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Crónicas de Danvers (XIII): Las noches de Lorenzo Aguilar

Crónicas de Danvers (XIII): Las noches de Lorenzo Aguilar

Lorenzo Aguilar, constructor de Valdepenín, poderoso donde los haya, y flamante novio de Isabel, está de ella hasta los cojones. Empezaron porque ella le necesitaba para un asunto bastante turbio, y él exigió el noviazgo formal como contraprestación. Pero la muy zorra no le deja tocarle un pelo de la cabeza, ha tenido que enderezarla varias veces y ni aun así cede. Sabe que llegará el día en que dejará de resistirse, porque una promesa es una promesa y cuando él cumpla la suya, ella tendrá que claudicar. Y ese día se va a enterar todo Dios de quien es ahora el señor de Valdepenín. Prepárate Isabelita porque te vas a caer del pedestal como que me llamo Lorenzo Aguilar.

No puede más en el pueblo, se siente encerrado, y para no pegar otra paliza a su novia, se he venido a Madrid a divertirse un poco y desahogarse, porque cualquier día la marca de verdad y no es plan, que ahora te denuncia una mujer por cualquier cosa. Las vecinas son muy cotillas, Valdepenín es pequeño y a él le tiene envidia todo el mundo. Normal, joder.

"Si le hubiera visto la doña, sabría que es un hombre de verdad. La pena es que su hijo Pablo nunca quiera acompañarle en estas cosas. Pobre gilipollas"

En Madrid se ha acercado al Angels Inn, su prostíbulo de confianza, y bien surtido de pastillas azules, como siempre, ha pasado una noche francamente buena. A sus chicas les ha llevado de regalo bolsitas de polvos blancos que él no prueba —no le van esas mierdas—, pero que distribuye entre las chavalas como si fueran brillantes, y le funciona muy bien. Cada vez que llega una nueva le llaman, y él va encantado: hay sitios donde todavía le respetan. Si le hubiera visto la doña, sabría que es un hombre de verdad. La pena es que su hijo Pablo nunca quiera acompañarle en estas cosas. Pobre gilipollas.

"Al fondo, un policía se levanta untoso para hablar con su abogado, que acaba de llegar y que milagrosamente ha conseguido otra vez que no lo lleven a los calabozos de Plaza de Castilla"

Está amaneciendo y mira a su alrededor, cansado. Ha sido una noche memorable, no se le va a olvidar en la vida, pero va a dejar pasar un tiempo hasta que vuelva por el Angels Inn. Necesita reposar todo lo que ha pasado esta noche, meterse un buen desayuno y volver a casa. ¿Dónde está el calzonazos de su abogado? Le han llamado de la comisaría a las cinco de la madrugada, son las seis y todavía no ha llegado. En el banco de al lado está la puta brasileña que le ha tocado hoy, con la falda subida hasta la ingle, un pómulo reventado y el ojo morado. La mira con asco: ésta se ha creído que soy maricón, pues va servida. Qué brasileña ni brasileña, se lo ha merecido. A la chica le empieza a sangrar la nariz y se aparta más todavía de ella, porque ahora le parece repulsiva.

Al fondo, un policía se levanta untoso para hablar con su abogado, que acaba de llegar y que milagrosamente ha conseguido otra vez que no lo lleven a los calabozos de Plaza de Castilla. Con que le infle la minuta como siempre, vale, que son todos unos muertos de hambre. Se pone la chaqueta y se dispone a salir, pensando que, aunque la brasileña le haya jodido la noche con sus manías, se lo ha pasado de puta madre.

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