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Dante: Una década de sed (Celebrar el 700 aniversario de la muerte del autor florentino)

Dante: Una década de sed (Celebrar el 700 aniversario de la muerte del autor florentino)

Una de las cosas buenas de cumplir años es poder releer, reencontrarse, nell mezzo del cammin di nostra vita —que con la esperanza de vida actual bien podrían ser los cuarenta y cinco años que tengo— con una obra que se leyó a los veinte, y en esa relectura calibrarse a uno mismo ya que la Literatura, como el amor, por mucho que nos enseñe sobre los demás o sobre el mundo, nos enseña más sobre nosotros.

Este es un mal año para conmemoraciones, como lo fue el pasado, pero inevitablemente en septiembre se cumplirán setecientos años de la muerte de Dante, autor de la Divina comedia, que él llamó tan sólo Commedia. Ignoro qué preparan en Italia para festejarle, pero seguro que surgirán formatos tan variados como permitan las circunstancias. Habrá, sin duda, exposiciones, quizá con dibujos tan dispares como los de Botticelli o los de Doré; habrá también propuestas divulgadoras, incluso didácticas, más o menos ingeniosas y más o menos condescendientes: imagino al respecto una actividad para niños a modo de parque temático —o de videojuego— en la que se empezase por dibujarles sietes pes en la frente, como le ocurre a Dante al llegar al Purgatorio, y, según fueran superando pruebas y demostrando virtudes, les fueran siendo borradas. Yo lo digo en broma, pero habrá quien lo proponga en serio. Surgirán congresos, seminarios y, espero, ediciones. Leo en Vaticano News que el consejo Pontificio de Cultura ha creado una comisión científico-organizativa para la efeméride, así que ya puedo dormir tranquila.

"Al releerla a los cuarenta y cinco, me ha parecido que toda la obra es una excusa para saldar cuentas con ese imposible amor de juventud"

Otra de las cosas buenas de cumplir años es aprender que puede hablarse del amor sin hacerlo directamenteTe doy una canción y digo “patria” y sigo hablando para ti, que trovaba Silvio Rodríguez—. Cuando leí la Commedia a los veinte pensé que la Beatriz de sus versos, esa mujer sublimada hasta lo divino, sin carne ni hueso, toda mirada, luz y vuelo, perfectamente exigente, perfectamente piadosa, era una claudicación, ya nada más que un complemento de otro afán más amplio e importante: la salvación del alma y la alabanza de Dios y de su justicia geométrica; pero ahora, al releerla a los cuarenta y cinco, me ha parecido que toda la obra es una excusa para saldar cuentas con ese imposible amor de juventud.

Sé que la intención que estoy señalando es obvia, ya que el propio autor la expresa en varias ocasiones, empezando por el párrafo final de su gran obra anterior, Vita Nuova. A lo que quiero referirme es a que, en mi opinión, esta intención de saldar cuentas con Beatriz está por encima de cualquier otra, incluyendo la de contar su extravío moral y describir el orden justo del universo creado y gobernado por Dios. Quizá esta interpretación romántica sea hija de mis lecturas y de mi carácter, pero tengo para mí que Dante no escribe su obra, como señala gran parte de la crítica —no Micó que, en un alarde de finura filológica sin complejos, compara la Commedia con la letra del viejo bolero: es la historia de un amor como no hay otro igual y nos hace comprender todo el bien y todo el mal—… tengo para mí, decía, que no escribe para cantar la justicia de ultratumba y su historia de superación moral y, de paso, encajar en ese perfecto universo la figura de Beatriz, a la que por supuesto no ha olvidado, sino que es al revés: por muy sinceros que suenen los bellísimos versos del Paraíso en los que describe el camino del que ya nunca se extraviará, esos versos de verdad y luz en los que no solo se da cuenta de que ya al fin sabe, sino de que ya siempre sabrá, por muy hermosos y definitivos que resulten esos versos en el conjunto de la obra, ellos y todo el resto del orden divino descrito no son más ni menos que una excusa para saldar cuentas con su mal pagado amor.

"No quisiera olvidar la sutileza de las apreciaciones, como cuando en el canto IV del Infierno dice que no va a contar lo que conversó con Virgilio en ese rato, porque igual que era hermoso hablarlo entonces, es hermoso callarlo ahora"

El personaje de Beatriz intercede por él, le guía, le cuida, le deslumbra, le sonríe, le mira, le salva, le nombra. En definitiva, le quiere. ¿Quién no ha fantaseado, tras cualquiera de las mil y una formas que puede adoptar un fracaso amoroso, con un futuro en el que esa persona nos buscará, nos añorará, o nos admirará, aunque solo sea en su memoria y aunque sea tan solo durante un segundo? Dante lleva a cabo esa fantasía, y es como consecuencia de satisfacerla que el mundo se revela ordenado y todo encaja y es justo, a la manera, claro está, en la que lo justo y lo ordenado eran concebidos por la mente de alguien de comienzos del siglo XIV.

No quisiera, sin embargo, que esta interpretación netamente amorosa, que por otra parte no hace sino recoger al Dante stilnovista de su Vita Nuova o de gran parte de sus Rime, simplificara los valores de una obra que encarna la complejidad del arte y del lenguaje.

"La Commedia es el triunfo del amor no como anhelo consumado y feliz, sino como destino trágico que nos atosiga y nos resume incluso en momentos en que otras tribulaciones nos acosan"

No quisiera olvidar la sutileza de las apreciaciones, como cuando en el canto IV del Infierno dice que no va a contar lo que conversó con Virgilio en ese rato, porque igual que era hermoso hablarlo entonces, es hermoso callarlo ahora. Ni la fuerza de las comparaciones, solo con ellas podría hacerse un tratado de Retórica; me quedo con la del canto XVII del Purgatorio, entre los sueños al despertar y una burbuja que al abandonar el agua se revienta, o la del Canto XXX del Paraíso, entre sus ganas de limpiarse los ojos con el agua pura y las del lactante que se despierta, tras haber dormido de más, ansioso de la leche de su madre. Tampoco olvido tantas imágenes imborrables —no es de extrañar que ninguna otra obra haya inspirado a tantos ilustradores— como esa del canto XX del Infierno en la que describe a los condenados por adivinos, eternamente castigados a caminar con la cabeza mirando hacia atrás de modo que las lágrimas que derraman acaban entre sus nalgas. Y qué decir del manejo sublime de esa cosa tan cortesana, y después tan petrarquista, que es la melancolía, una tristeza suave, elegante, llevadera, pero que todo lo impregna, como en la descripción inicial del canto VIII del Purgatorio que recoge el atardecer, esa hora en la que los navegantes sienten el pellizco de la nostalgia de los suyos y a los oídos de quienes aman las campanas parecen llorar. Por supuesto, la capacidad de síntesis y la musicalidad que exigen los tercetos encadenados han vuelto a maravillarme.

En el canto XXXI del Purgatorio me asaltan dudas sobre si estoy asistiendo al arrepentimiento de un pecador que se ha enredado en placeres sensuales, o al de un poeta cortés que ha roto el sacrosanto principio de la amada única, pero al comienzo del canto XXXII, cuando Dante se refiere a la sed —es literal, escribe “sete”— de haber estado una década sin ver a Beatriz, las dudas desaparecen.

"Si hasta Borges, que ironizaba con toda forma de Romanticismo, destacó esa emoción, es porque es una clave de lectura"

La Commedia es el triunfo del amor no como anhelo consumado y feliz, sino como destino trágico que nos atosiga y nos resume incluso en momentos en que otras tribulaciones, como la salvación del alma, la verdadera configuración del orden divino, o un exilio que se prolonga ya en el tiempo, nos acosan. El amor que mueve el sol y las demás estrellas. El amor que es a veces delirante, como cuando en el canto XXI del Paraíso Beatriz no le sonríe para evitar que le ocurra al pobre Dante lo que a Sémele, que cayó fulminada por el brío sexual de Zeus cuando la amó bajo su configuración divina, el amor que se presenta en el canto V del Infierno como conclusión de la existencia del guerrero Aquiles —Che con amore al fine combatteo—.

En el precioso ensayo dedicado a la Commedia de su libro Siete noches, Borges afirma que, en ese mismo canto V en el que pena Aquiles, Dante, que va a salvarse, envidia a los amantes Paolo y Francesca porque, aunque condenados para siempre, él sin habla y ambos en el espantoso aturdimiento de girar en eterno torbellino, están juntos, se amaron en vida y se aman en la muerte. Si hasta Borges, que ironizaba con toda forma de Romanticismo, destacó esa emoción, es porque es una clave de lectura.

En cualquier caso, una de las mayores grandezas de la obra de Dante está en su prodigiosa combinación de unidad y diversidad, de claridad expositiva y de misterio. Gran parte de su encanto es el enigma de su significado:

Tantos espejos que lo multiplican
pero permaneciendo siempre uno.

Por tanto, que cada cual piense, interprete y sienta la Commedia libremente, ésa es siempre la mejor manera de conmemorar a un escritor. Hagamos como hizo Boccaccio. El autor del Decamerón, una obra maestra escrita en tiempos pandémicos que celebra la vida y el placer de la Literatura como ninguna otra que yo haya leído, dedicó sus últimos años a hacer una lectura pública y comentada de la Commedia; hagamos como él, leámosla y comentémosla. Y no lo hagamos por conocimiento o, terrible, por postureo, hagámoslo por placer. Valdrá la pena aunque ese disfrute nos condene al canto X de su Infierno, un cementerio de tumbas abiertas donde los seguidores de Epicuro, que no creemos en la inmortalidad del alma, pero acaso sí en la de la Literatura y sus placeres, penamos para siempre.

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