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El bloque, de Jérôme Leroy

El bloque, de Jérôme Leroy

Considerada una obra premonitoria sobre el ascenso de la ultraderecha en Francia —y, por ende, en el resto de Europa—, El Bloque cuenta la historia de tres personas vinculadas a un partido ultraconservador que por fin tiene la posibilidad de entrar en el gobierno: la líder de la formación, el intelectual maquiavélico y el paramilitar con un pasado que nadie quiere recordar.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de El Bloque (Hoja de Lata), de Jérôme Leroy.

***

En el fondo, te hiciste fascista por el coño de una chica.

La frase te hace sonreír, por primera vez en todo el día. Parece un epitafio: Antoine Maynard, se hizo fascista por el coño de una chica.

Pero ya no sonríes: sabes que, en estos momentos, en algún lugar de la ciudad, unos hombres quieren matar a tu amigo. A tu hermano. A tu colega. O a tu ángel malo, como se decía en las novelas del mundo de antes.

Stanko.

En realidad, deberías haberte limitado a escribir novelas. Apenas lo piensas, comprendes cuánto te mientes, cuánto te habrías aburrido haciendo carrera en el mundillo literario, suponiendo que hayas conseguido algo más que un éxito de crítica en círculos muy «adscritos». Adscritos a la extrema derecha, para hablar claro.

De todas formas, las cuatro novelas que llevabas dentro, las sacaste. Fueron recibidas con bastante frialdad, salvo la primera. Se sabía quién eras, cuáles eran tus lealtades. La moda todavía no era el rearme moral, como hoy en día. La lucha era contra el enemigo interior, islamista e izquierdista, incluso islamo-izquierdista, para no dejarnos a nadie. La moda todavía no era el vergonzoso canguelo de todo un país, que hoy os lleva a las puertas del poder, después de haberos hecho aceptables, gracias, sobre todo, a Agnès.

Vuelves a sonreír, ahora, con un poco de amargura: si la próxima semana, como es de prever, te conviertes en secretario de Estado —no sabes de qué, y te la trae floja—, te divertirás publicando una nueva novela, para ver qué se siente estando entre aquellos a quienes los medios reverencian y halagan. Y, ya puestos, te las arreglarás para que reediten en bolsillo las cuatro anteriores. Tú no estás por el perdón de los pecados. Si tienes la oportunidad de hacer agachar las orejas a unos cuantos voceros de la izquierda pijicultureta, no la desaprovecharás.

Si todo pasa más o menos como está previsto, llevarás la broma hasta hacer que te inviten a dos o tres programas sobre libros presentados por fulanos que tendrán que tragarse el orgullo. Eso sí, les dejarás una salida, te comportarás como un gran señor, les permitirás ser un poco insolentes, si es que todavía se atreven. De todas maneras, las instrucciones del Bloque son claras: nada de triunfalismo. Perfil bajo. Cogemos los ministerios. Ejercemos el poder. Nos hacemos respetables. Competencia. Estrategia del último recurso. Estos últimos meses, Agnès ha insistido en ello. Nada de cazas de brujas ni venganzas personales.

De momento.

Aun así, esto será muy distinto a lo de los años noventa: entonces, cuando te invitaban a esos programas era para que sirvieras de saco de entrenamiento a la buena conciencia de los antifascistas de tres al cuarto, de los antirracistas con chacha tamil no declarada y de los postsesentayochistas que llevaban treinta años a los mandos, se las daban de libertarios, se proclamaban partidarios del progreso y no habían usado la palabra «obrero» desde que habían bajado de las barricadas para convertirse en magnates de la prensa o diputados europeos. Y que todos los años publicaban la misma autoficcioncita de mierda, la misma biografía sobre un héroe intocable de la Resistencia, tras el que escondían su propia nulidad, o incluso el mismo ensayo liberal-libertario sobre la maravillosa globalización.

En esos programas, necesitaban a un hijo de perra, y tú interpretabas el papel que querían que interpretaras a las mil maravillas. Sabías que, desde el punto de vista mediático, era suicida, pero lo dabas todo.

Una de las peores miradas de odio que hayas visto a lo largo de tu vida, y mira que has visto, fue la de una maquilladora, una chica de origen árabe. Viste ese odio, reflejado por el espejo, mientras te borraba las ojeras a base de pinceladas tan feroces como altivas, antes de que entraras en el plató.

Odio y, seamos justos, también angustia. Le dabas miedo. Para empezar, estaba tu físico, tu corpulencia, el halo de brutalidad que parece emanar de ti y hace que tanta gente se sienta incómoda. Stanko produce más o menos el mismo efecto. Luego, tu pertenencia al Bloque, a los círculos próximos a los dirigentes del Bloque. Estaba convencida de que, si hubieras podido, la habrías violado y después la habrías repatriado en un barco que habrías hecho hundir en mitad del Mediterráneo.

¿Podías reprochárselo? Sabías perfectamente que en el Bloque había militantes así, con muy poco cerebro. Y también dirigentes. En cuestión de racismo, el propio Stanko se pasa, a veces.

¿O deberías decir «se pasaba»?

Miras el reloj. Miras el iPhone en la mesita baja. La una de la mañana. No, Stanko va a darles trabajo. A no ser que lo hayan cogido por sorpresa. Pero, si hubieran acabado con él, ya te habrían avisado. Solo sabes, desde esta mañana, que la caza del hombre ha empezado.

Te entran ganas de hacerte una buena raya de coca. Dudas. Si Agnès vuelve de su encuentro secreto con el secretario general del Elíseo y el ministro del Interior, en el Pabellón de la Lanterne, y ve que te has colocado, se pondrá triste. No dirá nada, pero se pondrá triste. Así que decides dejar las bolsitas donde están, en el pequeño busto dorado de Mussolini, más hueco que el editorial de un economista mediático.

Miras sin verlas las noticias, que pasan en bucle en La Chaîne Info. Le has quitado el sonido a la pantalla plana.

Los disturbios no cesan desde hace cuatro meses.

Otros cinco muertos en la periferia de Orleans. La policía, desbordada, ha disparado a bulto. Es inevitable relacionar esa actitud de la pasma con la muerte por bala de tres antidisturbios durante una intervención, ayer, en Roubaix. Abatidos con fusiles de asalto. Sangre por sangre. ¿Los prolegómenos de una guerra civil?

Ahora, el rectángulo rojo de la esquina superior izquierda marca 725. El número de víctimas desde el comienzo de los hechos.

En el Bloque, se dice más bien la «guerra civil», precisamente. En el Bloque, desde que Agnès sucedió al Viejo, se cuidan las palabras. Y el Bloque parece casi moderado, tranquilizador. A su derecha, los comandos identitarios blancos, que también pegan tiros de vez en cuando, hablan de «guerra étnica» y «Toussaint blanca». Los zids [1], siempre tan gilipollas, yendo adonde les dicen que vayan. Se acabaron los tiempos en los que podían servir de mano de obra dócil para los trabajos sucios del Bloque.

Vuelves al recuerdo de la maquilladora. ¿Qué sería, el 92? ¿El 93? Sí, los años dorados de Le Fou Français, el semanario de François Erwan Combourg. Miedo y odio, decíamos. Una mezcla letal que es el preludio de las carnicerías. Como esta, de baja intensidad, que tiene lugar en estos mismos momentos en casi toda Francia.

En esa época, veías lo mismo, los mismos sentimientos, cuando acompañabas a Agnès u otro candidato del Bloque a hacer campaña, en los ojos de los blanquitos asustados que formaban la base de vuestro electorado. Daba igual que fuera en un local de un ayuntamiento de la periferia, con bandas de maleantes y asociaciones antifascistas manifestándose fuera contra vuestra presencia, o en reuniones electorales en pórticos de pueblos del Este donde no habían visto a un árabe o un turco en su vida, pero nos daban el treinta o el cuarenta por ciento de los votos en cada elección porque, como es bien sabido, lo que no se conoce produce aún más miedo y más odio que lo que se cree conocer.

De todas formas, en Francia, todo el mundo tenía miedo: la maquilladora árabe tenía miedo, los blanquitos tenían miedo, los ejecutivos deslocalizables tenían miedo, los chavales de las barriadas tenían miedo, los polis tenían miedo… Los profes de las Zonas de Educación Prioritaria, los médicos de visita en un bloque de viviendas sociales desvencijado, los jubilados de las urbanizaciones, los adolescentes blancos de las áreas periurbanas: todos tenían miedo.

Los chinos tenían miedo de los árabes, los árabes tenían miedo de los negros, los negros, de los turcos y los turcos, de los gitanos. Todos tenían miedo, todos sentían odio. En realidad, miedo y odio los unos hacia los otros.

Lo menos que se puede decir es que, hasta ahora, no han disminuido. Precisamente por eso, puede que la semana que viene te conviertas en secretario de Estado.

***

[1] Apócope de «le(s id)entitaires»: movimiento político de extrema derecha fundado en 2002 que profesa un nacionalismo europeo y se opone a la globalización y la supuesta islamización del continente. (Todas las notas son del traductor).

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Autor: Jérôme Leroy. Título: El Bloque. Traducción: José Antonio Soriano Marco. Editorial: Hoja de Lata. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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