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Dorothy Stratten, una víctima de su exmarido

Dorothy Stratten, una víctima de su exmarido

Todos rieron (1981) es una de las mejores comedias de Peter Bogdanovich. Y es mucho decir, considerando aquellas excelentes aportaciones al género, protagonizadas por Ryan O’Neal, que este realizador, a quien creímos uno de esos cineastas desgarrados en su primer gran éxito, La última película (1971), filmó en los años 70. Hablamos de cintas como ¿Qué me pasa, doctor? (1972), una de las mejores screwballs de la historia; Luna de papel (1973), una comedia dramática sobre la Gran Depresión que dio a conocer a Tatum O’Neal —la hija de Ryan— y le valió el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto cuando solo era una niña de diez primaveras; y Así empezó Hollywood (1976), un acercamiento a los albores del amado cinematógrafo, cuando esa exhibición en grandes salas, que ya parece estar tocando a su fin inexorable en nuestro infausto tiempo, aún estaba por llegar y en Estados Unidos las películas se veían en nickelodeons.

Casi siempre destartalados almacenes, los nickelodeons acogieron las proyecciones en los primeros diez años del amado siglo XX. Al módico precio de un níquelmoneda de cinco centavos— proyectaban sin cesar cintas de dos rollos, cuyas secuencias descubrían al respetable la alegre vitalidad del mejor slapstick. Caluroso homenaje a quienes pusieron en marcha todo aquello, Así empezó Hollywood —cuyo título original es Nickelodeonfue una comedia cinéfila. Como también lo fue, de otro modo, ¿Qué me pasa, doctor? Las screwball, a las que Bogdanovich fue a rendir tributo en su primera colaboración con O’Neal, fueron esas comedias alocadas con las que Howard Hawks —La fiera de mi niña (1938), Luna nueva (1940)—, Preston Sturges —Las tres noches de Eva (1941), Un marido rico (1942)— y otros maestros estadounidenses animaron los sombríos años 30 y 40.

"La promiscuidad que nos presenta Todos rieron era algo común tanto en España como en la Nueva York en que transcurre la cinta"

Sin embargo, Todos rieron fue la primera comedia en la que Bogdanovich volvía su mirada hacía el aquí y el ahora de hace cuatro décadas. Ni cinefilia ni revisiones agridulces de la Gran Depresión. Todos rieron puede entenderse como un apunte costumbrista sobre la levedad de los amores —léase relaciones sexuales— a comienzos de los años 80. De ahí que no sólo sea una de sus mejores comedias, sino que también es una de las más personales y singulares. La gracia y el buen tono con los que se alude en sus secuencias a la infidelidad se encuentran en la línea de La regla del juego (1939), la obra maestra del gran Jean Renoir.

Como es sabido, la trama de Todos rieron gira en torno a una agencia de detectives, la que dirige Leon Leondopoulos (George Morfogen). Lejos de esos turbios crímenes que resuelven estos investigadores en la novela negra, la gente de Leondopoulos se dedica a los trabajos más comunes en su oficio: la búsqueda de pruebas de las infidelidades conyugales. Lo que ya debe de ser menos frecuente es que los detectives se enamoren de las mujeres que vigilan con la facilidad que lo hacen los protagonistas de Bogdanovich. Tiene su explicación: más que de amores, el cineasta viene a hablarnos de la liviandad de las relaciones sexuales en esa época. Aún faltaban unos años para que comenzara a saberse de los primeros casos de SIDA y, finalmente, tras siglos de interdicciones y ocultamientos, la liberación sexual había alcanzado su apogeo, de modo que la promiscuidad que nos presenta Todos rieron era algo común tanto en España como en la Nueva York en que transcurre la cinta. De hecho, el drama, los problemas, surgen cuando John Russ (Ben Gazzara) se enamora de verdad de Angela Niotes (Audrey Hepburn). Al final, todo queda en nada entre ellos. Una brevísima lágrima y una triste sonrisa bastan para la despedida.

Aquella fue la última película de la maravillosa Audrey. Entre ladrones (1987), un telefilme que protagonizó para Robert Young y la actuación estelar que llevó a cabo para Steven Spielberg en Always (1989), son minucias que no cuentan en la relación de títulos protagonizados por ella. Así pues, la filmografía de madame Hepburn quedó cerrada en Todos rieron.

"La fatalidad se cruzó en su vida en aquel sitio, el día en que Snider entró como cliente"

Como también lo hizo la de Dorothy Stratten. Y eso sí que fue una pena. Porque a diferencia de Audrey, la actriz más seductora y elegante de la pantalla de su época, todo un icono del amado siglo XX, Dorothy era una joven de veinte años. Aún se quitaba el chicle antes de dar los besos con esa gracia de las chicas de entonces cuando fue brutalmente asesinada por su exmarido, un canalla que respondía al nombre de Paul Snider, que no estaba dispuesto a que Dorothy le dejase por Bogdanovich. En efecto, la joven había iniciado un romance con el cineasta quien, con posterioridad, cuando la realidad superó a la ficción y aquellos romances livianos desataron un drama que en la película no aparece ni por asomo, reconoció que buena parte del personaje de Dorothy, Dolores Martin, estaba basada en su experiencia con la actriz y en la de ésta con Snider.

Canadiense de nacimiento, Dorothy Stratten vino a ese mundo que habría de ser tan cruel con ella en la Columbia Británica en 1960. Su vida fue todo lo normal que suele serlo en la chica más guapa de su colegio. Ésa fue ella en la Centennial High School de Coquitlam, su ciudad de residencia, mientras compaginaba sus estudios con un empleo a tiempo parcial, como vendedora de helados, en un establecimiento de la franquicia estadounidense Dairy Queen. La fatalidad se cruzó en su vida en aquel sitio, el día en que Snider entró como cliente. Cautivado con la belleza de la muchacha, le dijo que era propietario de varios clubes. Ciertamente, acabaría siendo uno de los socios de un club de strippers masculinos, pero cuando conoció a Dorothy sólo era un proxeneta ocasional de Vancouver. El caso fue que regaló el oído de la muchacha con las clásicas músicas del estrellato y la fama y acabó camelándola por completo. La maldición de aquella reina de la belleza del instituto comenzó entonces. Snider la convenció para hacerse unas fotos desnuda. Como Dorothy aún era menor según las leyes canadienses, Snider se las ingenió para que la madre de la futura actriz diera su consentimiento.

Cuando el futuro asesino mandó los desnudos de la futura actriz a la revista Playboy, en la redacción, literalmente, alucinaron. Aunque era difícil de imaginar, habida cuenta de las exuberancias de algunas de sus playmates (modelos), la filosofía de la célebre publicación de Hugh Hefner era mostrar los encantos más íntimos de aquéllas que bien podían haber sido la chica de al lado del lector. La desdichada Dorothy, con todo ese magnetismo de las chicas más guapas de su colegio, aquellas que se sacaban el chicle de la boca antes de ir a dar un beso, bordaba el prototipo.

"Playmate de agosto de 1979, aquel reinado en las páginas centrales de Playboy abrió a Dorothy de par en par las puertas de las dos pantallas estadounidenses"

Corría agosto del 78 cuando la incipiente estrella cruzó las cataratas del Niágara y se instaló en Los Ángeles. Unos meses más tarde su descubridor y futuro verdugo iba tras ella. Se casaron en junio del 79. Con el cuento de que además del marido era su representante, comenzó a vivir a costa de ella. En Playboy, donde fue una de sus chicas más queridas y lloraron su asesinato mucho más que en la pantalla estadounidense, le dieron trabajo como conejita en el Club Playboy de Los Ángeles. Sus compañeras de entonces, playmates como Roxanne Katon y otras reinas de las páginas centrales de la revista, simpatizaron de inmediato con Dorothy. Les enternecía ese pudor que aún conservaba ante los desnudos. Fueron ellas, pero también Hefner en persona, quienes le advirtieron de lo peligroso que era el comportamiento de Snider con ella, quien, ya en Los Ángeles, resultó ser un estafador además de un proxeneta.

Playmate de agosto de 1979, aquel reinado en las páginas centrales de Playboy abrió a Dorothy de par en par las puertas de las dos pantallas estadounidenses. Tanto fue así que antes de que acabase el año 79 participó en tres películas y dos series televisivas; eso sí, de calidad dudosa todas ellas. A destacar, básicamente por lo premonitorio que habría de resultar su título, la última: Demasiado hermosa para vivir. Se trataba de un dramón de Lloyd A. Simandl sobre una de esas reinas de la belleza del instituto, incorporada por Dorothy, que es secuestrada para ser sometida a una cruel disciplina.

Elegida Playmate del año 80 por los lectores de la revista, antes de iniciar el rodaje de Todos rieron, la finada fue la Galaxina de la cinta homónima, una comedia de ciencia ficción de William Sachs, otra cinta dudosa. Y es que la suerte de la incipiente actriz fue tan triste que, tras una sucesión de títulos menores, le quitaron la vida cuando acababa de interpretar una obra maestra.

Dorothy Stratten y Peter Bogdanovich

Trasladada a Nueva York para trabajar con Bogdanovich, el cineasta no tardó en caer perdidamente enamorado de ella. En efecto, tuvieron una historia mucho más grave que la protagonizada por Dorothy en la cinta. Y sí, la secuencia en la que se saca el chicle de la boca para besar a Charles Rutledge (John Ritter) consta en el florilegio de la comedia romántica.

"Peter Bogdanovich, que la quiso de veras, requirió tratamiento psicológico para superar el trance. No solo le dedicó Todos rieron, también escribió el epitafio de la tumba de su actriz"

La realidad superó a la ficción cuando Snider barruntó lo que ocurría entre su exesposa —ya estaban separados— y el cineasta. Lejos de conformarse con una de esas sonrisas con que se acaban los amores en Todos rieron, cuando les supo de regreso en Los Ángeles, el 13 de agosto, la convenció para que fuera a su casa para resolver los últimos acuerdos de la separación. Aunque el abogado de la actriz le había prevenido sobre el peligro que correría en un posible encuentro con su exmarido, ella hizo caso omiso a la advertencia y fue a verse con Snider.

Según la reconstrucción policial de los hechos, él la descerrajó un tiro con una escopeta. Cuando comprobó que la había matado, dirigió el cañón del arma hacia su frente y también se convirtió en un asesino de sí mismo. El hecho de que los dos cadáveres estuvieran desnudos dio pie a numerosas especulaciones. Sí, se dijo que el asesino ultrajó a su víctima después de haberle dado muerte.

Peter Bogdanovich, que la quiso de veras, requirió tratamiento psicológico para superar el trance. No solo le dedicó Todos rieron, también escribió el epitafio de la tumba de su actriz. Para ser exactos, escogió un fragmento de Adiós a las armas (1929), la célebre novela de Ernest Hemingway. Una nieta de este último, Mariel Hemingway, fue la intérprete que en 1983 protagonizó Star 80, la cinta que Bob Fosse dedicó a la tragedia de Dorothy Stratten. Hay quien dice que, a raíz de aquel trabajo, la carrera de Mariel sufrió su propia maldición, como si el sino de Dorothy la hubiese alcanzado. Una tragedia que no mereció la chica más guapa de su colegio.

Ya en épocas más recientes, el recuerdo de su fugaz estrella ha inspirado canciones como The Best Was Yet to Come, de Bryan Adams, y Californication, de Red Hot Chili Peppers.

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