La vida se basa en la repetición. Repetimos los mismos ciclos, una y otra vez. Repetimos los días y las noches y repetimos lo que ocurre dentro de ellos, de modo que nos fijamos en lo que no se repite y así es como notamos el paso el tiempo: por lo que cambia.
El cambio de verdad se produce en verano. Ahí es donde te entra la prisa por terminar cosas. Terminar los exámenes, las entregas, las maletas. Y marcharte. Eso sí es un final. Te vas como si no fuera a volver, con todo el deseo de no mirar atrás, incluso de olvidar. Te alejas todo lo que puedes y de todos los que puedes. ¿De quién te alejas en Navidad? De nadie. Todo lo contrario; te acercas más a todo el mundo. Solo en verano desapareces de verdad y puedes tener algún momento para pensar en lo que ha ocurrido antes de ese final. Solo entonces paras, por completo, y te haces preguntas. Te preparas para lo que va a venir después, para ese nuevo principio, en el que no sabes si quieres volver a estar. Te preguntas por el lugar al que regresarás y por la gente con la que lo harás; por volver a la misma compañía, a la misma pareja, a la misma vida.
Se supone que las vacaciones son eso que viene después de lo importante. Son un descanso, una parada, un regalo. Son el extra. Creo que esto también va contra la intuición. Las vacaciones, en realidad, son lo más importante. Son lo que nos define como personas. Lo que nos pone a prueba y nos permite respondernos a las preguntas que no hemos querido hacernos durante el resto del año. Saber si estamos viviendo la vida que queremos vivir.
La mayor parte de los divorcios se producen después del verano y también es después del verano cuando más gente intenta arrancar con una nueva afición o una actividad deportiva. Lo de los divorcios ocurre porque el verano representa la convivencia más intensa, y lo de las aficiones porque las vacaciones ofrecen más tiempo libre para creer que tendremos el mismo tiempo libre durante el resto del año. Será por lo que sea, pero lo que ocurre es lo que ocurre. La navidad no representa un antes y un después tan descarado. La navidad, en comparación, solo es una fiesta. Se nos vende lo del cambio de año en mitad del invierno y lo de los nuevos propósitos en un momento en el que vamos a volver al mismo sitio y sin haber tenido tiempo para pensar en si queremos o no queremos volver.
El final del verano, en cambio, es un asomo hacia el abismo. Se cierran las piscinas y se vacían las playas. Llega el frío y no necesitamos que nadie nos recuerde que termina un ciclo y empieza otro. Sencillamente, ocurre. La intuición lo señala, diga lo que diga el calendario. Eso sí es un principio: el instante en el que nos preguntamos si queremos regresar, y en el que, muchas veces, ya estamos pensando en volver a marcharnos, así que echamos la vista adelante, buscando el próximo final de ciclo para volver a irnos, pero la siguiente oportunidad que vemos es la navidad, donde se supone que no podemos irnos del todo, o no podemos irnos tanto tiempo o con tan poca gente. No es un antes y un después. Es solo una pausa en mitad del año. El de verdad.


El PRINCIPIO es el INSTANTE
de la PREGUNTA REAL sobre
NUESTRA VIDA, su rumbo.
Para que surja, debemos dejar
todo lo que hacemos regularmente realizado. La consecuencia: EL
TIEMPO LIBRE, LA FILOSOFÍA
IDENTITARIA.
A parir de RODRIGO PALACIOS.
La PANDEMIA fue un FRENO
CONTRAINTUITIVO. La VIDA
CAMINABA con su esplendor
natural cuando el Covid19 nos
ARRANCÓ TODO en “un abrir y cerrar de ojos”. TODO incluye, también,
lo que nos DISTRAÍA y
SATURABA LA ELASTICIDAD de lo
que DEBÍA HACERSE , NO SE HACÍA y era URGENTE.