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De linajes y hombres

Hay quien toma notas mentales para una novela que nunca llega y quien en una entrada de diario reconoce la puerta que conduce a algo más grande, imaginativo y engarzado en los vaivenes que se mueven entre la realidad de la que se parte y la ficción en la que se ingresa. Son los caprichos del territorio novelesco, esos que no conceden tregua cuando se ponen en marcha sus resortes, los mismos que pueden acabar arruinando vidas o instalando al escritor en los dominios de la eternidad. Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984) escribió una entrada de su diario neoyorquino el veintiséis de agosto de 2022 y ha acabado convertida en Los nombres del padre. A su vez, la historia, como tantas otras, parte de una anécdota y se agiganta hasta traspasar los cauces que la fijaban a lo cotidiano, para adentrarse en ese terreno tan desconocido y maleable que es la materia novelesca. Becado por el Cullman Center de la New York Public Library (todavía suceden estas cosas), Saldaña París se dio de bruces a un tiempo con el amor y con la muerte: un nuevo enamoramiento y la vida de su padre pendiente de un hilo. Con esos materiales ha tratado de armar una historia que, partiendo del ambiente trotskista que podía vivirse en media América Latina en las fechas en que Saldaña Senior recorría las calles de México D.F. tratando de ofrecer una alternativa urbanística a las teorías socialistas más cercanas a los compromisos de la “vía albanesa”. Entiéndase esa corriente como un ejemplo vivo para la juventud revolucionaria comunista, todavía en la década de los ochenta, incluida España. Si le añadimos una trama con arquitectos nazis de fondo —Karl Emil Franz Fiebinger— y las pesquisas para dar con el padre biológico del protagonista Camilo en la Gran Manzana ya tenemos las vías principales por las que prospera el flujo argumental de la novela.

"No le preocupan las anticipaciones mágicas que a veces se le presentan, tiene una notable capacidad para conversar consigo mismo y, por encima de todo, saca oro de las piedras de lo cotidiano"

Sin tratarse de una historia autobiográfica encontramos en ella esa suerte de mezcolanza que reorienta lo real —sin ir más lejos, un viaje a NYC; la prima Ángela, en la novela hermanastra; Ridgewood, en el barrio de Queens; México D.F.— hacia el territorio de lo ficcional. El epígrafe que introduce el libro abre una puerta a la imaginación, pero ésta siempre queda anclada por las formas y la propia vida del autor, que se mueve con desparpajo entre lo que se vive y lo que se sueña convertir en fragmentos del discurso irreal, no por ello menos verdadero que lo ocurrido en verdad. Es la verosimilitud, amigo, que siempre habrá de socorrer en las balanzas que caen hacia el lado de lo enjundioso y bien contado. Aquí el epígrafe se debe a Jacques Lacan, quien en una de las frases que dejó escapar en una clase de 1963, convertida en Los nombres del padre, dijo aquello de “Henos aquí con un hijo y, después, dos padres”. Un hijo, dos padres: novela al canto, adiós diario.

Puesto que para el autor de El baile y el incendio (2021, finalista del Premio Herralde de Novela) “una novela es el resultado de la negociación entre lo que quieres contar y lo que puedes escribir”, lo que acaba contándose son los dos días escasos que Camilo pasa en Nueva York a finales de verano en busca de respuestas urgentes, las que pudiere ofrecerle Ángela, la hija de Miguel Carnero, quien tal vez podría ser el padre biológico del narrador. La urgencia viene porque la madre de Camilo agoniza en México, en el lugar en que el protagonista fuera criado también por Víctor, el padre al que sí conoció, muerto años atrás debido a un infarto fulminante. Camilo quiere saber. Narra en primera persona, con una prosa ensimismada que bebe de su propia profesión de traductor, ostentosa en cuanto a la capacidad de observación del entorno, pero torpe como nos sucede a todos cuando tratamos de sacar conclusiones inmediatas de los acontecimientos que nos envuelven y de la elocuencia que podría socorrernos en la apreciación de quiénes somos dentro de la vorágine de sentimientos y actos. Pasadas cuatro décadas de existencia, es ahora cuando Camilo empieza a conocerse algo. No le preocupan las anticipaciones mágicas que a veces se le presentan, tiene una notable capacidad para conversar consigo mismo y, por encima de todo, saca oro de las piedras de lo cotidiano (no se pierdan el análisis de la vida vecinal, de los colores (“naranja histérico”, “ojos de la madera cuando se moja”, “de miel turbia”) y la luz, pues “también la luz plantea preguntas” en esta novela.

"En las indagaciones, Camilo va completando el retrato global, incluido el suyo. El asunto comportará traca final. En medio de todo ello, se acaba entendiendo una época, se reconstruye una ciudad y una forma de hacer política"

Camilito, como le llama su madre en los distintos mensajes y comunicaciones telefónicas que ambos intercambian, conocerá en sus pesquisas que los personajes que pueblan su inmediata generación eran “un puñado de raros [pequeñoburgueses], sin la disciplina necesaria para hacer la revolución”. Pero dará con la clave para no renunciar a la vida, puesto que acabará por entender que toda historia que merezca la pena será siempre una historia compleja sin héroes ni villanos, como es la misma vida siempre que uno no caiga en el engaño de lo tendencioso. Poco importa entonces que Daniel Saldaña necesite cincuenta páginas para hacer salir de la habitación a su personaje, o que la trama avance conforme avanzan las conversaciones familiares. Y sí, “el linaje es una cosa cabrona, tan cabrona como el destino”, pero porque el linaje es sentirse descastado. En las indagaciones, Camilo va completando el retrato global, incluido el suyo. El asunto comportará traca final. En medio de todo ello, se acaba entendiendo una época, se reconstruye una ciudad y una forma de hacer política. Pero sobre todo, se acaba aceptando casi como una nueva necesidad que puede haber testamentos que dejen ideas antes que enseres o inmuebles. Ideas como “la certeza de que existen formas de vida más allá de la avaricia y el miedo”. Sin forzar la moraleja, no es pequeña lección para una vida. Ni para una novela.

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Autor: Daniel Saldaña París. Título: Los nombres de mi padre. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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