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Edu Galán y Darío Adanti (Mongolia): «Nuestra gran victoria es estar en la frontera donde se muestran las contradicciones»

Edu Galán y Darío Adanti (Mongolia): «Nuestra gran victoria es estar en la frontera donde se muestran las contradicciones»

Como aquellos soldados japoneses que, años después de que terminara la II Guerra Mundial, seguían disparando a todo bicho viviente en alguna isla perdida del Pacífico, Edu Galán (Oviedo, 1980) y Darío Adanti (Buenos Aires, 1971) publican en papel la que, junto a El Jueves, es la revista satírica más importante del Reino de España: Mongolia. La criatura de Pere Rusiñol, Fernando Rapa y los ya citados sobrevive en un ecosistema mediático vertiginoso, en el que —ya— predomina lo digital, la digestión rápida y la comida basura. Defecan —metafóricamente, digo— de un modo omnímodo en lo que les indigna, chirría y encabrona. Me recuerdan a Robe Iniesta porque les atizan los del Opus, pero también las hembristas –el feminismo es otra cosa–. Esta cuadrilla temeraria hace oídos sordos a aquel estribillo de Sabina: “¿Cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida, / el mejor dotado de los conductores suicidas?”. Los cuatro conductores suicidas de Mongolia no quieren morir, sino, pese a Ortega Cano, sobrevivir gracias a sus lectores, a sus colaboraciones y a sus espectáculos teatrales. En estas, estrenan su nuevo show, Mongolia sobre hielo, el viernes 19 de octubre —y preestrenan el 12—, en los Teatros Luchana con música de Jorge Ilegal y David Morei.

Y esto último es lo que justifica esta conversación: 

—Acabo de leer Historia de la fealdad, de Umberto Eco. En este libro se cuenta que los griegos y los romanos tenían una tradición satírica y humorística riquísima y que, cuando el catolicismo se convierte en la religión dominante, esa tradición se proscribe, cuando no se persigue, porque los primeros cristianos creían que la risa era cosa diabólica. Todo por un documento apócrifo, la Epístola de Léntulo, donde se decía que Cristo nunca se rió.

"Nada es más corrosivo para lo sagrado que tomárselo a risa. Y la Biblia, sea el Antiguo o el Nuevo Testamento, es un puto cachondeo"

—Galán: La idea de si Cristo se rió o no es absolutamente central en el desarrollo de la teología, especialmente, de la Alta y la Baja Edad Media. ¿Se rió Cristo? ¿Tenía sentido que Cristo se riese? La de la risa es una idea muy complicada, en el sentido de si la risa quita importancia al problema del que se ocupa, cosa que yo creo que no, pero podría. Decía Billy Wilder que sólo hay una cosa peor que tomarse las cosas poco en serio: tomárselas demasiado en serio. Aún así, el loco, clásicamente, se ríe constantemente. De ahí el miedo del cristianismo a que, de pronto, alguien se riese constantemente de lo suyo. Nada es más corrosivo para lo sagrado que tomárselo a risa. Y la Biblia, sea el Antiguo o el Nuevo Testamento, es un puto cachondeo. Hay una figura extraordinaria en Los Simpson, de las más corrosivas, y es la de Nelson. Hace: «AHH-AHH». Eso es matador (risas). Tú puedes decir la frase más concluyente sobre lo que tú quieras, que de pronto te añaden una animación de Nelson haciendo «AHH-AHH», y se derrumba.

—Adanti: En El nombre de la rosa se habla del segundo libro de la Poética de Aristóteles, que nunca se encontró. El cristianismo agarró a Aristóteles pero hizo desaparecer los libros que no le convenían.

—En Historia de la fealdad también se dice que la caricatura vuelve en el Renacimiento.

A: Sí, con la Reforma protestante. La caricatura es la sátira hecha grafismo. Y el problema también de la risa para el cristianismo es que representaba lo que ellos más odiaban: el rito pagano de Dioniso. Lo de la transmutación de la sangre en vino lo toman de ahí. Dioniso era un dios griego pero que, en realidad, venía del Oriente Próximo. Los ritos dionisíacos eran de desenfreno: de bebercio, follar, y hacer comedia. Eso el cristianismo no lo pudo soportar.

—Como las Saturnales de los romanos, ¿no?

—A: Era lo mismo. Lo habían tomado de los Carnavales, que eran las dionisíacas. Y Baco es Dionisos. También algunos lo relacionan con Shiva y con dioses orientales. Parece que la parra y la viña vienen de ahí. 

—¿En qué aguas, antes de zambullirse, meten un cauto dedo?

"Si el objetivo es denunciar una injusticia muy grande, me meto donde sea"

—G: Hostias, qué buena pregunta… Normalmente, en mi caso, personalmente, creo que donde me van a dar la vara. Donde el objetivo no compensa la vara que te van a dar. Si el objetivo es denunciar una injusticia muy grande, me meto donde sea. Por ejemplo, los ancianos que sacaron con la banderita los del procés. Pero en determinadas batallas que sabes que son identitarias, muy pesadas y propias de biencomidos, no me meto. Te llamarán «fascista», etcétera, y no los vas a convencer. Siempre pongo el ejemplo de los asexuales. Hice un par de chistes sobre los asexuales y me llamaron de todo. Entonces, como a cambio de reírte de los asexuales te van a dar la vara sin que cambie el estatus de los asexuales, que es ninguno, por otra parte…

—Son a-estatus.

—G: (Risas) Son a-estatus, gente que vive en la calle Fuencarral de Madrid que dice que no le gusta follar. Pues me parece muy bien (risas). Yo les recomendaría que, por favor, no se publiciten mucho: si están buenas o buenos, igual se los follan.

—A: Esto lo tenían ya los griegos con la comedia. Era el derecho a ofender. Nosotros hacemos sátira. Intentamos meternos con el poder porque hacemos sátira política. Pero la sátira también es social. También podemos meternos y hacer escarnio por costumbres admitidas incluso por nosotros mismos o por nuestro propio grupo de pertenencia. El problema es que estamos en una época donde todo el mundo quiere que le den un trato especial, y ese trato especial exige que no te metas con ellos porque, si haces un chiste, les va a doler un montón. Y es terrible. Es decir, a mí me encanta la tarta de queso, pero no me ofendo cuando hacen chistes sobre la gente que nos gusta la tarta de queso. Tengo pareja estable desde hace quince años, y me parto el culo de risa y yo mismo hago chistes sobre lo patético de la vida en pareja estable. El problema es lo que dice Edu: si ese esfuerzo va a ser malinterpretado y vas a tener una batalla muy cansina, prefiero meterme al final con los poderes políticos, porque te van a dar menos la vara (risas). Pero es una época de hipersensibilidad, es alucinante. Hay una cosa muy errada: la víctima no es más por ser víctima. La ley no tiene por qué tener un trato especial con ella. La comedia no tiene por qué tener un trato especial con ella. La palabra «opresión» es la que más se usa constantemente: los pueblos son oprimidos, las personas, los asexuales, y, ahora, hasta la derecha dice que los heterosexuales son oprimidos. Todo el mundo es víctima, y ahí entramos en conflicto con la sátira.

—G: En principio, y esto es una regla muy general, si eres de clase media o media alta en sociedades occidentales tienes que tener mucho cuidado a la hora de autocalificarte como víctima. O como oprimido. Me daría mucha vergüenza. Viendo cómo es el mundo sin irte muy allá, en la Cañada Real, que no se autocalifican como víctimas, (y lo son, porque tienen que comer)… Tendría cuidado.

"Ignatius es la persona más educada del mundo, incluso tímida, y luego su personaje es un grosero"

—A: Antes, en el instituto, competías a ver quién había hecho la mayor trastada, la mayor picardía; ahora, en la vida general, se compite por ver quién es más víctima. Me ha pasado de hacer un chiste sobre borrachos en la radio y que me escribieran diciéndome «cómo se nota que no has tenido ningún familiar alcohólico». Yo le digo: ¿cómo lo sabes? De hecho, lo tengo. En mi familia tengo muchos alcohólicos, entre ellos, yo (risas). Es alucinante cómo todo el mundo ya da por hecho que el que hace un chiste no ha tenido a nadie con cáncer en su familia, o un infarto… Parece que quienes hacen humor se mantienen como en un núcleo puro y se burlan del resto desde un lugar de privilegio, y no es así.

—G: Hay un poema de Catulo en el que se dice por qué no se distingue entre la persona y el personaje: «Se supone que el poeta debe ser casto / él mismo, aunque sus versos no lo sean». Puedes ser la persona más educada del mundo, y luego ser un gritón o burdo. Ignatius es la persona más educada del mundo, incluso tímida, y luego su personaje es un grosero. 

—El discurso de Mongolia me recuerda al de Robe Iniesta. Creo que organizaciones como Hazte Oír y demás marcas blancas convertirían al líder de Extremoduro en carne de tribunal por canciones como «Jesucristo García» o «El día de la bestia», al igual que las feministas posmodernas, posmodernos o posmodernes, que harían lo propio por piezas tan maravillosas como «Golfa» o «Puta».

—G: Sí. La gran victoria es estar en la frontera. En la frontera donde se muestran las contradicciones de la sociedad, como las que tú planteas. Las de los poderosos y las de personas que no son poderosas pero a las que los poderosos han convencido a través de la simbología. Más que convencido, seducido. Me refiero a los nacionalismos, a diversas identidades… Eso no puede estar ajeno a la acción, digamos, de la sátira, por mucho que sea horizontal, en el sentido de que alguien que ha sido seducido por un trapo pertenece a nuestra clase social, la clase media, pero está facilitando que tipos como Puigdemont se vendan como rebeldes.

—A: Como un anarquista.

—G: ¡Eso es intolerable! Que el escapado y huido Puigdemont, que es un facilitador de la corrupción, de derechas, liberal de la peor especie, que si fuese del PP le escupiríamos en la cara, porque busca, con muchas comillas, la libertad de un pueblo, sea tomado por un anarquista. Eso es absolutamente intolerable. Y eso lo tiene que decir la sátira.

"Mihura decía que la función del humor era chinchar. Me encanta esa palabra"

—A: El problema de la dialéctica del poder en la guerra cultural —de esto se habla mucho—, es que una vez que cae la URSS, la izquierda se ve superada y dice: «¿Cómo vamos a conseguir la revolución? Pues ahora nuestra guerra es cultural». En esa guerra cultural pasa en la izquierda lo mismo que cuando su guerra era económica: tenían un objetivo claro, la oligarquía, pero al final terminan matándose entre ellos. Pasó aquí, en la República, y en las guerrillas latinoamericanas… «Tú, traidor por trotskista», «tú, traidor por anarquista», etc. Ahora, todos los sectores de izquierdas se han volcado en la guerra cultural. Han dado por perdida la batalla física, violenta, por los cambios materiales reales. Lo del independentismo fue una guerra cultural, de relato. Y entonces, en esa guerra cultural, como pasa en la izquierda, el enemigo no es el poderoso. En el caso del independentismo vimos cómo se aliaban con el poderoso para tocar a todo aquel que no estuviera de acuerdo con su relato. Te dicen: «El humor, siempre de abajo hacia arriba». Yo estoy abajo comparado con Puigdemont. No soy un liberal empresario de Convergencia (apadrinado por corruptos) ni vivo en la clase política, pero si yo, viviendo en Madrid, me meto con Puigdemont, que, supuestamente, lucha por la presunta libertad de un pueblo, me estoy metiendo con un pueblo oprimido, según ese relato, claro. Pero yo sigo sin tener el mismo status que Puigdemont y, además, viniendo de CIU, dudo que su lucha sea por la libertad de un pueblo y dudo de que estemos hablando de un pueblo oprimido. Mihura decía que la función del humor era chinchar. Me encanta esa palabra. Es como un niño: «Y esto por qué, y esto por qué…». La función de la sátira es esa. Como la guerra ahora es cultural, todos se toman lo simbólico, la sátira, como un ataque real. Antes pasaban de nosotros. Decían: «Bah, es sólo un chiste». Ahora no, ahora es superimportante y se lo equipara con un ataque real… Y es porque vivimos un tiempo en que la frontera entre lo simbólico y lo real no está clara y donde las clases medias del primer mundo no tienen grandes problemas, como el hambre. Cuando estás bien comido, tu problema empieza a ser las palabras.  Como nadie va a agarrar las armas ni a hacer una revolución…

—G: Hay una cosa muy importante que, en mi opinión, ha denigrado diversas profesiones. Estoy viendo el documental Jane Fonda en cinco actos. Cuando ella pasa de ser actriz de Hollywood a activista, es activista con todas las consecuencias y, hasta cierto punto, deja de ser actriz de Hollywood. A lo que voy, es: cuando eres activista, no eres periodista. Eres activista. No puedes ser periodista-activista. Humorista-activista. El ejemplo de Bono, no me refiero a Jozé

—El cantante.

—G: El cantante. Bono dejó de interesar artísticamente cuando se volvió activista. Últimamente, parece que lo que da valor a tu trabajo es el activismo y no tu trabajo. «Es que es un gran activista, y luego debería hacer no sé qué…». Y se le descarta por activista. ¿No te jode? ¡Claro! A la gente, cuando es activista, se le echa de los trabajos. Porque son activistas.

—A: Si pensamos en la época en que la izquierda creía que, con una lucha directa, podía cambiar materialmente las cosas, los activistas, que no eran activistas, sino trabajadoras o trabajadores lograban centralizar en sus puestos de trabajo, en las fábricas y tal, las voces de sus compañeros. Ahora, activista es una de Hollywood que lucha por los derechos de los de África. Te estás poniendo tú como cabeza activa de una causa, considerando que los que están sufriendo esa causa no tienen la fuerza suficiente. Entonces, desde California o Madrid, te conviertes en portavoz porque tienes tiempo libre y dinero para viajar a África, sacarte la foto, y luego venir a Europa a tocar los cojones. Es muy diferente. Es un activismo paternalista. «Yo, que vivo en Madrid, soy activista. ¿De qué? De la causa saharaui». Y así vives el conflicto y el sufrimiento lejano como turismo comprometido. Al final, compras en edream tu tranquilidad de conciencia.  

—¿Qué es ser «políticamente incorrecto»? ¿Es «políticamente incorrecto» quien aplaude chistes sobre judíos mientras atiza a quien hace chistes sobre negros? ¿O quien hace chistes machistas mientras prohíbe otros, qué sé yo, sobre Franco?

"La corrección política de verdad es la de la derecha, que le ofende que te metas con la familia, con Dios, con la Virgen…"

—A: Total. Estoy muy en contra de la caracterización de la corrección y la incorrección política. La historia de la corrección y la incorrección política es muy curiosa. «Corrección política» se empezó a usar, en realidad, en la Guerra Fría para decir que tú eras el que decía lo que decía el partido. Lo decían los militantes del PC en Estados Unidos. Cuando decías «hay que luchar contra el capitalismo, no sé qué…», te decían: «No seas correcto políticamente». Estabas diciendo la muletilla de propaganda. En Argentina se llama «bajar línea». Se empezó a usar cínicamente, dentro de la izquierda, para criticar a aquellos que eran demasiado orgánicos. A partir de ahí, se deformó en los sesenta a significar, y eso es un poco la historia de la izquierda, «no digas nigger«, «no digas no sé qué, no sé cuánto…». En principio, tiene un valor positivo. Obviamente, si una palabra como nigger, que no se utiliza ya para insultar, sino, casi a modo de estrella de David en la Alemania nazi, para marcar, me parece bien, pero eso se ha trasladado a esta guerra cultural. A mí me han dicho por Internet, en España, «no digas negro», cuando aquí nunca fue un insulto. No es nigger. Nos hemos creído que porque leemos panfletos baratos americanos, que son best sellers, que acá se leen como de ultraizquierda y que son en realidad panfletos del liberalismo de izquierdas americano, sobre la importancia de la palabra, “porque entonces designa que digas nigger y no sé qué y no sé cuánto”, esos panfletos tienen un discurso que no pega aquí. Me dicen: «Tú eres blanco, y no sé qué…». Yo les digo: «No soy blanco. Soy latino, hispano». Y todos los que en España se creen blancos, que vayan a Estados Unidos. En el papelito dice: «hispano, blanco o negro». Y tú eres hispano. En un papelito te ponen que eres hispano. Entonces, se les pega toda esta chorrada y esto lo utiliza la derecha para ridiculizar un ideario de izquierda que era materialista, que era real y que los ponía en peligro de verdad. Como la izquierda ha evolucionado hacia esta guerra cultural absurda, donde las palabras lo son todo, la derecha lo utiliza para señalar la ridiculez de la izquierda. Y eso no me gusta, porque soy de izquierdas. La corrección política de verdad es la de la derecha, que le ofende que te metas con la familia, con Dios, con la Virgen… Hacer “chistes de mariquitas y de putas” era lo correcto políticamente para los sectores conservadores que se reían del diferente mientras que la izquierda los veía como iguales. Entonces, creo que la izquierda le ha dejado servido a la derecha el hecho de que ahora la derecha pueda vender que hacer chistes de mariquitas o de putas sea revolucionario, porque en las escuelas y en las universidades se ha impuesto la corrección política de ser de izquierdas, que en realidad es liberal porque no trata al otro como igual sino que exige respeto por su supuesta diferencia. El liberalismo quiere que respetemos a todos por la diferencia porque todos somos nichos de mercado. Y a mí me da igual lo que tú seas: mujer, hombre, homosexual, heterosexual, blanco o negro…

—Asexual…

—A: (Risas) Lo importante es que somos de una clase social con unas condiciones materiales. Entonces, todo este discurso gilipollas del liberalismo de izquierda americano se ha contagiado y parece que es la única opción. Pero no es izquierda, es liberal, liberal progresista. No son antisistema: son liberales.

—G: Cualquier análisis, digamos, psicológico que no incluya la variable clase social es para cogerlo, hacerlo una bola y lanzarlo a la basura. No se puede hablar de los hombres, las mujeres, los africanos… sin distinguir a los negros pobres, los negros ricos, las mujeres pobres, las mujeres ricas… La variable «clase social» es determinante. Si naces, como ocurrió con Jane Fonda, hija de un actor de Hollywood de clase alta, evidentemente, tienes más posibilidades que si naces en una familia de siete en Senegal. Esto, que parece algo evidente, en los análisis sobre el lenguaje, la sociología o la psicología se olvida.

—A: Dicho esto, todos los movimientos de los derechos civiles en Estados Unidos, del feminismo, del LGTBI en las democracias occidentales, son luchas que hay que hacer porque mejoran objetivamente la condición de vida y libertad de todos. Lo que no pueden esas luchas es dividir, sino unir. Por ejemplo, en la marcha del 8-M se vio una gran unión de clases sociales. Y en Argentina con la ley del aborto también. Esas causas molan y está bien que se lleven a cabo. Lo que no se puede es ingresar en esta guerra cultural a través de una calificación de los demás por la palabra. Cuando la izquierda cae en el mismo puritanismo que la Iglesia Católica… Cuando recuerdo que Franco también prohibía los tacos, las malas palabras, y que ahora lo defiende un sector de la izquierda… ¿No bastó con perder la Guerra Fría? (risas).

 —Vended vuestro libro: Mongolia on ice.

—G: Esto es complicado de vender. Una obra que no se puede grabar. No podemos mostrar nuestro trabajo porque hay partes que, descontextualizadas, no sólo podrían no gustar, sino que te podrían denunciar.

—A: Curiosamente, todo lo que estamos hablando sale en el show.

—G: Nuestro espectáculo es más teatral, dentro de lo teatral que podemos ser nosotros. Nosotros no somos actores.

—A: Manolo Solo me dijo que sí lo somos, que hay actores que han hecho de sí mismos a lo largo de toda su carrera.

—G: Lo nuestro es una forma de expresar mediante ficcioncillas lo que creemos que importa en la sátira.

—A: Acaba de definir lo que es la labor actoral (risas). Te estoy chinchando.

"Me llama mucho la atención que los movimientos de izquierda jamás tienen en cuenta que hay obreros de derechas"

—G: Lo importante: la obra trata de que la revista va muy mal porque hay un gobierno de izquierdas, y entonces, después de haber vivido en la abundancia con un gobierno de derechas, a Darío y a mí se nos ocurre hacer un circo sobre hielo porque hay que diversificar el negocio y remontar esto. Hay cuatro personajes: nosotros dos, que somos empresarios de izquierdas, disfrazados de payasos, etcétera, y dos obreros de derechas, que es una cosa contradictoria.

—A: Pero muy real.

—G: Me llama mucho la atención que los movimientos de izquierda jamás tienen en cuenta que hay obreros de derechas. De pronto, el movimiento del taxi, como son obreros, se ha vuelto, por arte de magia, un movimiento de izquierdas, cuando de toda la puta vida, una parte importante ha sido de derechas. Este espectáculo ahonda más en las contradicciones de la izquierda que el anterior. En Mongolia sobre hielo tocamos cosas muy importantes para el momento actual: por qué la derecha siempre se une y por qué la izquierda siempre se separa, los nacionalismos, si tiene límites el ofenderse o las religiones de izquierdas, como el budismo o las energías, que son una puta vergüenza.

—A: Pero como no son los monoteísmos hegemónicos, pues la izquierda no sólo los ha respetado, sino que un sector ha estado fascinado con ellas. Si haces el cuadro, todos estos síntomas de gilipollez coinciden con un tipo de izquierda característico: la corrección política, más new age, más las nuevas religiones, que sean activistas en lugares burgueses de causas lejanas, que les preocupe más atacar a cómicos que hacer un boicot comercial a los bancos… (risas), es un sector de la clase media que ha firmado con este progresismo liberal americano, y que en Estados Unidos viene pasando desde los sesenta. Pero en España, que siempre hubo una gran tradición del anarquismo, del comunismo… creía que nunca iba a llegar esta gilipollez. Se ha globalizado la tontería. Como se ha globalizado la nueva derecha, la alt right. 

—En este circo, «la crisis de la prensa será una de “las grandes atracciones”, reza su nota de prensa. ¿La prensa de papel se financia con circos?

—A: En nuestro caso, literalmente (risas).

—G: Yo creo que en la prensa de papel y en la prensa en general funcionan mejor las malas noticias que las buenas noticias. La prensa se financia, evidentemente, con circos, con problemas. Un circo es un problema. Lo que vende el circo, como la prensa y los políticos, son soluciones mágicas a los problemas. No hay nada más mágico que, valga la repetición, que el mago, que Ángel Cristo, que era enano, controlando a unos leones enormes.

"En Estados Unidos, Trump ha marcado la agenda de los periódicos. Con un tuit"

—A: Edu: «hombre pequeñito». No se dice enano (risas). Es cierto que la crisis de la prensa, que coincide con la explosión de las redes sociales y la comunicación digital, ha cambiado totalmente el panorama. En Estados Unidos, Trump ha marcado la agenda de los periódicos. Con un tuit. Si la prensa de papel no se hace eco todos los días de algo que está pasando, pierde lectores con respecto a la digital. Entonces, un gilipollas como Trump mandando un tuit ya se convierte en noticia.

—G: Mongolia es algo totalmente independiente. Lo que podemos ofrecer al espectador o al lector es que somos tan imbéciles que lo que vamos a decir no tiene nada que ver con el clickbait. Tiene que ver con lo acertados que creemos que estamos, lo equivocados que creemos que estamos… Es todo honestidad. Somos tan idiotas que incluso a aquellos que nos dicen cosas con las que no estamos de acuerdo, en lugar de decir “te voy a responder con algo para quedar bien contigo”, decimos: “Es que no estamos de acuerdo contigo”. “Es que soy suscriptor y no sé cuánto…”. Da igual. La idea es ofrecer honestidad, no clickbait. Lo que te vamos a decir es así en ese momento. Y si de pronto alguien que no piensa como nosotros, como Juan Manuel de Prada, quedamos con él a comer y nos gusta algo que ha escrito, lo vamos a contar, no nos vamos a callar. Nosotros somos tan imbéciles que anteponemos la honestidad a la línea de negocio, por eso estamos dando esta entrevista gratis (risas).

 —¿Cómo conjuga Mongolia el verbo sobrevivir?

—A: El modelo de negocio de Mongolia no era algo pensado, nos salió así. En ese sentido, somos únicos. No tenemos oficina, somos cuatro quienes lo hacemos todo, y nos financiamos por la revista, un show, la tele, la radio… Es decir, la gente financiaba la revista con la pauta publicitaria, se hacía famosa y luego iba a la tele, luego lo que pagaba la tele se lo quedaban ellos… Nosotros lo que ganamos va mayormente a la revista porque Mongolia es nuestro desembarco de Normandía, nuestra lancha. Toda la gasolina que podamos sacar afuera, ya que el papel no va bien, la sacamos para tener ese lugar de libertad, siempre bajo la marca Mongolia. Y la mantenemos con teatro. Si lo piensas, es ridículo. Fíjate: hemos buscado los cinco sectores más precarios para mantener un sector precarísimo (risas). Es como decir: «Voy a vender cromos y canicas para tener una juguetería de trenes de hojalata». ¡Pero si nada de ello vende! Pero todo junto me hace un chiringuito.

 —Tuiteros y Ortega Cano al margen, ¿algún lector o espectador se ha enfrentado con alguno de ustedes?

—A: Sí. Una vez, en el teatro, una señora le tiró a Edu una cosa a la cara; un borracho se nos subió al escenario y hubo que echarlo, insultándonos… Hemos tenido varios.

—G: La última que te puedo contar es una muy divertida. Por casualidad, la Obra Social de La Caixa nos ha metido publicidad. Y nos han atizado por esto.

—A: Aparte, perdón, nosotros siempre lo dijimos: no somos hippies, vivimos en un sistema capitalista. Si nos entra publicidad de bancos, no vamos a dejar de escribir en el Reality lo que descubrimos de los bancos. En todo caso, que nos quite la publicidad. ¡Pero nunca faltan los puros, la izquierda pura que por su iPhone te dice cómo tienes publicidad de iPhone!

—Una de sus secciones se llama «Estamos hartos». Uno deja de estar harto o bien cuando triunfa el bien, o bien cuando claudica. ¿Creen que sus harturas tienen fecha de caducidad?

"El Estado, hasta cierto punto, es necesario"

—G: Yo creo que no. Va un spoiler: en este espectáculo, al final, los obreros de derechas se cansan de los empresarios de izquierdas, y al revés. Los obreros de derechas salen en manifestación diciendo «estamos hartos de ser de derechas, de izquierdas o de centro, pero de clase baja», «estamos hartos de ser ateos, musulmanes o cristianos, pero de clase baja», «heteros, homosexuales o bisexuales, pero de clase baja». Esto va a quedar muy cursi, pero mientras siga habiendo pobres en el mundo, no queda otra actitud que estar hartos. Estamos hartos de que haya pobres en el mundo, porque, y esto es una hostia a los liberales, los pobres no lo son porque no espabilen. Esta idea de que eres pobre porque no has espabilao. Esta idea que tienen Rivera, Escohotado, al que yo admiro mucho… Lo de Escohotado es metafísica. Decir que los jóvenes tienen que espabilar… Dígame qué jóvenes, por qué, por cuánto y para quién. Esto lo diría mi maestro Domingo Caballero. ¿Cómo cojones van a espabilar los jóvenes de la Cañada Real o de Malawi? Es como si al nadador este de Gambia que tiraron a la piscina en los Juegos Olímpicos porque tenía que haber uno de cada país le dices: «Hombre, espabila». No, no ganas. No existe tradición, no hay nada. El Estado, hasta cierto punto, es necesario.

—No se lo va a creer, pero eso mismo acaba de decir Aznar. Con respecto a Cataluña, eso sí.

—A: Supongo que se referirá a mandar el Ejército a Cataluña. ¿Qué Estado? Franco era todo Estado. Hace falta Estado pero hay que luchar por el modelo de Estado.

—G: ¡Claro! ¿El Estado para quién? ¿Por qué? ¿Cuándo? Si no te responden a estas cosas,  son palabras vacuas. «Estamos aquí para ayudar a los demás». ¿Quiénes son los demás?

—Para finalizar: ¿les ha exigido la Asociación de Niños con Síndrome de Down, siguiendo el consejo de Inda, que cambien el nombre a su revista?

—G: No. Mongolia se llama así porque el hijo del creador cogió un globo terráqueo y señaló Mongolia. Se iba a llamar Gorilas, Serbia… Y el niño, que se llama Teo y ahora es adolescente, cogió el globo, señaló Mongolia y dijo: «Ay, para tu revista sería un buen nombre». A Inda mando un gran saludo y Darío Adanti no, que es muy de izquierdas, pero deja por escrito esto: mi gran ilusión en la vida sería trabajar en OKDiario. Y hacer una revista satírica sobre OKDiario.

"Mongolia es como una bomba de creación de cosas muy locas. Es un concepto muy libre"

—A: Venimos muy influenciados por la revista satírica argentina Barcelona, que viene del 2000. Nos gustaba mucho su concepto de que la revista de un lugar se llamara como otro lugar. Es casi como si representara una realidad paralela que en el fondo no es más que un espejo. Es la realidad vista al revés de ese espejo satírico. Teo eligió el nombre de Mongolia y nos gustó por varias connotaciones: aquí, hacer el mongolo es hacer el tonto, y nosotros lo hacemos, y además, porque nacemos en un momento de crisis feroz y Mongolia, que era un país taoísta, se vio invadida por grandes imperios, y logró mantener su pequeño reducto de resistencia. Nos gustaba eso: no el concepto nacional de defensa de la tradición sino la resistencia ante una invasión que, en nuestro caso, es el neoliberalismo. Además, no nos engañemos: toda la iconografía sobre los mongoles mola. Y fueron grandes conquistadores, se pulieron a media Europa. Un porcentaje grande de la población europea, sobre todo del Este, tiene genes mongoles.

—G: A partir de la concepción inicial de Rapa en formato revista, Mongolia es como una bomba de creación de cosas muy locas. Es un concepto muy libre. Hemos encontrado una fórmula entre Pere Rusiñol, Rapa, Darío y yo, con todos los colaboradores del mundo, con gente a la que echamos de menos, como Maruja Torres, etcétera, hemos encontrado una bomba digamos, primigenia, que genera un espacio en Al rojo vivo, gracias a Antonio García Ferreras

—A: Donde jamás nos han tocado una coma. Hemos estado en medios más pequeños, más underground, y nos han dicho «esto sí, esto no».

—G: Eso es porque sabe que Darío y yo somos del Barça .

(En realidad son del Real Madrid)

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