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Dos poemas de ‘Y un después’, de Alejandro Palomas

Dos poemas de ‘Y un después’, de Alejandro Palomas

El nuevo poemario de Alejandro Palomas, Y un después, es una reflexión sobre la soledad que nos asalta cuando nos quedamos huérfanos. El autor piensa en su madre mientras nos habla de la intimidad del duelo y el dolor de la ausencia. Las cinco piezas que componen este libro son, en realidad, un deseo de reencuentro con la progenitora que se fue.

En Zenda ofrecemos dos poemas de Y un después (Letraversal).

***

PIEL

Nací por cesárea.

Llegué dejando cicatriz.          Estrías sobre la piel.

¿Qué son, mamá?

Restos. De cosas.

¿Cosas como qué?

Cosas vivas, memoria.

¿Cosas que pasaron?

Cosas que quedaron.

 

Vivíamos en un pueblo de la costa.

Vacío en invierno, playa en verano.

Mamá nunca usó biquini.

Es por la piel, apuntó la mayor.

Es por las marcas esas, susurró la mediana.

Son como las olas de un dibujo, no me atreví a decir.

Pareces tonto, se rieron.

Un día mamá habló.

Son el rastro de las ballenas al pasar.               Son el primer tatuaje que se hizo el mundo.

Son un código secreto, muy secreto.                Son un cuento escrito en morse.

Son los restos de un naufragio.

 

¿Y duelen? ¿Las estrías?

Era una tarde de mar oscuro.

Olas pesadas como el mármol negro.

Viento roto de arena, sal y aire.

Una tarde de otoño marrón.

Calor de verano, color de invierno.

Recogidas las toallas, retirado el sol al oeste.

Nadie ya a la vista. Esa hora era.

La hora en que los peces se dibujan para los niños.

La hora en que los náufragos pueblan las playas.

La hora en que los faros le arrancan la oscuridad al horizonte.

La hora del frío que enerva la piel.

Esa hora era.

 

Mamá me peinaba.

Y yo me dejaba.

El viento no.

El viento quería llevarnos con él.

 

¿Cesárea qué es, mamá?

Es abrir un regalo con un cuchillo.

 

Había tardes así en otoño.

Todo estaba lejos.

Estaba todo.

Todo lejos.

En el bañador de mamá flotaban los lunares.

Negros sobre fondo rojo.

Planetas, los llamaba yo, y ella se reía.

Les poníamos nombre.

Lucero, Dora, Salomón, Renato…

Los nombres son importantes, decía.

Lo que no se nombra no se ve, decía.

¿Y tus estrías? ¿Tienen nombre?

Mamá no siempre contestaba.

Cuando callaba, el viento soplaba más.

Ella pensaba y yo esperaba.

Tan fácil todo, tan liviano.

 

No hemos vuelto a esa playa.

La playa de las estrías, la llamábamos.

Por la mañana, muy temprano, los tractores dejaban su rastro.

Rastrillaban la arena y la cortaban al bies.

Me cuentan en el pueblo que todavía lo hacen.

Trabajan de madrugada, cuando nadie habla.

Navegan callados, como las ballenas.

A veces veo sus luces desde mi ventana.

Rojas, redondas, lunares flotando sobre un fondo negro.

Ellos rastrillan y mamá no está.

Queda su cama, el colchón con su silueta.

Queda su olor y su rastro en la sábana.

Arrugas en algodón blanco.

Estrías que ya no están.

Al otro lado de la ventana, los planetas.

Una luz fugaz recorre en arco el universo.

El filo de un cuchillo.

 

¿Cesárea que es, mamá?

Cesárea será irme.

 

Cesárea será quedarte.

***

MANOS

Guillaume Dupuytren, así se llamaba.

Tejió su nombre en las manos de la humanidad.

Bautizó con él la enfermedad.

Palmas rizadas, arañas de mar.

Estrellas arrugadas boca arriba.

Nudos, redes de pescador bajo la piel.

Mamá envejeció desde las manos.

El diagnóstico le llegó en la madurez.

En su palma una nueva línea.

Perversa diagonal entre el pulgar y el meñique.

 

Mira, decía. Pasa el dedo.

Era un cable de funámbulo, duro como el acero.

Subterráneo, subcutáneo, submarino.

Los años –no la edad– fueron cerrándole los dedos.

Lotos crispados, conchas viejas.

Qué apellido tan noble para un mal tan ruin, decía.

Y también: los nobles, ya se sabe.

 

Dupuytren. Costó aprenderlo.

Tengo Dupuytren, por eso mis palmas se encogen.

Cada vez menos líneas, menos sitio, más pasado.

Mamá decía que de una madre se aprovecha todo.

Como del cerdo, rugía el abuelo.

Papá y el abuelo se reían, carcajadas como nueces rotas.

Uno el espejo exacto del otro.

De una madre se aprovechan todos, corregía la abuela.

Y también: ¿sabes lo primero que se nos gasta a las madres?

Las manos, se respondía mientras me veía merendar.

Antes incluso que el oxígeno, antes que la mirada.

 

Hasta que nuestras manos no notan vuestro peso, no somos.

No hay hijo porque no hay gravedad.

Habrá que seccionar el cable, habló el cirujano.

Ojos azules, dos cuchillos sobre una máscara blanca.

Más que manos, son redes, señora.

Mamá escuchaba sin interés.

Es mío, el cable es mío, se defendía su mirada.

Mío como mis hijos, como mi historia.

Mío como lo que construí de mí con ellas.

Con mis redes sostuve a mis tres hijos al nacer.

Barcos pequeños y frágiles navegando sobre mis estrías.

Mis redes los enredaron a la vida y a mí a ellos.

El cable es mío porque me lo he ganado, doctor.

El de la mano izquierda sujeta el presente.

El de la derecha maneja el timón de lo que vendrá.

Soy vieja, doctor, pero las redes aguantan.

¿Qué es una madre sino red?

Si destensa mis dos cables, me desarmaré.

Desgajada como una marioneta, dijo.

Mis manos arrugadas se quedan.

Se quedaron cuando quisieron cortarlas.

Se quedan ahora.

 

Mamá ha seguido fiel a su noble Dupuytren hasta el final.

A este paso necesitaré herraduras, bromeaba.

Palmas duras como campos vaciados de trigo.

Dos girasoles sobre el blanco de la cama.

Ahora descansan, frías, sobre algodón.

Dos violetas de caramelo.

Tanta ingravidez.

Y tanto pesar.

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Autor: Alejandro Palomas. Título: Y un después. Editorial: Letraversal. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

BIO

Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) es licenciado en Filología Inglesa y Master in Poetics por el New College de San Francisco. Ha compaginado sus incursiones en el mundo del periodismo con la traducción de autores como Gertrude Stein, Oscar Wilde, Françoise Sagan y Jeanette Winterson. Entre otras, ha publicado las novelas Una madre, Un perro y Un amor, con la que ganó el Premio Nadal 2018. En 2016 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con Un hijo, cuya continuación, Un secreto, vio la luz en 2019. Su obra ha sido llevada al teatro y se ha traducido a más de veinte lenguas. Dos de sus novelas, Una madre y Un hijo, han vendido sus derechos para su adaptación cinematográfica. En 2019 publicó el poemario Quiero (Poesía reunida, 2012-2018).

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