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Diarios, de Rosa Chacel

Diarios, de Rosa Chacel

Seix Barral publica en un solo volumen los diarios de Rosa Chacel, un hito de la literatura española del siglo XX. Esta edición reproduce el texto fijado por Carlos Pérez Chacel y Antonio Piedra (Fundación Jorge Guillén, 2004) dentro de la obra completa de la autora. La labor de Elena Medel ha consistido en la relectura atenta, adaptando a las actuales normas ortográficas —conservando los recursos tipográficos con los que Chacel matizaba su intención: cursivas, comillas, signos de puntuación— y ajustando ciertas confusiones. También registra el contexto, tanto en el propio cuerpo de los diarios —especificando a qué título se refería con expresiones recurrentes como el libro, o aclarando la identidad de un nombre de pila— como en las notas para entender su presente desde el nuestro, sin ánimo biográfico. En el caso de las personas más populares, las notas ahondan en su relación con Chacel; en el de las menos familiares hoy —en especial quienes compartieron sus años en Argentina y Brasil—, ofrecen datos que las sitúen.

En Zenda reproducimos el prólogo escrito por Elena Medel a los Diarios de Rosa Chacel (Seix Barral).

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Cierto sentido de conjuro

Una sonrisa cordial, nada de gestos impropios: la lógica dicta que ofrezcas tu mejor imagen. Sin embargo, los espacios ajenos a las convenciones, esos que dañan —a ti, al resto— porque dañan sus aristas, brindan la mejor imagen verdadera. Desde esa honestidad planteó Rosa Chacel el retrato suyo que ofrecen estas páginas: áspero, cómodo —disculpen el juego— en la incomodidad. En la incomodidad propia, porque reveló detalles que la fragilizaron o la perjudicaron, y en la incomodidad ajena, depositando en quien lee la carga del testigo: quizá lo que te cuenta preferirías no saberlo. En el ciclo diarístico de Alcancía, en sus novelas y ensayos y poemas y memorias, Chacel se negó a la complacencia. No aspiró a la satisfacción trivial ni al cumplimiento de las expectativas, o sí, pero de otra forma: desde el rigor del lenguaje y el pensamiento —innegables tres niveles en cada uno de sus textos: qué, por qué, cómo—, desde el compromiso de quien requiere atención porque responderá con excelencia. De luces y de sombras, de coherencia en su literatura y de tensiones en su vida, de grandísima literatura, se compone este reflejo que Chacel decidió para sí.

La biografía de solapa enumera fechas, títulos, lugares. También ella los recordará a menudo: el simbólico año de su nacimiento, la mala salud de la infancia y el traslado a Madrid, la primera vocación del arte, el encuentro con el pintor Timoteo Pérez Rubio, las estancias en Europa —Roma con él, Berlín sin él—, el nacimiento de su hijo Carlos. Antes las tertulias, entonces los primeros libros, y después la vida quebrándose: la guerra, el exilio en Grecia y en Suiza, en Francia, la errancia entre Buenos Aires y Río de Janeiro, la necesidad de vincularse con el sistema literario en España —y su desconexión con los de Argentina y Brasil—, el sueño americano, la duermevela hasta volver a Río y hasta instalarse en Madrid, la productividad de los setenta y ochenta, su contacto sin jerarquías con las generaciones jóvenes —y el peso del escalafón con sus coetáneos—, sus intentos y sus anhelos, lo que sí y lo que no. El amor, la maternidad, la amistad, la experiencia intelectual, el desafío creativo, el cuerpo, el paso del tiempo, la memoria, la soledad, la incomprensión. Los conflictos. Las conversaciones: la certeza de decir, y obtener una respuesta de aquellos con quienes escogió medirse. James Joyce. José Ortega y Gasset. Gómez de la Serna, aquí Ramón. Marías, siempre Julián.

"Encontramos a Chacel antes de cumplir cincuenta y cuatro, en su exilio en Buenos Aires, separada —en lo geográfico, al menos— de Timoteo Pérez Rubio y atenta a su hijo Carlos"

Este volumen abarca las tres entregas del ciclo Alcancía. Las dos primeras las publicó Seix Barral en 1982, al cuidado —esto— de Chacel: Ida, que abarca entre 1940 —o más bien 1952, porque apenas recoge dos entradas de 1940 y un apunte minúsculo de 1946— y 1966, y Vuelta, entre 1967 y 1981. Suma la tercera y póstuma, Estación Termini (Fundación Jorge Guillén, 1998), que recoge los diarios desde 1982 hasta 1994, con edición a cargo de Carlos Pérez Chacel y Antonio Piedra. La autora no alude a una escritura diarística previa, pero sí a una libreta con los sueños de los meses de Berlín, en 1933, que por su contenido rompió «al salir de Nueva York» (20 de octubre de 1962). Varias de las constantes de Alcancía: sueños —metafóricos, literales—, frustraciones, traslados, sucediéndose durante más de cuarenta años. Encontramos a Chacel antes de cumplir cincuenta y cuatro, en su exilio en Buenos Aires, separada —en lo geográfico, al menos— de Timoteo Pérez Rubio y atenta a su hijo Carlos, estudiante universitario, mientras intenta ganar dinero —traducciones, artículos— para su hijo y para ella, y asentar su carrera como escritora, desgajada de España y sin los interlocutores que desea en Argentina; y nos despedimos de la escritora poco antes de sus noventa y seis, instalada desde hace veinte en Madrid, enferma pero planteándose aún nuevos proyectos, lamentando que «a la nada no se le puede añadir un poco más de nada» (26 de diciembre de 1993). Para Chacel, Alcancía supuso una pieza relevantísima en su literatura: nutricia para cuanto escribía mientras escribía estos diarios, confluencia de sus intereses —estilo y pensamiento, una vez más, vida y literatura—; de lectura y vigencia independientes de sus otros libros, y clave —por los pasadizos, por las confesiones— para desentrañar algunos misterios de su narrativa.

"De ahí, entonces, el dilema que proponen estos diarios: presentándose como evidente escritura autobiográfica"

En su introducción a Alcancía, Chacel especificó que presentaba unos «diarios íntimos»; es decir, subrayó el carácter propio de aquello que había decidido compartir. ¿Cuánto de íntimo contienen estos diarios, y cuánto de privado? No actúan como sinónimos. Advirtió el 26 de enero de 1968: «decidí no tocar jamás en este cuaderno nada que ataña a lo personal; íntimo o como se quiera llamarlo. Me limitaré, de ahora en adelante, a las cosas —temas o sucesos— de orden intelectual». Chacel se sirvió del silencio —de la elipsis— cuando abordaba cuestiones de intimidad auténtica, demasiado particulares como para legarlas por escrito: su matrimonio con Timoteo Pérez Rubio, las relaciones juveniles de su hijo, la noticia de algunas muertes, ciertas personas a las que nombra planteándose si algún día logrará escribir sobre ellas. De ahí, entonces, el dilema que proponen estos diarios: presentándose como evidente escritura autobiográfica, ¿no guarda más secretos aquí que en el resto de su obra? En este sentido, ¿desvela una mayor privacidad en Desde el amanecer o en la trilogía Escuela de Platón, o incluso en novelas menos frontales en ese sentido, como Memorias de Leticia Valle o La sinrazón, porque se cobija en la ficción?

"Escribió sin regularidad, porque algunos años se condensan en unas pocas entradas, y otros abarcan con minuciosidad páginas y páginas"

Chacel abordó sus diarios en sincronía con la realidad: escribió en un momento parejo a aquel en el que sucedía lo que se contaba. Sucedió un desánimo ante el libro que tocaba en ese momento, una sesión de cine, un esbozo que valdría para más que los cuadernos, nombrados según quienes se los regalaban. Escribió sin regularidad, porque algunos años se condensan en unas pocas entradas, y otros abarcan con minuciosidad páginas y páginas. Desconocemos si Chacel arrancó este diario con la intención de publicarlo —el 2 de abril de 1955 mencionaba la fascinación de su amigo Vito Pentagna por los de André Gide—, pero en algún momento desechó la posibilidad de que se tratase de un espacio para sí, y lo planteó no ya como obra en marcha, sino como obra de la obra en marcha. En este sentido, tenemos constancia de su «intervención» en las versiones que entrega de Ida y Vuelta; no así de Estación Termini, de cuyo contenido se encargaron su hijo Carlos y Antonio Piedra. Por las consecuencias de la publicación —enfados, incomprensiones— de los dos primeros libros, contadas al inicio del tercero, sabemos que había eliminado algunos fragmentos por consejo de Luisa Elena del Portillo —y que otros también delicados, al no conocer Luisa Elena a las personas sobre los que trataban, permanecieron—, y que Pedro [Pere] Gimferrer también lo revisó; es decir, que a esa primera omisión de cuestiones privadas en los cuadernos se sumó esa revisión para borrar o relajar los pasajes más controvertidos. De estos diarios impresiona su crudeza: contra la propia Chacel, en primer lugar. Su exigencia consigo era absoluta. Le importaban cada idea y cada palabra, jamás perdió la fe en su talento; tampoco ocultó su decepción ante los rechazos —«haber llegado a los sesenta y ocho años sin tener un editor, sabiendo escribir el castellano “con propiedad y correctamente”, es cosa que no le pasa a cualquiera, pero yo preferiría una situación menos excepcional; preferiría que mis cosas se imprimiesen modestamente, se echasen a la calle y viviesen su vida. Parece ser que esto me está vedado» (12 de abril de 1967)—, su rabia cuando el resultado no le satisfacía o cuando en la etapa última asistió al reconocimiento de sus compañeros de generación, y de la generación siguiente, y no al suyo, merecido. E impresiona la crudeza, retomando, contra el mundo: en su juicio inmisericorde, salvaje, de las actitudes de los demás, de sus fallos y de sus virtudes. Casi nadie escapa, casi nadie se salva.

"Porque en estos diarios se habla de los libros que se escriben mientras se escriben, pero también de los que no se llegaron a escribir"

Estos diarios no separan la vida de la literatura: tampoco la entretejen, porque las conciben como un todo. El 27 de julio de 1967, inmersa ya en La confesión, señaló Chacel: «Reservaré para este cuaderno las cosas que son marcadamente concomitantes con cosas mías. Las otras, las de valor general, es posible que las incorpore al estudio de las confesiones. Si entreviese alguna probabilidad de publicación, metería ahí —aunque solo fuera como sugestión para un estudio más largo— algo de lo planeado sobre el amor». En ocasiones, Chacel entendió los diarios igual que un testamento, y de hecho emplea esa expresión; otras veces los usó como campo de pruebas, porque lo que no se apunta —recuerda— nunca llegará a ser, y en cierto modo ensayó temas para libros futuros, y armó una caja negra en la que recuperaba fragmentos y sensaciones de los pasados. Su prosa aquí es y no la del resto de sus libros, mantiene la densidad en sus conceptos y la fluidez en la forma, aunque se permite otra relación —¿más lúdica?— con la oralidad; excluyo el lenguaje de sus poemas, que siempre he concebido más cercanos a su faceta como artista —por el vínculo que establece con la imagen— que a su corpus escrito. Alcancía nos muestra su proceso de escritura, la severidad con la que afrontó cada libro —diez años para La sinrazón, más de veinte entre la primera mención a Barrio de Maravillas y su publicación—, cómo planificaba a qué se dedicaría y también de qué forma —cómo, cuándo— presentarlo. Una de las muchas lecturas posibles de estos diarios obedece a las circunstancias de escritura: cómo los libros de Chacel que conocemos —cuáles, cómo— los marcaron las durísimas condiciones materiales de su exilio, prolongadas a su regreso a España. Porque en estos diarios se habla de los libros que se escriben mientras se escriben, pero también de los que no se llegaron a escribir: obras de teatro y guiones de cine que no superaron el bosquejo, cuentos posibles que la acompañaron durante décadas, novelas que se empezaron y nunca se acabaron, mientras calculaba con cuántas reseñas pagaría un billete a Río para visitar a su familia, o se lamentaba del tiempo invertido en arreglar una chaqueta, porque no alcanzaba el dinero para comprar una nueva o encargar esa labor a otra persona.

(…) Previno Chacel al entrar en sus diarios: «He enarbolado la palabra alcancía con cierto sentido de conjuro». La magia fatal de lo que se reclama, porque se desea, y a veces se consigue, y duele, y a veces no se obtiene, y duele más.

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Autora: Rosa Chacel. Título: Diarios. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros.

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