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Cuentos de imaginación y misterio, de Edgar Allan Poe

Cuentos de imaginación y misterio, de Edgar Allan Poe

En 1919, la editorial Harrap publicó los Tales of Mystery and Imagination de Edgar Allan Poe con ilustraciones del reconocido artista irlandés Harry Clarke. La edición fue inmediatamente reconocida como una joya. Ahora, la editorial Libros del Zorro Rojo añade a dicha versión la traducción y el prefacio de Julio Cortázar. Casi nada.

En Zenda reproducimos el Prefacio de Julio Cortázar y algunas ilustraciones de Harry Clarke presentes en Cuentos de imaginación y misterio, de Edgar Allan Poe (Libros el Zorro Rojo).

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Imaginemos a Edgar Allan Poe un día de 1843. Está sentado a una de las muchas mesas de una de las muchas casas donde vivió de paso. Tiene delante una página en blanco. Es probablemente el final de la tarde y pronto Mrs. Clemm vendrá a traerle una taza de café. Edgar va a escribir un cuento y vamos a imaginar que es El gato negro, que se publicó ese año. Su autor tiene treinta y cuatro años, está en plena madurez intelectual. Ha escrito ya El pozo y el péndulo, La caída de la Casa Usher, William Wilson y Ligeia. También Los crímenes de la rue Morgue y El hombre de la multitud. Un año más tarde terminará El cuervo, el más famoso de sus poemas.

¿De qué aportes personales se habrá alimentado inevitablemente ese nuevo cuento, qué elementos exteriores se le añadirán? ¿Cuál es el proceso de ese ciclón silencioso, el acto literario cuyo centro está en la pluma que Poe posa en este momento en el papel? Érase una vez un hombre que amaba a su gato, hasta el día en que empezó a odiarlo y le arrancó un ojo… Lo monstruoso está inmediatamente ahí, presente, inequívoco. Del conjunto de elementos que componen su obra —cuentos y poesía— la noción de anormal se desprende con violencia. A veces es un ideal angélico, una visión asexuada de mujeres luminosas y benéficas, pero otras esas mismas mujeres incitan a enterrar a un ser viviente o a profanar una tumba, y el halo angélico se convierte en halo de misterio, de enfermedad fatal, de revelación indecible. Otras veces es un destino de caníbales en un barco a la deriva, un globo que atraviesa el Atlántico en cinco días o llega a la luna al cabo de unas aventuras pasmosas. Pero nada, diurno o nocturno, feliz o desdichado, es normal en el sentido corriente de la palabra: el sentido en que entendemos las anomalías corrientes que nos rodean y nos dominan hasta el punto de que ya casi no las consideramos como tales. Lo anormal en Poe es siempre algo fuera de lo común. El hombre que se dispone a escribir es orgulloso, pero su orgullo nace de una debilidad esencial que se ha refugiado, como el molusco ermitaño, en un caparazón de violencia luciferina, de arrebato incontenible. El ermitaño Poe no abandona su caparazón de orgullo salvo frente a las personas a las que quiere, a los pocos seres bienamados. Sólo ellos —Mrs. Clemm, Virginia, algunas mujeres más, siempre mujeres— conocerán sus lágrimas, su necesidad de refugiarse en ellas, de que lo cuiden, de que lo mimen.

Ante el mundo y ante los hombres, Edgar Poe se alza, altivo, impone todo lo que puede su superioridad intelectual, su causticidad, su técnica de ataque y de respuesta. Y como su orgullo es el orgullo del débil y él lo sabe, los héroes de sus cuentos nocturnos serán o bien como es él, o bien como quisiera ser; serán orgullosos por debilidad como Roderich Usher, como el pobre diablo de El corazón delator, o bien serán orgullosos porque se sienten fuertes, como Metzengerstein o William Wilson.

Ese gran orgulloso es sin duda un débil, ¿pero quién ha calculado todo lo que la debilidad debe a la literatura? Poe resuelve esa debilidad en un orgullo que lo obliga a dar lo mejor de sí mismo en páginas sin relación con el mundo exterior, escritas en la soledad, divorciadas de una realidad tempranamente postulada como precaria, insuficiente, falsa. Por lo demás, ese orgullo asume el semblante tan característico del egotismo. Poe es uno de los egotistas más decididos de la literatura. Si en el fondo ignora siempre el diálogo, la presencia del que es el verdadero nacimiento del mundo, es porque no condescendía a hablar más que a sí mismo. Por eso no le importaba que los seres que amaba no lo comprendieran. La ternura de ellos, sus cuidados le bastaban. En cuanto a sus padres en el mundo literario, un Russell o un Hawthorne, le irritaba que no aceptaran por ceguera su superioridad intelectual. Su posición de crítico en las revistas le permite ser un «pequeño dios», árbitro menor de un mundo artístico también menor. Magro consuelo, pero que lo apacigua. Al final el egotismo desembocará en la locura. Le dirá tranquilamente al editor de Eureka que su libro es tan importante que la primera tirada tiene que ser de cincuenta mil ejemplares pues provocará en el mundo una revolución de incalculables consecuencias. A la luz de todo lo que precede, ciertos párrafos de su Marginalia adquieren un tono patéticamente personal: «Me divierto a veces imaginando cuál sería el destino de un individuo dueño (o más bien víctima) de una inteligencia superior a la de los de su raza. Naturalmente, tendría conciencia de su superioridad y no podría (si en lo demás era de constitución normal) dejar de manifestar esa conciencia. Se ganaría así enemigos en todas partes. Y como sus opiniones y sus especulaciones diferirían enormemente de las de toda la humanidad, es innecesario decir que lo tomarían por loco. ¡Qué horrible sería semejante condición! El infierno mismo es incapaz de inventar una tortura peor que la de ser acusado de debilidad anormal por ser anormalmente fuerte…».

La consecuencia inevitable de todo orgullo y de todo egotismo es la incapacidad de comprender lo humano, de tener en cuenta los caracteres, de medir la dimensión del otro. Por eso Poe no conseguirá nunca crear un solo personaje dotado de vida interior. La novela llamada psicológica lo hubiera desconcertado. ¿Cómo imaginarlo por ejemplo leyendo a Stendhal que publicaba en esa época La cartuja de Parma? Se ha señalado en varias oportunidades que sus héroes son maniquíes, seres movidos por una fatalidad exterior, como Arthur Gordon Pym, o interior, como el criminal de El gato negro. En el primer caso ceden a los vientos, a las mareas, a los azares de la naturaleza; en el otro se abandonan a la neurosis, a la manía, a lo anormal o al vicio, sin la menor sutileza, el menor matiz, la menor graduación. Cuando Poe nos presenta a un Pym, un Egneus, un Montresor, ya están entregados a su propia «perversidad» (palabra que Poe explicará en El demonio de la perversidad; si se trata de un Dupin, un Hans Pfaall, un Legrand, ni siquiera son seres humanos sino máquinas pensantes y actuantes, autómatas (como el Maelzel que Poe analizó de manera tan penetrante) en el interior de los cuales se introduce él mismo para tirar de los hilos del razonamiento, a semejanza del jugador de ajedrez encerrado en el autómata que pasmó a todos los públicos de su tiempo. En ese sentido es lógico considerar el mundo onírico como una de las fuentes de los cuentos de Poe. Las pesadillas componen seres como los de sus cuentos: basta verlos para sentir el horror, un horror que no se explica, que nace de su sola presencia, de la fatalidad a que la acción los condena o que guiará esa acción. Y el pasaje que vincula directamente el mundo del inconsciente con el escenario de los relatos de Poe sólo sirve para trasladar a los personajes y los acontecimientos del plano del sueño al plano verbal: Poe no se toma el trabajo de mirar a fondo esos personajes, de explorarlos, de descubrir sus resortes o de intentar una explicación de sus conductas. ¿Para qué? Por un lado son Poe mismo, sus criaturas más profundas y por ello cree conocerlos como cree conocerse, y además son personajes, es decir, los otros, seres que le son extranjeros y que encuentra, en el fondo, insignificantes.

Si consideramos otro ámbito de su imaginación, el de los cuentos satíricos y humorísticos, vemos enseguida que la situación es la misma. La sátira en Poe es siempre desprecio y basta leer Cómo escribir un artículo a la manera del Blackwood (sin olvidar la segunda parte), El timo, considerado como una de las ciencias exactas o El hombre de negocios o Los anteojos para entender el frío desdén que lo lleva a crear unos seres astutos que engañan a la masa desdeñable, o títeres lamentables que van de caída en caída en una serie de incontables torpezas. El humor, por su lado, prácticamente no existe y es probable que buena parte de la antipatía que sienten por Poe los lectores ingleses y norteamericanos provenga de su incapacidad para emplear un recurso que esos lectores consideran precisamente inseparable de toda buena literatura. Cuando Poe hace un sacrificio a lo que cree que es el humor, escribe El aliento perdido, Bon-bon, El ángel de lo singular y El rey Peste, es decir, deriva enseguida hacia lo macabro, que es su territorio, o hacia lo grotesco que considera desdeñosamente como el territorio de los otros.

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Autor: Edgar Allan Poe. Título: Cuentos de imaginación y misterio. Traducción: Edgar Allan Poe. Editorial: Libros del Zorro Rojo. Venta: Todos tus libros.

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