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El arte de mirar atrás

En su nueva novela, Los ilusionistas (Anagrama, 2025), Marcos Giralt Torrente vuelve a los territorios que mejor conoce: la memoria, la herencia familiar y los secretos que moldean la identidad. Lo hace con una lucidez que impresiona y con una madurez narrativa que confirma por qué es uno de los autores más singulares del panorama literario español contemporáneo. Esta vez, el foco está puesto en su familia materna, descendiente de Gonzalo Torrente Ballester, una de las figuras más imponentes de la literatura del siglo XX. Pero lejos de levantar un monumento o ajustar cuentas, el autor se propone un gesto mucho más delicado: mirar atrás sin indulgencia, con la distancia justa para entender, con la compasión suficiente para no juzgar.

Giralt Torrente se sumerge en su árbol genealógico como quien abre un álbum de fotografías en el que la nitidez convive con la sombra. Cada página es un intento de reanimar un pasado que sigue respirando entre las grietas del presente. Hay testimonios, documentos familiares y recuerdos transmitidos oralmente, pero también silencios: huecos que la escritura intenta llenar, sin el afán de clausurar nada. El resultado es un relato poliédrico, a medio camino entre la investigación personal, la novela familiar y el ensayo sobre la memoria.

Una genealogía en tensión 

El punto de partida es la figura de su abuelo, el célebre escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester, y la de su madre, Josefina, hija suya. Sin embargo, Los ilusionistas no es un libro sobre el abuelo famoso, ni una crónica de la gloria literaria, sino un intento de comprender qué ocurre con quienes crecen a la sombra de esa gloria. Giralt reconstruye la historia de su familia materna para examinar los efectos de la herencia: la presión del nombre, la fascinación por el talento, la necesidad de escapar del peso de un linaje.

"El libro avanza como una conversación con los muertos y los ausentes, en la que cada carta o recuerdo se convierte en un espejo que devuelve una imagen distinta de los mismos hechos"

En esa reconstrucción aparecen personajes poderosos, contradictorios, llenos de luz y heridas. El escritor no se ahorra las zonas incómodas: las tensiones entre los hermanos, los fracasos sentimentales, las ruinas que deja el ego artístico cuando se instala en la intimidad doméstica. Pero tampoco hay rencor. Lo que domina es una mirada analítica, más cercana a la comprensión que al reproche. Giralt Torrente escribe desde un lugar que solo se alcanza con el tiempo: ese punto donde la memoria se vuelve más sabia que dolorosa.

Entre cartas, ecos y fantasmas 

Una de las grandes virtudes de Los ilusionistas es su estructura, que renuncia a la linealidad para moverse entre cartas, evocaciones, escenas reconstruidas y reflexiones del narrador. El libro avanza como una conversación con los muertos y los ausentes, en la que cada carta o recuerdo se convierte en un espejo que devuelve una imagen distinta de los mismos hechos.

El título se revela entonces con toda su ambigüedad: los “ilusionistas” son los que intentaron transformar su vida en una obra de arte, los que vivieron de la ilusión de ser distintos, los que usaron la fantasía para sobrevivir a la realidad. Pero también lo son quienes heredan esas ilusiones y deben aprender a convivir con ellas. Cada miembro de la familia, de algún modo, practicó su propio acto de magia: hacer desaparecer el dolor, reinventar el pasado, sostener la apariencia de un equilibrio que nunca fue tal.

El autor, sin embargo, no se limita a observar. Interviene, interpreta, compara versiones. Es un narrador que busca sentido, que se resiste a aceptar el relato heredado como definitivo. Esa actitud crítica, casi detectivesca, dota a la novela de una tensión constante: mientras el narrador revisa las cartas de su madre o los escritos del abuelo, el lector percibe el vértigo de quien se enfrenta a su propia historia sin saber del todo si quiere confirmarla o desmontarla.

El estilo de la contención 

Desde Tiempo de vida, Giralt Torrente demostró que la emoción puede ser más intensa cuando se dosifica. En Los ilusionistas lleva esa poética de la contención a un nuevo nivel. Su prosa, precisa y sobria, evita el sentimentalismo y apuesta por la claridad. Hay párrafos que parecen tallados, frases que condensan una emoción sin necesidad de subrayarla.

"Los ilusionistas dialoga con autores como Sebald o Natalia Ginzburg, que también hicieron de la memoria familiar un terreno fértil para explorar la relación entre el yo y la historia"

En lugar de gritar su dolor, el autor lo expone con elegancia. La narración se mueve entre la ternura y la lucidez, entre la nostalgia y la distancia crítica. Lo que podría haber sido un ajuste de cuentas familiar se convierte, gracias a esa sobriedad, en una indagación literaria sobre los mecanismos de la memoria. Giralt Torrente no busca compadecerse ni acusar, sino comprender cómo se construye una identidad a partir de los fragmentos de quienes nos precedieron.

El resultado es un tono que recuerda a las grandes novelas de introspección europeas, donde la historia personal se convierte en laboratorio de una sensibilidad más amplia. En este sentido, Los ilusionistas dialoga con autores como Sebald o Natalia Ginzburg, que también hicieron de la memoria familiar un terreno fértil para explorar la relación entre el yo y la historia.

Herencia, identidad y escritura 

El tema de la herencia atraviesa cada página del libro. No solo la herencia genética o material, sino la simbólica: la del talento, el prestigio, la carga del apellido. ¿Qué significa nacer en una familia de artistas? ¿Cómo se construye la identidad cuando todo parece ya escrito?

Giralt Torrente, que siempre ha defendido la autonomía de la escritura frente al biografismo fácil, aborda aquí la cuestión con inteligencia. No pretende resolverla, sino ponerla en escena. En sus páginas resuena la idea de que la herencia es tanto una oportunidad como una trampa. A veces se heredan dones; otras, heridas. En ocasiones, ambas cosas a la vez.

El narrador se pregunta si es posible mirar a la familia sin caer en la fascinación ni en el resentimiento. Lo hace a través de una voz que fluctúa entre el análisis y la confesión. Su escritura avanza como un hilo que se desenrolla con paciencia, uniendo los cabos de una historia familiar que, en realidad, habla de todas las familias: de las mitologías que construimos para soportar la vida, de las versiones que inventamos para explicar lo que no entendemos, de los silencios que terminan pesando más que las palabras.

El pasado como materia viva 

Uno de los grandes aciertos del libro es su reflexión sobre la memoria. Giralt Torrente entiende que recordar no es repetir el pasado, sino recrearlo. La memoria, dice implícitamente, es una forma de ficción. No hay recuerdo inocente, sino selección, montaje, perspectiva. En ese sentido, el autor se sitúa en la línea de escritores que asumen que narrar la propia vida —o la de los suyos— implica siempre una reinvención.

"La ilusión, en el fondo, se revela como un arma de doble filo: necesaria para sobrevivir, pero también peligrosa cuando se convierte en mentira"

Pero a diferencia de otros autores de autoficción, Giralt Torrente no busca el exhibicionismo ni el escándalo. Su mirada es más ética que egocéntrica. El pasado no se usa como materia de espectáculo, sino como espacio de comprensión. Hay una voluntad de justicia íntima, una necesidad de ordenar las piezas del rompecabezas familiar para encontrar una forma de reconciliación con el propio origen.

Esa mirada hacia atrás, sin embargo, no es complaciente. El autor se atreve a mostrar las fisuras, las desilusiones, las heridas que el tiempo no borró. La ilusión, en el fondo, se revela como un arma de doble filo: necesaria para sobrevivir, pero también peligrosa cuando se convierte en mentira. En esa ambivalencia reside buena parte de la fuerza simbólica del libro.

Una novela sin artificios 

En tiempos de narrativas veloces y fórmulas previsibles, Los ilusionistas se impone por su ambición tranquila. No hay giros espectaculares ni grandes clímax dramáticos. La tensión nace del propio proceso de búsqueda: de cómo el narrador va recomponiendo, paso a paso, un retrato de familia donde cada dato encontrado abre nuevas preguntas.

La estructura fragmentaria, lejos de dispersar el relato, lo hace más humano. Así funciona la memoria: a saltos, con vacíos, con repeticiones. Giralt Torrente sabe convertir ese caos íntimo en una forma narrativa coherente y, sobre todo, honesta. El lector se ve arrastrado no por el deseo de saber “qué pasa”, sino de entender “qué significó”.

La escritura se convierte en un acto de reparación. Reparar no en el sentido de corregir, sino de coser, de dar forma a lo roto. Cada capítulo es un intento de sutura, una manera de mantener con vida aquello que el tiempo amenaza con borrar.

La universalidad de lo íntimo 

Aunque la novela parte de una historia familiar concreta, su alcance es universal. Todos, de algún modo, somos herederos de ilusiones ajenas: los sueños de nuestros padres, las frustraciones de nuestros abuelos, los silencios que nos preceden. Por eso el lector encuentra en Los ilusionistas algo más que una historia privada: una radiografía de la condición humana.

Giralt Torrente logra que sus personajes —reales o reconstruidos— sean espejos de nuestra propia complejidad. Nadie es enteramente bueno o malo, víctima o verdugo. Todos son, a su manera, ilusionistas: personas que se inventan versiones de sí mismas para poder vivir. Esa comprensión compasiva, sin sentimentalismo, es quizás la mayor virtud del libro.

Un regreso luminoso 

Con Los ilusionistas, Marcos Giralt Torrente consolida una trayectoria coherente y valiente. Desde sus primeras obras hasta hoy, ha demostrado una fidelidad inusual a un territorio literario que explora la intimidad sin complacencia, que convierte la vida interior en materia de alta literatura.

"En tiempos en que la literatura autobiográfica a menudo se confunde con la mera exposición personal, Giralt Torrente ofrece una lección de estilo y profundidad"

Este nuevo libro no solo confirma su madurez, sino que también amplía su registro. Hay en sus páginas una serenidad que no tenía antes, una sabiduría adquirida a fuerza de pérdidas, una melancolía que se vuelve creadora.

En tiempos en que la literatura autobiográfica a menudo se confunde con la mera exposición personal, Giralt Torrente ofrece una lección de estilo y profundidad: demuestra que escribir sobre uno mismo —o sobre los propios— puede ser un acto de conocimiento, de arte y de ética.

Mirar atrás para seguir adelante 

El lector que cierre Los ilusionistas no saldrá indemne. Sentirá que ha asistido a una especie de exorcismo literario, pero también a un ejercicio de lucidez. El libro enseña que mirar atrás no es un gesto de nostalgia, sino una forma de entender quiénes somos y de qué estamos hechos.

En su aparente serenidad late una emoción profunda: la de quien acepta que todo lo vivido —incluso lo que duele— forma parte de la trama que nos sostiene. El arte de mirar atrás, nos dice Giralt Torrente, consiste precisamente en eso: en no temer a nuestras sombras, en aprender a reconocerlas como parte de la luz.

"A través de sus recuerdos y de documentos personales, Giralt reconstruye no solo una historia íntima, sino también una sensibilidad marcada por la ambivalencia de crecer junto a una figura literaria monumental"

Con esta obra, el autor español entrega una de las novelas más inteligentes y conmovedoras de los últimos años: un viaje por la memoria que, sin dejar de ser íntimo, alcanza una resonancia colectiva. Los ilusionistas no solo ilumina la historia de una familia, sino también la de todos aquellos que alguna vez sintieron que su vida, como la literatura, es un truco de magia hecho de recuerdos y deseos.

Entre los personajes que cobran fuerza en este retrato familiar destaca especialmente Josefina, la madre del autor, cuya figura emerge como un eje de transmisión emocional y narrativa. A través de sus recuerdos y de documentos personales, Giralt reconstruye no solo una historia íntima, sino también una sensibilidad marcada por la ambivalencia de crecer junto a una figura literaria monumental. También el tío del autor, hermano de Josefina, aparece como contrapunto simbólico en esta historia: otro heredero del linaje, atrapado entre la admiración, la incomodidad y el intento de trazar su propio camino.

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Autor: Marcos Giralt Torrente. Título: Los ilusionistas. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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Manuel
Manuel
1 mes hace

Muy buen análisis de un muy buen libro, espero que anime algunos porque merece mucho la pena. Gracias, Carolina.