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Cosas, casos y quesos

Cosas, casos y quesos

Una cata lingüística de la vida con olor a camembert caducado y consonancia consonante

Un día abres la nevera y hay un camembert con crisis de identidad. No sabes si es francés, si es vegano, o si se ha inscrito en una lista electoral. Te mira con desprecio, como diciendo: “Yo estaba bien en Normandía. ¿Qué hago aquí, al lado del yogur light con trozos de mango?”. Y ahí empieza la tragedia.

La vida no es más que una larga lista de cosas, casos y quesos, pero todos mezclados, revueltos y con salsa de cacofonía. Porque, a ver: cosa con cosa se empalagan, caso con caso se enredan, y queso con queso… se derriten. ¡Menuda cursilada me acabo de marcar! No, son los fonemas, que me tienen mal últimamente. Una verdadera catástrofe cacofónica que, a la hora de la verdad, te obliga a darle un contexto a lo que ves: no basta con colapsar consonantes. No es metáfora, es morfología emocional. Que, como todos sabemos, está muy de moda.

Cosa con cosa

No me refiero a cosas útiles, como un paraguas que se abre o una impresora que imprime, aunque últimamente sale más caro el cartucho y puedes acumular muchas impresoras a modo de “cosas” solo porque te da pena tirarlas. ¡Aguanta la pedrá! Salió la pena a relucir.

Hablo de las otras cosas: un llavero en forma de zanahoria con un botón que no hace nada, un peluche en forma de aguacate que se ilumina al gritar “¡crisis existencial!”, un molde para hacer cubitos de hielo en forma de pirámides mayas que solo usaste una vez y fue para hacer flanes.

"La moda china o japonesa de usar y tirar no la hemos entendido bien"

Estas cosas no se compran. Aparecen. Nacen del caos. O quizá de Ikea, Shein, Temu y no sé qué ostias. Aunque yo creo —y en esto no voy de listilla, es que he hecho muchas mudanzas— que la moda china o japonesa de usar y tirar no la hemos entendido bien.

Es usar y tirar, no usar y guardar preciosamente en el cajón, armario, esquina, estantería, baúl o encimera. Eso es lo que provoca, claramente, los estados de crisis en personas como yo, que necesito orden, pero solo encuentro cosas que ya son casos, que huelen a queso. Es decir: colecciones de relojes que no tienen pila o que nadie sabe qué les pasa. Me da igual si son buenos o malos, para mí es un caso gouda como poco. Esos relojes que otrora dieron felicidad ya son cosas.

Muchas velas que, como van a pilas, ahí están, esperando a que alguien las traiga a la vida para que duren solo esa noche en la que tienes invitados y quieres hacer la demostración de “aquí, chavales, solo vivimos peña artista, pensadores, científicos y, además, somos ecológicos”.

Ese es un caso gordo. Que, de unas cosas, hagamos una cuestión casi de Estado. Por el tema del olor más que nada.

En realidad —para los que habéis vivido en Japón, como servidora— ya sabemos que allí no se guarda nada. Y mucho menos porque les dé pena tirarlo. ¡Qué está pasando! Si me apuras, se tiran ellos mismos cuando se sienten cosa.

Somos cosificados muchas veces. En los trabajos y así. Pero eso da igual en estos momentos. Galdós era el maestro de cosificar a la peña. ¡Qué vamos a decir del maestro! Nos persigue la cosa incluso de convertirse uno mismo en cosota, creo. Cosas que hacen convertirnos en genuinos casos de juzgado de guardia. Bueno, mejor de la Interpol, diría yo, que soy un ser megalómano por antonomasia. ¡Me gustan esas instituciones!

"Hemos de reconocer que, si mañana mismo nos dicen que nos tenemos que mudar, pues eso: crisis total"

Hemos de reconocer que, si mañana mismo nos dicen que nos tenemos que mudar, pues eso: crisis total. A causa de lo que no vale para nada, pero que tal vez conservamos porque son “recuerdos”. O porque no lo sé.

Intento analizar el tema, pero para ello tengo que hacer algunas estadísticas, tipo INE —aunque sean cutrelux— para ver si al resto de personas les sucede lo mismo. ¡Vamos, campeona, que tus cosas son a todas luces normales! ¡Ya lo verás!

¡Esos escritorios cargados de: la foto del niño, la planta artificial con polvo, la piedra relajante, la taza, vela de olor, un micro, un muñequito de alguien que lo ha dejado ahí, post-its o papelitos que dan igual, tubo de crema de árnica, algún que otro diccionario de sinónimos, ventilador de mesa para la ansiedad, ¡cubre codos para el verano cuando sudas la gota gorda…! Un sinfín de chorradas que ese día en el que viene tu madre y te lo tira todo, ¡te haces hombre en poco tiempo!

Ahí vuelves a ver ese escritorio ya como adulto, limpio y en condiciones. ¡Rediez! Qué fácil era. Y yo pagando a la psicóloga.

Caso con caso

La palabra “caso”, en español, tiene diversos significados según el contexto, y su origen se remonta al latín. Proviene de casus, que significa literalmente “caída, acontecimiento o suceso”. Este término, a su vez, viene del verbo cadere (caer). Es decir, algo que “ocurre” o que “cae sobre uno”. La evolución del significado sería:

  • Cadere → caer.
  • Casus → caída, suceso accidental, circunstancia que acontece.
  • Caso → suceso particular, circunstancia o acontecimiento específico.

Pero, en la vida real, los casos son historias mal resueltas que se arrastran por tu vida como un queso de bola cuesta abajo, con ganas de convertirse en cualquier cosa.

Entre mis experiencias más recientes, recuerdo con pavor:

– El caso del carrito del súper que no era tuyo, pero empujaste durante veinte minutos fingiendo normalidad.
– El caso de la videollamada en la que pensabas que la cámara estaba apagada y te rascaste la oreja con una cuchara de helado.
– Ese caso del grupo de WhatsApp familiar donde escribiste “no soporto a mi hermana” pensando que era para tu terapeuta.
– El otro caso de por qué sigue habiendo una piñata en el cuarto de invitados desde el cumpleaños de 2021 y nadie se atreve a romperla.

"El queso es el único alimento que ha sido declarado patrimonio afectivo de la humanidad sin necesidad de referéndum"

Hay incluso casos interestatales, como el del tupper desaparecido que viajó por tres oficinas y acabó en manos de una señora de contabilidad que ahora lo usa para guardar clips. De cosa pasó a ser un caso de la UCO, hasta que averiguaron qué cosa había pasado. Pero ¡oye, lo lograron! Estos de la UCO… hay que ver cómo son.

Queso con queso ayudan a resolver las cosas que invaden los casos de cada día

Y llegamos al terreno pegajoso de la fonética láctea.

El queso es el único alimento que ha sido declarado patrimonio afectivo de la humanidad sin necesidad de referéndum.

Porque el queso es el único alimento que conjuga:

Yo fermento, tú fermentas, él huele.

Los quesos, en plural, son poesía podrida. Hay bries bravos, gorgonzolas gloriosos, parmesanos que parecen párrafos. El queso manchego es el subjuntivo de Castilla, una cosa como tal. El roquefort, claramente, un condicional francés, cosificado y digno de un gran caso por resolver. Y el de bola… ese es el neutro de los pronombres: no molesta, pero tampoco enamora.

Hay que armarse de valor cuando en tu casa hay alguien aficionado a las cacofonías queseras y suelta:

—“Queso seco, seco queso, qué queso seco el que se quedó.”

Como haciendo gracietas de filólogos. Y tú respondes:

—“Quise queso cuando quise, pero cuando quise queso ya no quedaba.”

Y entonces termina ese otro familiar —que bien puede ser un hijo que está en Bachillerato— con:

—“Queso que no quesé, quesará.”

Buahhhh. ¡Qué movida!, ¿no? Les das las gracias por el detalle filologil, pero sientes que algo no va bien.

"Si tienes demasiadas cosas, casos sin contexto y quesos que cuestionan tu cordura, tranquilo. Eres un ser humano completamente normal"

Hay quesos tan intensos que deberían tener advertencias legales, porque son casos clínicos. El cabrales, por ejemplo, es una cosa que debería venir con un folleto de instrucciones, un mapa de evacuación y un test psicológico previo.

Y no olvidemos el misterio del queso que huele antes de abrirlo. Ese que hace que todos en casa se miren como en una novela de Agatha Christie:

—¿Fuiste tú?
—No, yo solo abrí el cajón.
—¿El de los cadáveres o el de los lácteos?
—¡Ahí donde metemos cosas!

¡Acabáramos! Esas cosas que ya se han hecho casos.

Lo más absurdo es que los quesos, como los problemas emocionales, mejoran con el tiempo… Pasa el tiempo como medida de nuestra voluntad ante la vida y ¿qué sucede? Pues eso: ya no hay un queso, hay un ser. Tiene autonomía. Te habla en sueños. Exige derechos. Y tiene sus cosas, claro está.

Si tienes demasiadas cosas, casos sin contexto y quesos que cuestionan tu cordura, tranquilo. Eres un ser humano completamente normal.

Para mí, cuando todo falla, siempre recuerdo esta máxima gramatical universal:

Sujeto + queso + predicado = felicidad.

Y si ves que las cosas se complican, recuerda este consejo infalible: respira, ríe… y ponle queso.

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