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El acto de leer, de Wolfgang Iser

El acto de leer, de Wolfgang Iser

«¿Qué le sucede al lector cuando da vida a un texto? Wolfgang Iser comenzó planteando preguntas sobre los efectos que desencadenan los libros y acabó concluyendo que sin nosotros, sin los lectores, no existiría la literatura», escribió Cristina Oñoro sobre este libro del que Zenda adelanta la introducción.

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Debido a que un texto literario solo puede desarrollar su efecto cuando es leído, una descripción de dicho efecto coincide en gran medida con el análisis del proceso de lectura. Por tanto, esta se sitúa en el centro de las siguientes reflexiones, pues en ella es posible contemplar los procesos que los textos literarios son capaces de producir. En la lectura tiene lugar una elaboración del texto que se realiza mediante determinadas pretensiones de la capacidad humana. Así pues, no es posible captar el efecto ni en el propio texto ni tampoco en el mero hecho de la lectura; el texto es un potencial de efectos, que únicamente se pueden actualizar en el proceso de la lectura.

En consecuencia, son dos polos, el texto y el lector, así como la interacción entre ambos, los que constituyen la base que debe permitir teorizar el efecto del texto literario que se despliega en la lectura (capítulos II, III, IV). El texto literario, en ese sentido, es contemplado bajo el supuesto de que es comunicación. Mediante él tienen lugar intervenciones en el mundo, en las estructuras sociales dominantes y en la literatura precedente. Tales intervenciones se manifiestan como una reorganización de aquellos sistemas de referencia que el texto designa mediante su repertorio. En esta reorganización de los campos de referencia relevantes se expresa la intención comunicativa del texto, que se plasma en determinadas instrucciones con respecto a su interpretación. La estructura, en cuanto posee un carácter indicador, constituye el punto de vista central del capítulo sobre el texto. (Con una descripción del proceso de lectura se llegan a percibir las operaciones elementales que se producen mediante esta en el comportamiento del lector; pues la elaboración de las instrucciones resalta que hay que constituir el sentido del texto, por lo que los procesos constitutivos en la conciencia representativa configuran el punto de vista central del capítulo sobre la lectura). Con ello, sin embargo, solo se han descrito los polos de una relación por medio de la cual un lector se fusiona con la situación ante la cual el texto respondía. La propia relación requiere estímulos para poder realizarse. Por tanto, en el último capítulo se tematizan los estímulos de la interacción, que conforman los presupuestos necesarios para el proceso de constitución del texto en la conciencia representativa del lector.

El efecto estético ha de ser analizado en la tríada dialéctica del texto y el lector, así como de la interacción que acontece entre ellos. Se denomina «efecto estético» porque, aunque está provocado por el texto, exige la actividad de representar y de percibir del lector, a fin de conducirlo a una diferenciación de actitudes. Con esto queda expuesto que este libro se entiende como una teoría del efecto y no como una teoría de la recepción. Si la ciencia de la literatura surge en el manejo de los textos, entonces lo que nos sucede por medio del texto posee un interés primordial. Aquí un texto no es entendido como un documento de algo que existe —de la forma que sea—, sino como una reformulación de la realidad ya formulada; de esta manera llega al mundo algo que no se encontraba en él. Por tanto, a una teoría del efecto se le plantea el problema de cómo debe elaborarse, y también entenderse, un hecho no formulado hasta ahora. La teoría de la recepción, por el contrario, siempre tiene que ver con lectores que se constituyen históricamente, mediante cuya respuesta ha de experimentarse algo acerca de la literatura. Una teoría del efecto está anclada en el texto; una teoría de la recepción, en los juicios históricos del lector.

Está claro que una teoría posee el carácter de un constructo. Esto sirve también para el proceso aquí descrito de la realización del efecto estético en el proceso de la lectura, con lo cual se establece sin duda un marco que permite penetrar en los procesos de realización individual de los textos, así como en sus interpretaciones y hacer posible su diagnóstico según los presupuestos introducidos allí. Una teoría del efecto, queda claro, tiene que ayudar a fundamentar tanto la posible discusión intersubjetiva de las realizaciones individuales con sentido de la lectura como la discusión sobre la interpretación. Con ello, qué duda cabe, se muestra su condicionamiento histórico; sin embargo, a su vez este brota del convencimiento alcanzado de que a la autosuficiencia de la interpretación del texto le ha llegado su última hora; la interpretación ya no puede prescindir de la reflexión sobre sus supuestos e intereses.

La teoría desarrollada aquí, en cuanto constructo, no es comprobable de forma empírica. Le importa menos someterse a una prueba de validez empírica que ayudar a proyectar posibles entramados de reglas que, en su caso, deben crearse, si es que se quieren llevar adelante estudios empíricos acerca de las respuestas de los lectores. Pues, en cierto modo, ni la realidad empírica ni la historia responden de sí mismas, por lo que resulta ineludible plantear una cuestión determinada y adecuada, mediante la que sea posible hacer que la empiría y la historia se manifiesten. Por otra parte, como en tales modelos de cuestionamiento entran muchos presupuestos, se hace necesaria la reflexión acerca de los supuestos que intervienen, pero también sobre los resultados que surgen de dichos supuestos. En este punto cobran relevancia las consideraciones esbozadas aquí.

Si para la ciencia de la literatura parece indicado, mediante la propia reflexión, el control de la acción sobre los textos, así también tal conducta reflexiva logra su pleno sentido con el desarrollo de enfoques que hasta el momento han sido poco examinados. Si resulta acertado afirmar que mediante el texto nos sucede algo y de forma clara no podemos rechazar lo ficcional —prescindiendo de para qué lo mantenemos—, entonces se plantea la pregunta de la función de la literatura en relación con la realidad humana. Estos enfoques de carácter antropológico de la ciencia de la literatura solo quedan entrevistos con las reflexiones acerca del efecto estético desarrolladas aquí; pero deben servir para dirigir la mirada sobre este horizonte todavía abierto.

Los capítulos que siguen desarrollan un bosquejo de la cuestión, que fue publicado por primera vez en 1970 con el título de Die Appellstruktur der Texte. Unbestimmtheit als Wirkungsbedingung literarischer Prosa. Como me pareció necesario proseguir con las cuestiones expuestas entonces de forma muy fragmentaria, he renunciado a lidiar con el eco que aquel breve escrito provocó.1 Igualmente desisto del empeño de desarrollar el estado de cosas en los contextos de discusión actuales, pues la exposición de los temas se hubiera visto muy sobrecargada. Únicamente he intentado esbozar en el primer capítulo las circunstancias históricas que, a la vista del arte moderno, hacen aparecer como superada la cuestión clásica sobre el significado general del texto. Además, en algún pasaje me he enfrentado a Ingarden —pero no tanto para criticarle, sino, más bien, para aclarar, mediante la crítica, cómo debería abordarse de manera distinta el problema que nos interesa—. Con ello soy consciente de que Ingarden, en su investigación sobre cómo concretizar la obra de arte literaria, solo ha generado un nivel de discusión, lo que permite —aun cuando solo sea por oposición a él— acceder a otras perspectivas del asunto que él ha entrevisto. Para restar cierto grado de abstracción a las consideraciones acerca de la teoría del efecto, numerosas reflexiones se ilustran con ejemplos —algunos incluso han sido desarrollados del todo como ejemplos de cierta envergadura—. Esta clase de ilustraciones no pretenden ser interpretaciones de determinados textos, sino servir para clarificar lo que se afirma. Para estos ejemplos me he decidido de forma deliberada por una selección no muy amplia, con el fin de no tener que describir los contextos de los que han sido tomados los pasajes incluidos. Por tanto, también he elegido aquellos textos cuya interpretación ya expuse en mi libro Der implizite Leser. Allí pueden localizarse las premisas del razonamiento de los ejemplos aquí presentados, que, sin embargo, ahora han sido más desarrollados en cuanto a su función ilustrativa. Si casi exclusivamente es en los textos narrativos donde se da la ilustración de los procesos de constitución del texto, que tienen lugar en la lectura, ello se debe en gran medida a que es en aquellos en donde el problema se presenta en su forma más distinguible.

Para que este libro no se sumiera en una mezcolanza de idiomas, he acudido, siempre que he podido disponer de ellas, a las traducciones. La primera parte del capítulo segundo (II, A) fue publicada con el título de «La realidad de la ficción» en Rezeptionsästhetik. Theorie und Praxis (UTB 303), Rainer Warning (ed.), Múnich, W. Fink, 1975, y ahora queda de nuevo impresa con algunas correcciones aclaratorias. Un estudio preliminar al capítulo III, A, apareció con el título de «The Reading Process. A Phenomenological Approach», en New Literary History, 3 (1971), así como en su versión alemana en el tomo editado por Rainer Warning. No habría podido escribir este libro sin la tranquila distancia que me proporcionaron dos invitaciones como fellow en centros de investigación. Debo expresar mi gran agradecimiento al Center for the Humanities, Wesleyan University, Middletown (Connecticut), Estados Unidos, donde en 1970-1971 intenté esbozar el proyecto; al igual que al Netherlands Institute for Advanced Study in the Humanities and Social Sciences, Wassenaar (Países Bajos), donde en 1973-1974, en condiciones ideales, pude redactar las partes centrales del trabajo.

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Autor: Wolfgang Iser. Traductor: Manuel Barbeito. Título: El acto de leer. Editorial: Taurus. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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