esa autora que anhelabas. Dicho y hecho. Me matriculé en un taller impartido por la UNED, que proporcionaba claves para una escritura más atractiva.

La primera tarea consistía en elaborar un texto siguiendo las pautas dadas por el profesor. Me puse a ello. No resultaba fácil. Detectaba lo que estaba bien o mal en lo que redactaban otros, pero ahora, que debía hacerlo yo misma, estaba paralizada. Era similar a ver fútbol o practicarlo. ¡Casi nada la diferencia!

Después de darle muchas vueltas a la cabeza, conseguí poner negro sobre blanco una especie del artículo de opinión sobre la importancia de la lectura. Lo compartí con mis amigas y mi pareja. Solo él vio defectos. Se lo agradecí. Ya tendría ocasión de devolvérsela. Espoleada por su crítica, retoqué el texto: reorganicé las ideas, acorté las frases, usé más puntos… y “voilá”: ¡lo tenía!

Antes de enviárselo al profesor, quise revisarlo con alguien infalible: recurrí a varias IAs a través de mi teléfono. A ver qué pasaba…Al segundo ya tenía sus soluciones. Coincidían en algo: Les gustaba el tono maduro y reflexivo empleado, valoraban mi sensibilidad, la carga emotiva del texto, y destacaban algunas expresiones metafóricas. También criticaban, sutilmente, cierto aire victimista del final del escrito. Las tres que utilicé estaban de acuerdo: era una buena escritora

Aun así no me quedé conforme y les propuse cambios: “Mejora este escrito”. Los resultados ofrecidos, otra vez instantáneamente, eran realmente buenos. Me quedé un poco decepcionada conmigo misma. Las máquinas me habían ganado al ajedrez.
Sin embargo, pensé que, tal vez, podría ponerlas a prueba. Copié en una de ellas, un fragmento indiscutiblemente absurdo de Ulises de Joyce. Como es unánime la opinión de que es incoherente e inconexo, le pedí que lo mejorara. De nuevo, al momento, surgió la respuesta: “El fragmento es el célebre monólogo… No puedo mejorarlo, pero si quieres que lo transforme…”. “Me ha pillado, sabe que es un clásico y lo respeta”, pensé. “Probemos con otro”, y pegué un trocito de una novela de Baroja, del que siempre se dice que “su estilo es descuidado”. No había terminado de dar al enter y ya apareció la misma respuesta: “El fragmento pertenece a La busca, obra de (…). No puedo mejorarla, pero si quieres…”.

Podría hacer tres mil intentos más, pero estaba segura de que resultaría inútil. Al parecer, los clásicos, los inmortales, eran intocables. Podían escribir de cualquier manera, no había nada que objetar. Para mayor frustración, la sabelotodo IA a todos reconocía y veneraba. ¿Cómo era posible? ¿Administraba todo el conocimiento generado por el ser humano? Asustaba su infinita y omnipotente capacidad.
A pesar de todo, no me di por vencida. Era obvio que podría escribir y escribir, pero ELLA siempre tendría la capacidad de enmendar, rectificar, embellecer…, en definitiva, mejorar mi futura obra (de momento, inexistente).

Suponía un fuerte golpe a mi vanidad; no obstante, cabía la posibilidad de ponerme de su parte: ganaría si conseguía que me considerara una escritora del canon, una intachable. Si lo lograba, mis escritos no deberían ser mejorados, serían perfectos porque sí.
¿Pero cómo colarse en ese selecto club? Solo se me ocurría hacerme viral, famosa exprés, y cosechar seguidores que compraran mis libros (todavía no escritos…)
Discurrí: Como en el trabajo que quería presentar a la UNED mencionaba a María Pombo y a la reina Letizia, se lo enviaría a las dos. Probablemente, les encantaría y me harían una excelente publicidad. Mejor pensado, ¿por qué solo a ellas? Abriría mi instragram y lanzaría mi obra a los cuatro vientos. No quedaría gestor de redes de influencers que no tuviera noticia de mi arte. Así correría la voz: “Profesora jubilada triunfa con sus novelas (todavía no escritas…), y recibe los más importantes premios literarios, incluido el Planeta”.

Sonaba bien. ELLA ya no me podría tocar una coma mal puesta, ni añadir un punto y coma:¡Jaque mate! Pero, de repente, frené en seco: ¿qué estaba haciendo?, ¿qué fabulación era esa?, ¿para qué quería yo complicarme la vida así?, ¿cuántas horas al día debería dedicarle a esa quimera?

Respiré, por fin, tranquila. No competiría. Envié mi original virginal, no manoseado por ninguna inteligencia inhumana, y aquí estoy (llevo una semana) pendiente de mi gmail, esperando a que mi profesor, que no solo ve fútbol, sino que también le da al balón, me dé su sincera opinión.

Basurillas
Basurillas
20 ddís hace

Microrelato vetusto y fuera de concurso.
La vida no fue para tanto. Algunas veces, pocas, ha sido bonita; las más… mera rutina y esfuerzo valdío. Y, como tantas generaciones antes, en general, dejamos un mundo de mierda: trágico, egoista e irresponsable; donde sigue importando más el dinero que las personas. Una pena.

Pilar
Pilar
19 ddís hace

Felicidades a los seleccionados.

Elcira Gualerzi
Elcira Gualerzi
19 ddís hace

Felicitaciones a los finalistas!!!. Soy argentina. Es mi primera participación en este concurso. Considero que me ganó la argumentación profesional y dejé de lado la creación literaria. La autocrítica es necesaria para retomar el sentido de lo artístico. Muchas gracias a los organizadores!!!

Milagros Miriam Guzmán Alvarez
Milagros Miriam Guzmán Alvarez
17 ddís hace

Maravillosos!

Alicia
Alicia
12 ddís hace

Enhorabuena a ‘Las Volcánicas’, de Andrea. Me ha llevado de vuelta a mi juventud varias veces -hasta a los olores- y eso es impagable. Merecida finalista.