Foto de portada: Paco Navarro
En esta conversación con el escritor y guionista Edu Galán, Ana Belén repasa su trayectoria vital y profesional, donde ha habido muchos éxitos y algún fracaso, y donde ha llevado en paralelo sus dos carreras artísticas: la de cantante, que ha desarrollado con su compañero de vida, Víctor Manuel, y la de actriz de teatro y de cine.
A continuación reproducimos el prólogo y varios fragmentos de Diez horas con Ana Belén (La Fábrica).
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MONUMENTO
«¡Monumentoooo!», gritaba José Luis López Vázquez a las suecas en múltiples fantasías sesenteras del desarrollismo. En ese cine español comenzó la carrera de Ana Belén y, si consiguiésemos abarcar toda su obra con una mirada, habría que gritárselo a ella. Monumento feliz, aguante del tiempo, alma limpia, qué tía. Suena a 1965, Zampo y yo, pero en esa niña, María del Pilar Cuesta Acosta, ya habita buena parte de la que hoy conocemos como Ana Belén. En esta entrevista desborda su entusiasmo infantil: por su familia, por sus amigos, por su oficio. Obsesión, miedos, atrevimiento y dedicación plena. No hay otra forma de moverse entre lo suyo: sabiendo de su compromiso. Así se entiende ella. Más allá de la política, del feminismo, de la memoria, de la justicia social: compromiso artístico y vital.
Al preparar esta conversación, las diez horas que iba a pasar con ella se me hacían el Everest. Finalmente, fueron el monte Naranco de Oviedo: asequibles, finitas y con sidrerías antes de llegar a la cima. Más allá de la pantalla, su música repiquetea. Y cuánta: Balancé, España, camisa blanca, Agapimú, Lía, La banda, Yo también nací en el 53, A la sombra de un león, Arde París… No me abandonaban esos ritmos, esas letras, mientras ella hablaba de su infancia en la calle del Oso, de su novio Víctor Manuel o de sus peripecias en la dirección de Cómo ser mujer y no morir en el intento. Y yo, protegidito tras las cámaras y monitores que interpuso el equipo con tal de no quedarnos abrumados ante tanto talento. «Reivindico el espejismo / de intentar ser uno mismo / ese viaje hacia la nada / que consiste en la certeza / de encontrar en tu mirada / la belleza». Eso escribió su amigo Aute. En resumen, eso digo: Ana Belén.
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EL ENCUENTRO CON VÍCTOR MANUEL
—En 1969, Roberto Bodegas se pone en contacto contigo para rodar Españolas en París.
—Cuando estaba preparando la película, vino a verme actuar en el teatro. El guion era del propio Roberto Bodegas y de José Luis Dibildos. Concretamente, la historia cuya protagonista luego interpreté yo, la de una chica que estaba sirviendo en París, era una aportación de Bodegas. Era una historia real que él había vivido junto con esta chica. La verdad es que yo entonces no pensaba en hacer cine.
—¿Por qué no?
—Porque tenía el recuerdo de mi experiencia en el rodaje de Zampo y yo. Conociendo el mundo del teatro por dentro, incluyendo el que se hacía para televisión, no me apetecía nada volver al cine.
—¿Cómo lograron convencerte?
—Después de verme en el teatro, Roberto contacta conmigo, me cuenta el guión y me explica lo que quiere hacer. En ese momento pienso: «Si en algún momento quiero volver al cine, esta sería la película indicada». Efectivamente, así fue. Era una película madura que nos hablaba de la emigración. Casi todos habíamos vivido en nuestras casas experiencias parecidas, de modo que, de alguna manera, la historia de esas cuatro españolas en París era un tema que nos interpelaba a todos.
—¿Cómo recuerdas aquella experiencia?
—Me acuerdo del rodaje perfectamente. Me veo en París la noche anterior a empezar a rodar y diciendo para mí: «Voy a volver a trabajar en el cine, pero aquí, ¡en París!». Al mismo tiempo, allí no dejaba de ser una cateta, cosa que vino muy bien para mi papel: todo me sorprendía, todo me impresionaba. Me sentí muy protegida, entendida, querida y bien dirigida por parte de Roberto y de todo el equipo. Me quité de encima todos los miedos. Mi regreso al cine no pudo ser mejor.
—Revisando la filmografía de Roberto Bodegas, ¿no crees que merecería más recuerdo y reconocimiento?
—La verdad es que sí. Al cumplirse los cuarenta años del rodaje de Españolas en París, una asociación de españoles que viven allí nos invitó a ir. Fuimos Tina Sainz, Roberto y yo. La asociación, aunque no es solo de mujeres, se llama como la película. Recuerdo que la pasaron en un cine. Fue un reencuentro muy agradable, una gran experiencia volver a juntarnos allí y recordar anécdotas de aquel rodaje.
—¿Pudiste vivir algo del ambiente de ese París del año 1968-1969 o el rodaje no te dejó tiempo para nada?
—Fue un trabajo muy absorbente. Teníamos el tiempo muy medido para rodar todos los exteriores. Había que cumplir el horario a rajatabla, pero al terminar de rodar o los domingos nos dábamos una vuelta. Curiosamente, hacíamos el mismo recorrido que hacían las chachas españolas que trabajaban allí. Los sitios a los que íbamos a bailar estaban llenos de españoles y de marroquíes. También hicimos mucho turismo. Íbamos juntos Tina, Máximo Valverde y yo. Nos alojábamos en un hotel de la rue Mont-Thabor, cuyos dueños eran españoles, supongo que exiliados. Todos los españoles que pasaban por París paraban allí. Tuve la oportunidad de conocer a Antonio Pérez, todo un personaje, que trabajaba por aquel entonces en La Joie de Lire, una célebre librería donde todos los españoles iban a comprar los libros que estaban prohibidos en la España franquista. Tras regresar a España, Antonio Pérez montó su propia fundación y ahora tiene un museo en Cuenca, al lado del Museo de Arte Abstracto. Roberto Bodegas lo sacó en la película, también a Rogelio Ibáñez, hermano de Paco Ibáñez, en un momento de borrachera por París. Una noche, paseando por Saint-Germain, nos pilló una manifestación y fue una emoción tremenda vernos envueltos en ese tumulto con la policía y con las carreras de aquí para allá, hasta que el jefe de producción, con muy buen criterio, nos convenció para salir de allí.
—En el rodaje de Españolas en París coincides con Tina Sainz, con quien luego has mantenido una relación de amistad.
—La conocía de la televisión, pero nunca habíamos trabajado juntas. Al coincidir en París inmediatamente hicimos buenas migas. Luego hemos compartido muchas cosas.
—Dos años después, en 1971, participas en una obra de teatro titulada Sabor a miel, junto a Laly Soldevila y Eusebio Poncela. Por azares de la vida, estando de gira con esa obra, conoces a un señor asturiano de nombre Víctor Manuel.
—En efecto, en aquella gira conocí a Víctor. Miguel Narros era el director y la obra se montó en menos de veinte días. Estrenamos en el Teatro Beatriz, salimos de gira y terminamos la temporada en Madrid. Para entonces, ya no venía con nosotros Laly Soldevila, cuyo papel había pasado a interpretarlo Trini Alonso. Al llegar a La Coruña, concretamente en el Hotel Atlántico, ella nos presentó.
—Si no me equivoco, él estaba entonces de gira con Julio Iglesias, ¿verdad?
—Así es. Cada uno en su estilo, eran ya por aquel entonces dos cantantes con mucho éxito. Estaban haciendo una gira por Galicia. Llegamos a la recepción del hotel y allí estaban los dos. El caso es que Trini conocía a Víctor y nos presentó. Me cayó muy bien y le invité a venir a la función de esa misma noche, pero tenía concierto y no podía. Aun así, seguí insistiendo para vernos después de mi actuación y de su concierto. Al final, quedamos en un sitio, una especie de discoteca, pero me hizo muy poco caso. En un momento dado, me dijo: «Sé que vas a hacer una película con un paisano mío, Gonzalo Suárez». Y ahí quedó la cosa. Para cuando fuimos a Mieres con nuestra función, Víctor ya había conocido personalmente a Gonzalo Suárez y al productor Oriol Regàs en Barcelona; le habían ofrecido hacer el personaje masculino de la película. Estando en Mieres, me llaman de la publicación Asturias Semanal para hacernos un reportaje. Entonces, es cuando me entero de que Víctor también está allí. En ese reportaje se cuenta que los dos vamos a participar en la próxima película del asturiano Gonzalo Suárez.
—O sea, un entrelazado casi mágico.
—Totalmente. Por casualidad, Víctor estaba en aquel hotel de Barcelona donde Gonzalo y Oriol habían ido a tomar un café. Se lo encuentran allí y deciden ofrecerle el papel. Víctor les pregunta si se trata de un musical y al decirle que no, que no va a tener que cantar, acepta la propuesta. A veces en la vida es todo tan absurdo…
—¿Víctor había interpretado antes algún papel en el cine o en el teatro?
—No, él no es actor. En broma, siempre dice que es como Grace Kelly y que al casarse conmigo le retiré del cine.
—Antes de esa película ya habías trabajado en Aunque la mona se vista de seda, de Vicente Escrivá, junto a Alfredo Landa y Manolo Summers.
—Una película con guión de Summers. No la quería hacer, pero me vi obligada porque mi representante ya la había firmado. Al menos tuve la oportunidad de conocer a Summers, que fue muy amable y simpático conmigo. No es una película a la que le tenga especial cariño. La hice con el piloto automático puesto.
—Todo lo contrario de Morbo, de Gonzalo Suárez. Supongo que esta película sí te apetecía hacerla por razones personales y también artísticas.
—También artísticas, sí, pero al saber que iba a trabajar con Víctor pensé: «Esta es la mía».
—¿Cómo fue la experiencia de trabajar con esa dupla tan potente, creativamente hablando, formada por Gonzalo Suárez y Oriol Regàs?
—Fue un rodaje muy agradable. Había terminado ya la gira de Sabor a miel. Era octubre, en la Costa Brava aún hacía buen tiempo y no quedaban veraneantes. El hotel lo teníamos en Sant Feliu de Guíxols y rodábamos en el interior, a pocos kilómetros del mar. Fue una experiencia deliciosa: una población costera que se queda vacía al llegar octubre, cuando todavía hace buen tiempo, con esos atardeceres del Mediterráneo…
—¿De ahí ya salisteis como pareja Víctor y tú?
—El último día en Sant Feliu dije para mí: «Sí o sí». Fuimos a cenar Víctor y yo. Muy raramente bebo, pero en aquella ocasión bebí y me puse bastante contenta. En un momento dado, me declaré. Creo que él debía de esperarlo, puesto que no me costó ningún trabajo. Hasta ese día él estaba un poquito reticente porque tenía novia.
—¿Has vuelto a ver Morbo?
—Hace mucho que no la veo. Un día me la encontré haciendo zapping en la televisión y creo que, a pesar de ciertas cosas que se han quedado un poco desfasadas, todavía aguanta. Víctor lo hizo lo mejor que pudo, pero la verdad es que no tenía ninguna herramienta como actor.
—En Morbo trabajasteis con Michael J. Pollard, nominado al Oscar en 1968 como mejor actor secundario por su papel en Bonnie & Clyde.
—No tuve mucho contacto con él. No sé qué fumaba o qué bebía, pero llegaba desatado al rodaje. Venía tan pasado de rosca que llegué a pensar que no iba a ser capaz de terminar las pocas sesiones que tenía que rodar. Luego, en pantalla, su cara era una barbaridad, con esa sonrisa medio bobalicona y, a la vez, con esos ojos que daban miedo.
—Al poco tiempo, Víctor y tú decidís casaros en Gibraltar.
—Una noche que volvíamos de salir por ahí, Víctor me iba a dejar en casa. Venía con nosotros un gran amigo suyo, el pintor Miguel Ángel Lombardía. A Víctor y a mí nos costaba separarnos al despedirnos y Miguel Ángel dijo: «Iros a vivir juntos o casaos ya de una vez». Irse a vivir juntos en aquella época era algo bastante difícil y tampoco nos queríamos casar. En cualquier caso, se trataba de no darles a nuestros padres demasiado disgusto, así que decidimos casarnos por lo civil, algo que en aquel momento era muy complicado en España. Nos sugirieron que fuéramos a Gibraltar, donde no había que hacer tantos trámites. Te casaba en inglés un señor que hablaba con acento andaluz. Como entonces la verja estaba cerrada, tuvimos que ir allí desde Tánger, donde cogimos un avión. Al día siguiente regresamos a Tánger ya casados. La familia venía con nosotros: sus padres, los míos, Miguel Ángel Lombardía y mis dos hermanos. Esos fueron los testigos del enlace.
—¿Estabas contenta?
—Lo recuerdo todo muy bien, fue muy divertido. Cuando mister Pardo, el juez que nos casó, dijo «ahora… los anillos», resulta que no los habíamos comprado. ¡No teníamos anillos! ¿En qué estaríamos pensando cuando fuimos hasta allí para casarnos? Por suerte, Víctor llevaba puesta la misma chaqueta verde que llevaba en Morbo, donde interpretábamos a un matrimonio. Para la película nos habían hecho unos anillos y, por pura casualidad, Víctor los llevaba en un bolsillo de la chaqueta. Así nos casamos, con los anillos de Morbo.
—Unos anillos de atrezo.
—En realidad, daba lo mismo, porque nuestro matrimonio en España no era válido.
—¿Hicisteis viaje de novios?
—A los tres días de regresar a Madrid nos fuimos en un jeep que tenía Víctor a Francia para ver a unos tíos suyos que vivían allí. Seguimos por toda la costa hacia Italia y llegamos hasta Venecia, donde pasamos unos días. Después fuimos a Génova, allí cogimos un ferri hasta Barcelona y luego de vuelta a Madrid. Todo esto con la particularidad de que al salir de nuestra casa en Madrid, la casa de Víctor, unos paparazzi nos estaban esperando en la puerta. Nos siguieron hasta Francia porque pensaron que nos íbamos a casar allí; no sabían que ya nos habíamos casado. Cuando vieron que no nos casábamos, nos dejaron en paz.
—¿Fue vuestra primera experiencia con los paparazzi?
—Bueno, fue la primera experiencia con dos personas muy pesadas siguiéndonos en un coche. Ya nos habían visto juntos en una discoteca, pero aún no tenían muy claro que fuéramos pareja. Víctor me había escrito «Canción para Pilar», pero no sabían exactamente quién era esa Pilar de la que habla la canción. Alguien debió de dar el chivatazo y, al salir de viaje, nos estaban esperando.
—¿En ese momento tú ya querías ser madre?
—No, me daba un poco de miedo el embarazo. Luego quisimos tener un hijo y fuimos a por él. Estuvo muy bien tenerlo siendo aún jóvenes.
—¿Qué sentiste la primera vez que escuchaste Canción para Pilar?
—Me sentí muy halagada, pero también me dio un poco de pudor. Siempre me ha pasado lo mismo cada vez que Víctor ha escrito una canción en la que, de alguna manera, me haya podido ver reflejada. Es muy hermosa; además, Víctor también se retrata en ella como el hombre feminista que es.
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BULOS, BOMBAS Y CENSURA
—Una vez casada, ¿cómo decides retomar tu faceta musical?
—Durante los cuatro años que formé parte de la compañía del Teatro Español, me llevaba mi guitarra al camerino. En los tiempos muertos entre función y función, me dedicaba a tocar. Cuando hicimos Sabor a miel, Miguel Narros había incorporado un grupo de rock en un lado del escenario. Al comenzar la función, tocaban A Taste of Honey, canción que yo cantaba. Luego, en el entreacto, había un momento en el que medio gritaba, medio cantaba. Cuando salíamos de hacer las dos funciones diarias, íbamos al Whisky Jazz Club, donde Tete Montoliu tocaba con su trío. Un día me acerqué a preguntarle si yo podría cantar algo. Me dijo que subiera al escenario y me preguntó: «¿Qué quieres cantar?». «Summertime», le dije. Y la canté.
—A pesar de meterte de lleno en el teatro y en el mundo de la interpretación, ¿nunca dejaste de cantar?
—No, siempre seguí cantando. Cuando conocí a Víctor, él estaba haciendo un disco y me pidió que le acompañara en una canción como segunda voz y coros. Grabamos juntos en el estudio. Luego nos fuimos a México para hacer una obra de teatro musical escrita por Víctor en la que yo cantaba. No pudimos volver a España por motivos de censura y pasamos allí seis meses. Tuvimos la suerte de poder hacer una serie de programas musicales en los que cantábamos los dos. Después de aquella experiencia, al regresar a España, Víctor me dijo: «Tienes que grabar un disco». Me escribió unas canciones maravillosas, eso fue lo que me llevó a decidirme. Entonces le tenía mucho miedo a retomar mi faceta musical; mucho más del que tuve a la hora de volver a hacer cine.
—¿Por qué?
—Porque no controlaba el mundo de la música. La experiencia musical que había vivido siendo niña no tenía nada que ver con la música que yo escuchaba y de la que me sentía cercana. No sabía qué tipo de música podía cantar. En eso Víctor estuvo atinadísimo y me compuso unas canciones con las que me sentí muy a gusto. Ahí empieza realmente mi aventura musical.
—Vuestra segunda película juntos, Al diablo, con amor, nuevamente dirigida por Gonzalo Suárez, también es musical. Quizá no funcionó por la polémica surgida a partir de Ravos. ¿Qué pasó?
—Esta vez se trataba de una película musical muy peculiar, un invento especial, divertido y muy loco. Nada que ver con las películas musicales a las que estábamos acostumbrados. Por su lado, Víctor se había animado a escribir el guion de Ravos, una comedia musical en la línea de Castañuela 70, entre sainete y comedia con canción protesta, que fue todo un escándalo y acabó prohibiéndose. Inocentemente, Víctor lo mandó a la censura y se lo prohíben entero. Como se iba de gira por México, decidió que nos fuéramos con él para hacer allí la función censurada en España , con actores mexicanos y dirigida por Miguel Narros. La obra no funcionó. Quizá, si la hubiéramos llevado a teatros universitarios o espacios más alternativos, habría funcionado mejor, pero la representábamos en el teatro Manolo Fábregas, donde se habían hecho musicales tipo My Fair Lady. Es decir, no era el escenario adecuado para llevar un disparate como aquel. Nos fue muy mal, Víctor perdió mucho dinero y a los quince días plegamos. Cuando ya habíamos terminado, nos llegan malas noticias desde España. Mientras estábamos fuera, aquí se había organizado un escándalo: nos acusaban de haber hecho una función en México en la que habíamos sacado una bandera española para ultrajarla, pisándola y tirándola al cubo de la basura. La cosa era muy seria: en aquella época, por algo así te caía un juicio militar. Se publicaron artículos en todos los periódicos diciéndonos de todo… Fue una barbaridad la que se montó.
—Con lo cual os tuvisteis que quedar en México.
—Era imposible volver hasta que no se aclarase el asunto. Afortunadamente, Paco Ignacio Taibo organizó una serie de conciertos en el Canal 8, donde acababa de entrar. Ahí pudimos dar conciertos con otra pareja de cantantes mexicanos, Guadalupe Trigo y su esposa Viola. Luego Víctor hizo una gira por el interior del país. Mientas tanto, aquí en España se seguía intentando desenredar la madeja.
—¿Cómo se desenreda finalmente?
—Alguien empezó a indagar. Resultó que ese guion de Víctor censurado y prohibido lo había filtrado el Ministerio de Información y Turismo. Se lo pasaron a la prensa y alguien anónimo escribió una carta inventándose que en México había pasado esto, lo otro y lo de más allá. Para cuando se descubrió que el autor era una persona anónima, ya se había desatado la polémica. A nivel oficial se aclaró todo y pudimos regresar, aunque tuvimos que pasar por la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Aun sabiendo que había sido un bulo, se dieron el gusto de obligarnos a declarar en la DGS, lo que no era moco de pavo en 1973.
—En estos tiempos en que los bulos son tan habituales, el que sufristeis vosotros fue de libro.
—La diferencia con lo que pasa ahora es que, en aquella época, un bulo de este tipo te podía llevar directamente a un consejo de guerra. Víctor lo tuvo complicadísimo para seguir cantando, le prohibían una canción tras otra. Por mi parte, poco a poco, empecé a hacer cine de forma bastante continuada. Esa fue nuestra suerte.
—¿Es verdad que Julio Iglesias os apoyó públicamente en aquella situación tan comprometida?
—Las dos o tres semanas que estuvimos haciendo la función, coincidió que Julio Iglesias pasó por México. Fue a verla y vino a saludarnos. Cuando se montó aquel escándalo, declaró que él había visto la obra y que no había nada de lo que se contaba aquí. Siempre se lo hemos agradecido.
—¿De toda aquella polémica pudo derivarse el intento de atentado con bombas que os pusieron en Torrelodones?
—Desde la muerte de Franco hasta las primeras elecciones democráticas realmente libres, en España vivimos un tiempo muy difícil en el que murió mucha gente. En todas las manifestaciones había muertos. La extrema derecha tenía muchas conexiones con el poder y campaba a sus anchas. Lo de las bombas en Torrelodones sucedió a comienzos de 1976. ¿Qué haces? ¿Lo denuncias? ¿Dónde acudes? ¿Vas a la comandancia de la Guardia Civil de Torrelodones? ¿Para qué? Años después, en los ochenta, detuvieron a uno de los miembros de la trama implicada en los asesinatos de los abogados de Atocha. Esta persona empezó a cantar y destapó un caso de asesinato en el Retiro, una bomba que habían puesto en el barrio de Malasaña y dos bombas en la casa de Víctor Manuel en Torrelodones. Lo leímos en el periódico, pero nunca nos llamó nadie del Ministerio del Interior ni de ninguna otra institución u organismo del Estado.
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Autor: Edu Galán. Título: Diez horas con Belén. Editorial: La Fábrica. Venta: Todostuslibros.



Dicen que Ana Belén ha tenido muchos éxitos y algún fracaso. Yo he tenido muchos fracasos y algún éxito, y -como dice Pérez Reverte- cada uno tiene el mundo que se merece.