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Contra el ruido, leer: Vicente Luis Mora y el arte de formar lectores

Contra el ruido, leer: Vicente Luis Mora y el arte de formar lectores

Hay libros que consuelan. Este no.

Construir lectores es un libro que exige. Y en tiempos donde leer es deslizar un dedo por la pantalla —como en un TikTok de eslóganes o frases hechas— Vicente Luis Mora propone justo lo contrario: detenerse, pensar, elegir.

No hay ningún desgarro en su voz. Tampoco gritos ni alardes.

En Construir lectores (Vaso Roto Ediciones, 2024) lo que hay es un diagnóstico lúcido —y a ratos incómodo— sobre el eclipse cultural que atravesamos.

La obra no es un ensayo prescriptivo, como una medicina, ni un panfleto nostálgico, como quien busca consuelo en el ideal del pasado. Es, más bien, una cartografía de la lectura en tiempos de exilio atencional y apresuramiento. Y también una defensa consciente y razonada del libro como herramienta de complejidad, no de consuelo.

"Afirma que se lee menos literatura que exija una implicación activa del lector, menos textos que obliguen a detenerse, a volver atrás"

Como lector y docente, aprecio en sus palabras una conversación alejada de fórmulas fáciles. No hay tono sentencioso, como de sacerdote en el púlpito, sino las ideas de quien cree que leer, sobre todo, es un acto vital. Y en tiempos de tuits y consignas eso ya distingue.

Desde sus primeras páginas, Mora escribe contra la infantilización generalizada: «Vivimos en la época más infantilizada que se recuerda», afirma. «Es verdad que se lee más que nunca, pero menos literatura».

En este punto, no puedo evitar recordar las palabras de Antonio Gala en su conversación con Jesús Quintero, en Ratones coloraos, cuando hablaba del futuro tecnológico y del hábito lector: «El futuro tecnológico nos va a caer muy grande. ¿En qué va a ser? ¿En qué va a consistir? (…) En una especie de conductas manejadas por órdenes o folletos (porque no tendrán mucho tiempo para leer), para saber cómo se tiene éxito, cómo se construye una casa, cómo se tiene amigos, cómo se conquista una mujer, cómo se divierte uno más… Y, como todos leerán y utilizarán los mismos folletos, las relaciones serán muy fáciles, pero muy aburridas. Y por otra parte la inteligencia natural será sustituida por inteligencias artificiales que ayudarán a la gente no a conseguir la felicidad probablemente, sino a ayudarles a pasar el tiempo».

Y Vicente Luis Mora constata, indirectamente, que ese tiempo ya ha llegado, pues afirma que se lee menos literatura que exija una implicación activa del lector, menos textos que obliguen a detenerse, a volver atrás, a repensar lo leído. Es decir, frente al consumo cultural rápido, frente a la tiranía de la inmediatez, reivindica una lectura reposada. «Obras que “terraformen la mente”, que abran canales nuevos en el pensamiento, que irriguen zonas del cerebro aún sin explorar». Para Mora, leer con rigor es una forma de desobediencia tranquila en una cultura que prefiere lo inmediato, lo superficial y lo digerible. Leer, pues, es un acto de soberanía. Este es el núcleo ético del texto.

"Hay saberes que no pasan por la página, pero dejan huella en la forma de habitar la realidad"

Mora utiliza una prosa precisa, con imágenes y conceptos prácticos. Construir lectores es también un tratado de estilo: directo, sin florituras, alejado de tentaciones poéticas. Como cuando recuerda que el primer texto que leemos no es un cuento, sino el rostro de nuestra madre. O cuando traza una imagen poderosa para hablar de los grandes libros: conectan campos mentales distantes y fertilizan zonas aún vírgenes.

También evoca una escena de aula que podría servir de manifiesto: un alumno aparentemente desinteresado queda atravesado por una lectura inesperada y empieza, de pronto, a leer por cuenta propia. Como profesor de literatura, todavía no he vivido esa escena, pero no hay que perder la esperanza.

Ahora bien, no todo en este libro es indiscutible. Hay pasajes donde el autor roza cierta sacralización del lector cultivado, como si leer garantizara per se una conciencia más lúcida o incluso una superioridad ética. Y yo pienso que ni toda lectura transforma, ni todo lector comprende, ni todo libro merece el tiempo que exige. Al menos no todos los libros; o al menos no todos los libros a todos los lectores.

Mi madre nunca leyó un libro. Iba al campo con la corbella en la mano, segando hierba para los animales —al mulo principalmente, aunque también para los conejos indianos—.

Y sin embargo, pocas veces he conocido una conciencia más despierta.

Desarrolló otras competencias que la lectura difícilmente le habría otorgado, al menos en su mundo. Porque hay saberes que no pasan por la página, pero dejan huella en la forma de habitar la realidad.

"Este ensayo señala, denuncia, y también propone. Apela al docente, al bibliotecario, al escritor, al padre y a la madre"

Mora lo insinúa, pero no siempre lo problematiza. El riesgo —pequeño, pero real— es que el lector acrítico del libro sobre crítica reproduzca, sin querer, lo mismo que el autor denuncia: una fe sin cuestionamiento. Pero nuestra conciencia debe seguir interrogándose incluso ante la lectura, o al menos ante nuestro modo de leer. ¿Acaso el buen lector no debería, en algún momento, desconfiar también de sí mismo? “No todo el que dice: ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7, 21).

Aun así, esa posible fricción enriquece la propuesta. Porque lo que Construir lectores plantea no es una doctrina, sino una conversación. Un debate urgente: ¿qué tipo de cultura estamos promoviendo? ¿Qué lugar ocupa hoy la exigencia intelectual en una sociedad adicta al entretenimiento? ¿Cómo resistir la mercantilización de la experiencia lectora?

Este ensayo señala, denuncia, y también propone. Apela al docente, al bibliotecario, al escritor, al padre y a la madre. Y lo hace con herramientas. Mora no quiere lectores obedientes ni alineados: quiere lectores con pensamiento propio. O, como he oído últimamente: con músculo crítico.

Como docente de literatura, no puedo dejar de subrayar uno de los pasajes más relevantes del libro, en el que Vicente Luis Mora se posiciona de forma decidida contra el relativismo lector: «¿Los jóvenes prefieren la literatura juvenil? También prefieren el cannabis, las grasas polisaturadas, el tabaco y el ciberacoso, pero contra esas elecciones les prevenimos».

"Su defensa del canon literario como exigencia formativa es un gesto de responsabilidad pedagógica y para nada una cruzada reaccionaria"

Su defensa del canon literario como exigencia formativa es un gesto de responsabilidad pedagógica y para nada una cruzada reaccionaria. Y, sin embargo, desde el aula, sé que esa exigencia necesita ser matizada, situada, humanizada. En Llinars del Vallès, Barcelona, vi —desde nuestro departamento de castellano, del que fui jefe— cómo terminaría por volverse algo fastidiosa la imposición de El Lazarillo de Tormes en castellano antiguo a grupos de 3.º de ESO —incluso a grupos adaptados, sin miramiento— bajo la consigna de que “hay que leer lo bueno”. En menor medida, pero también, ocurría con Marianela, de Benito Pérez Galdós: una lectura densa, valiosa, pero que una parte de los alumnos no lograba terminar.

¿Cómo hablarles entonces del amor por la lectura, si lo que se les ofrecía era —para ellos— muro y no puente?

Hicimos, sin quererlo, más por el desapego hacia el castellano que cualquier mensaje, fundado o no, que les llegaba del procés. Eran lecturas clásicas, y tan clásicas. El resultado, en muchos casos, no era aprendizaje, sino desconexión o directamente rechazo: al castellano… y a un servidor, que sobrevivía como podía. Por suerte, el alumnado era más compasivo que nuestro elenco de lecturas.

Mora atina cuando dice que la literatura juvenil no debe suplantar a los clásicos. Pero también es cierto que sin una estrategia pedagógica sensible, sin una escucha real de los intereses y contextos del alumnado, el canon se convierte en una barrera más que en un puente. La escuela debe ser un espacio donde se lea con rigor, sí, pero el punto de partida no puede ser otro que la motivación. La apertura. El deseo de descubrir.

A veces pienso que para enseñar literatura a adolescentes, más que un máster de pedagogía bastaría haber criado un hijo. No tanto para entenderlos mejor, que también, sino para saber lo que es la paciencia real, la escucha genuina, el desafío diario. La empatía que un docente —incluso desde la exigencia— debe ejercer sin pausa. Porque la mirada de un hijo —como la de un alumno— no perdona el gesto vacío.

Leer, como enseñar, no es solo técnica: es vínculo. Con el libro, con quien lo transmite, con la mirada que lo sostiene.

"Al cerrar el libro, uno tiene la sensación de haber asistido a una clase magistral sin pizarra. De esas que no buscan epatar, sino acompañar"

En una vida tecnologizada llena de estímulos externos, leer bien es ya una forma de resistencia. Porque no se trata de leer más, eso ya lo hacemos cuando exploramos en el móvil, en TikTok, o en Instagram, consignas y panfletos de cómo ligar más, o cómo tener más carisma o éxito, sino de leer mejor. Y de defender, contra el ruido, ese raro espacio de intimidad que solo un buen libro puede otorgar.

Mora propone frente a la ansiedad de abarcar muchas lecturas, una lectura exigente, y selectiva, capaz de dejar fuera lo superfluo. Leer no es acumular: es elegir bien. Y en esa elección se juega también la lucidez.

El epílogo del ensayo, titulado “Esperanza”, cierra con inteligencia y sentido. Mora celebra las polémicas que rodean hoy a los libros: las revisiones del canon, las adaptaciones políticamente correctas, los debates sobre censura. ¿Por qué? Porque demuestran que la literatura sigue importando. Porque, como él escribe, «todo lo que nos importa sigue vivo». Ese final, lejos de ser complaciente, es un recordatorio de que leer no es una práctica inerte, sino una forma activa de estar en el mundo.

Al cerrar el libro, uno tiene la sensación de haber asistido a una clase magistral sin pizarra. De esas que no buscan epatar, sino acompañar. Porque en el fondo, lo que Mora defiende es la siembra lenta. El trabajo invisible que no da likes, pero sí raíces.

Construir lectores es, quizá, el ensayo más necesario del momento. No por lo que promete, sino por lo que exige. Porque frente al ruido, el algoritmo y el pensamiento delegable, vuelve a decirnos —con claridad y sin cinismo— que leer no es una forma de evasión. Es, quizá, la única forma que nos queda de estar del todo presentes.

"Para quienes enseñamos, es también una invitación: a no ceder al ruido, a confiar en la siembra lenta"

Maryanne Wolf, investigadora en neurociencia cognitiva y autora de Lector, vuelve a casa, ha demostrado, al igual que hace Vicente Luis Mora en Construir lectores, que leer literatura exigente no solo amplía el vocabulario, sino que desarrolla empatía, razonamiento abstracto y pensamiento crítico. Leer, concluye, es una gimnasia mental insustituible. Y no hay mejor lugar para fortalecer ese músculo que una escuela que aún crea en los libros como herramientas de ciudadanía.

Ese músculo comienza a desarrollarse mucho antes de entrar en clase: cuando un niño ve a su madre leer cada noche, o a su padre concentrado en un libro sin consultar el móvil. Leer también se hereda por el ejemplo.

Mora lo sabe. Y este ensayo, sin alardes, nos lo recuerda.

Para quienes enseñamos, es también una invitación: a no ceder al ruido, a confiar en la siembra lenta, y a seguir creyendo —contra todo pronóstico— que un buen libro, bien leído, puede cambiar una vida.

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