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De feministas y machistos

De feministas y machistos

Escribo estas líneas escandalizado y con premura. Escandalizado por la publicación de un libelo y con premura porque me espolea la indignación. Últimamente me escandalizan demasiadas cosas, pero el libelo este de las narices me solivianta. Siento a los muertos estremecerse en sus tumbas. Y no por nada: el sindicato Comisiones Obreras nació, entre otras cosas, porque unos soñadores se jugaron la vida; algunos hasta se la dejaron en el empeño. Parece mentira que, cuarenta años después, la criatura concebida con vocación de libertad para ser voz e instrumento de quien careciese de ellos se haya convertido en refugio de burócratas ensoberbecidos. Sólo desde la soberbia de quien se siente en posesión de la Verdad Revelada puede publicarse un libelo tan demente como el “manifiesto” titulado Breve decálogo de ideas para una escuela feminista, que apareció el 15 de febrero en la web de Comisiones Obreras de la enseñanza. Por si María Montessori, Freinet y Lorenzo Milani no hubieran iluminado suficientemente el panorama de la enseñanza escolar.

La idea básica del autoproclamado “manifiesto” es que el mundo se divide en machistas malos y en feministas buenas, pero también buenos. Y que los y las feministas buenas y buenos van a señalar a los machistas malos para que ninias y ninios lo sepan y no se llamen a andana. O sea, que van a denunciar su maldad y a decretar su destierro del Paraíso de la Igualdad. Serán arrojados a la tiniebla exterior, donde todo es llanto y crujir de dientes, como anuncian los Santos Evangelios que se hará con los que son malditos a los ojos del Señor, réprobos sin cabida en su Reino de pureza inmaculada.

"Yo no sé si Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte son machistas, feministos, paracaidistas o vegetarianos, y tres cojones que me importa."

Va uno teniendo una edad, y eso de la pureza inmaculada suele ponerlo de los nervios. Porque el dogma de María Inmaculada y su Purísima Concepción del Salvador es un asunto, obsesivo a mi juicio, de la Iglesia Católica, así que da algo de risa el espectáculo de furibundas sindicalistas y sindicalistos reivindicando también la pureza, sólo que con otras palabras, en base a otros mitos y desde posiciones ideológicas que teóricamente se encuentran en las antípodas, pero que convergen en la práctica. Puros e impuros. Buenos y malos. Nosotros y ellos.

Lo de siempre, vaya.

Fe. Y puritanismo.

Uno nunca se hubiera molestado en dedicarle una Circunvolución a tema tan pedestre si estos inquisidores ateos no hubieran tenido los santos perendengues de señalar con nombres y apellidos a tres ilustres escritores, uno muerto y dos vivos. Yo no sé si Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte son machistas, feministos, paracaidistas o vegetarianos, y tres cojones que me importa. Encuentro estas categorías poco prácticas. Y en Literatura, más. La Literatura es montaraz por vocación: va campo a través, mal que le pese a los críticos más académicos, y no digamos a los centinelas de la pureza. Ya lo dijo don Miguel, aquel fuerte vasco que habría lucido el arnés grotesco y el irrisorio casco del buen manchego, al decir de Machado (Antonio). “No sigas, pues, los senderos que a cordel trazaron ellos; ve haciéndote el tuyo a campo traviesa, con tus propios pies, pisando sus sementeras si es preciso. Así es como mejor les sirves”, recomendaba en Adentro, un artículo de El Caballero de la Triste Figura (Espasa Calpe, colección Austral, Buenos Aires 1951).

Hace nada, Laura Freixas recurría a la moral feminista para poner en la picota la Lolita de Nabokov, esa novela que a base de Literatura, y nada más que Literatura, disecciona la hipocresía: la de quienes, careciendo de toda moral, se pasan la vida dando lecciones. O sea, trazando senderos a cordel. El pasado 21 de febrero, Freixas hacía en El País una lectura anecdótica de ese texto hondo, brutal, no poco cínico y sumamente complejo. 

"Sugiero dejar de lado, por favor, el sexo de los escritores, que es otro de los temas del dichoso manifiesto. Personalmente, no me interesa nada el sexo de los profesionales."
Donde yo veo dos personajes atormentados, terroríficos y atrozmente solos, Freixas ve una niña atractiva e indefensa frente a un maduro y seductor enamorado. “¡Qué atractiva es Lolita, qué erótica su indefensión! ¡Qué seductor es Humbert! ¡Qué enamorado está!” ironiza en ¿Qué hacemos con ‘Lolita’? Pues yo no haría nada y lo dejaría estar. Uno de los valores de Lolita, la novela, es cómo expone unas circunstancias, un entorno y unos personajes, más la turbiedad que yace oculta en el fondo de ese entorno, igual que polvo bajo la alfombra, y que desencadena el drama. En esa turbiedad, siempre entrevista, nunca explícita, reside la genialidad de esta novela. O eso me parece a mí: cada uno ve lo que tiene en la cabeza y uno sólo tiene turbiedad. En todo caso, Nabokov no nos instruye a sus lectores sobre qué debemos pensar de lo que nos cuenta: esto es lo que hay, parece decir, y allá cada uno. En fin, que la censura quedó abolida hace años y no van a resucitarla ahora cuatro ideólogos tronados que empiezan señalando nombres sonoros y acabarán por ponernos a todos, escritores o fontaneros, el sambenito que se les ocurra, ya sea el de machistas, ya cualquier otro que les venga bien en función de su oportunismo político.

Ah, otra cosa. Sugiero dejar de lado, por favor, el sexo de los escritores, que es otro de los temas del dichoso “manifiesto”. Personalmente, no me interesa nada el sexo de los profesionales. Me interesa que sean buenos profesionales y los escritores de sexo femenino —Pardo Bazán, por ejemplo, la sin par Rosalía, Böhl de Faber, Chacel o Rodoreda, no digamos Lindo, Grandes, Montero o Moreno Durán— no necesitan que nadie defienda su obra con argumentos extraliterarios. Es obra mayor y se defiende sola. Desnuda y sin adjetivos. Sin primas zumosol que la mantengan en pie con encasillamientos de ferretero.

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