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Discurso ficticio por el Premio Nobel de Literatura (imaginario)

Discurso ficticio por el Premio Nobel de Literatura (imaginario)

Señoras y señores:

Cuando yo era niño decía que iba a ganar el Premio Nobel de Literatura, y eso enfadaba en mi casa. Sólo un amigo, que comía algunas veces con nosotros, me defendía: “Si lo tiene tan claro, dejadle en paz.” Pero todos ellos tenían razón; era una pretensión muy soberbia la de que iba a ganar algún día el Premio Nobel.

Ahora que lo he ganado y que debo pronunciar un solemne discurso no sé por dónde continuar. Sabía desde hace muchos años cómo empezar —como lo he hecho—, pero no cómo continuar. Puedo decir ante todos ustedes que la literatura, que siempre ha sido para mí un motor de vida, algunas veces se me ha aparecido como algo vacío, poco práctico y sin sentido, aunque debo decir que todo ello siempre era transitorio para mí porque la literatura contiene, al final, como una caja preciosa, lo que más amamos, y asimismo puede ser expresión de las más vigorosas denuncias. La literatura tiene una fuerza insospechada incluso para el que la ejerce, para el que la realiza, siendo éste realizado, siempre, por ella misma también, lo que a mí se me antoja de una gran hermosura.

"Dinero, como decía Stevenson, no he recibido mucho, o tardé en recibirlo, pero a quién le importa el dinero cuando su espíritu es grande y distinto, original"

Stevenson recomendaba en un ensayo, a un joven, seguir el camino de las letras, porque era el que más satisfacciones le iba a proporcionar. Dinero no supone mucho, le decía Stevenson, pero su ejercicio es el más gratificante que existe, porque la recompensa está en ella misma, en el propio ejercicio de ella misma. Yo doy fe de que esto es así. Para mí escribir ha sido una fiesta, y muy diferente a medida que me iba haciendo mayor. Leer ha sido un constante descubrimiento de que otros existían, de que se parecían a mí, siendo también diferentes, y que al mismo tiempo tenían mucho que enseñarme, todo en un proceso que nunca ha estado exento de diversión, yo diría que de regocijo. Gracias a la literatura he conocido mucho de lo que más quiero y a muchas de las personas que más amo.

Dinero, como decía Stevenson, no he recibido mucho, o tardé en recibirlo, pero a quién le importa el dinero cuando su espíritu es grande y distinto, original, cuando su espíritu pertenece a una comunidad excelsa. Y no me refiero, por supuesto, a una comunidad nobiliaria, o a una alta clase social, sino a las gentes que formamos la Literatura, a través de las lenguas, las culturas, los países y las épocas.

Cuando tenía treinta años no conocía a nadie entre mis amigos que ganara menos dinero que yo. Mis colaboraciones periodísticas, que tanto esfuerzo me costaba escribir y publicar, estaban mal pagadas, y debía de dar gracias de que me las publicaran. Cuando publicaba un cuento, saltaba de alegría, y me cansaba de escribir críticas de libros, mientras que de las entrevistas apenas celebraba el hecho de conocer gente interesante. Y el aprender de esas personas, mucho, eso es verdad.

"Tardé mucho en independizarme, aunque a mí no me importara demasiado porque vivía en la Literatura, en la casa de la Literatura, de los libros, propios y ajenos"

La carrera de un escritor es lenta y se hace a costa de un penoso y a la vez placentero camino, muchos pasos que dan mucha ilusión hasta que se dan, para luego con frecuencia perder interés, hasta que llegan nuevos pasos, y nuevas desilusiones, también nuevas ilusiones. Imagino que esto ocurrirá también en cualquier otra profesión. Sin embargo no estoy seguro de que escribir sea una profesión, o no sólo es eso.

Me costaba mucho publicar mis libros, y me costó que confiaran en aquéllos que no llevaban en la portada un tema particularmente famoso, atractivo o comercial, aunque todo lo que hice forma parte de mi obra y de mi esfuerzo, y no reniego de ninguno de ellos, por supuesto, porque todos me enseñaron, todos me divirtieron y cada uno de ellos supuso algo importante para mí en cada momento. La más humilde crítica cinematográfica publicada en un pequeño periódico universitario fue importante para mí, y lo sigue siendo.

He tenido mucha suerte. Mi familia me ha ayudado mucho, y también los amigos, en primer lugar mis maestros, que también fueron grandes amigos, pero lo que tengo me lo he ganado a pulso, me temo. No puedo evitar decirlo. Aunque con ayuda de muchos, es cierto, y lo repito. Tardé mucho en independizarme, aunque a mí no me importara demasiado porque vivía en la Literatura, en la casa de la Literatura, de los libros, propios y ajenos, de mis autores favoritos. Pero debo resaltar como se merece que no hubiera sido lo que he podido ser sin el apoyo de mis padres, sin su apoyo, paciencia y cariño.

"Mi historia, como seguramente la de casi todos los que han recibido este premio, es la de un hombre con una profunda vocación"

Los pasos que he dado en mi carrera lo han constituido las editoriales en las que publicaba, los periódicos o revistas que aceptaban mis artículos, o las instituciones donde impartí clases o pronuncié conferencias, así como la calidad de mis escritos, algo en buena parte subjetivo, sin duda, incluso para mí.

Esto no lo debería decir, pero siempre tuve la certidumbre de que me iría bien, quizá porque la propia ruta me lo iba diciendo, la propia ruta era satisfactoria, como ya nos había advertido Stevenson. Los sinsabores de la literatura tenía que soportarlos, pero llevaban al triunfo, y el triunfo en la escritura es escribir lo que uno desea, gozar con ello, y llegar a los lectores, entrar en auténtica comunicación con ellos, en cierto tipo de comunión, también, enriquecerse en el mejor sentido de la palabra. El triunfo es hacer algo que te llene, que lo que hagas te llene, hasta los topes, y que los rebase. Para ser mejor escritor y mejor ser humano. El triunfo es poder ofrecer algo valioso a nuestra comunidad, con peso, con alcance, y para mí la comunidad pronto fue todo el mundo, porque desde pronto me gustó tener amigos extranjeros, dirigirme a ellos, aprender con su conversación y con sus textos, y poder ofrecerles algo a ellos en compensación. Nuevas palabras, nuevos textos, nueva vida.

La principal recompensa que obtuve fue, siempre, la de poder ejercer este oficio para el que estaba llamado, y lo digo sin ningún tipo de oscurantismo o ritualismo, pues esta inclinación o especial capacidad —muchos hablan de don; yo me resisto a aceptarlo— puede ser obra de la biología, o de la química, simplemente.

Pero he de reconocer, que al trabajo del escritor, o del periodista que también soy, muy personal, acompaña otra dimensión, por decirlo de algún modo: el reconocimiento social. Nuestra sociedad, misteriosamente, admira el trabajo artístico, aunque luego lo pague mal, salvo excepciones, quizá porque la primera y mayor recompensa para el escritor consista en poder sentarse frente al ordenador, el cuaderno o los folios, a escribir, y el escritor no suele ser un buen negociante o negociador.

Creo que ya se desprende un detalle esencial de estas palabras. Mi historia, como seguramente la de casi todos los que han recibido este premio, es la de un hombre con una profunda vocación. Y una vocación es algo irremediable, algo que nos aboca a una actividad, y no a otra, mejor dicho, no a otras, porque es la concentración en una actividad que excluye todas las demás, la que nos da la vida. Se pueden realizar muchas actividades y trabajos, pero éste de la escritura permanecerá a lo largo de los años, y en cierto sentido será como una obligación, un destino.

Esto no siempre es sencillo ni agradable, aunque yo creo que tiene final feliz, al menos en cuanto a resultados se refiere. Soy positivo en este tema.

"A mí me gustaría pensar que aquellos que me han otorgado este altísimo honor han pensado en mí por más cosas que por escribir palabras"

Para muchos este premio es una especie de meta, de llegada, también de destino, pero no quiero que lo sea para mí, o sólo en parte. Todos los escritores sueñan con obtener el Premio Nobel, pero no puede ser éste el embalsamamiento de una pluma, y de un ser humano; más bien todo lo contrario: nos debe dar alas, alas para escribir aún mejor y para ser todavía mejores. Cuando lo ganó mi compatriota Camilo José Cela —sus libros acompañaron mi infancia—, Gabriel García Márquez, otro Nobel de Literatura, dicen que le escribió una nota que decía: “Ya puedes dejar de pensar en el Nobel.” Y es cierto que puede ser como una tenue obsesión que se pasea, inadvertida con frecuencia, por la mente. Pero uno no se puede detener en ningún premio, por muy importante que sea. Sería hacerle un flaco favor al propio premio.

A mí me gustaría pensar que aquellos que me han otorgado este altísimo honor han pensado en mí por más cosas que por escribir palabras. Quiero pensar que esas palabras que yo he escrito han servido para algo, que han inspirado buenas acciones, y buenas obras, literarias y humanas en sentido amplio. En el mejor sentido de la palabra humano.

Quiero pensar que he hecho en mi vida algo más que generar signos en el papel y en las pantallas, aunque eso también sería hermoso, acaso lo más bello tratándose de alguien como yo, como esta persona que ahora se dirige a ustedes. Para mí la palabra siempre ha sido acción, y siempre fue una feliz circunstancia, un punto de partida, y un punto de llegada, también un viaje.

Para terminar diré que la humanidad está en movimiento, en perpetua construcción: todos lo sabemos. Ojalá yo haya sido una pequeña, minúscula pieza en esa ciudadela, quizá insignificante en su tamaño, pero sólida, fiable y funcional. Ésa es mi esperanza hoy.

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