Cuando Peter Palumbo le propuso a Mies van der Rohe que diseñase una torre de oficinas en la City de Londres, no obtuvo una respuesta inmediata. Durante meses, de hecho, fue cambiando las cifras de su oferta, siempre en orden creciente, pero el dinero no parecía impresionar al arquitecto holandés, que no daba señales de vida. Solo cuando ya parecía que nunca existiría aquella torre de oficinas, el arquitecto le envió un paquete al multimillonario británico. En su interior había un picaporte de platino y un cenicero de travertino, acompañados de una nota: «¿Es algo así lo que quiere usted?». Quedó claro que aquel edificio, de llevarse a cabo, no iba a comenzar a construirse por los cimientos ni por el tejado, sino por los detalles. Hay quienes dicen que Mies van der Rohe fue quien dijo aquella frase de «Dios está en los detalles», también hay quienes dicen que fueron Gustave Flaubert y Aby Warburg. La frase, en realidad, la han dicho a lo largo de la historia todos los artistas de carácter, siempre en contra de los monarcas absolutistas, de los nacionalismos e incluso del sistema capitalista. Y la han dicho porque contraviene el posible control del ser humano por parte de fuerzas contra las que él poco puede en solitario, pero a las cuales se opone a través de sus obras creativas, casi siempre más allá del poder, la nacionalidad y el dinero.
Por desgracia para Europa, «Dios ha muerto». No lo digo yo, lo dijo Friedrich Nietszche en La gaya ciencia y antes lo habían dicho Georg Hegel y Fedor Dostoievski. Cuando Dios murió lo cierto es que solo se ausentó. No es que muriese, es que lo dejaron (lo dejamos) de lado. Ya no fue capaz de sustentar los cimientos morales del edificio europeo que había ayudado a construir a partir de la aparición del catolicismo. Sin esos cimientos, debíamos fundar nuestros códigos de comportamiento según otros parámetros; el problema consistía en saber dónde hallarlos y en saber si cuando los hallásemos serían duraderos como lo habían sido los de Dios. Los nuevos códigos parecieron en principio caprichosos, especialmente por la brevedad de su eficacia, porque se cuestionaban una y otra vez, y una y otra vez debían cambiar. Esos nuevos códigos provocaron crisis y guerras, hicieron que se derramase sangre, pero también dieron pie a la creación de la Unión Europea. Gentes tan diversas como los españoles y los franceses, los belgas y los alemanes, hasta veintisiete países hoy en día, nos guiamos por leyes y objetivos comunes, aunque no hayamos perdido por completo nuestras individualidades. Hemos perdido, eso sí, a Dios. Y sin él no somos capaces de hablar con nosotros mismos como lo hacíamos antaño. Nuestro trato con nuestro continente y en general con el mundo se ha visto afectado.
Jon Fosse, en Misterio y fe, dice que «el proyecto de la Unión Europea es antieuropeo: lo europeo es la diversidad, en todos los sentidos, mientras que la Unión Europea es, si no simpleza, por lo menos uniformidad». Su sentimiento es el de cualquier artista, porque un artista vive más allá de las nacionalidades y también más allá de las supranacionalidades. El arte no sigue consignas. Si nace a partir de una nacionalidad, es para escindirse luego de ella. Así es como lo siente Fosse, así es como lo siento yo. Por eso él en este libro desconfía incluso del catolicismo, al cual se entregó a partir de 2013, tras un periplo por la Iglesia Evangélica Luterana y por la religión de los cuáqueros. Odia los lugares donde la gente suele estar de acuerdo, como sucede en las reuniones católicas, «donde —según él— todo el mundo se aburre y todo el mundo está de acuerdo, aunque, en el fondo, no tenga la menor idea de en qué está de acuerdo»; en ese tipo de ambiente se siente muy incómodo. Incluso en los foros artísticos siente esa incomodidad cuando nota un consenso sistematizado entre los participantes, como si cada uno de ellos se olvidase de que la tarea del artista es solitaria para pensar y para crear, seguramente hasta para vivir y respirar. La tarea del artista, para Fosse, no es demasiado distinta de la tarea de Dios, porque solo sucede mientras no está, mientras su presencia no es perceptible y su obra todavía está en ciernes. Cuando la obra está hecha y el artista sale de su aislamiento, de su lejanía, deja de ser artista, se convierte en alguien diferente. Dios se libra de eso gracias a no dedicarse a diseñar edificios ni a construirlos con sus manos, tampoco a componer sinfonías o a escribir novelas o a dar forma a esculturas; se libra de eso gracias a que su obra es el mundo y es una obra infinita y por lo tanto no puede interrumpirla hasta no acabarla, algo que no sucederá jamás o que, de suceder, nosotros nunca llegaremos a verlo. Tal como entiende Fosse el arte ahora mismo, los artistas deberían comportarse como Dios y no salir de su aislamiento jamás porque, cada vez que interrumpen la creación para promocionar o discutir sus creaciones, corren el riesgo de convertirse en cualquier cosa menos en aquello que hasta ese momento habían sido.
A medida que te mueves hacia el norte en Noruega, la sensación de vacío y soledad es mayor, especialmente durante el invierno. El invierno en el norte noruego es muy riguroso, con temperaturas tan drásticas que promueven el aislamiento, la depresión y el alcoholismo. Haugesund queda en el norte del país, por encima del Círculo Polar. Hoy en día tiene 30.000 habitantes; a finales de los 1950s, cuando nació allí Jon Fosse, no llegaba a los 15.000. Durante su infancia leyó mucho y por las noches rezaba con su madre y su hermana, rezos inútiles, porque él, de la misma manera que cree que los niños no deberían ser llevados a misa, no cree que las plegarias tengan sentido hasta que uno entiende de verdad para qué sirven y a quién se dirigen, algo que solo comienza a suceder cuando ya se tiene una cierta edad y uno debe hacer elecciones drásticas. A rezar y aproximarse a Dios ayuda el conocimiento, haber leído a los grandes filósofos y haberse hecho, junto a ellos, las grandes preguntas, sin necesidad de hallar una respuesta. Fosse, sin embargo, salió de una infancia idílica para adentrarse en una juventud dolorosa e incierta. De la noche a la mañana comenzó a salir con jóvenes de su edad, a beber, cantar, fornicar y blasfemar, a cuestionar a sus padres y a sus párrocos. Cada cuestionamiento le obligaba a buscar una nueva vía, y de ahí nació su temprana dedicación a la literatura; primero a escribir novelas, cuentos y poemas, luego a escribir obras de teatro, y desde hace algo más de diez años nuevamente a escribir novelas. Además, estaba la lectura. Las novelas muy pronto las alternaba con las obras de los grandes filósofos. Para él, no existe mucha diferencia entre Martin Heidegger y Samuel Beckett, entre Ludwig Wittgenstein y Knut Hamsun. A la gran literatura la considera filosófica, del mismo modo que a la gran filosofía la considera literaria. Son caminos, diferentes en principio pero que, llegado un momento, interseccionan, casi sin que uno se dé cuenta.
Encontrarme con este pequeño libro de Jon Fosse, Misterio y fe, ha sido como reencontrarme con alguien que yo mismo fui tiempo atrás. Nada en él me resulta demasiado ajeno, salvando las distancias. Me siento identificado con el modo como Fosse ha leído y lee la filosofía, sin necesidad de entenderlo todo (quizás porque en realidad nadie lo hace, nadie lo entiende todo, ni siquiera quien lo escribe). Yo reconozco no entenderlo todo, me deleito en no entenderlo todo. Fosse, en ese sentido, se conforma con entender «lo fundamental de la filosofía, como se entiende lo fundamental de la música o la poesía: escuchando la primera y leyendo la segunda». Todo se vive y se comprende, nos sugiere este libro, a través de nuestros estados de ánimo. Los estados de ánimo cambian, cambian los textos, cambia su interpretación. No siempre entendemos las cosas de una manera racional, en ocasiones llegamos a ciertos conceptos de manera intuitiva, en un estado de trance.
Misterio y fe tiene que ver con la relación de un hombre con Dios, una relación fundamentada en su aspiración de comprender el mundo, quizás para comprenderse a sí mismo. Desde el comienzo, Fosse habla abiertamente de su alcoholismo y de cómo solo al abrazar el catolicismo, tras un colapso físico, pudo dejarlo atrás. El libro, no obstante, rehuye la pornografía emocional y en ningún caso se detiene a contarnos situaciones etílicas. Simone Weil decía que «la gracia llena espacios vacíos, pero solo puede penetrar en nosotros cuando encuentra un vacío para recibirla; y, curiosamente, es la gracia misma la que permite la creación de un vacío». Aunque la frase parece un acertijo, pone de manifiesto algo muy importante con respecto al arte que trata temas relacionados con la religión, y es lo poco fiable que resulta cuando se construye siguiendo una iconografía demasiado marcada (por muy austera que sea) y lo profundamente emocional que es cuando la ausencia de límites narrativos o intelectuales nos permite descubrir que, en efecto, el arte cobra una forma religiosa o de cualquier otro tipo dependiendo de quién sea su espectador, porque solo él le proporciona su verdadero significado. Eso hace que a Fosse no lo lea cualquiera con facilidad e interés, eso convierte a Fosse en una gran oportunidad de hacer que lleguemos a ser lectores especiales.
Yo soy de los que cree que no existe un estilo específicamente religioso o tan siquiera trascendente. Me parece que todo eso tiene más que ver con la actitud, la educación, las creencias, la cultura y las emociones del espectador que con la posible intención del artista o la propia obra en sí. No concibo una técnica religiosa o espiritual, por mucho que los pintores de iconos bizantinos hubiesen desarrollado algo muy similar. Con ello, a pesar de todo, no quiero decir que no existan ejemplos de arte religioso o espiritual; tampoco que no los aprecie o que no me afecten de una manera íntima y profunda. Quede claro, no obstante, que a la gente suele resultarle más fácil asumir películas en las que lo profano adquiere un significado sagrado (o religioso) que viceversa. Por eso acepta Pickpocket (1959, Robert Bresson), Gertrud (1964, Carl Theodor Dreyer) o Stalker (1979, Andrei Tarkovsky) sin apenas recelos; mientras que películas como Yo te saludo, María (Je vous salue, Marie, 1985, Jean-Luc Godard), La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988, Martin Scorsese) o Mary (2005, Abel Ferrara) crean controversia allí donde se exhiben. Todas estas películas demuestran que conlleva menos problemas aceptar los atributos de un santo en un carterista, una mujer adúltera o un guía que aceptar rasgos demasiado humanos en la Virgen María, Jesucristo o María Magdalena.
Jon Fosse, en Misterio y fe, resulta cualquier cosa menos kitsch, como podrían serlo Quo vadis? (1951, Mervyn LeRoy), Los diez mandamientos (The Ten Commandments, 1956, Cecil B. De Mille) o Ben-Hur (1959, William Wyler), películas que acentuan la iconografía católica, como si intentasen adecuarla a un gran espectáculo. Los asuntos de Dios nunca han gozado de buenas relaciones con el cine, con el arte en general. Cuando no han caído en la ingenuidad, ha sido el exceso de severidad lo que los ha malogrado o han quedado en simples productos de tono camp. Eso no quita para que pintores como Giotto, los grandes maestros de los iconos bizantinos o Zurbarán; cineastas como Ingmar Bergman, Robert Bresson o Carl Theodor Dreyer, y algunos escritores como Georges Bernanos, Marilynne Robinson o Jon Fosse nunca hayan dejado de cuestionar los límites de la representación, con imágenes faltantes y sobrantes que indican que podemos ver todo de más y de menos. No buscaban ni buscan imágenes bellas sino imágenes justas, como diría Serge Daney. Ver para ellos se transforma en un ejercicio en el que lo importante es saber hasta dónde hacerlo y por qué. Descubrir dónde responde el porqué. Si uno sabe rastrear los límites (y limitaciones) de su técnica, enseguida se da cuenta de lo que viene a continuación: ese punto ciego adonde no se puede llegar pero donde aun así está lo que falta. Siempre a partir de uno mismo pero siempre fuera de uno mismo. Como dice Fosse en este libro, «lo sagrado solo se muestra si está escondido. El viento de lo sagrado solo puede notarse, no decirse».
El multimillonario británico Peter Palumbo también rezaba cuando era pequeño, aunque no lo hacía con su madre, solía hacerlo solo. Después de misa, cuando ya estaba en la universidad de Eaton, se reunía con sus compañeros en un aula donde uno de sus tutores, de cuyo no nombre no puedo acordarme, les proponía que imaginasen posibles conversaciones entre viejos y nuevos artistas, entre los pintores Jan Van Eyck y Jackson Pollock, entre los arquitectos Karl Friedrich Schinkel y Mies van der Rohe… Esas conversaciones imaginarias le permitieron darse cuenta de cuáles eran los elementos clásicos y modernos que utilizaban los artistas para relacionarse con lo sagrado, con Dios. Mies van der Rohe, que se consideraba a sí mismo espiritual pero no religioso, había diseñado el proyecto Leyendo entre líneas cuando aun era un estudiante de arquitectura. Fue el más votado entre los presentados para reutilizar un terreno en el que se había fusilado a varios centenares de personas en Holanda durante la Primera Guerra Mundial. A Mies van der Rohe le resultó irónico que los miembros del jurado lo considerasen una edificación religiosa, porque el único elemento realmente religioso que poseía era su forma, que imitaba a la iglesia cristiana de un pueblo cercano. «Evocaba —en palabras del arquitecto holandés— la imagen tradicional de un edificio de culto cristiano, pero esa imagen debía desvanecerse acto seguido. Tenía que fundirse con el paisaje y desaparecer. Aquel espacio no servía para ningún tipo culto, tan solo para observar el paisaje. Lo que yo quería sugerir con la desaparición de la imagen de la iglesia es que uno, tras ella, podía volver a ver el mundo de nuevo, en un sentido espiritual que no tenía que ser necesariamente religioso.»
—————————————
Autor: Jon Fosse. Título: Misterio y fe. Traducción: Kirsti Baggethun y Cristina Gómez Baggethun. Editorial: enDebate. Venta: Todos tus libros.
HAY MUCHAS VOCES EN ESTE
ARTÍCULO ; RESCATO QUE
DIOS NO ES IGUAL A
RITUALES TRADICIONALISTAS.
SU ESPÍRITU NO ES
LA RELIGIOSIDAD (MACEDO/
ALSINA 798 , BURZACO.
ESENCIA).
EN UNA PARTE DEL
TEXTO SAGRADO, INEXACTA MI
REPRODUCCIÓN, INDICA
EVITAR LA REPETICIÓN DE
PALABRAS.
DIOS ES IMPORTANTE PARA
LA FILOSOFÍA, INCLUSIVE
DESDE SU GÉNESIS LA
CUAL QUISO DESPRENDERSE DE LA
MITOLOGÍA Y LA FE.
arché SIGNIFICA MUCHO.
NIETZSCHE HABLÓ DE UN
DIOS EN CONTEXTO
EUROPEO (NO SÉ EN QUÉ AÑO).
FUE SU TEORÍA.
DIOS ESTÁ EN EL UNIVERSO , NO
EN UN
CONTINENTE EXCLUSIVO.
EN ESTE PUNTO, LA CIENCIA
per sé QUEDA INCOMPLETA
PARA RESPONDER (WOOOWWW!!
EL TEXTO DE FRAN
COPENHAGUE TILL SOBRE EL
BOSÓN DE HIGGS) AL IGUAL QUE
LA FILOSOFÍA. “EL ORDENADOR”
EN LA OBRA DE UN
SOCRÁTICO.
DIOS SUMADO AL
VERBO = ABARCAN TANTO
QUE LO ES TODO.
Parafraseo a Hilario J.
Rodríguez
DIOS COMO PALABRA ,
COMO IDEA , COMO ALCANCE.
arché
ápeiron
Logos / logos
Verdad
“EL ORDENADOR”
EL HOMBRE :
– “PAQUETE DE ÁTOMOS” ( DEL
ARTÍCULONDE COPENHAGUE TILL.
CIENCIA).
EL HOMBRE DESDE
EL POLVO DE TIERRA.
EL HOMBRE CON SU ALMA
INTELIGENTE Y
SINTIENTE (CORAZÓN) DEJÓ
DE SER INERTE PARA TENER
VIDA GRACIAS AL “ALIENTO”
DIVINO.
LA MUJER, DE SU COSTILLA.
Esencias: TEXTO
SAGRADO , MACEDO Y AFLUENTES.
NO TENGO UNA OPINIÓN
POSITIVA RESPECTO A LOS
sofistas.
LA RENUENCIA NOS
HACE ESCÉPTICOS.
TAL VEZ , EXISTAN TANTAS
TEORÍAS (SIGNO GRIEGO
QUE SIGNIFICA RESULTADO
DE MIRAR CON DETENIMIENTO; YO
ASUMO :LA OBSERVACIÓN
CURIOSA . Esencia: ULISES
ADRADOS, FILO).
LA MAYÉUTICA
SOCRÁTICA (EL MÉTODO
EMPLEADO POR ERICA CON SUS
ALUMNOS) NOS SEA ÚTIL.
“DIOS ESTÁ EN LOS
DETALLES”
Flaubert,
Novelista de Francia / Mies van der
Rohe , Arquitecto / Warburg, Aby
Pensador y el encargado de
relacionar sucesos de diferentes
tiempos a partir de imágenes. Resignificación del
ANACRONISMO.
“LA RELACIÓN DE UN
HOMBRE CON DIOS, UNA
RELACIÓN FUNDAMENTADA EN SU
ASPIRACIÓN DE COMPRENDER EL
MUNDO, QUIZÁS PARA
COMPRENDERESE ASÍ MISMO”.
Hilario J. Rodríguez sobre
Fosse
ESE HOMBRE HUMANO
CUYA ALMA ESTÁ
ENCERRADA EN SU CUERPO (PLATÓN),
ALMA INTELECTUAL Y,
A LA VEZ , SINTIENTE.
HUMANO CREADO POR UN
SÉQUITO DE DIOSES
SUBALTERNOS DESDE LA
FILOSOFÍA PLATÓNICA (“TIMEO”).
HUMANO QUE ,CON EL
PASO DEL TIEMPO , EVOLUCIONÓ
DE LOS HABITANTES
DEL ECOSISTEMA ACUÁTICOS
(PECES); DESDE LA FILOSOFÍA
DE ANAXIMANDRO (PRESOCRÁTICO/
NATURALISTA / TEORÍA
PARALELA A LA RELIGIÓN Y LA
MITOLOGÍA).
HUMANO , VARÓN , DESDE EL
POLVO DE TIERRA. HUMANO,
MUJER , DESDE LA COSTILLA
DE AQUELLA PRIMIGENIA
ESCULTURA REALIZADA POR
EL ARTISTA DIOS
ASOCIADO AL VERBO COMO
UN TODO. MI
INTERPRETACIÓN , SIENDO LA
FUENTE , EL SAGRADO TEXTO.
EL USO DE LA PALABRA
POR DIOS Y TODOS LOS
QUE QUEREMOS , TAMBIÉN ,
COMPRENDER COMO FOSSE.
PARAFRASEANDO A TIMEO,
ELLAS TIENEN FAMILIARIDAD
CON LO QUE QUIEREN
EXPRESAR.
EL ápeiron NO DEFINIDO E
ILIMITADO ; NECESARIO.
Desde un presocrático.
El Autor para Platón.
El ORIGEN EN SINCRO
CON EL VERBO PARA LA FE.
SI ALGO ENTIENDO ES
PORQUE ME DOCUMENTÉ Y
EXISTEN ENORMES PROFES.
“EL MUNDO ESPIRITUAL
DIRIGE / ORDENA AL MUNDO FÍSICO”.
Esencia: Los Hombres &
Mujeres de Alsina 798.
“TODO SE VIVE Y SE
COMPRENDE , SUGIERE FOSSE , A
TRAVÉS DE NUESTROS
ESTADOS DE ÁNIMO. LOS
ESTADOS DE ÁNIMO CAMBIAN,
CAMBIAN LOS TEXTOS,
CAMBIA SU
INTERPETACIÓN. NO
SIEMPRE ENTENDEMOS LAS
COSAS DE UNA MANERA
RACIONAL ,EN OCASIONES
LLEGAMOS A CIERTOS
CONCEPTOS DE MANERA
INTUITIVA, EN UN
ESTADO DE TRANCE”.
Hilario J. Rodríguez
ESTADO DE TRANCE :
AUSENTARSE DEL
MUNDO TERRENAL PARA
SER “TRASCENDENTALISTA”.
“TRASCENDENTALISTA:
ALGUIEN PARA QUIEN LA EXPRESIÓN
COMUNICATIVA EN PALABRAS NO ES FÁCIL Y OPTA POR
MATERIALES ARTÍSTICO. O SEA,
AQUELLOS ELEMENTOS
MÁGICOS QUE DESNUDAN LA
TOTALIDAD DE LO QUE SE
QUIERE DECIR.
TRASCENDENTALISTA: SER
COMUNICADO CON DIOS”.
ES MI INTERPRETACIÓN
A PARTIR DE HILARIO J.
RODRÍGUEZ ESCRIBIENDO
SOBRE FOSSE.
PARA PLATÓN (PORQUE
A ESTA ALTURA NO CREO
EN UN TIMEO DE CARNE Y ALMA), LAS PALABRAS TIENEN
ALGUNA RELACIÓN FAMILIAR
CON AQUELLO QUE SE
PRETENDE DECIR.
NO CORTANDO EL HILO
CONDUCTOR :
“también las cosas
están en las palabras
por su ausencia”.
María Negroni “tomada” por
Patricia Crespo cuando
escribió sobre Panayótova
Ángeles López , cuando ‘atrapó’ a
Kiyoto Murata, escribió sobre
LA VOZ HABLADA: LA
INSUFICIENCIA DE LA
PALABRA HUMANA HABLADA.
(No es textual).
Concluyo: LA PALABRA ES
EXISTENCIA. EL SILENCIO O
PALABRA AUSENTE PONE DE
MANIFIESTO ; HABLA.
AQUELLOS TRASCENDENTALISTAS
QUE HACEN USO DEL
ARTE CREAN IMÁGENES A SER
INTERPRETADAS POR OTROS.
ESA INTERPRETACIÓN PUEDE
HABILITAR EL PENSAMIENTO.
EL PENSAMIENTO SE FORMA
DE PALABRAS E IMÁGENES
SENSORIALES PUESTAS EN
PALABRA. DIÁLOGO
INTERNO.
PARA PLATÓN , EL CUERPO
HUMANO INTERACTÚA CON
SU ALREDEDOR Y DE ELLO
NACEN LAS
IMPRESIONES. SI LOS
AGENTES EXTERNOS TIENEN
VIGOR , LAS MISMAS
VIAJAN AL INTELECTO ( LA
PARTE QUE RAZONA DEL ALMA)
Y ENVÍA RESPUESTAS EN
FORMA DE SENSACIONES
AGRUPADAS EN DOS
GRANDES CONJUNTOS DE PLACER O DOLOR.
A VECES NOS PASA MUCHO COMO
A ESA MUJER DE KIYOTO
MURATA. ESE MUCHO SON
PALABRAS.
ES MI IDEA.