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Dr. Kane. El héroe del Ártico, de M. Jones

Dr. Kane. El héroe del Ártico, de M. Jones

El 20 de mayo de 1853, el doctor Elisha Kane capitaneó la Segunda Expedición Grinnel a bordo del Advance. Su misión era rescatar a Sir John Franklin, cuya expedición en busca del Paso del Noroeste nunca regresaría de las tierras del Ártico. Dr Kane. El héroe del Ártico (Uve books), elaborada por M. Jones a partir de los diarios del propio doctor Kane, detalla el viaje de su tripulación y él mismo desde su partida de Nueva York y la odisea que vivieron tras pasar dos inviernos atrapados en el hielo. Las penurias, el hambre, la enfermedad, la muerte y el miedo a lo desconocido son los protagonistas de este libro, junto con los hermosos paisajes del ártico, los nativos y los animales que muestran al lector una aventura de supervivencia y superación que ya forma parte de la historia. Permite, además, conocer en detalle su gran capacidad como líder en los momentos mas adversos. Fue un enorme éxito y Kane, por su constancia, energía y fortaleza, supo conectar con el espíritu de América. El libro marcó el inicio de la investigación científica en la región y fue un espaldarazo a las expediciones árticas americanas.

Zenda publica las primeras páginas.

Capítulo I

Navegando hacia el norte

El 30 de mayo de 1853, una procesión naval fue avistada partiendo del puerto de Nueva York. Se trataba de una pequeña pero robusta nave que, quizá, no tuviese unas líneas tan estilizadas como se hubiese deseado; pero estaba diseñada para los trabajos más duros, su tamaño era admirable para aquellos entendidos en la materia. En aquel momento, avanzaba tras un remolcador de vapor al que estaba enganchada y un buen número de trabajadores de aquella máquina hacían las veces de personal de seguridad. Pasaron lentamente junto a los Narrows, donde fueron despedidos mediante los vítores de la gente que había en la orilla y los de aquellos que observaban desde sus propios navíos anclados en las inmediaciones. Dejaron atrás las fortificaciones y a continuación el faro; entonces, la pequeña embarcación se sintió capaz de avanzar por sí misma. Inmediatamente cortó la conexión entre ella y el remolcador; los tripulantes de este último invirtieron su marcha para regresar hacia la orilla, mientras la nave tomaba rumbo norte en una marcha solitaria hacia mar abierto.

Esta nave era el Advance, que iba en busca de sir John Franklin y sus compañeros, que estaban perdidos en los vastos y helados páramos de las regiones polares.

El Advance tan solo era una pequeña embarcación, pues apenas pesaba cuarenta y cuatro toneladas, pero ya se había ganado una reputación en el Ártico. Su tripulación estaba a la altura: consistía en ochenta hombres contando a su flamante capitán. Su equipamiento y bodega eran simples, aunque se esperaba que fuese suficiente para aquellos rudos aventureros que se habían embarcado en tal expedición. Tenían cinco barcas a bordo, una de las cuales era tan solo un bote salvavidas; varios tablones para cubrir el barco en los periodos invernales (que el barco se quedase congelado allí era parte del plan); caucho, tiendas de campaña y trineos para viajar por el hielo. Sus provisiones consistían en las habituales cecinas de vacuno y cerdo y galletas; noventa kilos de pemmican y gran cantidad de galletas de carne; repollo en escabeche y suficientes patatas secas y otros vegetales cuyo uso, tras permanecer suficiente tiempo en el mar, era el de prevenir ese mal tan común entre los marineros llamado escorbuto. Debería explicarse que el pemmican es carne seca y machacada sobre la que se vierte grasa derretida. Las galletas de carne están hechas a partir de una sopa muy concentrada, sobre la que se vierte harina hasta convertirse en una masa rígida; entonces se enrolla, se seca y se corta como si fuese una galleta, que es de donde adquiere su nombre. Ambas son invenciones estadounidenses para conservar la carne sin utilizar sal.

También llevaban consigo algo de bebida: una cantidad moderada de vino, cerveza y brandi, junto con malta y enseres para destilar nuevos brebajes. Pero nada de esto estaba destinado al uso diario. No se permitía beber nada más fuerte que el café, excepto por orden especial. Por supuesto, tenían suficiente ropa de abrigo, junto con gran cantidad de cuchillos, agujas y artículos similares con los que poder hacer trueques con los esquimales.

Con este cargamento, la pequeña nave partió hacia su peligrosa aventura. Tuvieron un próspero viaje hasta Groenlandia, donde atracaron en uno de sus puertos el 1 de julio con el propósito de conseguir comida fresca para los perros, que habían embarcado en Terranova para tirar de los trineos. Lichtenfels fue donde tuvieron el último contacto con la civilización, allí algunos misioneros moravos tenían un sencillo asentamiento para cristianizar a los nativos.

Se trataba de una vida bastante triste para esa buena gente, atrapada en aquel rincón tan frío del mundo: la capilla y la residencia estaban bajo el mismo techo de aquel anticuado edificio, que tenía algunas ventanas en forma de claraboya, multitud de chimeneas y un campanario. Se trataba de gente muy seria, incluso los niños; pero eran agradables y hospitalarios con sus visitantes, que se marcharon tras una corta estancia llevándose con ellos a un joven esquimal de diecinueve años que haría las veces de cazador y encargado de las provisiones, especialmente las de los perros, ya que para ser de alguna utilidad era obligatorio satisfacer sus voraces apetitos, lo cual no era una tarea sencilla.

Hans Christian, el esquimal, resultó ser un personaje muy importante para la expedición y un gran negociador. De hecho, esto fue evidente desde el principio, cuando el joven insistió en que, antes de marchar, además de sus pagas, se le entregaran a su madre dos barriles de pan (los marineros suelen llamarlos galletas de pan) y cincuenta libras de carne de cerdo. Estaba gordo y era tolerablemente estúpido, excepto cuando cazaba; en aquellos momentos estaba tan «enormemente despierto» como le era posible: capaz de disparar a un oso, arponear una morsa e incluso atravesar un pájaro en pleno vuelo con una lanza.

El 27 de julio, bordeando la costa, llegaron a la bahía Melville, entre los icebergs y una niebla tan densa que apenas hacía posible contemplar la cubierta. Se trataba de una situación incómoda, debían escoger con cuidado su ruta entre estos castillos flotantes y aquello que llaman hielo podrido, es decir, hielo que ha perdido su dureza habitual y se encuentra despedazado y repartido por el agua, ¡una especie de fango hecho de hielo pegajoso y grumos! También se trataba de algo peligroso: en ocasiones, cantidades de aquello, impulsadas por la acción de las aguas, entorpecían el avance del barco. Temiendo esto, el doctor Kane tomó una decisión y se ancló a un iceberg, de tal forma que compartiría su misma suerte. Ese gran objeto flotante podría avanzar por lugares en los que la pequeña Advance se hubiese quedado atrapada; como ya hemos dicho, no era la primera vez que había aplastado el hielo con su proa o había «mordisqueado» aquellas aguas, era algo a lo que estaba acostumbrada.

Engancharse al iceberg era algo mucho más fácil de decir que de hacer; les costó ocho horas de arduo trabajo antes de lograr plantar sus anclas de hielo suficientemente firmes como para que no las arrastrase el temporal que acababa de levantarse. Trabajaron muy duro, pero por desgracia fue en vano; casi cuando ya iban a poder respirar tranquilos, pudieron oír algunos sonidos extraños: algunos fragmentos de hielo comenzaron a desprenderse sobre el agua y, pese a que al momento comenzaron a deshacer el trabajo que les había llevado todo el día para «dejar ir» el iceberg que tanto les había costado amarrar, al poco de alejarse pudieron contemplar cómo, con un gran estruendo, se desmoronaba sobre el agua.

Su siguiente «amarre» a un iceberg fue más afortunado. Siendo conscientes de que el desmoronamiento de una de estas torres podría poner fin prematuro a sus aventuras, esta vez escogieron una más baja y segura para plantar sus anclas y, en su compañía, lograron avanzar lentamente en la dirección adecuada en lugar de ser arrastrados violentamente hacía el sur por la tormenta, precisamente en la dirección en la que no querían ir. Su siguiente misión era abrirse paso hacia el norte para buscar a aquellos ingleses perdidos cuyo destino sería el de no ser encontrados nunca. Tan solo algunos huesos, trozos de ropa y mobiliario y algunos efectos personales fue todo lo que se logró encontrar de Franklin y su tripulación.

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Autor: Elisha Kent Kane. Título: Dr. Kane. El héroe del Ártico. Editorial: Uve Books. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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