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Marta Robles: “Las mujeres de esta novela son especialmente reivindicativas y poderosas”

Marta Robles: “Las mujeres de esta novela son especialmente reivindicativas y poderosas”

Marta Robles es un animal mediático, una gacela de las ondas y las letras. Durante más de cinco años ha sido altavoz —a través de su programa de radio— de las publicaciones literarias de nuestro país. Escribe desde que tenía quince años, aunque tiempo antes se ganaba la reprobación de las monjas de su colegio con sus relatos con trasfondo negro.

Robles transpira novela negra, y no solo porque acabe de publicar La mala suerte (Espasa), continuación de las peripecias del detective Roures, sino porque, a pesar del cansancio de las largas jornadas de entrevistas, no pierde la sonrisa (y aunque manifieste que le duelen los ojos, estos se encienden desmedidos cuando habla de novela y de clásicos).

La mala suerte es una historia cargada de violencia. Incluso cuando la trama se llena de momentos pausados, ajenos a la barbarie, entre sus líneas se deslizan gritos de horror, huellas indelebles de violencias del pasado. El horror siempre se pega a la piel. El horror se pegó a la piel de Lucía Peña y a la de Roures gracias a las mujeres que amó y cuyos gritos aún recuerda en sueños. Esos gritos del pasado afloran en el presente del detective roto destinado a resolver el caso de la desaparición de Lucía. La desaparición de esta joven marca a su familia y descompone para siempre el vínculo torturado que les unía. El investigador acude solícito a la llamada de la madre, Amanda, que se niega a aceptar que su hija no volverá. Sin embargo, en su exhaustiva investigación le acompañan —esa es su mala suerte— sus propios fantasmas del pasado. Antonio Roures, un detective, ex corresponsal, megalómano, fruto de todas las mujeres que pasaron por su vida, se enfrenta a su manera al dolor en las páginas de esta gran novela.

Las líneas de la nueva ficción de Marta Robles son una cartografía dolorosa y rediviva de la memoria e historia recientes. Esta obra es un revival sofocante —sin anestesia— del horror tatuado de todas las guerras. Todos libramos una guerra. El horror siempre se pega a la piel de tal modo que ni una pastilla de jabón desgastada en una anónima habitación de hotel puede deshacer el ingrato recuerdo, esa mala suerte que se ha apropiado de la vida de mujeres y hombres durante siglos.

La autora continúa imparable con su trayectoria novelística. Se encuentra con Zenda en la sede de una radio céntrica, en medio de la vorágine de entrevistas que ha organizado su editorial para presentar la obra. Con su anterior novela, A menos de cinco centímetros (Espasa), se consolidó como escritora de novela negra, un género en el que aún no se había inmerso. Ganadora del premio de novela Fernando Lara en 2013 gracias a su deliciosa Luisa y los espejos, Marta Robles se adentra con paso firme en un tema espinoso y controvertido. Es imposible dejar de lado la realidad social de España, el segundo país con más desaparecidos del mundo (tras Camboya). Sobre la historia de una de estas personas desaparecidas pivota esta novela. A pesar de este doloroso tema central, Robles no pierde la sonrisa durante la conversación.

Las razones sobre las que se cimenta la maternidad o la paternidad son los andamios sobre los que se levanta gran parte de la moral que sacude a los personajes de la obra. La autora conduce inteligentemente al lector a través de las cuestiones que, sobre el hecho de ser padres, se ciernen sobre el individuo. Aunque en un primer momento podría parecer que Roures fuese ajeno a este planteamiento, quienes ama se ven sacudidos por estos dilemas, lo que provoca que la novela esté provista de una intensa hondura moral.

Apenas año y medio después de A menos de cinco centímetros, Robles vuelve a dar vida al personaje. Feliz por esta gran historia que pone ahora en manos de sus lectores, Marta atiende a Zenda tras una entrevista radiofónica. Hablamos de La mala suerte, de las heridas de la guerra y de la vida, de la función de la memoria y de literatura. Por supuesto la autora reivindica la igualdad de género a través de los poderosos personajes femeninos de sus textos. La risa de Marta Robles abraza la conversación.

Comenzamos.

Las primeras páginas de La mala suerte recuerdan irremediablemente al caso del rapto y asesinato de Diana Quer. ¿Cuánto hay de Diana Quer, de las chicas de Alcàsser o de Anabel Segura en el personaje de Lucía Peña?

"Hay muchísimas desapariciones que no llegan a resolverse, como por ejemplo el caso de Madeleine McCann. ¿Qué pasa entonces? Que los padres, los amigos, los allegados… siempre son sospechosos, cuando no culpables"

—Diría que hay de todas y de ninguna. En efecto puede recordar, porque ha sido un caso muy mediático, al de Diana Quer en esas primeras páginas, pero lo cierto es que todas las desapariciones tienen patrones comunes, y si te pones a investigar sobre ellas te das cuenta de que detrás de las propias desapariciones suele haber familias desestructuradas o que se van desestructurando según se va avanzando en las investigaciones que enfocan a los familiares, a los allegados, a los amigos. Es una enorme tragedia por la que tienen que pasar porque, además del dolor de la propia desaparición, siempre están en entredicho, porque lo habitual es que el malo siempre esté muy cerca de la víctima. Como eso ya se sabe, ellos siempre están señalados. Hay muchísimas desapariciones que no llegan a resolverse, como por ejemplo el caso de Madeleine McCann. ¿Qué pasa entonces? Que los padres, los amigos, los allegados… siempre son sospechosos, cuando no culpables. Hay gente que directamente piensa que son culpables.

 Su protagonista es un detective, Tony Roures, especializado en “asuntos de bragueta”. En la novela se mencionan algunos sonados casos de esta índole de nuestra historia social reciente. ¿Qué fascinación tiene la infidelidad para resultar tan mediática y tan rentable?

—Mi protagonista es un detective de infidelidades, que en el argot se conoce como “asuntos de bragueta”, y he querido que fuera así, igual que quería que fuera un corresponsal de guerra para que tuviera una visión del ser humano bastante poliédrica, para que se diera cuenta que el ser humano no es bueno ni malo sino que depende de a dónde se le lleve, y que cuando está al límite puede sacar a un héroe, pero en general saca una alimaña. Quería que fuera detective de infidelidades, porque la realidad es que en España los detectives pueden investigar muy pocos casos y casi siempre viven o de las infidelidades o de los asuntos de empresa. Evidentemente, las infidelidades tenían más ámbito de reflexión para mí y además abarcaban más interés dentro de lo que es el propio género humano. Al principio (al igual que a lo largo de toda la novela) trato de contextualizar todo lo que sucede, con escenarios que son reales o que el lector puede reconocer, o con historias que a lo mejor puede reconocer porque han aparecido en los medios de comunicación. La infidelidad, ¿qué interés tiene? El interés que tiene es que todos somos un poco cotillas y queremos pensar o investigar de alguna manera, o asomarnos a lo que les pasa a los otros, a veces supongo que para no ver lo que pasa en nuestro propio patio.

 

Pensando en el entorno de Roures, ¿quién cree usted que pierde más en una guerra?

—En una guerra pierden todos. En una guerra no gana nadie. En una guerra no se pueden medir las pérdidas. Todos pierden: los que están, los que hacen la guerra, los que creen en la guerra y los que no creen. La guerra es el mayor sinsentido de los seres humanos, y en una guerra pierden todos.

Roures vivió el asedio de 87 días de Vukovar, pero también libra su propia guerra, una guerra contra la memoria. ¿Qué métodos encuentra Marta Robles para sobrevivir a la memoria?

"La memoria de los seres humanos siempre es selectiva, la de un corresponsal de guerra y la de un fontanero"

—No sé si exactamente Roures lucha por olvidar… Creo que lucha por superar ese pasado que le ha dejado tan marcado. No he sido corresponsal de guerra, y la verdad es que tampoco tengo que sobrevivir a la memoria, ¡al revés!, me gusta tener la memoria viva. Tengo unos recuerdos que, en general, me son bastante agradables. Habrá algún recuerdo desagradable en mi vida, pero bueno. En todo caso la memoria de los seres humanos siempre es selectiva, la de un corresponsal de guerra y la de un fontanero. Todos tenemos una memoria selectiva y tratamos de convivir con los buenos recuerdos, para que nuestra vida sea más grata, y de olvidar los que son malos. Lo que pasa es que la memoria a veces juega malas pasadas, y de vez en cuando nos obliga a reflexionar sobre algún episodio de nuestra vida que no es del que nos sentimos orgullosos.

¿Qué huellas cree que deja el pasado en nosotros?

—Me estás preguntando poco de la novela (risas). ¿Qué huellas creo que deja el pasado en nosotros? Depende del pasado que tengas.

—Hace 17 años de su primera novela, Las once caras de María Lisboa (Planeta). ¿Cómo ha evolucionado Marta Robles como escritora?

—Mi primer libro fue una biografía. Empecé escribiendo biografías, después ensayos. A partir de 2001 es cuando empecé a escribir ficción. ¿Cómo he evolucionado como escritora? ¿Cómo he evolucionado en la ficción desde entonces? Creo que he evolucionado bastante. En este momento siento que controlo mucho más la escritura, creo que soy más consciente, a la hora de escribir, de lo que necesita la propia novela. Me atrevo con estructuras complejas y creo que las manejo con cierta soltura.

Es usted una escritora versátil. ¿Por qué ahora se ha centrado en la novela negra?

"Yo siempre había querido escribir una novela negra, pero estaba esperando que me encontrara la historia"

—Soy una escritora versátil porque empecé escribiendo ensayos y biografías (soy muy respetuosa con la literatura), que tenían más que ver con mi profesión habitual de periodista. Pero como quería ser escritora desde que era niña y había escrito mi primera novela a los quince años, realmente estaba esperando que llegara el momento para empezar en la ficción. Desde que empecé en la ficción hasta ahora —incluso en cualquiera de mis relatos, o incluso en la novela con la que gané el Premio Fernando Lara— hay un punto de thriller. Y es que creo que el género negro siempre ha sido consustancial a mí. De hecho, no sólo es que mi generación empezara leyendo a Los cinco, a Los siete, a Los tres investigadores —que no dejan de ser novelas policíacas— sino que yo, por ejemplo, a los doce años me puse a leer a Poe como una loca. Siempre digo que cuando hacía las redacciones del colegio las monjas se tiraban de los pelos pensando que cómo era posible que aquellas redacciones fueran tan sangrientas. De hecho hace poco me contactó la profesora de literatura de aquellos años y nos reímos juntas hablando precisamente de estos episodios. Creo que la novela negra estaba en mí desde siempre. Yo siempre había querido escribir una novela negra —además soy gran lectora del género— pero estaba esperando que me encontrara la historia. Porque yo siempre digo que no hay que buscar las historias, las historias te tienen que encontrar a ti. 

¿Qué dificultades encontró en el género?

—La única dificultad que realmente he encontrado ha sido tener que dar las puntadas muy, muy finas para no defraudar al lector. Creo que es lo más importante en el género negro porque desde el principio tienes que dar casi todas las pistas para que el lector te acompañe en la investigación. Aparte, no se trata tanto de saber quién es el malo, como de saber qué es lo que ocurre en esa sociedad que está llevando a las personas a ese fango. Para mí lo más importante, y lo más difícil también, ha sido tratar de no defraudar al lector desde la primera página de A menos de cinco centímetros hasta la última de La mala suerte.

¿Se considera una escritora brújula o una escritora mapa?

"Cuando empiezo una novela sé a dónde voy, sé de dónde vengo y a dónde voy, y a partir de ahí tiro puentes"

—Esto es lo que Javier Marías dice que son los escritores cojos y los escritores ciegos. Los escritores cojos, según Javier Marías, son aquellos que necesitan una estructura perfectamente cerrada y perfecta de inicio a fin y que incluso saben con qué última palabra van a acabar, como Pérez-Reverte y Julia Navarro. Y los ciegos son aquellos que empiezan con una ideíta y no tienen ni idea de dónde van, como por ejemplo Javier Marías o Carmen Posadas. Pues mira, yo soy un híbrido. Soy un híbrido porque normalmente cuando empiezo una novela sé a dónde voy, sé de dónde vengo y a dónde voy —que no es poca cosa)—, y a partir de ahí tiro puentes, como decía Borges. Pero entre medias puede pasar cualquier cosa. 

¿Nos puede contar qué está escribiendo ahora?

—No (risas). Estoy escribiendo algo, pero no puedo hablar de ello ahora. Creo que este es el momento de La mala suerte, este es el momento de la promoción de este libro, y quiero dedicarme a promocionar esta novela en este momento. Siempre he pensado que no da buena suerte hablar de la novela que estás escribiendo.

¿Habrá nuevas entregas de Antonio Roures?

—Va a haber una nueva entrega de Roures seguro, sí.

En la novela, la mala suerte parece que pertenece sólo a las mujeres. ¿Por qué tomó esta decisión al plantearse la escritura de la obra?

—¿La mala suerte pertenece a las mujeres? Bueno, eso es una interpretación tuya, que está bien, pero yo creo que la mala suerte no pertenece sólo a las mujeres en esta novela. La mala suerte rodea a todos los personajes de esta novela, incluidos los masculinos. O al menos eso creo yo. De hecho, no creo que tengan buena suerte ni el propio padre de la chica desaparecida, ni su propio hermano, ni muchos más personajes. No, no creo que la mala suerte solamente se cierna sobre las mujeres. Lo que sí es cierto es que las mujeres de esta novela se resisten mucho más, como gato panza arriba, contra la mala suerte o contra lo que sea. Son especialmente reivindicativas, especialmente poderosas, aunque sean buenas, malas o regulares. Entiendo que es preciso que en la vida, y en las novelas, y en todas partes, haya mujeres buenas, malas y regulares, y que hasta que no haya las mismas mujeres buenas, malas y regulares que hombres buenos, malos y regulares no va haber igualdad. Y además, como decía Mae West, «las mujeres no queremos ir al cielo, queremos ir a todas partes». (Risas)

—Me gustaría preguntarle por el proceso de escritura. ¿Tenía claro el final de la novela al plantearse la obra?

"Cada personaje de La mala suerte no está retratado por el propio narrador omnisciente, sino por el resto de los personajes"

—No. Como te he dicho antes, sé de dónde vengo y a dónde voy.  Pero que sepa a dónde voy no significa que sepa ni la última palabra ni la última escena. Sé lo que quiero contar y sé más o menos la intención literaria del libro. Sabía la intención literaria de esta novela y sabía lo que quería contar, pero no tenía claro en absoluto cómo iba a llegar desde el principio hasta el final. ¡No tenía ni la más remota idea! El proceso de escritura ha sido el de ir investigando sobre aquello que quería contar y que esa propia investigación me fuera dando pistas de cómo quería que fueran cada uno de los personajes, de la necesidad de que esos personajes se pudieran descubrir desde distintos puntos de vista. Esta es una de las cosas esenciales de esta novela: cada personaje de La mala suerte no está retratado por el propio narrador omnisciente, sino por el resto de los personajes. Esto lo he hecho porque creo que en la vida sucede lo mismo. Cuando alguien te ve a ti, no te ve exactamente igual que otra persona. Si yo le ofrezco al lector el punto de vista de diversas personas, es el propio lector el que va a decidir cómo es el personaje, si empatiza con él o no.

La mala suerte está cargada de violencia. ¿Qué cree que es la violencia para el ser humano?

—La violencia para el ser humano es casi cualquier cosa. Para empezar, habría que decir que la violencia tiene distintos grados y que a veces pensamos en la violencia como algo enorme, terrible, que se describe como si fuera una hecatombe. Pero la violencia puede estar en el día a día, en la cotidianeidad. En La mala suerte la violencia está muy presente en la vida cotidiana de esta familia, está muy presente en la adolescencia, está muy presente en abusos y malos tratos que no parece que lo son. A mí la violencia me parece un fantasma que nos persigue a todos en un grado u otro.

Sus dos personajes principales, Roures y Lucía, tienen algo en común, el horror se les pegó a la piel, ambos protagonizaron experiencias traumáticas. ¿Cree que es necesario (o es más fácil) escribir desde el dolor?

"No conozco a ningún ser humano que haya sido feliz por completo desde que nace hasta que muere, que no haya tenido ningún punto de drama en su vida"

—Creo que todos tenemos escaparate y trastienda. Igual que a todas las personas nos persigue en mayor o en menor medida, como te decía, ese fantasma de la violencia. Todos tenemos un lado más oscuro, y en ese lado oscuro casi siempre hay una cicatriz, algo que nos ha hecho daño en algún momento de nuestra vida. No conozco a ningún ser humano que haya sido feliz por completo desde que nace hasta que muere, que no haya tenido ningún punto de drama en su vida. Y no creo que sea más difícil o más fácil escribir desde el dolor, ni creo que sea más fácil o más difícil escribir desde la borrachera… ¡Ni todos esos topicazos que se relacionan con los escritores! (Risas). Creo que hay que aprovechar todos los estados de ánimo para trasladarlos a las novelas porque, en definitiva, lo que nosotros estamos buscando cuando escribimos es contar una historia de una manera personal y despertar la emoción. Y para despertar esa emoción lo que necesitamos es que todas esas emociones que nos embargan a nosotros (que a veces son dolor, a veces son felicidad, a veces son alegría, tristeza, asco, miedo, cualquier otra) puedan estar dentro de una novela y que nosotros seamos capaces de que el lector también las perciba.

Un tema muy importante que recorre la novela como una espina dorsal es el planteamiento moral, filosófico, sobre la maternidad o la paternidad. Ese cuestionamiento continuo que se hacen los personajes sobre el egoísmo o el altruismo que conduce a ser padres. ¿Qué quería comunicar en este sentido?

—Exactamente eso. (risas) Quería que los lectores reflexionaran sobre si ser padre o madre es un acto de generosidad o de egoísmo. Hay una frase que le dice Roures a Amanda —porque los padres tenemos la manía de pensar que somos superiores a la gente que no tiene hijos, y Roures no quiere tenerlos; de hecho, en la novela anterior, eso le costó el matrimonio—: “Te tengo que decir que tener hijos no garantiza ser buena o mala persona, y tampoco garantiza ser o no feliz”. La realidad es que criar a un hijo bien sí exige generosidad, pero el deseo de tener hijos es un deseo —ahora ya consciente, porque se puede elegir cuándo— que viene derivado de muchos factores: en la antigüedad se tenían hijos para unir reinos, para conservar matrimonios, como arma arrojadiza, para no quedarse solos en la vejez, para dejar una huella en la tierra, para que alguien tuviera tu misma cara… En fin, creo que exige una reflexión el saber si somos generosos o egoístas a la hora de ser padres. Porque ahora mismo, por ser padres hay personas que son capaces de cualquier cosa, se saltan todos los límites con mucha alegría. Hay una cosa que tenemos que saber —y que muchas veces no pensamos en ella— y es que en torno a la maternidad y a la paternidad hay un enorme negocio, incluso en la biológica. Y no es de ahora. Pero ahora se está llegando a unos límites que rozan el disparate.

Los personajes de La mala suerte son poliédricos: no son lo que aparentan al principio de la novela. Es como si vivieran varias vidas o fueran mostrándolas a lo largo de las páginas. ¿Cuántas vidas le quedan por vivir a Marta Robles?

"Creo que cada vez que leo un libro vivo una vida distinta"

—Ya me gustaría a mí saberlo. (risas) No tengo ni idea. Creo que cada vez que leo un libro vivo una vida distinta. Y cada vez que escribo una novela vivo varias vidas, con lo cual lo que yo sí sé es que tengo mucha suerte, porque gracias a la lectura y a la escritura posiblemente voy a vivir más vidas que algunos otros.

¿Cree —como decía Molière— que somos engañados por las personas que amamos?

—Eso precisamente tal cual, no exactamente como lo dijo Molière sino la misma idea, lo decía en A menos de cinco centímetros. Es más, creo que usé una cita…

De ahí la saqué.

"Es mucho más difícil que creamos a alguien que no queremos a que nos dejemos engañar por alguien que queremos"

—¿Era de Molière? Por eso decía. (risas). Creo que las personas que amamos es mucho más fácil que nos la cuelen, desde luego que sí. Hace muchos años, cuando escribí mi primer libro de ficción, Las once caras de María Lisboa, dije que era un libro que eran once caras de mujeres, pero que eran la misma mujer. Yo decía: “En realidad todas somos María Lisboa, seamos rubias, altas, bajas… Lo único que nos diferencia es si nacemos aquí o en la China, y, sobre todo, de quién nos enamoramos. Eso sí que nos marca, definitivamente”. Es mucho más difícil que creamos a alguien que no queremos a que nos dejemos engañar por alguien que queremos. Es más, a veces lo hacemos de manera casi consciente.

¿Cree que estamos dominados por nuestras pasiones?

—En momentos determinados, sí. Una de las cosas que pasa en La mala suerte, que a mí me ha gustado mucho, es que Roures ha crecido una barbaridad, por varias razones. La primera es que aparece su familia, lo cual le ancla a la tierra. La otra es que de pronto vive una pasión de una manera muy masculina. Vive una pasión física, de esas que les vuelve locos a los hombres, que no les deja pensar en otra cosa (risas). Me gusta porque eso le mete un punto de zozobra a su personalidad y me divierte.

¿Quiénes son sus referentes literarios?

—Más allá de la novela negra, creo que no puedo dejar nunca de hablar de García Márquez, porque para mí ha sido fundamental en mi vida. De hecho hay muchas cosas de García Márquez en A menos de cinco centímetros.

¿Y en novela negra?

"Arturo Pérez-Reverte es uno de mis referentes; Javier Marías me parece indispensable; y mi vida sin Borges no sería vida"

—Chandler, Poe, Ellroy… De los de ahora —y lo estoy citando muchísimo— el que más me gusta es Zanón. ¡Es que me encanta Carlos! Luego tengo muchos referentes: por supuesto, Arturo Pérez-Reverte es uno de mis referentes, como decía en A menos de cinco centímetros; Javier Marías me parece indispensable; y mi vida sin Borges no sería vida. Además debo decir que Albert Camus ha sido para mí definitivo. Algunos de sus libros, como Calígula, me los sé prácticamente de memoria. Te tengo que decir también que todos los días leo poesía. ¡Todos los días de mi vida leo poesía! Para mí es fundamental: un día leo a Lorca, otro día a Borges, otro día a Mario Benedetti… Todo depende. He sido siempre una lectora compulsiva y muy desorganizada porque —siempre lo he contado— cuando era pequeña en mi casa no había libros. Había libros de economía, Derecho y enciclopedias —mi padre era un hombre muy práctico—, y cuatro novelas de mi madre que yo leía 200 veces. Pero mi tía tenía una gran biblioteca, de la que yo robaba libros a mansalva. Y no solo de la biblioteca de mi tía, tengo que reconocer que también robaba de las públicas. Es más, tengo alguno…, ¡ahora ya no! ¡Ahora ya no robo de las públicas! Pero robé en su tiempo (risas). Y luego tuve la suerte de que tenía una amiga, jueza, que murió hace relativamente poco y que era mi amiga de la infancia y sus padres siempre le compraban colecciones de libros y ella no leía nada. ¡No le gustaba nada leer! Era mi herencia, los leía yo. He sido una lectora compulsiva y cuando me daban la paga del fin de semana me iba a El Corte Inglés, y había unas pilas, que tú no habrás conocido, de libros que eran de saldo y compraba. Claro, leía libros a veces muy inadecuados para mi edad. Sigo siendo una lectora compulsiva. De vez en cuando me desordeno. Eso sí, hay momentos en los que paro. Ahora que he tenido un programa literario durante cinco años en los que tenía que estar leyendo constantemente cosas actuales, en verano, por ejemplo, leía clásicos. De pronto necesito volver a los clásicos, lo necesito porque es lo que te nutre por dentro, lo que de alguna manera te nutre también para escribir.

¿Qué es escribir?

¡Joder! (risas). No tengo ni idea de lo que es escribir. Escribir es vivir de otra manera.

 ***

Termina la que es la última entrevista de su ajetreado día, y Marta Robles posa sonriente para las fotografías en esta casa de la información. Es disciplinada delante de la cámara como lo es con la escritura desde hace años. Robles es una periodista todoterreno. Ha trabajado en televisión, radio y prensa escrita. Lleva décadas publicando ensayos, biografías y novelas.

Marta Robles conversa tranquila, amable y divertida y, a pesar del cansancio y del ligero aprieto en el que a veces la ponemos los periodistas, su sonrisa apenas se desvanece, siempre dispuesta a desenfundarla.

Ha avanzado que habrá más Roures, así que La mala suerte dejará al lector con la miel en los labios unos meses, quizá un par de años. Volverá el personaje a existir próximamente a través de cuidadas palabras y emociones vividas. Entre tanto perdurará en la memoria del lector la aventura de esta reciente novela de Marta Robles, pues los gratos recuerdos —esa miel en los labios— nos acompañan siempre, pegados a la piel.

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